"Sir Héctor, la verdad es que esto... esto no me gusta nada"
El caballero
barrigón miró a su escudero, un muchacho de apenas veinte años, pecoso y
desgarbado, que apenas había conseguido superar unas paperas. Se llamaba Job,
en homenaje al santo varón de la Biblia, y le llamaban simplemente “el chico
Job”. Probablemente le seguirían llamando así aunque cumpliera cien años, pues
seguiría con cara de niño. Aquella tarde, en presencia de algunos de los
corredores más famosos, temidos y dementes, esa cara infantil mostraba una
preocupación que rayaba el temor. Pero Sir Héctor, con su característico buen
humor, palmeó su impresionante barriga y aseguró:
Imagen de Michael Kelly |
"No te preocupes chico, será una justa como
cualquier otra, ya lo verás."
El atribulado escudero miró a su alrededor. “Como cualquier otra” era una idea que no se iba a poder atribuir a aquella carrera, por mucho que Sir Héctor quisiera ignorarlo. Cerca de ellos estaban los famosos Klaus y Klein, dos pseudo policías renegados, irremediablemente racistas, que discutían entre ellos sobre la colocación idónea de la sirena para “putear todo lo que sea posible”. Paradójicamente, contemplarlos era relativamente tranquilizador en relación con dirigir la mirada un poco más allá, donde la amenazadora silueta de Demented Rhino, el azote de la carretera, se recortaba contra el fuego producido por sopletes que terminaban de retocar alguno de sus múltiples instrumentos de terror. Y sin embargo era posible encontrar a alguien más inconsciente que Sir Héctor: ajeno a todo, sonriendo como si estuviera viendo una película de dinosaurios en el cine, se encontraba el famoso Meteoro Ardiente, el ganador y contra todo pronóstico superviviente de varias de las carreras que se habían celebrado recientemente. Ni siquiera siendo una carrera nocturna había considerado oportuno quitarse las gafas de sol.
"Sir Héctor, no es solo que estemos rodeados de
estos paganos dementes, es que esta noche… bueno, ya sabe usted… es la Víspera
de Todos los Santos, y en el mundo ancestral se decía..."
Sir Héctor
bufó.
"¿Qué se decía, muchacho? ¿Que los muertos
caminaban por la tierra y los fantasmas de las abuelas acechaban a sus nietos?
Tradiciones paganas hijo, supersticiones, blasfemia."
" Pero el caso es que…"
"El caso es que aquí lo más temible es mi
lanzallamas. Y si aparece algún fantasma, no te preocupes, ya me encargaré yo
de rociarlo con napalm bendito. Mano de santo, nunca mejor dicho. Tú ten a mano
las granadas de Antioquía."
"¿Las granadas?"
"Los cócteles molotov."
"Ah, bien. Claro…"
El Chico Job
se dirigió a su vehículo igual de apesadumbrado que antes y además confuso por
esa denominación tan extraña para los cócteles molotov. Quería haber preguntado
a Sir Héctor de dónde salía el nombre, pero no tenía tiempo. La carrera iba a
comenzar y, por muy tranquilo que se mostrara su señor, estaba claro que iban a
suceder cosas. Miró al horizonte y por un momento le pareció ver, medio
envuelto en la neblina producida por el humo de motores y las pesadillas, la
evanescente silueta de un motorista que portaba algo parecido a una guadaña. O
era la parca de las antiguas tradiciones o era alguien con un sentido del humor
muy macabro. Esperaba que se tratara de lo segundo.
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La
carrera comenzó, como no podía ser de otra forma, con un acelerón de Meteoro
Ardiente que dejó atrás al resto de sus competidores. Tampoco es que les
importara demasiado: en cuanto pudieron comenzaron a embestirse como los
auténticos tarados que eran. Sir Héctor en concreto vio el KKK, conducido por
Klaus y Klein, y se lanzó contra él. No obstante, no consiguió apenas dañar al
vehículo de su rival, y el acompañante de los policías, el infame Mr. Touchy,
aprovechó a su vez la oportunidad y embistió contra el caballero.
Posteriormente le hizo sonar la sirena, pero Sir Héctor respondió que solo
obedecería al Papa, y por tanto se negó a aminorar la marcha. La demencia
siguió cuando el brutal Demented Rhino cargó contra Mr. Touchy, quien en un
alarde de pericia al volante logró evitar buena parte del daño que en
circunstancias normales habría causado el architemido coche.
