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viernes, 11 de marzo de 2022

La Ciudad de las Puertas de Plata

Saludos a todo el mundo.

Hace aproximadamente un mes Soter publicó una entrada en la que reflejaba nuestra intención de ambientar varias de nuestras batallas en las Tierras del Sur. Lo bueno de esa región es que no está narrativamente tan explorada como otras del mundo de Warhammer, principalmente el Viejo Mundo, de modo que nos ofrece bastante libertad creativa.

Si la imaginación de Soter le hizo divagar sobre ciudades árabes y la de Malvador sobre eslizones de cresta roja, la mía se ha dirigido hacia una temática muy ochentera: una ambientación más propia del universo de Conan el Bárbaro (sí, sé que los libros son anteriores, pero la película de Schwarzenegger es del 82, y ése es mi referente).

La idea realmente me vino gracias a un comentario de Malvador, que sugirió que podríamos usar en varias partidas una cobra gigante que pillé en el kickstarter de Bones IV y que pinté como si se tratara de una estatua. Y de ahí a pensar en una ciudad oscura que adorara a un dios serpiente fue un paso muy sencillo, ya que me permitía también entroncar con mi ejército caótico de Warhammer.

Así, tuve claro que querría que mis ejércitos en la campaña provinieran de esa ciudad maldita, y que para darle todavía un toque más siniestro combinarían tropas humanas con demonios y hombres bestia. Todos adoradores de Slaanesh, claramente por hacer honor a la estatua serpentina, aunque no necesariamente le dieran el mismo nombre que recibe en el norte.

Tengo todavía que pulir más cosas de ese trasfondo, pero las líneas generales ya las tengo definidas. Lo que hoy os traigo es un relato introductorio a esa ciudad, contado desde la perspectiva de alguien que vislumbró parte de lo que allí ocurría y que vivió para contarlo. 

Espero que os guste.


La Ciudad de las Puertas de Plata

El viejo estaba exactamente donde me indicaron que lo encontraría: en un rincón más o menos tranquilo del funduq de Ka-Sabar, junto a una fuente cuyo sonido monótono invitaba al sueño. El sol se estaba poniendo, y su luz dotaba tanto al cielo como a la ciudad de una paleta de colores anaranjados, rosados e incluso morados, generando un ambiente hipnótico que se veía reforzado por la temperatura todavía agradable.

Pierre el Tullido, como lo conocía la gente, había sido un modesto comerciante que en su momento llegó a ser dueño de una caravana, pero que perdió todo cuando en una de sus expediciones tuvo la desgracia de cruzarse con grupo de bandidos nómadas. De los cuarenta integrantes que formaban la comitiva, solamente él consiguió volver, y lo hizo tras sufrir la pérdida de uno de sus pies. Algunos decían que él mismo se lo había amputado, a fin de lograr escapar de las cadenas que lo aprisionaban.

Desde entonces, Pierre vivía en Ka-Sabar, y aunque nunca había sido un comerciante rico, sus condiciones actuales eran mucho más humildes que las del pasado. Se había visto obligado a vender su vivienda y ahora residía en una modesta choza en la calle de los alfareros, donde había montado un pequeño negocio que apenas le daba para subsistir. Para colmo de mala suerte, durante los últimos años había ido perdiendo la vista a causa de cataratas en ambos ojos.

En cuanto me acerqué y oyó mis pasos, el viejo alzó la cabeza. Pude ver sus ojos blanquecinos mirar en mi dirección, intentando averiguar quién se dirigía hacia él. Alguien debía haberle hablado de mi interés en encontrarlo, ya que parecía estar esperándome.

“Tú debes ser ese bretoniano recién llegado que anda preguntando por mí, ¿me equivoco, muchacho?”

“Sí señor” respondí. “Querría haceros algunas preguntas si no os incomoda demasiado”.

“Todo dependerá de las preguntas. Aunque intuyo en qué dirección van. Quieres que te hable de Áncrama, ¿verdad?”

Aunque yo no había comunicado a nadie el motivo de mi interés por el viejo, era algo que resultaba evidente. Era conocido por todos en Ka-Sabar que Pierre el Tullido había viajado más de una vez a Áncrama, la misteriosa ciudad ubicada junto a las Grandes Montañas, al borde de la Llanura de los Colmillos.

