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martes, 10 de diciembre de 2019

[Trifón] Un Destino Aceptado



Trifón dirigió a sus hombres hacia el túmulo con precaución, avanzando mientras intentaban hacer el menor ruido posible y atentos a cualquier sonido. La experiencia le había enseñado ya que en el Norte convenía estar siempre alerta, y en algunos sitios particulares, más todavía. Sin duda, el viejo túmulo frente al que se encontraban pertenecía al segundo grupo.

Dado el tamaño de éste, algún poderoso paladín ya olvidado había sido enterrado en su interior, sabían los dioses hacía cuánto tiempo. Varias construcciones anexas se habían erguido en su momento alrededor, cuyo uso era ahora desconocido, pero de ellas ya solo quedaban unos pocos muros en ruinas que lo atestiguaran. Una muralla protectora envolvía todo el perímetro, y hasta aquellos que habían nacido sin el don de la magia había podido notar un cambio en el ambiente al atravesar los cimientos de lo que fuera el portón. El grupo de hombres bestia que seguía a Trifón desde hacía casi ya cuatro lunas había tenido problemas para convencer a sus mastines gigantes para que lo atravesaran, pues los animales, por instinto, se negaban a entrar.

Precisamente una de aquellas bestias caminaba a poca distancia en paralelo con Trifón, con el rabo entre las patas y olfateando constantemente intentando detectar amenazas. Observándolo con mayor detalle, Trifón notó que la cola estaba rematada como la de un escorpión. Se preguntó si también sería venenosa o si solo le serviría al mastín para aguijonear a sus enemigos. Aunque ya llevaba tiempo suficiente en el norte, siempre aparecían cosas nuevas y desconocidas. Poco a poco y con la ayuda de Sorros iba aprendiendo el lenguaje de aquellas tierras, conocido en el Sur como “Lengua Oscura”, y ya era capaz de dar instrucciones muy básicas a los gors que le seguían. El hechicero insistía en que también debía aprender a leer el lenguaje rúnico del Caos (lenguaje muy básico, por otra parte), y quizás más adelante, si veía que tenía soltura, probar con otras lenguas, pero Trifón se había reído ante la propuesta. “Antes me harán santo en el Imperio o en cualquier otro lugar” – había llegado a decirle.

El mastín seguía olfateando el ambiente, en busca de enemigos ocultos (que sin duda los habría), pero sin éxito aparente. El viento soplaba a favor del grupo, así que en todo caso ellos serían los detectados. La pequeña banda de guerreros continuó internándose sigilosamente en las ruinas, comunicándose mediante gestos y evitando sonidos comprometedores, cuando de manera inesperada un ronco bramido rompió el silencio. Toda la banda de Trifón se colocó en posición de combate, dispuestos a repeler cualquier emboscada. Un ruido que asemejaba el caminar humano se iba acercando, aunque sonaba distinto, como si quien lo emitiera no llevara calzado sino pezuñas. Pocos segundos después, un minotauro de dimensiones descomunales apareció desde detrás de un muro en ruinas que había frente a ellos. Medía casi tres metros de alto, y la longitud de sus cuernos bien podían ser la de un brazo humano. Un pelaje negro y tupido asomaba bajo una armadura de bronce oxidado, y se protegía con un gigante escudo de madera pintado en blanco y adornado con una estrella de ocho puntas negra. En la otra mano llevaba un mangual de tres cabezas, rematadas todas ellas con pinchos afiliados. Alzando su arma en dirección a Trifón, emitió un nuevo bramido, retándole de forma inequívoca a un duelo personal.

Trifón nunca antes se había enfrentado a un minotauro. Sabía de su existencia, lógicamente, pero jamás los había imaginado tan impresionantes. Siendo gladiador en Mordheim, en ocasiones había combatido contra ogros o incluso contra un troll, pero a su lado, el minotauro parecía mucho más peligroso. Su mirada, atenta a todo lo que pasaba a su alrededor, demostraba una inteligencia bastante superior a la de cualquier otra bestia, y sus brazos parecían capaces de descoyuntar a una persona sin apenas esfuerzo. Era, sin lugar a dudas, un adversario que le superaba físicamente, por lo que tendría que jugar muy bien la única baza que tenía en ese momento: su mayor inteligencia. Trifón nunca había sido un erudito o un filósofo, pero en lo concerniente al combate sí había desarrollado a base de experiencia una inteligencia suficiente como para interpretar a la perfección movimientos, gestos y demás señales de sus rivales que pudieran indicarle cuál iba a ser su próximo movimiento. No podía ser de otro modo, ya que nadie llega a Rey del Pozo por accidente, pero aunque se había abierto paso derrotando a muchos tipos de rivales (algunos más fuertes, algunos más rápidos, algunos más veteranos), no recordaba ninguno que a priori resultara tan amenazador.

