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lunes, 16 de diciembre de 2019

Asalto


El rugido del motor cobró intensidad, incluso por encima de los disparos. El vehículo se movía a gran velocidad. Hubo un violento choque y la inercia lanzó al hombre hacia adelante, saliendo despedido. Todo aquel torbellino se volvió silencioso por un momento, y recuerdos que habían sido relegados a la sombra hacía mucho tiempo aprovecharon aquel instante de confusión para aflorar hacia la superficie de su mente. Sí, un lugar desconocido, disparos silbando a su alrededor, sus hombres agrupándose junto a él. Lo había vivido ya muchas veces. Como en aquella ocasión, en la colmena Taralsius...


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Una neblina blanca ocultaba la parte inferior del complejo industrial. Sobre aquella espesa alfombra vaporosa, que cubría uniformemente lo que debía de ser el suelo, las plataformas de enrejillado de metal suspendidas a diversas alturas recorrían el interior del gigantesco edificio, comunicando salas de control con estrechos y laberínticos corredores, puentes de observación de acero reforzado con vistas a los diversos niveles, y un sinfín de naves de almacenaje, hangares y talleres con diversos equipamientos mecánicos. En el manufactorum se fabricaba equipo para civiles y soldados, se almacenaban existencias, se hacían reparaciones de vehículos… Una amplia variedad de tareas que, en aquel momento, habían dejado de realizarse. La guerra había llegado. 

El aire estaba cargado con el característico olor a ozono procedente de los recicladores y purificadores de aire, tan necesarios en Obscura Prime por el alto nivel de contaminación del planeta. Los vapores procedentes de los diversos aparatos formaban aquella película de niebla sobre el suelo, confiriendo al lugar una apariencia fantasmal. Una selva metálica de cadenas y poleas pendía del techo, agitándose levemente a causa de las explosiones lejanas, que hacían temblar toda la estructura. A la fría luz de los focos de emergencia, de un blanco azulado, el sargento de las Fuerzas de Defensa Planetaria Quarl Mallear y unos pocos hombres se ponían a cubierto tras una grúa de gran tamaño. Una vez al amparo de su sombra, el sargento se permitió unos momentos para pensar en su siguiente movimiento. 

Mallear había oído que aquellos bastardos podían ver perfectamente en la oscuridad absoluta, pero buscar algo de cobertura no les haría ningún daño de todas formas. En la distancia, unas figuras espectrales empezaron a moverse y captaron su atención. Avanzaban rápidamente, sin hacer nada de ruido, y parecían estar hechas de pura oscuridad. Su silueta se desdibujaba y cambiaba levemente de forma, aunque a intervalos adoptaban una apariencia más corpórea y sólida. Avanzaban por una pasarela, suspendida a tres niveles del suelo del complejo, un nivel por encima de Mallear y sus hombres y a unos cuarenta metros en horizontal. 

De pronto el estallido de varios disparos de rifle láser iluminó el techo abovedado, a cierta distancia. En otra pasarela cercana a las criaturas, varios guardias abandonaron su escondite tras unos bidones y abrieron fuego. Las ráfagas bañaron con sus rayos de luz verde la estructura metálica de la pasarela, fundiendo decenas de pequeños agujeros en el suelo de rejilla y las barandillas, aunque aparentemente sin alcanzar a su objetivo. Aquellos seres aparecían y desaparecían, como teleportándose en un parpadeo. Saltaban ágilmente, cubriendo con rapidez la distancia que los separaba de la escuadra que les disparaba, mientras sus melenas ondeaban en el aire, flotando ingrávidas, como el cabello de un hombre sumergido en el agua. Era como si, durante brevísimos espacios de tiempo, pudieran volverse del todo invisibles… o simplemente no se encontrasen allí. Sus cuerpos eran oscuros, pero se iluminaban de vez en cuando como si irradiasen alguna energía desde dentro, formando extraños dibujos serpenteantes en sus extremidades y torsos. En ocasiones parecía que brotasen de ellos pequeñas llamas verdosas, de un tono menos brillante que el de los disparos láser, para luego volverse de nuevo negros como la noche. Mallear no estaba seguro de si llevaban un traje ajustado o era el color de su piel, y tampoco quería acercarse para averiguarlo. 

