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sábado, 25 de abril de 2020

Los orígenes de Salindra von Stotvach

Saludos a todos. Hoy os introduzco a un nuevo personaje de mi extensa colección (o de mi Silmarillion particular como lo llama Soter), en esta ocasión una paladina de Tzeentch.

Tzeentch fue el dios con el que me introduje en el Caos hace ya varios años. Acababa de salir el libro de ejército de sexta edición y una de las cosas que más me gustaron fue el carisma de los paladines del dios del Cambio. No solo eran poderosos guerreros capaces de acabar en combate con los enemigos más temibles, sino que además tenían la capacidad de lanzar magia y carbonizar a sus enemigos o transformarlos en amasijos de carne mutada. También es cierto que eran terriblemente caros y que una disfunción inoportuna te los mandaba al garete. Pero eran un concepto que me encantaba.

En posteriores ediciones se perdió ese efecto de la marca de Tzeentch, que relegó a los señores y paladines del Caos de nuevo a su lugar únicamente como picadoras de carne, si bien con algo más de protección gracias a que tenían cierta presciencia. Pero no eran ni de lejos lo mismo. Por suerte, entre los objetos mágicos del Caos se seguía encontrando el Libro de los Secretos, que convertía al portador en hechicero de nivel 1, lo que permitía en parte recuperar ese perfil de guerrero-mago, y el hecho de que otorgara acceso (entre otros) al Saber del Fuego encajaba también con Tzeentch. Así que en alguna ocasión contra Soter utilicé esa combinación en batalla, pero fue más tarde contra Malvador en que decidí crear un personaje nuevo, Salindra von Stotvach, basado en una paladina de Tzeentch hechicera y con orígenes imperiales. Para justificar el mejor perfil de atributos de un paladín del Caos decidí que trasfóndicamente ésta portara una espada mágica, que era la responsable de su alta habilidad de armas, fuerza, iniciativa y ataques (ya quisieran muchos héroes normales una espada así). Además, las reglas de esta espada no eran anulables mediante magia u objetos mágicos (al fin y al cabo se trata de un perfil de paladín del Caos camuflado). La armadura del Caos era una armadura de placas y la tirada de salvación especial de 5+ que le daba un amuleto familiar en realidad era el típico amuleto de protección (el de especial de 6+) combinado con la marca de Tzeentch. Y luego estaba el Libro de los Secretos, claro, sin el cual el personaje no tendría gracia, y que me permitía justificar los conocimientos rudimentarios en piromancia de Salindra.

Gray Maiden, la miniatura de Reaper con la que represento a Salindra

De esta manera conseguí crear un personaje especial con, creo, cierto carisma, basándome 100% en un personaje genérico "legal", empleando para ello una determinada combinación de objetos mágicos.

Como he dicho antes, en una partida me enfrenté a Malvador y su horda de goblins, estrenando a Salindra en el campo de batalla. Pero claro, todavía no había generado nada de trasfondo que justificara cómo había acabado en una hueste del Caos, por lo que escribí un par de relatos introductorios antes de la partida, a los que añadí un tercero cuando ésta terminó, redactado desde el punto de vista de una bruja norse que participó en la batalla y que también incorporo en esta entrada.

De modo que lo que ahora os muestro son los orígenes de esta chica imperial, donde se explica cómo acabó tomando parte del Gran Juego como peón del Gran Manipulador. Espero que os guste.



Salindra von Stotvach es la única hija del matrimonio formado por Rupert y Frida von Stotvach. Rupert era un perfecto ejemplo de pequeño burgués que ha ascendido de posición social gracias al dinero. Sus orígenes fueron modestos, ya que su abuelo era un comerciante de especias y demás productos exóticos en el puerto nordlandés de Fores Daesmark. Una serie de afortunados naufragios de la competencia (para él, claro, no para los tripulantes de esos barcos) que coincidieron a su vez con una escasez general de pimienta en el Imperio propiciaron que la familia adquiriera en poco tiempo una importante suma de capital, que llevaron al padre de Rupert a ampliar el negocio orientándolo a la financiación y concesión de préstamos, trasladando sus oficinas a Salzenmund, la capital del condado. El propio Rupert consolidó esta reorientación empresarial cuando, al poco de la muerte de su padre y de heredar todos sus negocios por ser el hijo mayor, abrió el Banco de Arena, un pequeño banco cuyos principales clientes eran comerciantes y mercaderes.