”De qué zona de Bretonia eres, chico?” comenzó el viejo.

“De Brionne, señor.” El hecho de que ambos compartiéramos orígenes bretonianos avivaba mi esperanza de que se mostrara dispuesto a hablar conmigo.

“Ah, el ducado de los idiotas, según decía mi abuelo. Él era de Bordeleaux, pero emigró a Antoch hace muchos años. Allí conoció a mi abuela, hija de un comerciante imperial de Sudenburg, y tuvieron a mi padre, quien después se acabó casando con mi madre, cuya familia era de Bhagar, aunque de orígenes estalianos…”

El anciano estuvo un largo rato contándome los orígenes de su familia mientras que yo fingía interés por su historia. Pero yo no lo había estado buscando para eso, sino para preguntarle sobre otras cosas.

“Es una vida muy interesante la vuestra“, interrumpí cuando tuve ocasión, “comerciando entre las distintas ciudades de esta región tan desconocida para el resto del mundo. ¿Pero qué me decís de Áncrama? He oído contar que la habéis llegado a visitar en alguna de vuestras caravanas.”

“Sí, yo he estado en Áncrama” dijo el viejo cambiando de repente el tono de su voz, que pasó a sonar más lúgubre. “Tres veces en toda mi vida, y a punto estuve de estar una cuarta. Gracias a la Dama, o a Sigmar, o al dios que interviniera por mí, eso es algo que nunca llegó a suceder.”

“¿Por qué decís eso? ¿Acaso no es tan bella y opulenta como se oye contar?”

“Sí, sí lo es, o al menos de día. Pero esa belleza es pura fachada y sólo tiene como función ocultar la corrupción que allí mora. Y no soy yo el único que lo dice. Áncrama, la de las Puertas de Plata, la llaman. Pero también Áncrama la Funesta. O Áncrama la Endemoniada.”

El anciano debió notar mi reacción pese a que sus ojos ciegos se lo dificultaban.

“Sí, una ciudad de demonios, es verdad lo que dicen los rumores. No todos los que puedas oír son ciertos, lógicamente, pero gran parte de ellos se asientan sobre un poso de verdad. Ignoro si es cierto que su rey haya cumplido ya varios siglos de vida, o si la suma sacerdotisa del culto a Sh’alaban es tan atractiva como afirman. Y no creo que sea verdad lo que dicen de que sus habitantes copulan con cabras y demás bestias, pero sí sé que gran parte de los rumores que hay sobre demonios que acechan en las sombras cuando el sol se pone son ciertos. Son ciertos porque yo los he visto.”

Volví a reaccionar ante una revelación así, ya que aunque dudara del juicio del anciano, éste la hizo con mucho convencimiento. El viejo me ignoró y prosiguió.

"Mi primera visita fue con apenas siete años. Acompañaba a mi padre en una de sus caravanas, y nuestro trayecto pasaba por Áncrama. Recuerdo que llegamos a media mañana, y quedé fascinado por la belleza de la ciudad, incluso cuando todavía se la veía solamente en el horizonte. El sol daba de lleno sobre ella, y sus tejados dorados y rosas contrastaban con el gris pálido de las Grandes Montañas que se encontraban justo detrás. Me impresionaron particularmente las famosas Puertas de Plata, construidas de plata maciza y no meramente recubiertas, y que servían como prueba de la legendaria riqueza de la urbe. Y dentro todo era un espectáculo para un chico joven. Era parecida a cualquier otra ciudad árabe pero sin serlo, tenía algo que la volvía más especial. Las bestias de las caravanas que allí llegaban eran extrañas y novedosas, en el bazar la mezcla de olores era embriagadora, los adivinos que te leían el porvenir junto a los pozos vestían extraños ropajes, los piromantes hacían sus trucos con fuegos de llamas azules o verdes… Yo estaba extasiado ante todo lo que veía. Pero recuerdo que cuando el sol comenzaba a ponerse, mi padre zanjó todos los negocios que tenía a medias y nos apremió a irnos rápido. Recuerdo que pese a mi edad supe claramente que él no quería que siguiéramos dentro de la ciudad cuando anocheciera. Nunca le llegué a preguntar el motivo, pero fui capaz de notar que tenía miedo.

