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miércoles, 5 de agosto de 2020

El Rey y la Sombra


Saludos a todos, damas y caballeros.

Os traigo un nuevo relato de la Segunda Era de Mordheim, en este caso escrito tras jugar el escenario de La Cosa. Al margen de lo purista que pueda ser hacer un crossover entre esta película de Carpenter y Mordheim (no en vano Mordheim también es devastado por algo venido de más allá del espacio). Fue un escenario muy divertido por la regla de paranoia que incluimos, y que hizo que algunos de nuestras bandas se mataran entre sí. De hecho, como la jugamos muy avanzada la campaña y los ingenieros ya estaban en ventaja su victoria final en la campaña no se vio amenazada, pero uno de sus héroes se volvió completamente majara y se pasó casi toda la partida disparando contra sus hombres. Y no era uno cualquiera... era el que tenía el arcabuz de repetición.

El arte de Mordheim tiene inspiración medieval, fijo

En mi banda también pasó algo similar, pues Vespasian, el despojo que hacía de escudero de mi vampiro, atacó nada menos que al Rey. Esto me dio una idea para dar un giro trasfóndico a todo el tema del Rey (o el Niño de la Luz), que fui preparando con este relato y que mostraré cuando publique el epílogo de la Segunda Era. De momento os dejo con esto. Espero que os guste.

Lo primero que sintió Vespasian al recuperar el conocimiento, tendido como estaba en medio de la penumbra, fue un dolor sordo, apagado aunque intenso, un dolor que se extendía por todos los huesos de su cuerpo y le impedía moverse. Por un segundo temió haberse quedado paralítico, aunque pronto pudo comprobar que no era así. No obstante, su heroico esfuerzo por moverse le provocó un estallido de insoportable dolor muscular, con lo que no lo intentó una segunda vez. Se limitó a intentar reconocer el lugar donde estaba, a enfocar la visión… y a ver el filo de la espada apuntando directamente a su garganta. 

El pánico le embargó. Incluso en su estado de debilidad e inconsciencia, había pulido demasiadas veces aquella espada como para no reconocerla. Entre las sombras, con gran dificultad primero, aunque con mayor claridad después, reconoció a Aurelian, su maestro, sosteniendo el arma. Vespasian había visto demasiadas veces a su señor en combate como para saber que nada que se encontrara frente a su espada podía vivir. La sangre se le heló en las venas, y quiso gritar, pero su garganta sólo emitió un aullido sordo y sofocado, como si se ahogara. ¿Por qué su señor amenazaba con matarle? 

"Atacaste al Rey" – dijo el vampiro -. "¿Por qué?"

La voz del Caballero Negro sonó más dura que nunca, más dura que un filo de obsidiana destruyendo huesos y tendones, y Vespasian supo que debía ser obedecida. Pero no podía. ¿Atacar al Rey? No era posible, él nunca haría algo así… intentó recordar, y su desazón se hizo aún mayor cuando comprobó que no era capaz de hacerlo. Toda su memoria estaba oscurecida como una noche sin luna, sin el más mínimo resplandor que mostrara el relieve o la forma de algo reconocible. Desesperado, se vio obligado a reconocer ante su señor lo infructuoso de su esfuerzo.

Al hacerlo, sintió cómo una fuerza irresistible tiraba de él, elevándolo y prácticamente arrancando la carne de los huesos, el alma del cuerpo. El frío tacto de una mano enfundada en un guantelete oprimió su cuello, y Vespasian, quien hasta entonces nunca había sentido la fuerza de su maestro tan de cerca, se vio obligado a reconocer con pavor que, en presencia de aquel ser, sus inmensas ganas de vivir y su fuerza de voluntad podían ser quebrantadas con tanta facilidad como la porcelana.

"Allá de donde vengo no se tolera la mentira, muchacho" – la voz del caballero, aunque modulada a bajo volumen, dejaba traslucir la misma explosión de ira que mostraría un volcán en erupción. Incluso su rostro se hallaba medio deformado por esa rabia incontenible, revelando unos rasgos más bestiales que humanos -. "Piensa bien qué dirás ahora"

Aurelian era un depredador, un vampiro, por mucho que él despreciara su naturaleza. Podía ver la cálida sangre de los mortales fluyendo deliciosamente en las venas y arterias, la representación de una tentación que sabía debía evitar. Podía ver el carácter mágico o mundano de sus adversarios, y ni siquiera sus sentimientos, su arrojo o su temor, quedaban ocultos ante su visión infernal. El Caballero Negro veía perfectamente el terror enroscado como una serpiente en torno al corazón de su escudero, pero ni siquiera él fue capaz de soportar el momento en que, al recuperar Vespasian la memoria, esa serpiente creció, se hinchó desproporcionadamente y explotó en lo que Aurelian percibió como un estallido de luz negra y Vespasian como el horror más sincero y profundo que hubiera experimentado jamás. El vampiro, aturdido, soltó al humano, y éste cayó al suelo sollozando de puro pavor, intentando infructuosamente huir de una tortura que nunca se alejaría de él, pues se había clavado en los recovecos más ocultos e íntimos de su mente. La ira de Aurelian desapareció ante la curiosidad de entender qué demonios podía haber provocado un terror tan inusitado y repentino en su escudero, y envainando la espada, gesto que apenas pudo ser percibido por la ruina plañidera que era Vespasian, preguntó: 

"¿Qué sucede, Mikael?"