Se echaron encima de sus atacantes con una velocidad asombrosa. El sargento Grulait fue el primero en morir, abierto en canal por una de las cuchillas curvas que blandían aquellos seres abominables, la cual pareció incendiarse por un momento, achicharrando la carne de Grulait de un solo tajo. Antes de que su cuerpo cayese al suelo, aún disparando la pistola láser en un espasmo, las demás criaturas descendieron como un grupo de coyotes hambrientos sobre la aterrorizada escuadra, que se vio rodeada en un momento. Un hombre disparó su rifle de plasma y alcanzó a una de ellas, haciéndola estallar con un aullido antinatural, tras lo cual sus restos ardientes cayeron al vacío desde la pasarela. Pero medio segundo después se materializó tras él otra de aquellas cosas, con una cuchilla serrada que pasó con habilidad por delante de su cuello mientras con la otra mano le agarraba la cabeza. Un movimiento, un crujido macabro, y la cabeza fue separada del cuerpo, con la sangre hirviendo y evaporándose allí donde la hoja ardiente la tocaba. Uno de los guardias echó a correr por la pasarela, tratando de huir de aquel horror, pero uno de los alienígenas extendió el brazo y de la palma de su mano brotó lo que parecía una bola de fuego verde. El proyectil alcanzó al soldado y las extrañas energías lo consumieron en cuestión de segundos, tras lo cual el esqueleto humeante quedó allí tendido, con los restos de su uniforme achicharrado aún reduciéndose poco a poco a cenizas. La escuadra entera fue asesinada en cuestión de segundos, y Mallear sólo pudo verlo desde la distancia, a unos cuarenta metros, tras su escondite. 

El sargento Grulait era un buen hombre, o al menos un hombre valiente. Mallear lo conocía, aunque no había tenido ocasión de tratar mucho con él. Era uno de los seis sargentos que habían sido asignados, junto con sus escuadras, a reconocer aquel edificio. Una de las escuadras había sido aniquilada en una emboscada nada más adentrarse en la gigantesca construcción, ataque en el que el propio Mallear había perdido a dos hombres. Y ahora Grulait y los suyos acababan de ser masacrados por esos hijos de puta, y no había podido ayudarlos. Aún no habían logrado contactar con el resto. La amargura y la rabia le recorrieron el cuerpo, pero hizo un esfuerzo por controlarse, ya que su escuadra dependía de él. El cabo Dunvek alzó su rifle láser y apuntó a una de las criaturas, que se había quedado contemplando los cadáveres de sus recientes víctimas. Mallear extendió la mano y bajó rápidamente el cañón del arma. 

-“No, a ésos déjalos.” -Dunvek le sostuvo la mirada, con la duda en sus ojos, como sopesando si debía obedecer a su sargento- “Hazme caso. Los mataremos otro día, ¿de acuerdo?” -y la mirada del sargento le dejó muy claro que la vida de todos ellos dependía de que no delatase su posición abriendo fuego.

El soldado Rast, agazapado junto a él, le dirigió a su vez una mirada horrorizada. Mallear los condujo entre las sombras hasta un corredor que los alejaría de allí, pues no disponían de los medios para enfrentarse a esos seres en aquel lugar. 

-“¿Qué coño eran esas cosas, sargento? ¿Eran demonios?”

-“No sabemos lo que son, Rast. Nadie lo sabe… salvo esos cabrones, supongo. Los llaman Mandrágoras, y esos incursores eldar los llevan a veces con ellos. Os recomiendo que no los ataquéis si no disponéis de armas especiales o de algo con una potencia de fuego realmente acojonante, ya habéis visto cómo se mueven.” -echó un vistazo a una pequeña placa de mapas- “Vamos, por aquí deberíamos desembocar en la sala de monitorización. Si el sargento Rawson y los suyos lo han hecho bien, nos reuniremos con ellos allí. Harrington, ve tú delante, muchacho. Si ves a alguno de esos cabrones, sé generoso con eso, que invita el Imperio.” -dijo haciéndole un gesto a un joven guardia fornido que llevaba un lanzallamas. 

Tras unos minutos recorriendo pasillos desembocaron en un almacén de mercancías, al fondo del cual había otro pasadizo que era el que debían tomar. Tan pronto como entraron en la sala, una lluvia de afilados dardos, similares a esquirlas de cristal de color púrpura, llovieron sobre ellos. Los proyectiles se clavaron en la pared de ferrocemento, junto a ellos. Medio segundo después, otra ráfaga alcanzó a Drann, quien murió con el cráneo atravesado por varias de esas agujas cristalinas. 

