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miércoles, 11 de diciembre de 2019

Sir Héctor y el fuego que no cesa

"Sir Héctor, la verdad es que esto... esto no me gusta nada"

El caballero barrigón miró a su escudero, un muchacho de apenas veinte años, pecoso y desgarbado, que apenas había conseguido superar unas paperas. Se llamaba Job, en homenaje al santo varón de la Biblia, y le llamaban simplemente “el chico Job”. Probablemente le seguirían llamando así aunque cumpliera cien años, pues seguiría con cara de niño. Aquella tarde, en presencia de algunos de los corredores más famosos, temidos y dementes, esa cara infantil mostraba una preocupación que rayaba el temor. Pero Sir Héctor, con su característico buen humor, palmeó su impresionante barriga y aseguró:

Imagen de Michael Kelly


"No te preocupes chico, será una justa como cualquier otra, ya lo verás."

El atribulado escudero miró a su alrededor. “Como cualquier otra” era una idea que no se iba a poder atribuir a aquella carrera, por mucho que Sir Héctor quisiera ignorarlo. Cerca de ellos estaban los famosos Klaus y Klein, dos pseudo policías renegados, irremediablemente racistas, que discutían entre ellos sobre la colocación idónea de la sirena para “putear todo lo que sea posible”. Paradójicamente, contemplarlos era relativamente tranquilizador en relación con dirigir la mirada un poco más allá, donde la amenazadora silueta de Demented Rhino, el azote de la carretera, se recortaba contra el fuego producido por sopletes que terminaban de retocar alguno de sus múltiples instrumentos de terror. Y sin embargo era posible encontrar a alguien más inconsciente que Sir Héctor: ajeno a todo, sonriendo como si estuviera viendo una película de dinosaurios en el cine, se encontraba el famoso Meteoro Ardiente, el ganador y contra todo pronóstico superviviente de varias de las carreras que se habían celebrado recientemente. Ni siquiera siendo una carrera nocturna había considerado oportuno quitarse las gafas de sol.

"Sir Héctor, no es solo que estemos rodeados de estos paganos dementes, es que esta noche… bueno, ya sabe usted… es la Víspera de Todos los Santos, y en el mundo ancestral se decía..."

Sir Héctor bufó.

"¿Qué se decía, muchacho? ¿Que los muertos caminaban por la tierra y los fantasmas de las abuelas acechaban a sus nietos? Tradiciones paganas hijo, supersticiones, blasfemia."

" Pero el caso es que…"

"El caso es que aquí lo más temible es mi lanzallamas. Y si aparece algún fantasma, no te preocupes, ya me encargaré yo de rociarlo con napalm bendito. Mano de santo, nunca mejor dicho. Tú ten a mano las granadas de Antioquía."

"¿Las granadas?"

"Los cócteles molotov."

"Ah, bien. Claro…"

El Chico Job se dirigió a su vehículo igual de apesadumbrado que antes y además confuso por esa denominación tan extraña para los cócteles molotov. Quería haber preguntado a Sir Héctor de dónde salía el nombre, pero no tenía tiempo. La carrera iba a comenzar y, por muy tranquilo que se mostrara su señor, estaba claro que iban a suceder cosas. Miró al horizonte y por un momento le pareció ver, medio envuelto en la neblina producida por el humo de motores y las pesadillas, la evanescente silueta de un motorista que portaba algo parecido a una guadaña. O era la parca de las antiguas tradiciones o era alguien con un sentido del humor muy macabro. Esperaba que se tratara de lo segundo.


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La carrera comenzó, como no podía ser de otra forma, con un acelerón de Meteoro Ardiente que dejó atrás al resto de sus competidores. Tampoco es que les importara demasiado: en cuanto pudieron comenzaron a embestirse como los auténticos tarados que eran. Sir Héctor en concreto vio el KKK, conducido por Klaus y Klein, y se lanzó contra él. No obstante, no consiguió apenas dañar al vehículo de su rival, y el acompañante de los policías, el infame Mr. Touchy, aprovechó a su vez la oportunidad y embistió contra el caballero. Posteriormente le hizo sonar la sirena, pero Sir Héctor respondió que solo obedecería al Papa, y por tanto se negó a aminorar la marcha. La demencia siguió cuando el brutal Demented Rhino cargó contra Mr. Touchy, quien en un alarde de pericia al volante logró evitar buena parte del daño que en circunstancias normales habría causado el architemido coche.

