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martes, 17 de diciembre de 2019

Los orígenes de Nemo

En la tercera edición de WH40K los marines del Caos tuvieron dos codex. El primero de ellos fue meh, tan meh que poco tiempo después sacaron el segundo, que es una auténtica obra de arte. Por supuesto, en su día hubo gente que se quejó de que se podían hacer combinaciones absolutamente aberrantes, y era habitual que los culoduros se presentaran a los torneos con listas de Guerreros de Hierro y los ganaran de calle bajo el principio de "cuanta más potencia de fuego aplique menos enemigos sobrevivirán", que es de una lógica aplastante. Pero a los trasfondistas aquel codex nos supuso una bendición, pues generó una cantidad de opciones narrativas y de personalización que ninguna otra facción ha vuelto a tener desde entonces.

Perfection


No todas las legiones fueron igual de favorecidas, claro. En el extremo opuesto a los Guerreros de Hierro estaba la Legión Alfa, que en lugar de vindicators y basilisk recibió... cultistas. Aún recuerdo un relato que rulaba por aquel entonces en que los primarcas del Caos se reían de Alpharius porque, siendo el novato, no había recibido más que humanos con linternas. Pero la Legión Alfa tenía un carisma que me enamoró desde el principio: ese extraño concepto de CIA espacial del Caos era demasiado bueno. Y empecé a coleccionar Legión Alfa.

Hydra Dominatus baby

Años más tarde la Black Library se metió con el tema de la Herejía, y Dan Abnett escribió el libro de "Legión", del cual abomino profundamente. Para empezar porque se supone que el libro tenía que tratar sobre la Legión Alfa, pero Dan Abnett pasó del tema y escribió sobre lo que realmente se la pone dura, que es la Guardia Imperial. A partir de ahí no podía ir bien el tema, pero encima todo el rollo de que la Legión Alfa es del Caos pero no es del Caos pero sí lo es pero no lo sabemos muy bien era un despropósito totalmente enraizado en lo que ha sido el Trasfondo de WH40K en los últimos quince años, que salvo notables excepciones se ha vuelto una parodia de sí mismo.

Cómo pasar de ser un terror ancestral lovecraftiano a momias espaciales en menos de una década

Mi Legión Alfa, por tanto, es del Caos. Cien por cien. No son adoradores como los Portadores de la Palabra, no les llama demasiado el tema de los demonios y tal, pero son del Caos Y su líder es Nemo, el Nigromante, que es un hechicero DEL CAOS. Muy del Caos y mucho del Caos. Que quede claro.

Os dejo pues con el relato sobre los orígenes de Nemo, el cual escribí hace diez años o más, por lo que es mejorable. Para compensarlo os pongo banda sonora, porque la inspiración para crear a este personaje procede en parte de la música, concretamente de Nightwish y especialmente de dos canciones sublimes: Ghost Love Score y, por supuesto, Nemo.




El capellán yacía agonizante en el suelo. Su servoarmadura, como su carne, estaba completamente abrasada, pero en la hombrera derecha aún se percibía la hidra, el símbolo de la Legión Alfa. Su rosarius se había desprendido de la cadena que llevaba al pecho y se distinguía al final del pasillo del crucero de batalla. Respiraba muy dificultosamente por culpa de la energía psíquica que lentamente le destrozaba el cuerpo. En sus ojos verdes se leía una mezcla de ira, dolor e incomprensión. 

Frente a él se erguía el bibliotecario de la octava compañía. Alrededor de su armadura azul con destellos verdosos se acumulaban rayos de pura energía, la que había usado para herir de muerte al capellán. Sostenía su pistola bolter en la mano derecha, pero era completamente innecesario: en poco tiempo su enemigo moriría. El motivo de tal ataque estaba grabado en varias partes de su armadura: runas de poder mágico, y sobre todas ellas, destacando como un demonio en su trono frente a su cohorte de adoradores, la estrella de ocho puntas. El símbolo del Caos Absoluto. El estigma de la traición. 