Mi segunda visita a Áncrama no fue hasta diecisiete años después. Hacía sólo uno que mi padre había muerto, y yo había heredado el negocio familiar. Junto con un joven de aquí de Ka-Sabar, llamado Alí Ibn Yumn y de quien era muy amigo, me uní a una de las caravanas de su tío que recorría varias ciudades, entre ellas Áncrama. Por aquel entonces ya había oído más cosas sobre la ciudad, sobre el anciano rey que la gobernaba, Bahla Shul, y sobre los rumores que circulaban de él en los caravansares. Decían que llevaba vivo más de doscientos cincuenta años, y que su longevidad se debía a que era medio humano, medio demonio. También se decía que por las noches, el vicio y la lascivia cobraban forma física y salían del Templo de Sh’alaban, el dios serpiente, y paseaban por la ciudad. Obviamente traté todas esas afirmaciones como habladurías. No era ilógico que varios gobernantes recurrieran al nombre de algún predecesor legendario y respetado para transmitir una sensación de continuidad y estabilidad, y en cuanto a las noches en Áncrama, era conocida por todos la fama de sus locales de ocio, donde podías encontrar según se decía hombres y mujeres de fascinante belleza, así como gran variedad de drogas recreativas que estimulaban los sentidos. Las historias de demonios viciosos que recorrían las calles acechando a los incautos sonaban claramente a libelo moralista. Nada de eso me preocupaba cuando volví a cruzar sus murallas, y recuerdo que volví a experimentar la misma sensación de asombro que tantos años atrás. Sólo deseaba cerrar rápido mis negocios y esperar a que cayera la noche, cuando podría disfrutar de varios de los placeres que la ciudad prometía. Sin embargo, tuve la enorme suerte (o al menos ahora sé que fue tal, pese a que en el momento lo considerara una tragedia) de no poder hacer noche en Áncrama.

Decidido a aprovechar la tarde, había salido de la ciudad con el objetivo de visitar algunas de las cuevas que había en la montaña junto a la que se situaba la ciudad. Alí me acompañaba y en poco rato habíamos llegado a la entrada de una de las más grandes de la zona, la Boca Oscura. Queríamos adentrarnos en su interior y contemplar algunos de los relieves en la roca que representaban a dioses antiguos. Sin embargo, por imprudencia o mala suerte, nos acabamos perdiendo. Cuando por fin logramos encontrar el camino de vuelta el sol casi se había puesto. Pero la peor revelación fue descubrir que nuestros caballos, que habíamos dejado atados a la entrada de la cueva, no estaban. Había mucha sangre en el suelo y otros signos de lucha, pero jamás los encontramos, ni siquiera sus cadáveres. Supusimos que una jauría de chacales había bajado de la montaña y los había arrastrado hacia su cubil, aunque para ello decidiéramos ignorar el hecho de que no había ningún rastro de sangre que se alejara de la zona. Sea como fuere, tuvimos que encender una hoguera y hacer noche en la entrada de la cueva, y poco antes del alba iniciamos nuestro regreso a la ciudad, donde la caravana ya estaba preparándose para partir.

Esa oportunidad perdida me dolió bastante en su momento, y no hizo sino acrecentar en mí el deseo de regresar. Cuatro años después volví a tener la ocasión. En parte gracias a las ganancias de los negocios de nuestras familias, en parte gracias a préstamos de amigos y conocidos, Alí y yo conseguimos organizar nuestra propia caravana. Sobra decir que uno de los lugares por los que decidí que pasaríamos era Áncrama.