Mientras tanto, el Chico Job logró esquivar en buena parte lo peor de la salida, si bien su escasa habilidad al volante hizo que la maquinaria de su coche, ya de por sí precaria, se fuera recalentando peligrosamente. El acompañante de Meteoro Ardiente también avanzaba sin demasiadas complicaciones, pero parecía como si su piloto hubiera consumido alguna sustancia psicotrópica potente, dado que hacía maniobras bastante extrañas e innecesarias al volante.

Pronto sucedió algo que marcaría el rumbo de la carrera. Los cantares de gesta de NeoCamelot dirían que fue esta maniobra pagana la que encendió la santa ira de Sir Héctor. El propio Sir Héctor, por su parte, no confirma ni desmiente esta afirmación. Quienes le conocen bien saben que no necesitaba ninguna excusa para hacer lo que hizo. Fuera como fuera, el KKK embistió de nuevo a Sir Héctor, y uno de sus conductores (quizá Klaus, quizá Klein) gritó por un megáfono:

"¡Sir Héctor, gire a la izquierda! ¡¡ES UNA ORDEN!!"

"¡Sí señor!" – respondió un confundido Sir Héctor.

Antes de que pudiera saber realmente lo que estaba haciendo, el caballero-piloto hizo un brusco giro hacia la izquierda, lo que le dejó mirando hacia la puerta de salida e hizo sufrir a su viejo motor. Antes de que el caballero pudiera darse cuenta, el KKK pasó tras él, riendo, hacia la primera de las puertas...

… en la que aguardaba un siniestro ser, un espectro innombrable.

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Como era de esperar, Meteoro atravesó la primera puerta el primero, aclamado por la multitud. Contra toda lógica, el Chico Job fue quien atravesó la puerta en segundo lugar, recibiendo un silencio incrédulo por parte de los espectadores. El muchacho, quien llevaba el coche a punto de reventar tanto por embestidas de sus competidores como por su propia impericia al volante, miró por el retrovisor. Vio a varios coches que le seguían a poca distancia, pero también vio, con una presciencia propia de los profetas que aparecían en la Biblia, lo que estaba a punto de suceder.

Sir Héctor había embestido a uno de los coches policiales, y lo había dañado gravemente. Pero su ira al sentirse engañado no había terminado ahí. En absoluto. Forzando el nitro apareció en un abrir y cerrar de ojos al lado de los coches que se agolpaban en torno a la segunda puerta, y entonces desató la ira de los Cielos.

El lanzallamas soltó el chorro de fuego. Fue como ver la ardiente espada de San Miguel, la que expulsó a los ángeles rebeldes del Cielo y a los primeros hombres del Paraíso. Fue como ver toda la terrible belleza del Amor y la Ira de Dios. Fue una puta salvajada. El KKK, que se encontraba en primera fila de la trayectoria del arma, fue volatilizado en un instante. El manantial flamígero llegó también al legendario Demented Rhino, quien sufrió el mismo destino. Y entonces, en una perfecta sincronía de destrucción, ambos estallaron con inusitada violencia.

El coche del Chico Job se encontraba a poca distancia de Demented Rhino. Vio lo que sucedía y, llorando tanto por esa auténtica hermosura como por ser conocedor de su destino, apenas llegó a decir:

"Perfection."

Y su coche fue envuelto en las llamas purificadoras.



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Meteoro avanzaba tranquilo, sabedor de que era el más rápido y el más habilidoso. Incluso llevando gafas de sol por la noche. Sentía la emoción del volante, del acelerador, del asfalto… bueno, de la tierra. Lo que fuera. Era un hombre feliz que tenía puesta música ochentera a todo volumen y pensaba en sus queridos dinosaurios, y en cómo sería tener uno como mascota.

Y de pronto, incluso él quedó deslumbrado.

La luz procedía del retrovisor. Miró y vio una inmensa bola de fuego, un hermoso panorama de ardiente destrucción. Ya nadie le seguía. Ya nadie podría seguirle, hasta que se volvieran a encontrar en la carretera eterna, la que siempre es recta y no termina jamás.

"Cabrones con suerte" – murmuró.

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La muerte atravesó por fin la primera puerta. Aceleró, con la mano izquierda en el manillar y la mano derecha sosteniendo una guadaña que cortaba el viento, y que pronto cortaría las almas. Pero cuando llegó a la segunda puerta se encontró con un escenario de destrucción macabro, llamas que se alzaban hacia el imposible cielo, y un coche que se alejaba de la multitud carbonizada, pintado con los colores heráldicos de Sir Héctor, y con la boquilla del lanzallamas aún humeando.

"Bueno, pues… ya estaría todo hecho, ¿no?" – pensó para sí misma, confusa.

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