Ninguno de los dos hablaba, el capellán a causa de su dolor, el renegado porque lo consideraba inútil. Finalmente, el leal consiguió reunir fuerzas suficientes para decir: 

"Alpharius… él… os destruirá."

El bibliotecario sonrió sin ganas y respondió: 

"Alpharius está con nosotros. Cumplo sus órdenes… al eliminarte."

El capellán suspiró y escupió sangre. En sus ojos anidó definitivamente una terrible sombra de abatimiento. Ningún capellán podía sobreponerse a la traición de su Primarca. 

"¿Qué…pretendéis?" 

No obtuvo respuesta. 

"¿Por qué… hacéis… esto? No… podéis conseguir… nada." 

"Eso ya se verá" – respondió en voz muy baja el hereje. 

"No… no, en absoluto… ya estáis… condenados." 

Intentó reprimir un gemido de dolor, pero no pudo. Sus entrañas se estaban abrasando. Uno de sus dos corazones había dejado de latir y el otro, para compensarlo, funcionaba a un ritmo más acelerado de lo que ni siquiera un marine podía soportar. Tras un jadeante silencio, continuó: 

"No podéis… controlar… al Caos. Pensáis… pensáis que podéis dominarlo, pero… pero seréis dominados… el Caos no… puede… ser… sometido." 

"Hay que tener el valor de comprobarlo" – contestó el traidor -. "Tú no lo tienes. El Emperador no lo tiene. Nos habéis impedido caminar por las sendas del Caos para ocultar vuestra propia debilidad, para que no consiguiéramos un poder mayor que el vuestro. Todo eso va a cambiar, y sufres, porque lo sabes."

"Habéis sellado… vuestra… perdición."

Esta vez, el bibliotecario no respondió. Agarró al capellán y lo arrastró hacia su camarote. Al llegar, abrió la puerta y lo arrojó dentro. 

El camarote era pequeño y había en él pocas cosas. Varias runas habían sido grabadas en las paredes, y textos blasfemos. Algunos libros de hechicería y nigromancia yacían dispersos por el suelo, pero el elemento más destacado era un gran trozo de obsidiana con la runa de ocho puntas tallada en ella formando una concavidad, y una pequeña daga de piedra. El bibliotecario se dedicó a ojear varios libros, hasta que el capellán murmuró: 

"No hay poder… alguno… que te permita… recuperarla." 

Al escucharlo, el hereje cogió la daga y, sin mediar palabra, le cortó el cuello. La sangre del capellán se derramó sobre la estrella del Caos. Algo en el ambiente, en el aire, comenzó a temblar. Casi imperceptiblemente al principio, pero cada vez con más fuerza a medida que la sangre del imperial comenzaba a llenar el símbolo herético. El bibliotecario percibió el poder que aguardaba más allá de las puertas de su cordura, y se asustó. Pero ya era tarde. La decisión estaba tomada y era irrevocable. Daba el paso por su hija, la misma que había mentado el capellán, la misma por la que se había unido a los marines espaciales de Alpharius y estudiado ávidamente la nigromancia, la misma por la que había hecho tantas cosas, tantísimas cosas, por devolverla de la muerte que jamás debió sufrir. El paso era sólo uno más, uno más entre los millones que estaba dispuesto a asumir con tal de verla de nuevo, aunque sólo fuera una vez. 

Una vez el capellán se hubo desangrado sobre la estrella, el renegado arrojó su cadáver y se arrodilló, al tiempo que comenzaba a murmurar plegarias blasfemas. La sangre empezó a hervir y las runas y textos grabados en la pared adquirieron un resplandor verdoso, y se retorcieron. Los corazones del bibliotecario se aceleraban a cada palabra que decía, pues su inteligencia psíquica podía percibir claramente a los seres que en la disformidad se arremolinaban en torno a su alma. Les permitiría la entrada a cambio del poder que necesitaba. Notó su sudor frío y la respiración agitada, pudo percibir el olor del miedo. Pero tenía que hacerlo. 