Mientras
tanto, el Chico Job logró esquivar en buena parte lo peor de la salida, si bien
su escasa habilidad al volante hizo que la maquinaria de su coche, ya de por sí
precaria, se fuera recalentando peligrosamente. El acompañante de Meteoro
Ardiente también avanzaba sin demasiadas complicaciones, pero parecía como si
su piloto hubiera consumido alguna sustancia psicotrópica potente, dado que
hacía maniobras bastante extrañas e innecesarias al volante.
Pronto
sucedió algo que marcaría el rumbo de la carrera. Los cantares de gesta de
NeoCamelot dirían que fue esta maniobra pagana la que encendió la santa ira de
Sir Héctor. El propio Sir Héctor, por su parte, no confirma ni desmiente esta
afirmación. Quienes le conocen bien saben que no necesitaba ninguna excusa para
hacer lo que hizo. Fuera como fuera, el KKK embistió de nuevo a Sir Héctor, y
uno de sus conductores (quizá Klaus, quizá Klein) gritó por un megáfono:
"¡Sir Héctor, gire a la izquierda! ¡¡ES UNA
ORDEN!!"
"¡Sí señor!" – respondió un confundido Sir Héctor.
Antes de que
pudiera saber realmente lo que estaba haciendo, el caballero-piloto hizo un
brusco giro hacia la izquierda, lo que le dejó mirando hacia la puerta de
salida e hizo sufrir a su viejo motor. Antes de que el caballero pudiera darse
cuenta, el KKK pasó tras él, riendo, hacia la primera de las puertas...
… en la que
aguardaba un siniestro ser, un espectro innombrable.
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Como
era de esperar, Meteoro atravesó la primera puerta el primero, aclamado por la
multitud. Contra toda lógica, el Chico Job fue quien atravesó la puerta en
segundo lugar, recibiendo un silencio incrédulo por parte de los espectadores.
El muchacho, quien llevaba el coche a punto de reventar tanto por embestidas de
sus competidores como por su propia impericia al volante, miró por el
retrovisor. Vio a varios coches que le seguían a poca distancia, pero también
vio, con una presciencia propia de los profetas que aparecían en la Biblia, lo
que estaba a punto de suceder.
Sir
Héctor había embestido a uno de los coches policiales, y lo había dañado
gravemente. Pero su ira al sentirse engañado no había terminado ahí. En
absoluto. Forzando el nitro apareció en un abrir y cerrar de ojos al lado de
los coches que se agolpaban en torno a la segunda puerta, y entonces desató la
ira de los Cielos.
El
lanzallamas soltó el chorro de fuego. Fue como ver la ardiente espada de San
Miguel, la que expulsó a los ángeles rebeldes del Cielo y a los primeros
hombres del Paraíso. Fue como ver toda la terrible belleza del Amor y la Ira de
Dios. Fue una puta salvajada. El KKK, que se encontraba en primera fila de la
trayectoria del arma, fue volatilizado en un instante. El manantial flamígero
llegó también al legendario Demented Rhino, quien sufrió el mismo destino. Y
entonces, en una perfecta sincronía de destrucción, ambos estallaron con
inusitada violencia.
El
coche del Chico Job se encontraba a poca distancia de Demented Rhino. Vio lo
que sucedía y, llorando tanto por esa auténtica hermosura como por ser
conocedor de su destino, apenas llegó a decir:
"Perfection."
Y su coche fue
envuelto en las llamas purificadoras.
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Meteoro
avanzaba tranquilo, sabedor de que era el más rápido y el más habilidoso.
Incluso llevando gafas de sol por la noche. Sentía la emoción del volante, del
acelerador, del asfalto… bueno, de la tierra. Lo que fuera. Era un hombre feliz
que tenía puesta música ochentera a todo volumen y pensaba en sus queridos
dinosaurios, y en cómo sería tener uno como mascota.
Y
de pronto, incluso él quedó deslumbrado.
La
luz procedía del retrovisor. Miró y vio una inmensa bola de fuego, un hermoso
panorama de ardiente destrucción. Ya nadie le seguía. Ya nadie podría seguirle,
hasta que se volvieran a encontrar en la carretera eterna, la que siempre es
recta y no termina jamás.
"Cabrones con suerte" – murmuró.
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La
muerte atravesó por fin la primera puerta. Aceleró, con la mano izquierda en el
manillar y la mano derecha sosteniendo una guadaña que cortaba el viento, y que
pronto cortaría las almas. Pero cuando llegó a la segunda puerta se encontró
con un escenario de destrucción macabro, llamas que se alzaban hacia el
imposible cielo, y un coche que se alejaba de la multitud carbonizada, pintado
con los colores heráldicos de Sir Héctor, y con la boquilla del lanzallamas aún
humeando.
"Bueno, pues… ya estaría todo hecho, ¿no?" – pensó
para sí misma, confusa.
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