Contando ya con cuarenta años y habiendo enviudado dos veces sin conseguir tener descendencia, a Rupert le fue ofrecida la mano de Frida von Stotvach, que por aquel entonces tenía solo diecisiete años, y era la última heredera de una casa noble venida a menos. El casamiento estaba condicionado a que Rupert y sus hijos con Frida adoptaran el apellido Stotvach, para evitar que la casa desapareciera. De esta manera, los Stotvach conseguían asegurarse la continuidad del apellido, a la par que garantizar una importante inyección económica a la familia. Sobra decir que Rupert aceptó sin dudarlo, y menos de un año después de la boda Frida dio a luz a Salindra, una niña pelirroja y de ojos color almendra. Por desgracia, la madre sufrió una severa hemorragia durante el parto y acabó muriendo desangrada. Después de eso Rupert no volvió a casarse y crió a su hija en el pequeño palacete en que vivía (si tal categoría podía darse a alguna clase de edificio en la ciudad de Salzenmund), con la única compañía del servicio doméstico.

La infancia de Salindra fue bastante inusual, o al menos inusual respecto a las infancias de otras hijas de familias adineradas. En primer lugar porque su padre la crió como un hijo más que como una hija, contratando para ella un instructor que la inculcara nociones básicas de esgrima y de equitación. Pero sin duda fue en el ámbito intelectual donde Salindra destacó notablemente. Comenzó a hablar mucho antes que la mayoría de los niños, y a los pocos años podía leer con gran soltura. Rupert mostró mucho esmero, enseñándola personalmente y haciendo ir a Salzenmund a varios tutores de renombre. Pero nada de esto parecía justificar la velocidad con que la niña aprendía sobre materias a las que los eruditos dedicaban largos años de estudio. Algunos miembros del servicio, bastante supersticiosos en lo que a los libros se refiere, hablaron incluso de brujería. En realidad, sus prejuicios no distaban mucho de la realidad: desde muy pequeña Salindra tuvo un “amigo invisible”. Normalmente se manifestaba en sueños aunque ocasionalmente también lo hacía como una voz en su cabeza que hablaba a la chica cuando ésta se encontraba leyendo alguno de los libros que le facilitaba su padre. El ser se refería a sí mismo como su “daimón protector”, y le dijo que podía llamarle así, ya que no podía revelarle su verdadero nombre. Daimón la ayudó a entender mejor el contenido de los libros que leía e incluso le enseñó lenguas extrañas cuando dormía. Por su parte, Salindra aprendió pronto que podía dirigirse a Daimón solamente con el pensamiento, sin necesidad de hablar en voz alta, evitando así las miradas sospechosas y llenas de recelo de los sirvientes.

Con los años, Rupert von Stotvach había ido adquiriendo una extensa biblioteca, algo muy inusual en el Imperio y más todavía en el condado de Nordland, y Salindra no tardó en leer casi todos sus ejemplares. Sin embargo, en alguna ocasión había podido observar a su padre acceder a una pequeña biblioteca secreta que se encontraba en su despacho, detrás de lo que aparentaba ser una pared vacía. Cuando le pidió permiso para acceder a ella, él se sorprendió de que conociera el secreto, pero aceptó mostrársela. La colección apenas contaba con nueve ejemplares, y uno de ellos destacaba por encima de todos: un libro grande y grueso, forrado en piel teñida de rojo oscuro. Pero cuando su padre lo abrió ante ella para que lo pudiera ver se llevó una gran decepción, ya que estaba completamente en blanco. Mostrado el libro, Rupert la acompañó fuera de la biblioteca, asegurándole que con los años podría comprender los tomos que allí se encontraban, pero que por el momento debía guardar el secreto de su existencia.

Este episodio, lógicamente, no hizo sino avivar el interés de Salindra por la biblioteca secreta. Afortunadamente para ella, su padre debía ausentarse con cierta periodicidad por las noches para asistir a reuniones con sus socios, momentos que ella aprovechaba para intentar descifrar los secretos del libro en blanco. Sin embargo todas las horas que dedicó al libro resultaron completamente infructuosas. Para mayor misterio, Daimón permanecía en silencio cuando cruzaba la puerta de la biblioteca, como si hubiera decidido no intervenir en lo que allí dentro sucediera. La chica tuvo más éxito con los otros libros que guardaba su padre, y cuyos contenidos abarcaban desde astronomía hasta manuales de demonología. Pero pese a haberlos leído por encima, no les había prestado demasiada atención ni le habían resultado tan llamativos como el misterioso libro en blanco.

