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viernes, 18 de junio de 2021

Sangre y cenizas

Saludos a todos, damas y caballeros.

Si todo va bien, este domingo terminaremos la campaña "Objetivo: Armageddon Secundus" de Warhammer 40k segunda edición. Por el momento, los malditos legionarios de acero han conseguido rechazar el ataque de los Devoradores de Mundos, pero lo que se les viene encima en la tercera batalla es un asunto serio. También es cierto que espero ver muchos, muchos tanques, pero aunque no tengan cráneos que ofrecer al Trono de los Cráneos, espero que también sean destruidos.


Ya os contaremos cómo termina la cosa cuando llegue el momento. En todo caso, lo que hoy os presento es un relato para aderezar la campaña. Lo que se describe es esencialmente lo acontecido en la segunda partida, que podéis encontrar aquí... y la desagradable sorpresa que les espera a los defensores de Armageddon en la tercera partida (que luego los mismo tampoco hacen nada oye, a saber). Espero que os guste.

El capitán Chernov no había viajado nunca más allá de Armageddon. Tenía asumido que, cuando terminara su formación en la Academia de la Legión de Acero, sería movilizado para ir bajo los millones de soles diferentes que formaban el Imperio de la Humanidad. Combatiría en exuberantes vergeles, planetas cuyas cumbres se alzarían como afiladas bayonetas hacia cielos escarlata, mundos oceánicos dominados por el profundo mar azul o estepas cubiertas de nieve hasta donde alcanzara el horizonte. Jamás pensó que su bautismo de fuego se produciría en su propio planeta, y menos contra un enemigo tan abominable.

Desde que fue destinado a comandar la estación de comunicaciones 132-X, de las defensas del río Chaeron, no había dejado de soñar ni una sola noche con la huida de Armageddon Prime a través de las junglas ecuatoriales del planeta. La violencia del asalto había sido tal que los altos mandos habían dado la parte septentrional del planeta por perdida, y todas las fuerzas de legionarios que no hubieran sido masacradas habían tenido que atravesar las asfixiantes selvas esmeralda del planeta para poder alcanzar las defensas de Armageddon Secundus. El capitán todavía recordaba los desesperantes días en que se abría paso con sus hombres a través de la maleza, perseguidos de manera implacable por los malditos gigantes con armaduras rojas y doradas (extrañamente parecidas a las de los marines espaciales, aunque intentaba sacudirse ese pensamiento de su mente), mutantes horripilantes y mastines de piel rojiza que parecían salir de las más abyectas pesadillas de un psicópata.

Él era el oficial de mayor rango en la estación 132-X, junto con el comisario asignado a la estación, quien se mostraba extrañamente suspicaz con aquellos de los soldados que habían sobrevivido a la huida a través de la jungla. Chernov sospechaba que el comisario tenía mucha más información de la que él disponía tanto respecto a la naturaleza del enemigo como de lo que estuviera sucediendo con la invasión. Él simplemente tenía órdenes de repeler cualquier ataque enemigo que se produjera sobre la estación de comunicaciones, y aunque durante mucho tiempo no hubo ningún indicio de actividad por parte del enemigo, el oficial de la Legión de Acero sabía que ni habían sido derrotados ni se habían rendido. Tarde o temprano la guerra volvería a encontrarle.

Por eso no se sorprendió cuando los enemigos comenzaron el ataque, ni perdió los nervios cuando, una vez más, una de esas monstruosidades embutida en una armadura roja se lanzó contra él, con su espada apuntando directamente hacia su corazón.

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Kublai el Decapitador comenzó a acelerar en cuanto vio al capitán de la Legión de Acero que defendía la estación de comunicaciones. Se sintió vivo a medida que el velocímetro de su fiel moto mostraba una cada vez mayor velocidad y llevaba las revoluciones del motor a niveles extraordinarios. Desenvainó su espada demoníaca y gritó con voz potente:

“¡Sangre para el dios de la sangre! ¡Cráneos para el Trono de los Cráneos!”