-“¡A cubierto! ¡A cubierto!” –vociferó Mallear lanzándose al suelo tras unos contenedores, junto con los hombres que le quedaban. Ya sólo quedaban él y un puñado de sus hombres, de los que inicialmente habían compuesto la escuadra y se habían internado en aquel condenado complejo industrial. Como tantas otras escuadras, para combatir y repeler a los incursores esclavistas eldar oscuros que estaban asaltando aquella parte de la colmena. Era un sector de la ciudad aún en vías de expansión, en plena construcción, y esos cabrones les habían pillado con la guardia baja. Siempre era así, nunca atacaban un lugar bien defendido ni se les veía venir.

Mallear se asomó momentáneamente por encima de la cobertura y vio a uno de ellos. Era un ser alto y delgado, grácil, con una armadura ajustada formada por diversas placas de blindaje que se ceñían a su estilizado cuerpo. Su rostro estaba oculto tras un casco de forma bulbosa, abombado hacia arriba, siguiendo las mismas formas curvilíneas de su armadura. Reconoció la inconfundible figura de un eldar, moviéndose y saltando con agilidad por encima de las cajas y los montones de cadenas esparcidos por el suelo. Llevaba en sus manos uno de aquellos malditos rifles de cañón largo, que disparaban agujas cristalinas de un material desconocido para el Imperio. Un rasguño podía volverse con facilidad una herida letal, pues las esquirlas estaban envenenadas con diversas toxinas. Además, Mallear había aprendido que el efecto de las toxinas no era siempre el mismo, como si aquellos miserables se deleitasen experimentando con diferentes formas de muerte, o quizá era que cada escuadra quería dejar su firma en el campo de batalla. Eran armas viles, y no hacían sino acentuar el desprecio y el odio incomparables que Mallear sentía por ellos. 

Vio cómo el soldado Durtyl se alzaba un momento de su cobertura tras un contenedor blindado para abrir fuego con su rifle láser, y cómo dos de aquellos proyectiles se le clavaban en el hombro, atravesando la armadura antifrag. En unos pocos segundos ya estaba muerto, y su cara se había vuelto de color morado, a causa de las sustancias inoculadas en su torrente sanguíneo. Dos de los hombres restantes devolvían el fuego como podían con ráfagas de sus rifles láser, mientras Harrington buscaba una oportunidad para utilizar su lanzallamas. El soldado Rast aferraba su escopeta con fuerza, agachado junto al sargento. Mallear le dedicó una sonrisa maliciosa.

 -“A ver qué tal funciona la nueva munición hot-shot que nos pasó ese tal Frost”- dijo, mientras introducía en su pistola láser un cargador algo más compacto que los reglamentarios. Se asomó y efectuó varios disparos. La potente ráfaga que brotó de su arma fundió parte de una caja metálica y prácticamente vaporizó el yelmo de uno de los alienígeneas que se parapetaban detrás. 

-“¡Qué maravilla, muchachos!” -rió con júbilo. Pero desde detrás de un contenedor emergió la figura de otro eldar, éste con un penacho adornando su casco (probablemente un sargento o el equivalente para esos bastardos, pensó Mallear) y abrió fuego con una extraña pistola de cañón alargado. Por un instante el estruendo del tiroteo quedó silenciado, y la luz pareció menguar en la sala momentáneamente. Un haz de luz negra brotó de la boquilla del arma y desintegró la mitad de la barricada improvisada tras la que se cubrían, no acabando con ninguno de ellos por puro milagro. Donde antes había contenedores de recambios ahora había un cráter humeante en el suelo. Mallear actuó sin pensar y se asomó instantáneamente con su pistola, ya que si su enemigo disparaba una segunda vez, estaban muertos. El eldar no esperaba tan pronta respuesta y las descargas de láser le alcanzaron en pleno pecho y cara, haciéndolo salir despedido hacia atrás. El sargento volvió a ponerse a cubierto mientras una ráfaga de esquirlas envenenadas le pasaba a escasos centímetros.
 
-“Ellos también han comprado hot-shot, sargento”
 
-“Esto me pasa por hablar”
 
Allí atrapados eran blanco fácil para una granada, y Mallear lo sabía, así que decidió adelantarse y él mismo arrojó una contra los alienígenas. Él y sus hombres aprovecharon el momento, justo después de que la detonación hubiese obligado a los xenos a ponerse a cubierto, para cruzar a la carrera el espacio que los separaba de la siguiente cobertura, más allá de donde se habían parapetado los eldar oscuros.
 