A pesar de su edad, Salindra sabía de sobra que su padre estaba cometiendo algún tipo de ilegalidad al almacenar todos esos libros, y posiblemente ella también por leerlos. Pero por otra parte ese tipo de crimen le parecía el más ridículo de todos. Para ella, que desde que aprendió a leer se había empapado de autores clásicos y formado leyendo a varios sabios antiguos, el hecho de que adquirir conocimientos fuera delito le parecía algo contrario a toda lógica. No había duda de que cuanto más supiera una persona, con mayor libertad y acierto tomaría sus decisiones. El miedo a aprender era una superstición propia de gente inculta que no sabía valorar el conocimiento.

Una noche, cuando Salindra tenía dieciséis años, aprovechó una de las habituales reuniones nocturnas de su padre para acceder una vez más a la biblioteca secreta. Seguía obstinada en descifrar el misterio del libro en blanco, pero esa noche en particular había algo en su interior que le urgía a hacerlo, como si fuera la última oportunidad. La niña tomó el libro, dejó en el suelo la vela que llevaba y se sentó a su lado, con el tomo entre sus piernas.

Nada cambió respecto a otras ocasiones. El libro seguía tan mudo como las veces anteriores. Lo cogió con una mano y lo dejó colgando, intentando ver las páginas al trasluz por si acaso estuvieran escritas con algún tipo de tinta invisible. Con su otra mano acercó la vela al libro para poder percibir algún detalle que se le estuviera escapando, cuando de repente la llama creció descontroladamente, envolviendo las hojas con avidez. El susto ante el inesperado suceso hizo que dejara caer el tomo, que quedó abierto frente a ella, envuelto en llamas pero sin sufrir aparentemente daño alguno. Lentamente, varios símbolos, runas y diagramas comenzaron a marcarse en las páginas que hasta entonces estaban en blanco. Parecían escritas en un color negro como de papel quemado, muy tenue al principio, pero que pronto se tornó rojo y brillante, como el de las llamas que lamían las hojas. Salindra nunca antes había contemplado un grimorio pero supo al instante que eso era lo que tenía delante. Pese a que no estaba escrito en reikspiel, las runas le resultaron familiares, y por múltiples referencias al viento Aqshy aventuró que trataba sobre la piromancia.

Todavía estaba contemplando el misterio cuando notó que Daimón pedía permiso para entrar en su cabeza. Siempre era algo que hacía cuando quería hablarla, y nunca se había introducido sin su autorización. Durante los sueños en cambio, Daimón aparecía directamente lo quisiera la chica o no, aunque ésta siempre podía expulsarlo si era su voluntad. Adivinando que querría hablarle del libro en llamas, Salindra lo dejó entrar.

“Veo que por fin has descubierto el misterio y has podido leer el Libro Ilegible. Te felicito, porque eso indica que ya estás lista para comenzar tu adiestramiento. Además lo has conseguido justo a tiempo. Mañana ya habría sido demasiado tarde, y tu historia no habría pasado de ser la de una de tantas jóvenes promesas que finalmente se quedan en nada.”

“¿Qué quieres decir? ¿Por qué habría sido demasiado tarde?”

“Porque esta noche van a venir a por ti. Ahora mismo están deteniendo a tu padre y a varios miembros más de la Mano Púrpura en casa de Honorio Valkel, donde estaban celebrando una reunión clandestina. Dentro de poco vendrán aquí a buscar pruebas e interrogaros a ti y a todo el servicio. Si eres muy afortunada acabarás como novicia de Sigmar en algún convento, pero es bastante probable que acabes igual que tu padre. Debes coger lo básico y marcharte ahora mismo de la casa.”

“¿Ahora? ¿E ir a dónde?”

“A la casa de tu bisabuelo en Fores Daesmark. Allí estará esperándote Armavir el Iridiscente, que te llevará al Norte para que puedas encontrarte con Tv'aarn Hil. Él será tu maestro de ahora en adelante. Tienes el tiempo justo para ensillar un caballo y cargarlo con las cosas básicas que necesites hasta llegar a la costa sin que se despierten los sirvientes. Debes llevarte también este libro, pues te será muy útil para tu formación. Todos los demás los puedes dejar, porque aunque son valiosos, no dejan de ser superficiales en cuanto a contenido. Y te recomiendo que cojas también la espada de la familia de tu madre. Esa espada y yo nos conocimos hace muchos años y aunque tiene un temperamento un tanto fogoso e irascible sé que te ayudará.”

