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martes, 10 de diciembre de 2019

Los Orígenes de Trifón

La miniatura de Dark Sword Miniatures que me inspiró para desarrollar a Trifón (y que tengo para representarlo, aunque aún no pintada)

Trifón es el señor del Caos que comanda mis huestes de Fantasy. Sin embargo, su origen no está en este sistema de juego, sino en Mordheim, donde lideraba una banda de luchadores del Pozo, y cuya evolución narrativa le fue conduciendo hacia el Caos como ya he descrito en el resumen de la Primera Era. Una vez terminada dicha Era, Soter me propuso jugar una campaña de Camino a la Gloria para seguir desarrollando al personaje, algo que acepté. Así que Trifón y sus hombres se embarcaron rumbo al norte en busca de su destino. No fue una campaña muy larga, pero sí lo suficiente como para darle algo más de color al antiguo gladiador y como para poder justificar la inclusión de guerreros del Caos en sus filas.

A día de hoy, Trifón dirige una hueste modesta de guerreros y bárbaros, y unos pocos pero potencialmente poderosos héroes siguen sus órdenes. Tengo intención de que con el tiempo su hueste vaya aumentando a efectos de trasfondo, y así poder incluir en su universo a varios otros personajes que tengo pensados (y algunos ligeramente esbozados), y cuyos trasfondos incluiré también en esta sección.

De momento dejo aquí el texto con el que, por orden cronológico en cuanto a trasfondo (aunque no en cuanto a elaboración por mi parte), comienza la historia de Trifón.



EL CASTIGO DE LOS DIOSES

Una brisa fría acarició la cara de la joven, que usó la mano izquierda para recolocarse como mejor pudo su capucha, recogiéndose los cabellos negros bajo ella, mientras que con el brazo derecho apretaba aún más contra su cuerpo el bulto que llevaba. Todavía no había llegado el invierno, pero algunos copos de nieve caían lentamente sobre el bosque, y una fina capa de aguanieve se empezaba a asentar sobre las hojas doradas que cubrían el suelo. El camino que transcurría entre los árboles estaba embarrado en algunos tramos, y dificultaba el paso de la muchacha. Sin embargo, su determinación la impulsaba a continuar andando.

Su estado de salud no era el mejor para hacer ese esfuerzo, menos aún después de lo que había tenido que soportar hacía apenas cuatro días, y Dasha nunca había sido una chica particularmente fuerte. Sin duda lo era más que otras muchas mujeres sureñas, o de lo contrario no habría alcanzado a ver diecisiete primaveras en unas tierras tan implacables, pero tampoco era un ejemplo de la famosa robustez gospodar. Aun así, su fuerza de voluntad en esos momentos era tal que sus piernas prácticamente andaban solas, sin acusar la fatiga.

El tramo de camino por el que andaba ahora empezaba a abandonar el bosque, y los abedules se encontraban cada vez más esparcidos, a medida que la taiga iba dando paso a la tundra. Desde el punto en que se encontraba, ligeramente elevado, podía ver cómo la enorme estepa se extendía ante ella, y muy a lo lejos en el horizonte podía entrever el río Lynsk y la pequeña ciudad de Yvegka. Pero la persona a la que buscaba no se encontraba tan lejos, sino a apenas un cuarto de legua, descansando junto a una pequeña hoguera humeante.

Aunque este último tramo que tenía que recorrer era cuesta abajo, el cansancio acabó finalmente por manifestarse, con lo que para cuando llegó se encontraba casi jadeando y, pese al viento frío, sudando. El grupo de hombres había detectado su presencia poco antes, pero al ver que solo se trataba de una joven campesina que no suponía ninguna amenaza, volvieron a relajarse, bien recostados junto al fuego, bien apilando toda la caza que habían logrado esa mañana. Sin embargo, en cuanto vieron que efectivamente se dirigía hacia ellos, el que estaba cuidando de los caballos le salió al paso. Dasha reconoció a Kolya, el escudero del joven señor Vyacheslav.

“Sooo, sooo… ¿Dónde vas muchacha? Sigue tu camino y no molestes a mi señor" – dijo Kolya.

"No pretendo molestarle, pero acudo desesperada a pedirle ayuda. Ayuda y justicia."

"Dentro de tres días, como todos los meses, podrás hacer tu petición formal en la Asamblea de Justicia."

"No, no puede ser dentro de tres días. Por eso he acudido aquí ahora, porque es urgente."

Los otros tres hombres, que no se habían movido de su sitio, la observaban en silencio. Entre ellos se encontraba Vyacheslav, quien no parecía dispuesto a levantarse.

"Cada cosa tiene su momento, muchacha, y ahora no es el momento de andar molestando. Vuélvete a tu casa" - insistió Kolya.

Los ojos de Dasha empezaron a humedecerse. Se sentía dolorida, agotada y, ante todo, impotente. Pese a que las lágrimas pronto enturbiaron su visión, seguía viendo a Vyacheslav sentado junto al fuego, ignorándola. Las fuerzas la abandonaron finalmente, y cayó al suelo.

Otra persona que hasta entonces Dasha no había visto, y con quien desde luego no contaba, apareció de detrás de los caballos: Ruslan Dorogov, boyardo del zar, y padre de Vyacheslav.