-“¡Harrington, cúbrenos, muchacho!”
 
El guardia Harrington disparó su lanzallamas y las deslumbrantes lenguas de fuego lamieron la barrera de cajones metálicos que usaban como escondite sus enemigos, impidiendo que se asomaran y disparasen, e incluso alcanzando a alguno de ellos. Mientras, sus compañeros ocuparon nuevas posiciones a cubierto, más adelante. Un eldar salió ágilmente de su cobertura, veloz como sólo su raza podía serlo, y rodó hasta un nuevo escondite. Estaba asomándose de nuevo para disparar a Harrington cuando el grito de Mallear le advirtió. Harrington se giró hacia la nueva amenaza, pero lo hizo un instante demasiado tarde. El alienígena iba a matarle. Pero un disparo láser del rifle del soldado Corson atravesó el hombro izquierdo del xenos, derribándolo, y haciéndolo fallar el disparo. Lo último que vio el alienígena mientras se incorporaba fue a Harrington apuntándolo con el lanzallamas mientras gritaba con desprecio -“¡Jódete!”.

-“¡Vamos, muchacho, tenemos que salir de aquí!”

Mallear iba liderando al grupo cuando una segunda escuadra de alienígenas apareció ante ellos cuando estaban a punto de cruzar la compuerta que daba a la siguiente nave de almacenaje. De forma casi instintiva, se produjo un intercambio de disparos a quemarropa. Arcold y Urst cayeron bajo el fuego cristalino del enemigo, acribillados por las agujas venenosas. Corson logró saltar a cubierto tras una servogrúa y se salvó por los pelos. Rast reventó el pecho de un eldar con un disparo de su escopeta, mientras Grainn y Vardis abrían fuego con sus rifles láser, aunque sólo Grainn hizo blanco, abatiendo a otro xenos. Pero el odioso ser, mientras era acribillado por los brillantes rayos verdes del rifle láser, abrió fuego y le cruzó el torso de abajo a arrriba con una ráfaga de dardos a su asesino. 

Mallear apuntó con su pistola láser al eldar más cercano y lo abatió de un disparo, y acto seguido, viéndose totalmente cogido por sorpresa y sin tiempo para ponerse a cubierto, cargó como un demente contra los restantes bajo el inspirador grito de “¡Morid, hijos de puta!”. Logró desviar justo a tiempo el cañón de un rifle de esquirlas con un golpe de su espada sierra, para a continuación destrozar con un revés del arma el cuerpo del xenos que la empuñaba. Otro de ellos, sorprendido por el demencial asalto de Mallear, respondió asestándole un tajo con la bayoneta de su rifle, una cuchilla curvada de considerable longitud. El sargento la esquivó por los pelos para a continuación ser golpeado en el pecho por una patada lanzada con gran rapidez por el eldar, que lo derribó. 

Cayó de espaldas al suelo, mientras veía cómo su adversario se cernía sobre él como un relámpago, desenfundando una daga serrada que llevaba al cinto. El disparo de la pistola de Mallear, que éste no había soltado en ningún momento, le voló la cara a su agresor, y el sargento no pudo evitar sonreír. 

-“Puto imbécil” -masculló mientras se levantaba entre dolores para ayudar a su escuadra. Al parecer Harrington había abrasado a dos enemigos con su lanzallamas y el resto se habían replegado hacia nuevas coberturas. A aquellos bastardos no les gustaban los enfrentamientos igualados. Ya apenas le quedaban hombres, pero casi habían llegado al punto de encuentro. El cabo Dunvek disparaba desde el suelo, con un profundo tajo en la pierna, que iba formando un pequeño charco de sangre.

-“Vamos, Dunvek” -Mallear le ayudó a levantarse- “Vamos a salir de este infierno, y te vas a ocupar de los informes por mí, porque odio esas mierdas. No pensarás dejarme tirado ¿verdad, cabo?”

Lograron llegar al corredor que los separaba de su objetivo, la sala de monitorización, con Vardis y Harrington cubriendo su retirada, y Mallear ayudando a Dunvek a caminar mientras Corson y Rast abrían camino unos pasos por delante, con las armas preparadas. 