“¿Cómo que la espada y tú os conocéis y que tiene temperamento? ¿Y quién es Tv’aarn Hil?”

“Todo a su tiempo, pequeña. Entiendo que ahora tengas multitud de preguntas, pero las respuestas deberás encontrarlas en el Norte, no en esta tierra de gente temerosa a la que la ignorancia les supone una tranquilidad en lugar de un estímulo para aprender. Ve a Fores Daesmark, reúnete con el Iridiscente y habrás empezado el camino a tu nuevo destino. Pero ese destino, como todos, no es un destino escrito, sino que necesita que lo escojas frente a otros alternativos. La decisión de cumplirlo es toda tuya.”



***

Un trueno retumbó en la lejanía, anunciando la tormenta que se avecinaba. Seguramente sería breve y no descargaría agua, como solía suceder con las tormentas de verano, pero era igualmente conveniente para los intereses de Armavir. El sonido de los truenos camuflaría el que hacían los hombres que dirigía mientras cruzaban el bosque, camino al poblado imperial. Aunque no todos estaban directamente bajo su mando; solo un núcleo de guerreros bendecidos como él por el Dios de la Hechicería le era absolutamente leal. El resto de la hueste la formaban miembros de una tribu de bárbaros pojhol, adoradores también de El que Cambia las Cosas y cuyo líder, un caudillo tosco y fanfarrón que respondía al nombre de Arnein Solveigson, no había tenido problemas en tomar por buenas las palabras de Armavir cuando le dijo que hablaba en nombre del dios y que éste quería que le transportara en barco hasta la costa norte del Imperio. Se veía de lejos que el bárbaro rendía culto al Gran Conspirador para intentar suplir carencias intelectuales, con la esperanza de ser recompensado con conocimiento y sabiduría que le permitieran manipular a sus rivales. No dejaba de resultar cómico que fueran precisamente adoradores como él los que más fácil resultaban de controlar.

Los incursores habían fondeado en una cala pequeña cercana poco antes de la puesta de sol y tras dejar un pequeño grupo que vigilara los barcos habían iniciado la marcha hacia el pueblo de Fores Daesmark, a cuyos habitantes pensaban sorprender aprovechando la oscuridad de la noche. Sin embargo, el auténtico objetivo de Armavir, conocido por todos como “el Iridiscente” no era saquear el poblado y llevarse sus escasas riquezas, sino aguardar la llegada de la que sería la nueva discípula de su señor. La decisión de Tv’aarn Hil no dejaba de sorprenderle, pues no hacía mucho había cogido como aprendiz a un guerrero de la tribu de los tahmaks, y tener simultáneamente más de un alumno era algo bastante inusual. Quizás Tv’aarn Hil esperaba que fuera el propio Armavir quien la instruyera. Hacía ya varios años que había terminado su adiestramiento y aún no había cogido ningún discípulo.

Nuevos truenos retumbaron en la lejanía, pero aun así el hechicero consiguió oír el sonido de cascos de caballo acercándose. Uno de los exploradores que había pedido a Arnein que enviara al poblado había vuelto para comunicar que Fores Daesmark se había acostado, con todos sus habitantes desconocedores de la amenaza que se cernía sobre ellos. Armavir ya lo sabía gracias a Färnet, el familiar alado vinculado a él, pero quería que el caudillo pojhol tuviera la ocasión de decírselo y sentirse así importante en los planes del hechicero. Siempre le había resultado curioso que una de las mejores formas de manipular la predisposición de los demás fuera pedir favores. Era una maniobra psicológica opuesta a toda intuición.

Tal y como había previsto, al poco rato Arnein se acercó hacia él y sus guerreros. Se le notaba deseoso por ganarse su aprobación. Debía pensar, muy inocentemente, que si le causaba buena impresión el hechicero intercedería por él ante Tzeentch.

“Mis exploradores confirman que el poblado duerme. Cuando lleguemos y comencemos a prender fuego a las casas será el último despertar de sus habitantes.”

“No, nada de fuegos hoy. Podéis pasar a cuchillo a toda la población pero nada de quemar edificios. No podemos arriesgarnos a que otros poblados vean las llamas esta noche o el humo mañana por la mañana y den la alarma. Espero a alguien que deberá llegar mañana y hasta entonces no quiero complicaciones innecesarias. Una vez que esté con nosotros, podéis arrasar el poblado.”

