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lunes, 7 de febrero de 2022

La suerte del corsario

Saludos a todos, damas y caballeros.

Como os comenté en la escalada, hace unos días jugué una partida de Warhammer Reforged con Fornidson y con otro colega cuya incorporación fue muy especial, pues era la primera vez que echaba una partida de Fantasy (en cualquier versión) desde hacía fácilmente seis años, y puede que más. Lo que le ha hecho volver ha sido la magnífica labor de la Posada del Martillo, a quien agradezco no solo que haya recuperado a mi amigo para la causa sino también los buenos ratos que nos da hablando del Viejo y Buen Mundo de antaño de siempre.

Para la ocasión, jugamos una batalla de tres jugadores, cosa siempre difícil de plantear. Tras idear varias posibilidades y tras darnos cuenta de que nuestro colega no venía con skaven sino con enanos, replanteamos la idea y decidimos jugar una adaptación de La Maisontaal, en la que mis elfos oscuros serían los defensores (al ser el ejército más rápido) frente a los hombres bestia de Fornidson y los enanos de nuestro colega.

No hice informe de batalla de aquella partida porque no quería estar entreteniéndome con eso, una batalla de tres jugadores con 2000 puntos cada uno, siendo uno de los jugadores casi un novel por llevar varios años sin acercarse al juego y tiene bastante lío por sí solo. Pero me lo pasé muy bien por varios factores: en primer lugar, indiscutiblemente, por la vuelta de mi colega al Fantasy; esperemos que le dure. En segundo lugar, porque por primera vez pude hacer una mesa con escenografía únicamente mía (salvo el tapete, de Fornidson) y usando de forma prominente el fuerte en ruinas de Scotia Grendel que me parece un auténtico pepino; y, en tercer lugar, porque Seadrake hizo de Seadrake.

En La Maisontaal, el ejército bretoniano no despliega al principio, sino que entra por un borde de la mesa en el primer turno. Los otros ejércitos son skaven y no muertos, los cuales son más lentos, y en este caso el ejército más rápido de los tres eran mis elfos oscuros, por lo que yo asumí el papel de Bretonia y, consecuentemente, tuve también que dejar unos defensores en el centro. En este caso, el papel de Bagrian lo asumió mi príncipe corsario Anleith Seadrake, y la guarnición de La Maisontaal estuvo compuesta por la unidad de corsarios que le acompaña tradicionalmente en las batallas.

Panorámica de la mesa y, de paso, del lugar destartalado aunque espacioso en que solemos jugar

Tengo comprobado que jugar narrativamente hace que incluso los dados acaben sacando resultados que favorecen la narrativa. Seadrake es un personaje auténticamente druchii y piratesco, un hijoputa oportunista que, encima, tiene un toque de suerte, como si estuviera protegido por alguna oscura deidad del inframundo élfico. Esto es algo que se ha ido reforzando narrativamente con lo que ha ido pasando en las partidas en realidad, y me encanta cuando eso sucede, por lo que he escrito una historia al respecto. Espero que os guste.

“Los enanos se aproximan por el sur, señor”

“Ya los veo”, gruñó Seadrake con fastidio. Odiaba a los enanos.

Se encontraba junto con su tripulación en las ruinas de una antigua fortaleza que vigilaba la costa de las Tierras Yermas. Como todas las construcciones de la zona, el lugar parecía haber sido muy poco imponente, apenas un puesto de vigilancia destinado a observar los movimientos de naves desde y hacia la no muy lejana Nehekhara, más que un lugar que hubiera podido repeler un asedio. Y sin embargo, si Seadrake estaba allí era porque había un gran botín en juego.

Se suponía que el fuerte había sido, entre otras cosas, el último lugar de reposo de Karaj el Taciturno. El nombre le resultaba intrascendente a Seadrake, pero al parecer se trataba de un alto funcionario del perdido Reino de Mourkain, quien tras la caída de Kadon había sido enviado a ese fuerte perdido en calidad de desterrado y medio prisionero. Algún nigromante había contratado a Seadrake para encontrar su diario, el cual debía seguir escondido entre los derruidos muros de la fortaleza, pero el Rey Brujo había ordenado al corsario que, cuando recuperara el diario, lo llevara directamente a Naggaroth. Seadrake pensaba cumplir esa orden costara lo que costara, pues sabía el coste de no hacerlo. Lo que no pensaba hacer era devolverle al nigromante el anticipo que había cobrado por llevarle un diario que jamás podría ver.

Perdonaremos las muchas tropas sin pintar por ser la primera partida de estos enanos en años

Tras llegar a las Tierras Yermas, su navío, el Dragón de Ébano, había fondeado en una cala protegida, y él se había dirigido con una pequeña tripulación y unos cuantos jinetes a la colina donde se encontraban las ruinas del fuerte. Sabía que aquellas tierras estaban infestadas de pielesverdes y hombres bestia, y marchar con pocas tropas sería mejor para no llamar la atención. Además, prefería dejar más tropas en el navío, pues esas aguas eran frecuentemente recorridas por los acorazados de Barak Varr y, aunque estuviera bien escondido cabía la posibilidad de que encontraran la nave y la asaltaran.