Desde luego, rechazar el desafío no era algo que se le pasara por la cabeza. En primer lugar por la pérdida de liderazgo sobre su grupo que ello supondría. Moog, Tetraites y Carpóforo, los tres únicos supervivientes del grupo de gladiadores que le habían acompañado tan al norte, le conocían desde hacía mucho tiempo, y con ellos no habría socavación de autoridad si finalmente tomara la decisión de que todo el grupo se retirara y dejara atrás las ruinas. Pero el resto de integrantes de su pequeño grupo lo vería como una clara muestra de debilidad, y tarde o temprano afectaría a la cohesión. Por no hablar del rebaño de hombres bestia que le acompañaba. Éstos se regían por instintos aún más primitivos que los bárbaros o guerreros del Norte, y la ley del más fuerte era la única que seguían. Pero por otro lado, Trifón también se dio cuenta de que una parte de él no solo no quería rechazar el desafío emitido por el minotauro, sino que también deseaba que se produjera para poder medirse con tan temible oponente, y de no haber sido su rival el que le hubiera retado en primer lugar, habría sido el gladiador el que lo hubiera hecho. Así pues, Trifón golpeó tres veces su escudo con su espada, y avanzó sin vacilar hacia su oponente.

El minotauro le esperó quieto, estudiando al gladiador mientras se acercaba, dejándole que diera vueltas en torno a él pero sin darle jamás la espalda, y sólo cuando se colocó a una distancia de cuatro metros alzó su escudo y adoptó una pose defensiva. Esto llamó la atención de Trifón, ya que contaba con que fuera su rival quien llevara la iniciativa del combate, impulsado por el instinto primigenio a derramar sangre que había podido observar en varias criaturas del Caos. Desde luego, que se mantuviera a la espera protegido por su escudo demostraba una disciplina mucho mayor de la que había esperado, y reflejaba el intento por parte de la bestia de medir a su adversario a la espera de algún error. Las múltiples manchas de sangre seca que se acumulaban en borde inferior del escudo también le dieron una información valiosa: su oponente sabía alternarlo entre herramienta defensiva y arma ofensiva. Durante su etapa como gladiador, Trifón había conseguido dominar esa técnica y sabía lo peligrosa que podía resultar, por lo que le convenía andarse con mucho cuidado.

La longitud del brazo del minotauro, sumado a las cadenas de su mangual, le daban un mayor radio de acción, y por consiguiente una ventaja importante. Trifón sabía que debería exponerse a ser golpeado primero por su adversario, antes de tener la posibilidad de alcanzarle con su espada. Decidió tantearlo para saber cómo reaccionaría cuando se colocara a distancia de alcance, de modo que estrechó el círculo hasta colocarse en el límite justo. Su rival no mordió el anzuelo, y se mantuvo quieto, dejándole claro al gladiador que no iba a arriesgarse a dar un golpe falso.

Una ojeada a su alrededor en busca de algo que le pudiera servir de ayuda tampoco le sirvió de mucho a Trifón. A poca distancia se encontraba el muro detrás del cual había surgido el minotauro. Teniendo experiencia en combatir en espacios cerrados y con limitación de movimientos, quizás ahí podría tener una oportunidad. Además su oponente tendría problemas para poder usar su mangual.

Pero para llevar ahí al minotauro primero tenía que engañarlo. A tal fin, dio un paso fugaz hacia la izquierda del monstruo para, un segundo después corregir e ir a la derecha. De esta forma se aseguraba de que, si su oponente blandía el mangual en la primera dirección, el impulso le impediría rectificar a tiempo y todo su flanco derecho, que no estaba protegido por el escudo, quedara expuesto. El truco funcionó y el minotauro lanzó un poderoso ataque de mangual allá donde creía que iba a encontrarse Trifón. Sin embargo, acabó golpeando el aire, mientras que la espada del antiguo gladiador, con un movimiento ascendente desde una posición que el minotauro no esperaba, alcanzó el muslo de la bestia, allá donde la armadura no la cubría. La criatura del Caos bramó furibunda pero no reaccionó de manera descontrolada como Trifón contaba. En vez de ello, adoptó de nuevo una postura defensiva. Sin duda se trataba de un oponente disciplinado, y vencerle sería todo un reto, ya que ahora sería más difícil engañarlo con fintas y trucos. Aunque quizás ahí podía haber una oportunidad…