El vampiro intentó darle a su voz el tono más tranquilizador que fue capaz de mostrar, pero incluso aunque hubiera sido capaz de hablar con la melodiosa voz de las sacerdotisas de Shallaya no habría tenido ningún efecto, pues su escudero, arrodillado sobre su vientre, no hacía más que sollozar y murmurar el nombre de cualquier dios que pudiera recordar. Aurelian volvió a nombrarle una segunda vez, pero no fue hasta la tercera cuando, levantando su desquiciada y llorosa mirada hacia el Caballero No Muerto, Vespasian fue capaz de decir: 

"Vi algo en él, Maestro… algo oscuro, algo horrible… que los dioses me perdonen… que los dioses me perdonen…"

"¿Qué fue lo que viste?" – respondió Aurelian, quien de ser capaz de tener emociones habría estado realmente inquieto. 

"Algo que no debería existir, Maestro… oh no, ni en este Mundo ni en ningún otro… no sé lo que es… no sé lo que es…" 

Aurelian tuvo que acercarse a su escudero para impedir que se arrancara los cabellos de pura desesperación. Como era improbable que lograra calmarlo, optó por la solución más sencilla: le golpeó en la sien, con escasa fuerza para la que podía llegar a emplear, pero suficiente como para que el joven escudero perdiera momentáneamente el sentido. El golpe no le tendría aturdido más de unos minutos, pero era el tiempo justo que necesitaba el vampiro para razonar. 

Aurelian tenía la sensación de que todo se había precipitado demasiado rápido en las últimas semanas. Apenas había pasado un mes desde que el Caballero de la Triste Figura le revelara la presencia del Rey, entre las ruinas de la iglesia de Myrmidia en Mordheim, y sin embargo el tiempo parecía una eternidad, una eternidad que hubiera dado tiempo a todos sus enemigos no sólo a descubrir la identidad de Arturo sino a prepararse en consecuencia. Resultaba cuanto menos extraño que, tras tanto tiempo oculto, la reaparición del Rey no hubiera podido mantenerse en secreto más de un par de semanas. Se había visto obligado a refugiarse en el Torreón del Dragón, a pedir ayuda a los Hospitalarios y al matrimonio que gobernaba Bad Kreuznach con puño de hierro, y aún así no podía sentirse seguro. Oscuras nubes se cernían en torno a la figura del Rey, amenazadoras y sombrías… demasiado pronto. Demasiado pronto. 

Porque lo que había sucedido con Vespasian estaba más allá de la locura vivida en la Mansión de Roltas Broltiheim. Eso era evidente para Aurelian. Desde luego, la situación allí había sido terrible, con ese ser alienígena instigando la paranoia, lo cual se sumaba a la propia locura que inoculaba Mordheim y a la tensión que soportaba Vespasian por su labor de escudero y, quizá, por haberse alejado de Sveta. Pero ninguno de esos factores podría haber llevado a la mente del escudero a quebrarse de esa forma. Había necesariamente algo más, una presencia maligna que extendía sus tentáculos de magia infernal en torno a los seguidores del Rey. La reacción de Vespasian no podía entenderse de otra forma. Lo acuciante entonces era encontrar a quien estuviera acercándose de forma tan peligrosa a sus intereses… aunque la lista era muy extensa, y no necesariamente excluyente. El Brujo era el principal sospechoso, tanto por su odio inconcebible al Rey y en general a cualquier forma de orden como por su “modus operandi”, su predilección por extender el terror haciendo uso de la magia. Pero limitarse a él sería simplista. Las Lahmia, el ancestral enemigo odiado por Aurelian, podían estar detrás de todo. Al fin y al cabo, la Dama Azabache era indudablemente una infiltrada del Pináculo de Plata, y el hecho de que decidieran llevar a cabo una maniobra tan desesperada y poco preparada revelaba que, sin duda, tenían sus ojos puestos sobre Mordheim y sobre Arturo. Ni siquiera podía descartar que Morgana, cuya lealtad siempre estaría bajo sospecha, pudiera estar conspirando con otros poderes o por su cuenta para evitar el ascenso al Trono del Rey legítimo. 

Aurelian acarició su espada, el único consuelo que había encontrado desde que se convirtiera en vampiro, la única verdad que había guiado su vida hasta que encontrara al Rey. Fuera lo que fuera lo que estuviera acechando a Arturo, tendría que enfrentarse con él. 

Vespasian recuperó lentamente el conocimiento, confuso al principio y aterrado de nuevo al ver a Aurelian ante él. Éste, por su parte, alejó su mano de la empuñadura de la espada y trató de tranquilizar a su escudero: 

"Tranquilo, muchacho, tranquilo… está claro que hay algo extraño en todo esto, y no tienes la culpa. Te creo, y creo que, o estás chiflado, o alguien está embrujando al Grillo."

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