En esa ocasión, llegamos a las Puertas de Plata a media tarde, con tiempo de sobra para buscar una buena posada donde instalarnos. No podía contener mi impaciencia por descubrir los placeres ocultos que la ciudad podía brindarme, de modo que Alí y yo comenzamos pronto nuestro recorrido nocturno. Y lo que encontramos realmente estaba a la altura de las expectativas; los habitantes de Áncrama ciertamente han alcanzado la excelencia en cuanto a los placeres sensitivos se refiere. Sin embargo mi cuerpo se encontraba realmente agotado del viaje de ese día y consideré que lo más adecuado sería volver a la posada a descansar y tratar de dormir algo. Ya habría tiempo de repetir al día siguiente después de zanjar todos los negocios que nos habían llevado allí. Pero tratando de encontrar el camino de vuelta dimos con un local de aspecto discreto pero prometedor. Una luz cálida asomaba por las ventanas y un aroma embriagador impregnaba los alrededores. Una voz dulce y femenina cantaba dentro, atrayéndonos a Alí y a mí como el canto de una sirena. Cuando nos miramos no hicieron falta palabras, estábamos dispuestos a retrasar nuestro regreso a la posada con tal de disfrutar aunque fuera brevemente de las delicias que ese local parecía prometernos.

En cuanto cruzamos el umbral, una cálida y aromática atmósfera nos acogió. Me sorprendió encontrar el local vacío de clientes, pero dejé mis preocupaciones de lado cuando dos muchachas de extremada belleza y vestidas con trajes de seda púrpura semitransparente nos dieron la bienvenida. Nos acomodamos con ellas en un rincón del establecimiento, lleno de cojines mullidos y pipas de agua. Sin embargo, en un momento determinado me noté demasiado cargado, principalmente debido a la pesada atmósfera del lugar, así que decidí salir un momento al exterior para tomar el aire mientras dejaba a mi amigo con nuestras dos compañeras. El choque con el aire frío del exterior fue totalmente inesperado y refrescante, y fue ahí cuando me di cuenta de lo aturdidos que habían estado mis sentidos dentro del local. Cuando respiré un poco y volví a entrar, deseé no haberlo hecho. No me extenderé en los detalles de lo que vi porque es una imagen que he tratado de olvidar muchas veces, pero sí diré que gracias a haber salido a tomar el aire sigo con vida. Cuando volví al interior, Alí estaba muerto. O debería haberlo estado. Su cabeza se encontraba en el suelo, con los ojos abiertos en una mueca de horror, y su boca articulando unos gritos de agonía muda, ya que ningún sonido salía de su boca. Por algún misterio que no acabo de comprender seguía moviéndose pese a estar completamente separada del cuerpo, y cuando sus ojos se cruzaron con los míos fueron la expresión más clara de petición de auxilio que jamás he observado en una mirada. Las dos criaturas (pues mis sentidos ya desembotados me permitían ver que no eran humanas) se encontraban inclinadas sobre el resto de su cuerpo, y con cada uno de sus movimientos los tres (ellas y lo que quedaba de mi amigo) se iban enterrando más y más en los cojines. Lo estaba devorando. Y pese al misterio de su cabeza separada, lo estaban devorando vivo.

Sobra decir que salí corriendo de allí, procurando que mi reentrada al local no fuera descubierta por los demonios, y llegué sin apenas aliento a mi posada. Allí me encerré en mi cuarto y me pasé todo lo que quedaba de noche sentado sobre la cama, con mi espada en mis manos, rezando a todos los dioses que conocía más alguno que me inventé, y vigilando la puerta que acababa de cerrar con llave y atrancado con una mesa. En mi imaginación veía a esos diablos con garras y pinzas venir a por mí y darme el mismo destino que le habían reservado a Alí, y cualquier sonido que se oía en el edificio me hacía inmediatamente dar un respingo.

A la mañana siguiente, pese a estar exhausto, partí de Áncrama sin llegar a cerrar ningún trato, decidido a no volver jamás a esa ciudad endemoniada.”

El relato del viejo me había hechizado, pues aunque no tenía claro cuánto era realidad y cuánto delirios (más de una persona a la que había preguntado por él me hizo saber que estaba un poco loco), la verdad era que la historia cautivaba, y sobre todo a alguien como yo que acababa de llegar a la región y que veía todas esas ciudades como posibles fuentes de ingresos. Pues lo cierto es que mi interés por la Ciudad de las Puertas de Plata residía en los Ojos Verdes, dos esmeraldas de enorme tamaño que se decía que decoraban la estatua del dios serpiente en el Gran Templo de Sh’alaban. Un botín tentador para cualquier ladrón con algo de ambición. Por desgracia había visto que el viejo no iba a poder facilitarme información al respecto.