El kislevita lanzó un nuevo ataque falso al minotauro, con la intención de tentarle a contraatacar y abrir su línea de defensa al hacerlo. Sin embargo, la maniobra era arriesgada, pues mientras que un golpe exitoso por parte de Trifón no sería algo decisivo, recibir un impacto del mangual que blandía su oponente podía dejar prácticamente zanjado el duelo. Trifón hizo de nuevo un ataque a la izquierda que redirigió en el último momento hacia la derecha. Esta vez, el minotauro le estaba esperando, y su escudo no sólo frenó la estocada, sino que fue dirigido agresivamente contra el gladiador. Él, que ya esperaba la maniobra, desvió a su vez el golpe con su escudo, se agachó y realizó una voltereta que le permitió alejarse de su rival. Su idea era repetir esta secuencia de fintas una y otra vez, combinándolas con otros ataques para que no fuera tan obvio el engaño, hasta que en una de ellas pudiera pillar al minotauro desprevenido y, creyéndose que era una finta más, no se protegiera de un ataque que esta vez sí fuera directo. Pero tampoco podía tener al minotauro bailando indefinidamente, ya que aunque Trifón tenía mucho aguante, estaba seguro de que la resistencia de su oponente era mayor, y acusaría menos el cansancio.

El minotauro por su parte tampoco permanecía todo el rato a la defensiva. En más de una ocasión lanzó algún ataque que pilló por sorpresa al gladiador, bien con su mangual, bien con su escudo o bien con su temible cornamenta, y que si pudo esquivarlo fue gracias a sus reflejos entrenados. Pero poco a poco se iba logrando el objetivo de Trifón de acercarlo al muro cercano.

Finalmente, y con el muro en su espalda, el paladín del Caos lanzó un ataque más. Sin embargo, esta vez no lo cambió a medio camino, como esperaba el minotauro, y consiguió hacerle un profundo corte en el brazo que sujetaba el mangual, a la altura del codo. La espada atravesó la piel dura de la bestia y cortó por igual músculo y tendón. Si la espada fuera una espada élfica sin más, la herida habría quedado en solo eso. Pero en su interior se encontraba un poderoso demonio de Tzeentch, enfurecido por su cautiverio, que hizo que el minotauro pagara toda su rabia. La zona alrededor del corte empezó a ennegrecerse y a humear, y el minotauro acabó soltando el mangual. Desarmado como estaba no adoptó de nuevo una posición defensiva como Trifón esperaba, sino que de manera repentina embistió al paladín, buscando ensartarlo con sus cuernos en un movimiento ascendente de cabeza. El gladiador esquivó el cuerno, que pasó a escasos centímetros de su cuello, pero no pudo esquivar la mandíbula del minotauro, que cuando encontró el hombro lo mordió ferozmente. Cabeza con cabeza, Trifón pudo ver cómo las pupilas de su rival se dilataban a medida que su boca probaba el sabor de la sangre. El iris del minotauro se estrechó hasta convertirse en una banda apenas perceptible, y casi todo el ojo se volvió negro a causa del crecimiento desmesurado de la pupila.

La bestia acabó la dentellada, arrancando parte del deltoides izquierdo de Trifón y retrocediendo ligeramente. El gladiador profirió un ronco grito de dolor al sentir el desgarro y dejó caer el escudo, mientras se llevaba la mano a la herida, que sangraba profundamente, intentando contener la hemorragia. El minotauro por su parte se mantenía algo retirado recuperándose del grave corte del brazo, pero sin dejar de masticar el bocado ganado. Trifón vio los ojos de su enemigo inyectarse en sangre, resultando ahora un par de manchas negras sobre fondo rojo, su respiración volverse más y más convulsa y su boca empezar a escupir espuma. Resultaba una imagen aterradora ir viendo cómo el minotauro entraba en trance. Finalmente, tras emitir un poderoso bramido, cargó ciegamente contra él, sin armas pero con la cornamenta en posición de ataque.

El tiempo de reacción del gladiador era de poco más de dos segundos, pero fue suficiente para él. En el último momento esquivó los letales cuernos echándose hacia su derecha. El minotauro, cegado por la furia no pudo frenar a tiempo y acabó embistiendo el muro de mampostería, con tal fuerza que, aunque no llegó a atravesar la pared, la inercia que llevaba hizo que algunos ladrillos se descolocaran y la estructura se tambaleara. Normalmente el duro cráneo de los minotauros está preparado para resistir impactos violentos, lo que les permite cornear a sus enemigos sin apenas sufrir daño, pero esta defensa natural sirve de poco cuando se embiste contra una pared a toda velocidad preso de furia.

Un sonido astillado se oyó cuando sus cuernos se rompieron por el impacto, seguido por otro más seco cuando parte del cráneo de la bestia se hundió. El hueso roto dañó parte del cerebro del minotauro, que se quedó tumbado allá donde había caído, con el cuerpo sufriendo pequeños espasmos periódicos. Trifón se acercó encorvado, mientras seguía presionando contra su herida para cortar la hemorragia, y colocó su arma sobre la nuca de su oponente. Tras un último espasmo por parte del minotauro, dejó caer todo su peso sobre la espada. El monstruo dejó definitivamente de moverse.