Llegaron al fin al punto de reunión, donde unos pocos hombres estaban tratando de mantener contacto por radio, aunque infructuosamente debido a las gruesas paredes reforzadas del complejo. Cralc, un miembro de la escuadra del sargento Rawson, les comunicó que sólo él y cuatro hombres más habían conseguido llegar hasta allí. El sargento Rawson estaba desaparecido, probablemente había muerto. 

-“Cuento cuatro hombres. ¿Dónde está el otro?”

-“Es nuestro zapador, un loco llamado Macready… le dijimos que esperase aquí, para reunirnos como estaba planeado, pero decía que podía poner unas cargas y…”

Un ruido de pisadas sobre el suelo de enrejillado metálico los puso en guardia. Algo se acercaba a la carrera. Se distinguían gritos, gritos humanos. Los guardias que quedaban de las dos escuadras corrieron, rifle láser en mano, a posicionarse frente a la compuerta abierta por la que llegaba el sonido. Mallear se abrió paso para descubrir el origen del ruido. Al otro lado, por una de las grandes pasarelas principales de acceso que daban a la sala de monitores donde se encontraban, venía corriendo un soldado. 

-“¡Es Macready!” -exclamó uno de los hombres.

El hombre corría zigzagueando y paraba cada pocos pasos para agazaparse un momento y abrir fuego, quizá para forzar a sus perseguidores a detenerse y buscar cobertura. No estaba funcionando. A su alrededor impactaban los disparos de diversas armas alienígenas, algunos de ellos peligrosamente cerca. Unos cincuenta o sesenta metros por detrás del guardia, y en una pasarela que se encontraba un nivel más arriba, un grupo de al menos veinte eldar oscuros le había visto. Los alienígenas estaban saltando con agilidad felina a la pasarela inferior, y algunos estaban abriendo fuego, aunque la mayoría se limitaban a perseguirle silenciosamente. Éstos debían de ser algún tipo de tropa de asalto, ya que en lugar de rifles largos llevaban pistolas y diversas armas de cuerpo a cuerpo, como cuchillas o espadas. La mayoría tenían formas femeninas, con sus trajes ajustados dejando intuir sus atléticos cuerpos. Mallear también las había visto en acción en otros ataques que habían sufrido, y no le gustaba nada que se les estuvieran acercando tan rápido. De momento, el escaso alcance de las pistolas xenos había salvado al soldado, pero aquellas criaturas avanzaban a una velocidad muy superior a la que el pobre infeliz corría, y pronto estarían sobre él. Para empeorar la situación, los perseguidores se encontraban ya en la misma pasarela que su presa, corriendo tras el guardia, lo que impedía que él y sus hombres abriesen fuego sin acribillarle. 

-“¡Al suelo! ¡Tírate al suelo, soldado!”

El guardia siguió corriendo hacia ellos. Se encontraba ya a unos veinte metros, y los eldar estaban cada vez más cerca tras él.

-“¡Tírate al suelo, joder! ¡Vamos a abrir fuego!”

-“¡Esperad! ¡He puesto las cargas!”

-“¿Qué? ¿Dónde has p…?”

El guardia se giró para rociar a sus perseguidores con una ráfaga de láser, pero éstos respondieron a los disparos y éste tuvo que lanzarse cuerpo a tierra, librándose por los pelos de ser alcanzado. Unas pocas de aquellas gráciles asesinas ya estaban muy cerca, blandiendo cuchillas y otras armas más extrañas. Los guardias aprovecharon el momento y respondieron con fuego de láser, pero los eldar oscuros esquivaron los disparos agachándose con relampagueante velocidad, o saltando tras cobertura, pues la pasarela estaba sembrada de grandes piezas de maquinaria. Una nueva lluvia de proyectiles comenzó a caer sobre ellos desde arriba. Proveniente de los niveles superiores, otra escuadra de guerreros alienígenas armados con rifles había sido atraída por el ruido. El guardia recorrió a la carrera los últimos metros que le faltaban para llegar a la compuerta y saltó a la desesperada a través de ella, mientras sus compañeros le abrían paso. 

-“¡A cubierto!” -gritó, desde el suelo, mientras sacaba un detonador. 