“¿Y qué ocurrió en esa cuarta vez que decíais que estuvisteis a punto de volver?” le pregunté ya por pura curiosidad. Me extrañaba que si era verdad lo que decía que había visto, hubiera querido regresar en otra ocasión.

“Ah, sí. Esa vez fue la vez que perdí mi caravana. Un grupo de nómadas nos emboscaron en el Gran Desierto de Arena, entre Bhagar y Ka-Sabar. Fuimos hechos prisioneros todos, salvo los seis guardas que mataron durante el ataque. En el fondo tuvieron suerte. A los demás nos encadenaron, con la intención de vendernos como esclavos. Y así estuvimos casi dos semanas marchando hacia el sur, sin saber yo hacia dónde, hasta que una noche oí a dos de nuestros captores hablar de nuestra parada final. Nos dirigíamos a Áncrama, donde esperaban vendernos por un buen precio. Mi cuerpo se enervó cuando lo supe, y tuve claro que yo no iba a volver a entrar en esa ciudad, o al menos no con vida. De modo que dos noches después, aprovechando que nuestros captores estaban entretenidos bebiendo junto a la hoguera y llevaban ya varios días confiando en que no intentaríamos huir (¿huir hacia dónde por otra parte, si el mero hecho de vagar por el desierto era garantía de muerte?), conseguí hacerme con un pequeño cuchillo de cocina que sabía que había en el fardo de uno de los que hasta hacía poco habían sido mis camellos. No te puedes imaginar lo doloroso y agonizante que es amputarte tu propia extremidad, pero sabía que si no me liberaba de mis cadenas y escapaba de allí, un destino mucho peor me estaría esperando.”

No pude evitar echarle un ojo al pie ausente, y me pregunté cómo había podido sobrevivir a la amputación y al desierto después. El viejo me dio la respuesta sin que le preguntara.

“Me arrastré alejándome del campamento todo lo que mi maltrecho cuerpo me permitió, aunque estaba convencido de que al día siguiente, cuando mis captores detectaran mi huida, me perseguirían y encontrarían. Afortunadamente, una tormenta de arena azotó ese día la zona donde nos encontrábamos de modo que mi rastro se borró, y los bandidos debieron decidir buscar un lugar donde refugiarse. Yo casi muero, pero una caravana me encontró horas después, agonizando por la herida, el calor y la sed. Y gracias a esa intervención milagrosa sigo aquí.”

La noche había llegado por fin a la ciudad, coincidiendo con el final del relato del viejo. Noté que éste tenía la respiración algo alterada, sin duda por lo que acababa de contar.

“De todas formas”, continuó, “hay una mujer que ha llegado recientemente a Ka-Sabar, y que al igual que tú está haciendo preguntas sobre la región. No he hablado con ella directamente, sino con alguna de sus sirvientas, pero quizás ella pueda darte más información. Aunque también te diré una cosa: desde mi experiencia en Áncrama hace tantos años creo haber desarrollado una especie de sexto sentido que me indica cuándo algo es peligroso. Y esa mujer, pese a que como digo no he llegado a tratar con ella directamente…” el viejo hizo una pausa mientras se recomponía de un escalofrío repentino. “Esa mujer me pone la piel de gallina...”

2 comentarios:

  1. Estoy muy a tope con este trasfondo que os estáis currando. Siempre me atrajo el encanto de la Arabia mas clásica y mágica, y este corssover con el dios del placer, la diosa serpiente de conan y vuestros personajes me parece “crema”.
    Os va a quedar una campaña de alto nivel.
    Un saludo

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    1. Jajaja, ¡muchas gracias!

      La verdad es que esto de que el trasfondo en esta región no esté tan desarrollado ofrece mucha libertad para idear cosas, y nosotros nos hemos puesto a ello. De todas formas la campaña será sencillita y bastante abierta, simplemente buscábamos un trasfondo en el que enmarcar varias de nuestras batallas de Fantasy para así disfrutarlas mejor.

      Iremos colgando cosillas según vayamos jugando. Un saludo.

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