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lunes, 16 de diciembre de 2019

Turboflame & Malvador Motors #1


“¡Saludos, amante de la velocidad!” –la voz, tremendamente entusiasta,  sonaba algo distorsionada a través de la vieja radio, pero era lo habitual- “¿Te gustan los coches de los años 80? ¿Recuerdas con nostalgia aquellos hermosos tiempos, cuando cada vehículo tenía estilo y los dinosaurios dominaban la tierra? Si te gustan las carrocerías de colores vivos, los modelos de antaño, los láseres, y la tecnología más avanzada para hacer que tu bólido corra como un meteoro entrando en la atmósfera, tenemos algo para ti.” –se interrumpió la transmisión durante medio segundo, pero sólo fue una interferencia momentánea- “Si vas a estrellarte en llamas, hazlo con estilo. Hazlo con nosotros. Turboflame & Malvador Motors. Los 80 murieron, pero nosotros aún estamos en ello.” –terminó, con tono de excitación.
El anuncio acabó por fin, y se hizo el silencio en el viejo taller mecánico.

Meteoro sonrió.
-“Ha quedado genial” –dijo, con una amplia sonrisa, tras sus gafas de sol de cristales azules reflectantes. Se recostó en el desvencijado sillón desde el que había estado escuchando la emisión del primer anuncio de su fabricante- “Yo creo que nos hemos ganado unas cervezas ¿no, Scotty?”

El mecánico le miró con consternación. Meteoro Ardiente siempre estaba de buen humor. Era un bastardo imprudente y feliz, al que le encantaba su trabajo, y no había nada que se pudiera hacer para evitarlo.
-“Mira, tron… Tu voz ha quedado genial por la radio. Tiene carisma, tiene… Se nota que crees en lo que está diciendo. Ha sonado auténtico, y…”
-“Hay que ser siempre auténtico” –Meteoro estaba ya quitándole la chapa al primer botellín de cerveza, que acababa de sacar de una polvorienta nevera portátil.
-“Sí, claro… Y ha quedado genial. Pero…” –Scotty quería sacar con delicadeza el tema de que, en su opinión, darle a Meteoro libertad total para escribir el guión no había sido un movimiento sabio por parte de la marca- “Sabes que en los 80 nunca hubo dinosaurios ¿no?”
- “¿Qué quieres decir?”
-“Y bueno, aparte de eso… No sé, está bien vivir al límite, p…”
-“Seh. Hay que vivir siempre el momento, Scotty” –Meteoro seguía sonriendo, botellín en mano, desde detrás de sus gafas reflectantes, que al parecer no se quitaba nunca. Se distraía con facilidad.
“Sí, pero en el anuncio haces claras alusiones a la muerte. Varias veces. Y no sé… No creo que la mayoría de los clientes quieran estrellarse en llamas… Si te estrellas en llamas y mueres y explotas en pedazos, pues no disfrutas mucho de tu coche.”
Aquella era una discusión que realmente no llevaría a ninguna parte. Ni siquiera habría discusión, porque el Meteoro Ardiente era… Siempre estaba de buen humor. Era un amante empedernido de las carreras, de poner su coche a máxima velocidad mientras la carrocería se incendiaba (normalmente gracias a los cócteles molotov y los lanzallamas que disparaban contra él los demás pilotos), y… En fin, la gustaba demasiado conducir en carreras a muerte como para centrarse en ninguna otra cosa. Su felicidad se lo impedía. El día que estallase en llamas y muriese (de momento había salido intacto de varios estallidos en llamas, milagrosamente), lo haría con una gran sonrisa. Y, presumiblemente, con sus gafas de sol puestas. 

Ése era el estilo de los 80, así se hacían las cosas.
Así lo había hecho el primer Meteoro Ardiente. Oh, qué glorioso había sido. Al principio nadie conocía ese nombre, pero un día un demencial y endiabladamente hábil conductor (esta parte probablemente había sido exagerada e hinchada por los fans) había llevado a cabo una hazaña épica. Su coche había sufrido graves daños, el motor estaba empezando a echar humo, su carrocería ardía por varias rociadas de lanzallamas que había recibido de lleno, y aún así… Aún así vio que todavía podía ganar. Podía llegar a la meta el primero, pero sólo si daba lo mejor de sí mismo. Así que forzó su bólido al máximo, y utilizó su óxido nitroso. Y llegó el primero a la línea de meta, ganando así la carrera. Y cruzó la meta mientras estallaba en llamas. 

Y murió a tope. 