"¡Cogedla, idiotas! ¿No veis que esta chica se está muriendo?" – exclamó, tras lo que todos, salvo Vyacheslav, se levantaron para colocarla junto al fuego.

Ruslan Dorogov era un boyardo menor pero con posesiones de tierra nada despreciables en el oblast del este. Dasha le había visto pocas veces, únicamente cuando acudía a su stanitsa[1] a impartir justicia, pero sabía que visitaba la región a menudo, ya que le gustaba cazar en el bosque de Staslav. Hoy era uno de esos días.

"Dadle de beber y cubridla con una manta."

Uno de los guardias le retiró el bulto de pieles que Dasha apretaba contra su pecho, y descubrió para su sorpresa que se trataba de un recién nacido. Le recolocó las pieles como mejor pudo y lo devolvió a los brazos de la madre.

"Mi señor – dijo Dasha con un hilo de voz –. Os imploro vuestra ayuda. No para mí, sino para mi hijo."

"¿Qué pasa con tu hijo? ¿Por qué demonios lo has traído hasta aquí, sabiendo que podía morir de frío? Ah… creo que empiezo a entender. El padre te ha abandonado, y ahora que se acerca el invierno temes que no sobreviva – al ver que Dasha asentía, el boyardo continuó –. Bueno, en tres días pasaré por tu stanitsa para escuchar todas las solicitudes de justicia que haya. Exponme de nuevo tu caso, y si logras demostrar que el padre es tal, impondré justicia. Si no, siempre puedes entregarlo en el templo de Dazh[2]."

"Mi señor…" - la voz de Dasha cada vez era más débil. El agotamiento se estaba cobrando su factura, y todos vieron entonces que la chica no sobreviviría mucho más – "Mi señor, el padre es vuestro hijo Vyacheslav."

Ésas fueron sus últimas palabras.

El joven aludido se levantó rápidamente y se acercó a ella, rojo de rabia.

"¡Mientes!" – le gritó al cadáver - "¡No pretendas hacerme responsable de tus devaneos con otros hombres!"

"¡Calla Vyacheslav!" – le interrumpió su padre. – "Te conozco de sobra como para saber que lo que esta chica ha dicho puede ser cierto. ¡Kolya! Te ordeno que me digas lo que sepas al respecto."

Kolya se vio entonces en una situación comprometida. Como escudero y acompañante de Vyacheslav en varias de sus “aventuras”, no podía dejar vendido a su joven señor. Pero mentir a su padre era una alternativa todavía peor. Por eso, optó por la prudencia.

"Mi señor, he de confesar que no consigo acordarme bien, pero es posible que viera a esta muchacha hace algunos meses, durante una noche que pasamos en la posada de Votrov. Sin embargo, la vi poco tiempo, pues cuando volví de atender a los caballos en el establo, ya no estaba."

"¿Y mi hijo? ¿Viste más a mi hijo esa noche?"

"No mi señor, pero eso no le hace responsable de nada. Cualquiera podría haberle puesto esa criatura en sus entrañas, antes o después de que fuéramos nosotros a esa pos…"

Con un gesto, Rulsan hizo callar a Kolya, y se dirigió a su hijo.

"Slava[3], esta chica no habría venido aquí a buscarte, en un estado de salud tan débil, si no supiera que tú eres el padre. Siempre he sido indulgente contigo, pero con este asunto no puedo serlo. Debes ser un hombre que asuma sus responsabilidades. Cuidarás de este niño, aunque nunca lo reconocerás como tuyo. No podemos hacer peligrar tu futuro matrimonio con Nadezhda Golubev."

"Pues me dirás, padre, cómo voy a meter un bastardo en casa sin que peligre ese matrimonio" – respondió Vyacheslav con un tono ligeramente sarcástico, sin que fuera lo suficientemente evidente como para que su padre pudiera considerarlo una provocación.

"La mujer de nuestro palafrenero perdió a un hijo durante el parto la semana pasada, acuérdate. Ellos lo acogerán. Y tú garantizarás que el chico es alimentado y cuidado."

"¿Algo más, padre? ¿También quieres que le ponga nombre?"

"Slava, no me faltes al respeto" – dijo mientras recogía al pequeño de entre el cadáver de su madre. Lo sostuvo unos instantes entre sus brazos y, antes de dárselo finalmente a Vyacheslav, lo examinó con detenimiento –. "En cuanto al nombre, no será necesario que pienses ninguno. Los dioses te lo han enviado como castigo, así que Nákazan[4] será su nombre" - Y dirigiéndose al pequeño añadió: - "Nákazan Vyacheslavich más concretamente, aunque el mundo no te conocerá por ese nombre. Bueno, ni por ningún otro. Serás un pobre bastardo que no deje huella alguna en la historia" – pronosticó.

Erróneamente.






[1] Nombre que reciben los pueblos de pequeño tamaño en Kislev.
[2] Dazh es el dios kislevita del fuego y entre otros preceptos que siguen sus sacerdotes se encuentra el de dar hospitalidad a todo el que la pide, incluso extranjeros y enemigos. Es el dios más “amable” de Kislev, y por lo tanto me he tomado la licencia de suponer que, de haber uno que acepte huérfanos, sea éste.
[3] Diminutivo de Vyacheslav.
[4] Nakazaniye en ruso significa “castigo” o “pena”. En búlgaro, Nákazan también puede significar “monstruo”.

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