El grupo de seguidores se dirigió respetuosamente a su líder. Trifón ordenó a Sorros que se acercara, para que pudiera verle el hombro. El chamán observó la herida con detenimiento, valorando el desgarro que habían producido los colmillos del minotauro. Era un corte muy feo, que posiblemente se infectaría si no le aplicaba cataplasmas, y que obligaría al gladiador a guardar reposo durante al menos una semana. En su opinión, la mejor decisión era acampar por un tiempo junto al túmulo, ya que éste podía proporcionarles refugio, era relativamente fácil de proteger, y era muy probable que la magia del lugar potenciara sus tratamientos. También era posible que hiciera todo lo contrario, pero esa opinión se la guardó para sí, sin compartirla con los demás.

Trifón aceptando la sugerencia del viejo, dejó en manos de Tetraites y Carpóforo la organización del campamento y, después de que le colocaran un vendaje apretado alrededor de todo el hombro, se decidió a entrar junto a Sorros y Moog al interior del túmulo. Unas angostas escaleras bajaban desde la entrada, perdiéndose en la oscuridad y aventurando una sala mucho más grande de la que se intuía inicialmente. Trifón sacó un poco de yesca que guardaba en su cinturón y con su espada y un pedernal empezó a preparar una llama con la que encender antorchas, pese al dolor de la herida. Sabía de sobra que Sorros era capaz de invocar una llama con su magia, pero había cosas que quería seguir haciendo por él mismo, sin depender de otros, y menos aún de un hechicero. Unos minutos más tarde, el grupo se encontraba bajando los escalones.

Como sospechó desde el principio, la sala resultó ser más grande de lo que parecía desde arriba. Y no estaba vacía. Trifón pudo contar alrededor de una docena de esqueletos, con sus pertrechos de combate todavía puestos, situados a ambos lados de lo que parecía un antiguo trono en donde se sentaba otro esqueleto bastante más grande, adornado con una pulida armadura negra y un yelmo cerrado de apariencia inquietante. Sorros empezó a murmurar unas palabras en la Lengua Oscura, mientras que Moog se puso a investigar una colección de hachas que había en una vieja panoplia. Trifón por su parte, se encaminó hacia el trono. Todos los esqueletos le observaron en silencio mientras andaba, completamente inanimados, aunque las luces y sombras que proyectaban las tres antorchas producían la sensación, si se miraba de reojo y no directamente, de que se estaban moviendo. Cuando el gladiador llegó al trono se quedó contemplando la armadura. Jamás había visto nada igual. Su artesanía no era élfica ni enana, ni muchísimo menos humana. Acaso no fuera ni mortal. De lo que no le cabía duda era de que quien la llevara gozaría de una excelente protección.

"Piénsatelo bien – le dijo Sorros adivinando sus pensamientos" - . "Lo que estás viendo es una auténtica armadura del Caos. No una simple coraza forjada por los dawi-zharr, sino un regalo de los propios dioses, concedido a aquellos que se consagran al Caos. Si te equipas con ella, ya nunca más podrás quitártela, y el resto de tu vida no tendrás más propósito que ser un sirviente de los poderes oscuros."

"¿Acaso no lo hago ya? ¿No me he comprometido con la destrucción de los reinos de los hombres? En cualquier caso, esta armadura está hecha para el paladín que la lleva, aunque ahora sea un cadáver. A mí me quedaría demasiado holgada."

"Las armaduras que crean los dioses siempre se ajustan a aquellos que las llevan. No te preocupes, será perfecta para ti. Pero te advierto una vez más: una vez que te vistas con ella será parte de ti por el resto de tu vida, y no te quedará más opción que servir a los dioses hasta que mueras, o incluso ni eso si consiguieras el don de la demonicidad."

Trifón meditó un instante sobre lo que le acaba de decir el hechicero. Hacía ya mucho tiempo, cuando todavía era un esclavo en Mordheim, había oído a alguien decir que uno no salta a la condenación, sino que camina hacia allí paso a paso. También sabía que desde que empezó a relacionarse con Gunnar y sus hombres, y sobre todo con Thorvald, había empezado a recorrer un sendero que nunca antes había pensado que transitaría. Pero de eso había pasado mucho tiempo y los pasos que había dado desde entonces no eran pocos. Sabía que éste en particular tendría un peso especial, pero habiendo llegado ya al punto en que se encontraba, no darlo tampoco iba a permitirle rehacer todo el camino. Le molestó darse cuenta de que en el fondo lo que hacía no dejaba de ser una huída hacia adelante, pero también era cierto que dada su situación, lo mejor que podía hacer era asumir finalmente su destino como paladín del Caos.

"Moog, encárgate por favor de sacar esa armadura al exterior. Y tú, hechicero, prepara tus cataplasmas curativas. Dentro de una semana, cuando mi herida esté sanada, me pondré esa armadura."




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