Hay otras formas de morir en las carreras a muerte, pero si lo haces de aquella manera… Eso es morir a tope. Y desde entonces, el Meteoro Ardiente (como se llamaba a aquel piloto) había inspirado a un montón de corredores, que querían ser sus adeptos. Querían alcanzar ese esplendor, esa gloria. Y desde entonces había habido varios pilotos con ese nombre, todos ellos bajo la marca Turboflame & Malvador Motors, y todos habían conducido un cadillac rojo. Había habido diversos modelos de cadillac, y rojos de distintos tonos, pero siempre era un cadillac rojo.
-“Oh, vamos, Scotty…” –Meteoro parecía haber recordado algo - “¿Cómo que no había dinosaurios en los 80? No me digas que tú también me vas a salir con eso de que no existió la evolución. Es decir… No tengo nada en contra de respetar otras ideologías y eso, pero se han encontrado fósiles, tío…”
Scotty reprimió una sonrisa, y trató de seguir la conversación en tono conciliador.
-“Un día, si tienes un rato, tron, me gustaría repasar contigo algunos temas de historia. Con un libro delante.” –el mecánico no quería molestar a Meteoro, aunque por otra parte era difícil, Meteoro nunca se daba por aludido- “Nada aburrido, ya sabes… Sólo remarcar algunos de los sucesos importantes desde que cayeron las Bombas. Podemos hacerlo tomando unas cervezas. Es que tengo curiosidad por saber tu punto de vista acerca de todo eso.”
En un mundo postapocalíptico como el suyo, en el que gran parte del planeta había sido devastado por una antigua catástrofe nuclear de la que ya nadie recordaba detalles, era normal estar algo confuso. Era normal, y común, no tener grandes conocimientos de historia, o no tener una idea muy clara de qué había ocurrido en los últimos siglos, o de cómo habían sido los tiempos antes de que cayeran las Bombas. Pero lo que tenía en la cabeza Meteoro Ardiente era otro nivel. Aquello era un jodido disparate.
-“Claro, yo encantado, Scotty. Ya sabes que siempre estoy a favor de que pasemos juntos tiempo de calidad” –se levantó y apuró lo que quedaba del botellín de cerveza- “Aunque agradecería que lo dejáramos para otro día de éstos, hoy estoy un poco reventado… Espero que el simulador me arregle un poco la cabeza. Ya sabes lo que digo siempre, la velocidad y la adrenalina son la mejor cura para la resaca.” –comentó, mientras cogía un nuevo botellín frío para el camino- “Mano de santo. Una maravilla. En fin, me alegra que vayan saliendo adelante las cosas. No te entretengo más, seguro que tienes lío. Yo voy a ir un rato al simulador, no quiero oxidarme entre carrera y carrera.” –se desperezó y se estiró, como un gato entumecido- “Los lunes son difíciles ¿eh?”
Meteoro Ardiente se puso su polvorienta chupa de cuero marrón con tachuelas, y se dirigió hacia la puerta. Scotty lo observó mientras se marchaba, caminando con su acostumbrada despreocupación. El piloto se giró de nuevo hacia él antes de salir del taller. Su delgaducha silueta se recortó contra la luz del ardiente desierto que esperaba fuera, y por un momento pareció una figura heroica, en vez de un desgarbado lunático adicto a la velocidad. Allí estaba, con sus botas con puntera de acero, sus vaqueros ajustados raídos, su camiseta de tirantes algo mugrienta y su pañuelo rojo atado al cuello. Y sus gafas reflectantes, claro. 

Meteoro se había criado en un mundo duro, salvaje, en un lejano futuro desprovisto de civilización (y en los peores casos, de papel higiénico). Pero si Meteoro se hubiera criado en los años 80… Nada hubiera cambiado en él, a decir verdad. Era un tío endemoniadamente ochentero. 

Bueno, quizá habría sabido que los dinosaurios, a pesar de estar muy de moda en los 80, nunca coincidieron en el tiempo con los cadillacs (para él, aquello de “cadillacs y dinosaurios” era algo de sentido común, como decir “mostaza y kétchup”).
-“Ah, y Scotty, quería darte las gracias. Los nuevos motores van como la seda... Es un gran trabajo, tío… Un gran trabajo.” –dijo con genuina satisfacción en la cara.
Meteoro era un piloto bastante popular. Tras sus últimas carreras (en las cuales no había ganado, pero había conducido como un demente, proporcionando un verdadero espectáculo a los hinchas) había despertado gran interés entre el público. Era el digno sucesor del Meteoro Ardiente, y como tal, había adoptado ese nombre. Todos le llamaban así. Y cuando él estallase en llamas y muriese cruzando la meta de forma gloriosamente espectacular, otro ocuparía su lugar con orgullo. Turboflame & Malvador Motors siempre tenía un Meteoro Ardiente. En su posición, ostentando ese título y siendo un corredor admirado por muchos amantes de la velocidad, hay quien se habría vuelto un cretino orgulloso, pero él no. Lo gracioso de Meteoro (al menos, a Scotty le hacía gracia) era que siempre se comportaba como si en realidad fuesen unos colegas que estaban construyendo un car en el garaje de alguno de sus padres. Lo de ser formal, o corporativo, o la imagen de una marca seria y competitiva… eso no iba con Meteoro Ardiente. Él era siempre auténtico. Un jodido inconsciente, pero auténtico.

Por otra parte, quizá por eso le había reclutado una marca de mala muerte como Turboflame & Malvador Motors.
Desde el umbral, le dedicó una última sonrisa de satisfacción mientras alzaba el pulgar, en gesto positivo.

- “Guapis guapitis” –añadió, en tono de elogio. Scotty le miró con cierta extrañeza.-“Es latín. Significa que está de puta madre” –añadió Meteoro, y se marchó botellín en mano, rumbo al simulador de carreras. 

Scotty sonrió, ya a solas en el taller. “Todo un personaje” –pensó, y se dispuso a ponerse también manos a la obra. Había bólidos que reparar, pruebas de rendimiento que hacer, y tenía algunas modificaciones interesantes que comentar con los pilotos del Mordisco de Serpiente y del Golden Molonio.

-“Los lunes son difíciles…” –repitió para sus adentros, y no pudo evitar soltar una carcajada antes de ponerse a trabajar. Iba a ser un jueves productivo, sin duda.

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