Pero los jinetes habían descubierto un ejército enano que se aproximaba desde el sur, precisamente hacia las ruinas del fuerte. Seadrake contaba con llegar antes que los enanos, pero no estaba seguro de haber encontrado el diario antes de que los tapones barbudos llegaran a su posición, por lo que envió a sus jinetes a que avisaran al resto de las tropas. Varias horas más tarde, los enanos se acercaban, y él no había conseguido encontrar el maldito diario, cuando se escuchó el sonido de un cuerno en la distancia.

“Eso no es un cuerno enano”, dijo uno de los corsarios.

Seadrake se alzó con cuidado sobre uno de los semiderruidos torreones del fuerte, y pudo ver un ejército de hombres bestia acercándose por el noreste. Maldijo en silencio: odiaba a los hombres bestia. Sospechó que esa era la razón por la que los enanos andaban por la zona: los astados debían estar causando destrucción, y los enanos debían estar defendiendo los intereses que fuera que tuvieran en un lugar tan desolado como las Tierras Yermas. Y, entre medias, estaba él con su tripulación.



Iba a ser un día entretenido.

***

La poción que acababa de tomar confería a Seadrake una fuerza sobrehumana, pese a lo cual era prácticamente imposible penetrar las defensas de los rompehierros que se habían lanzado sobre su posición. El elfo al menos contaba con la ventaja de una mayor agilidad, y los enanos no representaban una gran amenaza mientras tuvieran que concentrarse en superar los muros del fuerte más que en combatir. El corsario gritó de satisfacción cuando vio surgir un chorro de sangre de la gorguera de una de las armaduras, señal de que había conseguido penetrarla y rajar el cuello de un maldito enano. Éstos, ante el temor de verse atrapados entre los druchii y los astados, comenzaron la retirada, cosa que Seadrake agradeció, pues el efecto de la poción comenzaba a remitir.

Observó el campo de batalla, y vio que los astados lideraban un brutal ataque sobre los enanos, los cuales a duras penas conseguían mantener la posición. Una unidad de martilladores, liderados por quien debía ser el noble al mando del ejército, resistía masacrando todo lo que se le acercaba, pero el resto de barbudos estaba siendo claramente sobrepasado por la intensidad del ataque enemigo.

Y Seadrake pensó que, si no se daban prisa, pronto serían arrasados ellos también…

Unos zarcillos de pura magia negra comenzaron a danzar entre varios hombres bestia cercanos a la posición de Seadrake. Allí donde tocaban la carne de los astados, ésta hervía y se desprendía del esqueleto, matándolos de forma insoportablemente dolorosa. Seadrake torció el gesto una vez más. Sabía de sobra quién hacía esos hechizos, y aunque se alegraba de que sus tropas hubieran llegado al campo de batalla, si había algo que odiara más que a los astados y a los enanos, era a su hermana.

“¡Lo tengo!” gritó uno de sus corsarios, sosteniendo en las manos lo que parecía ser un grimorio.

Qué oportuno, pensó Seadrake mientras la sombra de un monstruoso gigante se proyectaba sobre el fuerte en ruinas.

“Salgamos cagando leches de aquí” ordenó.

***

Seadrake tuvo que refrenarse para no salir en persecución de aquellas malditas bestias malolientes. La guardia negra había llegado también en su ayuda, aquellos “escoltas” que el Rey Brujo graciosamente le había proporcionado para protegerle y, sobre todo, para asegurarse de que ningún botín reclamado por Naggaroth fuera perdido. Entre ellos y sus corsarios habían conseguido finalmente doblegar al monstruoso caudillo que dirigía a los astados y a su grupo de élite de bestigors, quienes huían acobardados ante el poderío de los elfos.

“¡Dejadlos! ¡No los persigáis!”

Al corsario le costó pronunciar aquella orden, pero era lo mejor. No tenía ganas de hacer una larga travesía de vuelta a Karond Kar con aquellas bestias en la bodega, por muy bien que pudieran pagarle por ellas. Además, un caudillo derrotado en batalla era un caudillo débil, que aseguraría la desintegración de su manada en muchas pequeñas facciones, ninguna de ellas suficientemente relevantes. Quizá lo que pasara en las Tierras Yermas no importara a Seadrake, pero nunca sabía si tendría que volver en algún momento, y en caso de que fuera así, era mejor asegurarse un retorno tranquilo…

Uno de sus corsarios le tendió el grimorio que estaba buscando. No pesaba mucho, y no tenía intención alguna de leerlo para saber cuán importante era la información que contenía. Eso era problema del Rey Brujo, el cual le pagaría adecuadamente por sus servicios.

Anleith Seadrake sonrió mientras avanzaba hacia su barco, entrecerrando los ojos por el brillo del sol poniente y su reflejo sobre el mar. Un ejército enano había sido masacrado, los hombres bestia del lugar pasarían una buena temporada matándose entre ellos por ver quién debía ser el nuevo caudillo, y él había obtenido un objeto que le reportaría una pequeña fortuna y el agradecimiento del Rey Brujo…

Sin duda, era un corsario afortunado.

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