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lunes, 7 de septiembre de 2020

Un Pacto de Sangre

Saludos a todos, damas y caballeros.

Os traigo un nuevo relato de Chantal, de nuevo referido a su estancia en Mordheim, siguiendo la estela de otros relatos que he publicado en los últimos meses sobre cómo conoció a aquellas dos de sus amantes que llevan con ella desde Mordheim, Beatrice y Sveta.


Como he comentado en otras entradas, Chantal comenzó su existencia en la Segunda Era de Mordheim como una de las aprendices de Ayn al-Dhalam, la nigromante árabe de la banda, que estaba sometida al vampiro Aurelian. A medida que la campaña iba avanzando narrativamente y la historia del Rey tomaba forma, Chantal se fue volviendo más independiente de Aurelian, hasta llegar a un punto en que salió de la banda y se dedicó a sus propios y turbios asuntos junto con Beatrice y Sveta. Este relato forma parte de ese momento, con la campaña ya en sus momentos finales, con los ingenieros de Nuln obteniendo una supremacía incontestable, y con Chantal intentando evitarlo.

Espero que os guste.

Chantal vio cómo el cazarrecompensas kislevita entraba en la taberna donde le había citado y, tras preguntar algo en la barra y ser respondido con un tembloroso gesto señalando la mesa donde se encontraba, avanzaba hacia ella. Él, por su parte, intentó mantener su proverbial frialdad norteña a medida que se acercaba al lugar donde se encontraba la bruja, aunque no era fácil hacerlo. Aquella muchacha se encontraba en una esquina, con la espalda contra la pared, síntoma de que sabía lo que se hacía y que no era la clásica señora aburrida que quería que mataran a su marido. Pero, además, vestía una túnica negra con capucha y, por lo que se dejaba entrever a la altura de su escote… no llevaba nada más.

El cazarrecompensas se sentó sin ninguna ceremonia, y la mujer dejó caer la capucha, revelando una cascada de pelo rubio y un rostro con una permanente expresión de picardía y maldad. Boba tuvo que reconocer que, aunque había conocido mujeres hermosísimas en Kislev, aquella descocada imperial superaba a todas.

"Me alegra que hayáis venido" – dijo Chantal.

"Siempre acudo a la oportunidad de un negocio" – respondió el kislevita -. "Además, quería comprobar si erais tan hermosa como se dice."

"¿Y bien?"

Boba cogió la jarra de cerveza que le tendió una camarera, y mientras se la llevaba a los labios y deslizaba su mirada por el escote entreabierto de Chantal, respondió lacónicamente:

"El camino ha valido la pena."

Chantal sonrió, acarició la botella de vino blanco que tenía frente a ella y dijo: 

"Bueno, el asunto que os quiero proponer no será tan fascinante como yo, pero espero que lo encontréis interesante de todos modos."

El kislevita rebuscó un ajado cigarro entre sus bolsillos, lo encendió con la vela que iluminaba la mesa e, inconscientemente, decidió comenzar a jugar duro. 

"Mis servicios son muy caros, señorita, no creo que tengáis tanto dinero. Pero sí tenéis otras cosas que me interesan, con las que me podríais pagar."

Chantal rió divertida ante lo directo del comentario, y contestó: 

"Ya… veréis, os equivocáis doblemente. Soy bastante rica ahora, y estoy segura de poder pagaros suficientemente. 50 jurlis es mi oferta, de hecho. En cuanto a lo otro… es una pena, pero no podréis tenerlo. Mis amantes se pondrían muy celosas, y eso no estaría bien."

"¿Celosas?" – preguntó el kislevita, reforzando la entonación en la última vocal. 

"Sí, cariño. Celosas."

La decepción del cazarrecompensas se manifestó en una calada particularmente larga al cigarro, que exhaló una bocanada de humo tan inconsistente como las esperanzas que había albergado. Decidido a no perder el control de la situación, comentó: 

"Dudo que las autoridades del Imperio vean esa clase de relaciones con buenos ojos…"

"No lo hacen. Pero tampoco ven bien la violación, el asesinato, la mutilación, la tortura, la práctica de artes oscuras, la necrofilia o el canibalismo. Y aquí estoy, pese a todo."

En ese momento, Boba comenzó a sentirse honestamente asustado. Desde luego, aquella mujer no era para nada lo que había imaginado. Cabía la posibilidad de que fuera un farol destinado precisamente a aterrorizarle, pero la calma y la sinceridad con la que decía aquellas salvajadas, casi como si hubiera enumerado una lista de inocentes aficiones de fines de semana, hacía que se diera cuenta de que estaba siendo brutalmente sincera. Con todo, su mente era la de un kislevita, una tierra constantemente asediada por el frío y las hordas de los Poderes Oscuros, y reaccionó como todo kislevita cuando se ve acorralado: embistiendo de frente. 

"Con ese historial, los Cazadores de Brujas pagarían bien por vos."

"No me cabe duda, como tampoco dudo que no vas a venderme."

"¿Por qué crees eso?" – preguntó Buba pasando también al tuteo. 

