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domingo, 17 de noviembre de 2019

[Las Mil Pesadillas] La Visión


Asanda, la medio elfa, despertó de su trance con un penetrante grito, mezcla de terror, frustración y placer. Su cuerpo desnudo se encontraba bañado en sudor y sangre, refulgiendo ante la luz de las antorchas. Jadeando, extasiada de placer y dolor, recuperó poco a poco la consciencia, pero al instante se desmayó, incapaz de soportar las emociones.

Imagen de Boris Vallejo y Julie Bell

Asanda era la consejera de Krithelia la Indómita, la salvaje y sensual paladina de Slaanesh, cuyas hueste, “los Degolladores”, habían avanzado hacia Kislev tan pronto como se habían derretido las nieves del invierno, siempre dispuestos a cosechar almas para el Príncipe Negro. Cruzando el territorio troll habían arrasado algunos asentamientos menores, hasta llegar a un pequeño poblacho cuyo nombre Krithelia ni conocía ni necesitaba conocer. Pese a su aparente insignificancia e indefensión, había algo extraño en aquel sitio: un aura de quietud impropia, una atmósfera irreal, casi como si la aldea no perteneciera por completo al mundo de los vivos. “Los Degolladores” habían acampado a apenas quince kilómetros de la aldea, en lo alto de una colina desde la cual podían vigilarla con todo detalle, pero la ausencia de los movimientos tradicionales (huida de campesinos, llegada de tropas ligeras kislevitas) previos a un ataque, así como la inquietud que provocaba la vista del pueblo, había hecho que Krithelia, en un acto pocas veces visto en ella, decidiera aguardar, mandar patrullas de jinetes a caballo a explorar, y pedir a Asanda que viajara astralmente al lugar para entender qué poder se encontraba tras los extraños vientos mágicos de la zona.


Casi se arrepentía de su decisión. Asanda le era muy preciada, tanto en el amor como en la guerra, y su mente destrozada no consiguió recuperarse hasta que pasaron seis horas. Al ver que comenzaba a moverse, Krithelia ordenó que le trajeran tónicos revitalizadores. Tras un rato en que Asanda no fue capaz de hablar, concentrando toda su energía en beber el tónico, finalmente preguntó:

"¿Qué ha sucedido?"

"Esperaba que tú fueras capaz de responder a eso" – respondió Krithelia sin dureza.

"No… no consigo recordar… todo son imágenes borrosas, como si lo viera a través de un velo… ¿Qué has visto tú?"

"Todo fue normal al principio. El trance habitual, nos describías el pueblo, lo que veías. De pronto dejaste de hablar. Te vi excitada. Tuviste varios orgasmos. Entonces comenzaste a sangrar… parecía que algo te estuviera cortando. Y ordené despertarte".

El recuerdo parecía abrirse camino en la mente de la hechicera a medida que la guerrera hablaba, y cuando terminó, su estremecimiento se vio acompañado de un gemido que Krithelia no supo identificar si era de dolor o de placer, aunque para los seguidores del Príncipe Oscuro apenas había diferencia entre ambos conceptos.

"Nigromancia…" - susurró Asanda.

Krithelia no dijo nada, esperando que su amante siguiera hablando.

"Sí, nigromancia… eso es lo que vi. Los muertos no descansan allí. Sus tumbas están vacías, y la no vida ha reclamado el lugar. Eso vi… y entonces... oh, por los dioses. Por los dioses. Su líder… no he visto nunca nada tan maravilloso…"

Krithelia se sorprendió. No conocía a muchos nigromantes, pero los pocos que había visto eran ancianos decrépitos, consumidos por la corrupción de la magia oscura y de burlar los límites de la muerte.

"¿El Nigromante?" – preguntó.

"LA nigromante. Es una mujer quien los dirige, una… por el Príncipe Negro… la mujer más hermosa, depravada y sensual que he visto en mi vida. Una belleza y una perversión como nunca antes he conocido, ni siquiera entre nuestras más preciosas guerreras o doncellas. Algo subyugador, embriagador…"

"Ahí fue donde tuviste los orgasmos".

"Sí. ¿Cómo resistir? No estaba sola, le acompañaban otras hechiceras, y sus actos eran… Slaanesh estaría complacido, como yo lo estaba".

"¿Y la sangre?"

"Ella me encontró. Es una hechicera poderosa, mucho. Los vientos de la magia la favorecen, lamen su cuerpo con impía vitalidad. Intenté resistirme, intenté volver, pero su belleza y su poder mágico me lo impidieron. Y comenzó a jugar conmigo con una lascivia y un sadismo avasalladores. De no haberme despertado, quizás… seguramente me habría matado. Yo no podía volver. Y tampoco… - se detuvo y después, como una vergonzosa confesión, murmuró – tampoco quería".

Krithelia miró fijamente las llamas, cuyo fulgor acariciaba decadentemente los hombros de la medio elfa. Aquella revelación cambiaba mucho las cosas. No esperaba encontrarse con No Muertos, aunque combatir contra las huestes de la no vida no era peor que hacerlo contra los jinetes de Kislev. De hecho, para derrotarles no hacía falta más que dominar el miedo, pues su capacidad marcial era muy deficiente. Pero tenían otros peligros: eran guerreros que no se cansaban, no retrocedían, a nada temían. Confiaba en poder derrotar a su enemigo, pero la batalla sería muy distinta de lo que había imaginado.

Otra cuestión era la referida a la hechicera, o al aquelarre de las mismas, que lideraba el ejército. Asanda no era alguien fácilmente impresionable, y el efecto subyugador que la bruja había tenido sobre ella mostraba sin duda un poder, mágico y erótico, que debía ser tenido en cuenta. La descripción que le había proporcionado su hechicera era fácil de identificar: Krithelia había escuchado, de boca de Trifón, historias acerca de una nigromante de extraordinaria belleza y demencia. Chantal, se llamaba, y el guerrero dos veces traidor la conocía de un pasado en que él no había conocido aún la oscuridad… pero ella sí, pues la oscuridad era su madre y su amante. Aquellas historias debían ser ciertas pese a todo, tal y como la sangre de Asanda atestiguaba.

Por suerte, Krithelia sabía que nunca estaba sola.

"¿Cuántos esclavos siguen con vida?"

"Unos sesenta y seis" – respondió Asanda.

"Suficientes. Mañana los ejecutaremos. Esa nigromante parece deleitarse en la lujuria y la sangre, y eso es algo que las doncellas del Príncipe Negro siempre están dispuestas a ofrecer".

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