“De acuerdo. Mi mayor deseo es seguir la voluntad del Dios del Cambio y de los que hablan por Él, pero mis hombres también quieren hacerse con botines si estos están a la mano. Cuando hayamos cumplido nuestra misión divina podrán divertirse. Y yo con ellos, qué demonios.”

En ese momento Armavir supo que el caudillo no viviría mucho más. No porque hubiera estudiado las hebras de su destino, sino por pura experiencia. Arnein Solveigson había servido a un fin dentro de un plan más elaborado: aportar barcos para poder llevar a la chica imperial al otro lado del Mar del Caos. Dese el momento en que esos barcos habían llegado a manos de Armavir, su función había terminado, y el Arquitecto del Destino no necesitaba protegerle más. Y pese a que sabía de sobra que el Maestro Manipulador nunca desechaba una pieza que pudiera volver a serle útil en un plan futuro, en ese momento Armavir consideró que si alguien le preguntara, no apostaría mucho por el caudillo pojhol.


***

Diario de Morvan. Día 18 de la sexta luna oscura del año.

Siguiendo las tradiciones, escribo estos pergaminos hechos con la piel de mis enemigos derrotados y escritos con su sangre. Ayer tuvimos un enfrentamiento con una tribu de goblins de las cuevas. Aparecieron frente a nosotros cuando intentábamos atravesar un valle rumbo al norte. Ahora sus verdosas pieles y su oscura sangre dejan constancia escrita de lo que pasó.

No hay día en que no deje de lamentar la decisión del  inepto de Arnein de ignorar la tormenta que se nos venía encima. Por mucho que su tribu esté llena de buenos marineros, una tormenta sigue siendo una tormenta. Bastante suerte tuvimos de poder tomar tierra sin sufrir daños, con la excepción, claro está, de los barcos. Llevamos ya dos semanas haciendo a pie el  viaje a casa, y aún nos queda mucho más. Afortunadamente, volvemos sin el idiota de Arnein Solveigson. Una máquina de guerra pielverde lo empaló limpiamente, sin darle oportunidad de lucir ese sexto sentido que siempre proclamaba orgulloso que Tchar le había concedido. Aunque también hay que reconocer que tuvo su momento de gloria. Irrumpió con su carro entre las filas enemigas y muchos de sus enemigos huyeron de terror, entre ellos el general enemigo. Pero le duró poco la euforia, solamente el tiempo que tardó un lanzavirotes en atravesarle la caja torácica.

Desde ese momento, el hechicero llamado Armavir y al que Arnein seguía como un perrito faldero tomó el mando de toda la hueste pojhol. No diré que me desagrade, pues desde luego es un mejor comandante y con mucha mayor amplitud de miras. Bajo su liderazgo hicimos huir a los goblins. Yo incluso tuve la oportunidad de drenar la energía vital del que llevaba el estandarte del clan y de nutrirme con la esencia de una araña gigantesca que los acompañaba en batalla. No puedo decir que fuera una experiencia igual a la de alimentarse del alma de un grifo o una mantícora, bestias que también he probado, pero no dejaba de ser energía bruta con que revigorizarme.

Los guerreros que seguían a Armavir, auténticos guerreros del Caos bendecidos a simple vista por El que Cambia las Cosas, hicieron huir a un nutrido grupo de trolls de piedra que combatían junto a los pielesverdes. Les acompañaba una chica joven, protegida con una armadura imperial y armada con una poderosa espada de fuego. Daba la impresión de que la función de los guerreros era protegerla y evitar que sufriera ningún daño, pero no parecieron ser necesarios. La chica carbonizó a varios goblins con una bola de fuego que surgió de su mano a una orden suya, y después acabó en cuerpo a cuerpo con un sorprendido chamán que se cruzó en su camino mientras perseguían a los trolls derrotados. Y hablando de trolls, la banda errante que encontramos poco antes de la batalla y que nos apoyó ha accedido a unirse a nosotros gracias a las habilidades diplomáticas de Armavir. Como digo, va a ser un líder mucho mejor que el imbécil de Arnein.

Hoy hemos continuado la marcha hacia el norte, pero vigilantes y a la espera de cualquier emboscada. El líder goblin escapó con vida, así como muchos de sus consejeros y chamanes. Dada su naturaleza vengativa es esperable que pretendan atacarnos a traición en cualquier momento, aunque debido también a su carácter anárquico y desorganizado tampoco me sorprendería que sus disputas internas y su incapacidad de movilización les impidan ponerse de acuerdo para lanzar un nuevo ataque. Solo Tchar sabe si volveremos a verlos o no…



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