"Hay varias razones, pero la principal es que no combates por principios, sino por el beneficio. Y un hombre como tú entiende que el coste de quemar un cuerpo tan escultural como el mío, aunque tengas que conformarte con simplemente mirarlo, es superior al beneficio que te pagaría ningún Cazador de Brujas."

El kislevita hizo una mueca de aprobación. Aquello le parecía un desenlace razonable al duelo dialéctico que habían mantenido, además de una gran verdad. Satisfecho, dio un nuevo trago a su jarra de cerveza y preguntó: 

"Bien, ¿quién es el objetivo?"

"Alguien demasiado imbécil como para entender el cálculo que acabas de hacer. Barbicane, creo que se llama."

"¿El pirado del arcabuz de repetición?" – Boba notó cómo Chantal se llevaba la mano al hombro al mencionar el arma y torcía el gesto, pero no dijo nada. 

"El mismo. Se ha propuesto matarnos, al parecer, y me cuesta bastante encontrar mujeres suficientemente guapas y suficientemente depravadas como para que me las vaya matando. Es lamentable, ¿no crees?"

Boba tuvo entonces la intuición de que su interlocutora estaba haciendo un esfuerzo titánico por aparentar cordura, pero la intuición le llegó tarde. 

"Bueno, Hölderlin también quiere verle muerto, así que…" 

"¡¡¡NO!!!"

Chantal cogió la botella de vino y la destrozó contra la mesa. El hecho de que nadie se girara para mirar y prefiriera acurrucarse de miedo ante aquella explosión de ira le reveló al kislevita que efectivamente había un buen motivo para temer a aquella rubia tan inestable, así como el que la camarera, al agacharse a recoger los pedazos de la botella, no pudiera evitar darle un beso en la pierna a la bruja, le mostró que efectivamente disponía de una buena red de “contactos”. Debía mantener la calma o probablemente sería acuchillado, así que se limitó a encender de nuevo su cigarro, el cual se había apagado, mientras esperaba la reacción de la rubia. 

"Lo quiero con vida" – dijo al fin ella con voz entrecortada -. "Lo NECESITO con vida. Con el corazón latiendo, con el cerebro funcionando, con los nervios y la sangre a flor de piel. Lo quiero así."

Boba asintió lentamente y murmuró: 

"Supongo que vas a torturarlo."

"Voy a hacerle mil cortes en todo el cuerpo, voy a desollarlo y voy a hacerle beber plomo fundido." 

"Sé que bromeas – dijo Boba, jugándosela una vez más con tal de no mostrar su temor."

"La verdad es que sí. Voy a ser mucho más cruel que todo eso." 

"Como digas" – asintió el kislevita mientras la camarera volvía con una nueva botella de vino blanco y se la servía a Chantal en una copa que llevaba la aparatosa marca de un pintalabios en el borde -. "Vivo, lo comprendo. Mencionaste sesenta jurlis por el trabajo, ¿verdad?"

Chantal sonrió y, ante un regateo tan burdo, se relajó de nuevo, desvaneciéndose su ataque de rabia como si nunca hubiera estado ahí. En ese momento Boba estaba tan ocupado intentando desentrañar si era superior la belleza o la demencia de aquella muchacha que apenas llegó a escuchar: 

"Sesenta es aceptable, sí."

"Perfecto. Dos cosas más. La primera, si te lo traigo con vida, su equipo es mío. Quiero ese arcabuz."

"Ningún problema con eso." 

"Bien. La segunda, enséñame tus piernas."

Por primera vez desde que cruzó la puerta de aquella taberna, Boba pudo disfrutar de la sensación de haber sorprendido a su interlocutora. 

"Dijiste que no podía tocar tu cuerpo, pero sí verlo."

Por respuesta, la rubia hizo una mueca tan provocadora que todo el esfuerzo que el cazarrecompensas había hecho por mantener la compostura estuvo a punto de saltar por la borda, y puso sus pies sobre la mesa, apartándose la túnica para que se mostrasen las piernas. La imperial disfrutó al ver cómo algunos de los parroquianos de la taberna superaban su temor para dirigir una fugaz y asustadiza mirada al espectáculo, pero se sintió contrariada al ver la expresión de decepción de Boba. 

"¿Qué pasa, corazón?" 

"Impresionante, pero… no llevas medias." 

Chantal estalló en una sonora y sentida carcajada. 

"Oooooooohh, qué perversión tan mona. No te preocupes cariño, me compraré unas medias y te las daré después. Sólo haz lo que te he pedido."

Sorprendiéndose a sí mismo, Boba sonrió azorado, como si en vez de un curtido cazarrecompensas kislevita fuera un joven recluta. Aquello duró un simple segundo, aunque fue suficiente como para que Chantal lo notara, y se vio obligado a cambiar de tema rápidamente. 

"El vampiro para el que trabajas, ¿está de acuerdo con esto?"

Boba vio por primera vez el temor en el rostro de Chantal al mencionarle al vampiro, aunque ella intentó no perder su actitud juguetona cuando respondió: 

"No trabajo para él, y no le he dicho nada de esto. Aunque no veo por qué no debería estar de acuerdo." 

"Espero que así sea. Ya tengo bastante con tratar con hechiceros como para tener que tratar con vampiros también. Como siempre he dicho, “Just vizards, no vampires!”


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