Un susurro surgió de ningún lugar. Repetía de forma monótona, insistente, una palabra que el hereje no comprendía. Otro susurro se unió al anterior, y otro, y otro más. A medida que se multiplicaba su número crecía también el volumen. Las voces aumentaron hasta convertirse en un alarido salvaje, y entonces, aterrorizado, el bibliotecario cogió la daga de piedra y se la clavó en el pecho. 

Un grito salvaje, horripilante, rasgó la realidad. El hereje comenzó a retorcerse a medida que la piedra se diluía y corría por sus venas. Verdes rayos de luz relampaguearon alrededor de su cuerpo y rotaron sobre él a una velocidad vertiginosa. Las voces seguían gritando y parecía que le fueran a destrozar los oídos. Por todo su cuerpo sentía pinchazos de dolor, tan intensos como si varias dagas envenenadas le destrozaran la carne. El renegado lloraba lágrimas de fuego. 

Entonces sintió cómo una fuerza inmensa, irresistible, le clavaba en el suelo. Su espalda se quebró y de ella brotaron dos alas enormes, blancas, de nívea pureza, con las que ascendió hacia el techo del camarote. Las runas tatuadas en la servoarmadura cobraron vida y varios pinchos la decoraron. En su propio rostro, alrededor del ojo izquierdo, los dioses grabaron su marca. La marca del Caos Absoluto. 

El pacto había sido realizado. 

El hechicero cayó estrepitosamente sobre el suelo. El ruido, las voces, los destellos, todo había cesado. Aún así seguía sintiendo un intenso dolor en todo su cuerpo pero, inexplicablemente se sentía relajado, calmado. A duras penas se incorporó y observó los cambios que los dioses habían hecho en su cuerpo y mente. El más importante, el fundamental, su nuevo nombre, había sido escrito a fuego en la pared por algún ser sobrenatural. 

Nemo. 


2 comentarios:

  1. Yo en cambio prefiero el primer Codex de tercera. Aunque es cierto que el segundo da muchas posibilidades de personalización, para mi comete una herejía imperdonable, incluso para tratarse de un codex de las legiones traidoras. Y es precisamente ponerle a los ¡¡¡ADORADORES!!! a la Legión Alpha. N, no, no y cien millones de veces no. Los adoradores son algo que tendrían que llevar los portadores de la palabra. Ellos son los que se dedican a erigir catedrales dedicadas al caos, a difundir la palabra de los dioses oscuros, y los que tienen legiones de seguidores fanáticos en esos planetas.
    ¿Que les quieres poner unos comandos a la legión Alpha? Perfecto. Ponles un tipo de tropa como los exploradores de los marines leales, con infiltración y demás leches. Tropas de choque de la guardia imperial renegadas. Etc etc.
    Pero no "adoradores del caos"

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    1. Hmmmmmmm... pues no te falta razón xD. En mi cabeza los tenía como que eran precisamente lo que dices, una especie de comandos adoctrinados por la Legión Alfa. Cultistas en el sentido de que pertenecían a un culto, pero no necesariamente del tipo fanático-religioso como los Portadores de la Palabra. Pero efectivamente ahí metieron la gamba un poco.

      De todos modos yo creo que nunca llegué a usarlos, porque al poco de que me empezara a interesar 40K (que fue después que Fantasy) sacaron el Codex del Ojo del Terror y la lista de Perdidos y Condenados, y ya todo lo que eran humanos renegados, mutantes y demás que acompañaba a mi Legión Alfa los saqué de ahí.

      De hecho recuerdo una campaña que echamos hará unos 10 años en la que yo llevaba Legión Alfa y tenía dos ejércitos, uno grande de Legión Alfa como tal y uno más pequeño de Perdidos y Condenados. De pronto se acercaron por mis tierras como tres ejércitos necrones (a día de hoy sigo sin saber de dónde salieron tantos), y el máster de la campaña, que era Fornidson, me autorizó a sacrificar al ejército entero de Perdidos y Condenados a cambio de obtener un ejército demoníaco de Tzeentch mucho mayor pero de un solo uso. Aún así los necrones me barrieron, pero estuvo gracioso xD

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