-“Oh, joder…” -Mallear estaba a punto de ordenar a sus hombres que se parapetasen cuando se produjo la explosión. El cabo Dunvek perdió pie y cayó hacia atrás, derribando de espaldas a Mallear. Toda la sala se sacudió. Mallear se irguió como pudo, y vio la pasarela derrumbándose ante él, partida y fundida en su punto central, mientras la mayoría de aquellas alimañas eldar se precipitaban al vacío. Algunas chillaban, y eso le produjo satisfacción a Mallear. 

Varios de los hombres soltaron vítores o gritos de júbilo. 

-“¡Joder!” -exclamó Harrington, mirando al recién llegado con admiración-  “¡Eres un tarado, tío!”
 
Mallear miró al zapador mientras se incorporaba, aún algo aturdido por la cercanía de la explosión. Era un hombre joven, aunque con barba tupida, y estaba ahora contemplando la destrucción humeante que habían provocado sus cargas explosivas. El sargento decidió que no era el momento de reprenderle. Acababa de cargarse al menos a veinte de aquellos cabrones, y les había ahorrado un sangriento combate, al que quizá no habrían sobrevivido. 

-“Al final vas a caerme bien, muchacho. No me vendría mal un especialista en explosivos en mi escuadra” -el eco de los disparos seguía oyéndose en la lejanía. Parecía que otra escuadra de guardias había detectado a los eldar del nivel superior y estaba disparando sobre ellos- “Si salimos de ésta con vida, claro”

El zapador, aunque no estaba mirando a Mallear, sonrió con satisfacción e hizo un leve asentimiento con la cabeza.

-“Entiendo que eso es un sí, ¿no, soldado?”

El joven se tensó de pronto y se volvió hacia Mallear con expresión curiosa- “Lo siento, sargento, no estaba escuchando. ¿Me estaba preguntando algo?”

………………………………………….

“…Sargento” -las palabras resonaron en la cabeza de Mallear.

-“Sargento…” -le eran muy familiares, ya había oído a aquel hombre llamarle así otras veces ¿o no?  Y al resto de sus hombres, pero sus voces le llegaban distantes, apagadas… como si vinieran de un sueño.

-“¡Sargento, maldita sea!”

Mallear despertó de pronto. La realidad le golpeó con crueldad, haciéndole dolorosamente consciente, en un abrir y cerrar de ojos, de cuál era su situación actual. Lo recordó todo, seguían en aquel maldito planeta desértico, bajo aquel sol abrasador. Estaban… ¿Dónde demonios estaban? Miró a su alrededor, desorientado. Macready le agarraba el hombro e intentaba despertarle, y algo más allá podía ver a Harrington el Guapo lanzando una rociada con su lanzallamas, hacia un enemigo desconocido.

-“¡Os lo dije, cabrones! ¡Os dije que no os acercaseis!” -hizo una pausa y miró hacia ellos, con la cara manchada por el humo- “¿Estás bien, jefe?”

-“¿Pero qu…” -Mallear miró a su alrededor y vio la estructura que los rodeaba, aquella enorme construcción de chatarra. Aquellas murallas y torres hechas con piezas desechadas, chasis de vehículos y planchas de metal soldadas burdamente. Y vio a los orkos que les disparaban desde las torres. Afortunadamente, estaban relativamente a cubierto junto a una caseta hecha también con chatarra, contra la que Mallear parecía haberse estrellado. Empezaba a recordar, aunque no le gustaba nada lo que le venía a la memoria. 

-“Spike podría haber frenado con más suavidad, hay que reconocerlo…” -Macready intentaba  ponerle al corriente- “pero les hemos dado un buen susto a esos orkos, entrando como unos dementes…”

-“Somos unos dementes, Macready” -dijo Mallear recogiendo su pistola de plasma y levantándose, con un zumbido de su pierna biónica.

-“Hablando del tema, Hammerhead y sus muchachos ya están dándoles lo suyo a los pielesverdes, y nos estamos quedando rezagados. Es mejor que nos mantengamos juntos, sargento.”
-“No sé qué demonios busca con tanto interés ese tarado en esta chatarrería… En fin, un trato es un trato. Acabemos el trabajo.”

Salieron de detrás del parapeto de chatarra medio derrumbado y cargaron contra los orkos. El tableteo de los disparos volvió a alzarse por encima del rugir de los motores, y todo se volvió frenético y confuso. Como tantas otras veces. 

Si lo hacían bien, quizá pudieran recordar esto algún día, al cerrar los ojos. Como si sólo fuese un recuerdo más. 

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