Justo cuando llegaba ante su presa, giró en un derrape tan cerrado que por poco hizo que saliera volando. De hecho, probablemente ese habría sido el desenlace si quien hubiera intentado tal maniobra no hubiera sido antes uno de los jinetes del Khan. El motor volvió a rugir y Kublai dirigió la espada directamente hacia el corazón del oficial…

Quien consiguió desviar la estocada en el último instante. Bajo su brutal yelmo, El Decapitador sonrió complacido. Apilar cráneos ante el Trono de los Cráneos era siempre una buena cosa, pero a mayor valía del enemigo derrotado como guerrero, mayor sería también el valor del cráneo.

Kublai volvió sobre sus pasos y quedó de nuevo frente al capitán imperial. Éste le disparó con su pistola bólter, y aunque un tiro a bocajarro de un arma tan potente bien podría haberle matado, Kublai se giró de forma que la bala no impactó directamente en su armadura, rebotando. Aprovechando el impulso del giro, el berserker lanzó una nueva estocada, de nuevo detenida por el capitán. El humano era un buen guerrero, pero al final solo era un humano, y no podría detener los golpes del berserker durante el tiempo suficiente ni con la rapidez suficiente. Al final, uno de los tajos de la espada demoníaca alcanzó al oficial, y aunque su pantalla de protección evitó que la herida fuera letal, su sangre corrió por las negras cenizas de Armageddon.

“¡Atacan al capitán! ¡Legión de Acero, a él!”

Con una valentía conmovedora, los legionarios de acero cargaron sobre Kublai para defender a su oficial. El berserker se detuvo un instante para contemplar la carga de los soldados contra él, una visión ciertamente hermosa: su corazón se inspiró al ver a decenas de hombres marchar de frente hacia la muerte y el derramamiento de sangre. Alzó la espada a los cielos y gritó:

“¡Salve, hermanos! El dios de las batallas contempla vuestro valor”

Gritando el nombre del Emperador, los legionarios cayeron sobre el traidor.

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La ira de Vlad Khorgal era tan intensa que era casi palpable, formando una especie de halo rojizo en torno a él. No cuestionaba en modo alguno las órdenes de su primarca. Nunca lo había hecho. Si el Ángel Rojo había decidido invertir varias semanas en erigir monolitos en las junglas ecuatoriales de Armageddon en lugar de avanzar hacia los aterrados defensores en el sur del planeta, es porque era necesario. Pero la espera se le hacía insoportable, y ver que los legionarios de acero estaban consiguiendo resistir la ofensiva de su lugarteniente en la estación de comunicaciones no ayudaba demasiado.

Por desgracia para los defensores, aquello no había terminado.

Los Libertadores, la partida de guerra de Vlad Khorgal, era una de las más pequeñas dentro de lo que antes había sido la legión de los Devoradores  de Mundos, que por primera vez en nueve mil años volvía a operar como tal en la guerra de Armageddon. Otros paladines, como Kossolax el Perjuro o Hans Kho´ren, comandaban huestes mucho mayores en número. Pero entre los Libertadores había muchos guerreros de élite, incluyendo un número nada despreciable de exterminadores… y había llegado el momento de que eso se hiciera valer.

“Prepara a tus hombres, Rhaegax. Vamos a cosechar cráneos”

El gigantesco líder de los exterminadores sonrió, una sonrisa que mostraba dientes afilados y una demencia homicida extraordinaria.


4 comentarios:

  1. Uuuuuhhhhh este relato deja la miel en los labios, deseando ver el final de la campaña y esperando que el Emperador en su glorioso trono dorado nos proteja y alce a los legionarios de acero con la victoria ;-)

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    Respuestas
    1. ¡Muchas gracias!

      El Emperador no puede protegeros porque es un cadáver. Khorne, en cambio... ;)

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    2. Pagarás por tu herejía! Gloria al Dios Emperador!

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    3. Si Nurgle tiene tanto interés en sabotear esta partida es claramente porque quiere evitar que su hermano alcance la gloria, así que ya sabes lo que te espera...

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