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miércoles, 16 de febrero de 2022

Una noche en Ka-Sabar (I)

Saludos a todos, damas y caballeros.

Tal y como comenté hace unos días, el grupo de juego del Troglablog anda últimamente emocionado con el retorno de algunos de sus integrantes al maravilloso mundo de Warhammer Fantasy, cosa que se traduce en más partidas y, sobre todo, más Trasfondo, campañas e ideas de campañas. Como dije en la entrada anterior, hemos decidido ambientar buena parte de nuestras andanzas y desventuras futuras en las Tierras del Sur, un lugar maravilloso con mucho por descubrir.

Imagen de Jorge Jacinto

Uno de los lugares cuya historia está ligada a las Tierras del Sur es la ciudad de Ka-Sabar, el Templo de los Lamentos. Se trata de un sitio interesante, pues es el lugar del que partió la expedición de Ibn Jellaba hacia las Tierras del Sur y que descubrió la ciudad de los hombres lagarto de Zlatlan. Sin embargo, su Trasfondo dice también que la ciudad contiene glifos, símbolos y runas más antiguas que la propia Nehekhara, y es el lugar donde murió Abdul Ben Rachid, quien escribió el Libro de los Muertos. Todo esto tiene un toque lovecraftiano evidente, tanto en lo de la ciudad absolutamente ancestral (aunque en este caso esté poblada por humanos) como en Abdul Ben Rachid y el Libro de los Muertos, que claramente es un remedo de Abdul Al-Hazred y el Necronomicón. A título de curiosidad, que sepáis que ni el nombre de Abdul Ben Rachid ni el de Abdul Al-Hazred tienen ningún sentido en árabe, son gramaticalmente erróneos.

Independientemente de eso, las Tierras del Sur en general y Ka-Sabar en particular encajan muy bien con los no muertos, y a mí siempre me ha gustado que mi ejército de tal tuviera sus toques relacionados con Arabia. No en vano, la primera maestra y amante de Chantal fue una nigromante árabe, y tiene una bruja árabe entre su séquito. Así que no me he resistido a escribir un relato que sirva a modo de introducción de las andanzas y desventuras de Chantal y sus brujas en las Tierras del Sur, sean éstas las que sean. 

No obstante, he decidido dividir el relato en dos partes, no tanto por la extensión del mismo sino porque va a tratar dos temas diferentes. Al principio no sabía si quería escribir algo que sirviera más como introducción de las distintas facciones que probablemente aparezcan en las partidas y/o campañas que juguemos en la zona o algo que tuviera más que ver con todo lo que he comentado de Ka-Sabar, Abdul Ben Rachid y demás. Así que he decidido escribir ambas cosas, pero como realmente son dos temas diferentes, creo que se quedará en dos relatos diferentes. Así que os traigo la primera parte, hablando de las facciones de los colegas que encontraremos (espero), y otro día hablaremos con más detalle del poeta árabe loco.

UNA NOCHE EN KA-SABAR

Chantal se asomó al patio de la villa que Zamira había encontrado en la ciudad árabe de Ka-Sabar. El día era asfixiante, pero había una cualidad en el aire que hacía que el ambiente fuera mucho más llevadero para la imperial, acostumbrada a climas más fríos. El calor era húmedo, opresivo, pero precisamente por eso en la mente de la nigromante evocaba placeres exóticos y prohibidos, deleites sensoriales incompatibles con la frialdad del clima de Stirland. Aquel calor era un ambiente en el que podía favorecer la decadencia y la sensualidad que la bruja tanto anhelaba, y se deleitó en el calor acompasado por el cristalino murmullo de la fuente que coronaba el patio de la villa, en el insospechado canto de los loros, que escuchaba por primera vez en su vida, y en el aroma de especias que colmaba su olfato de sabores que hubiera considerado imposibles. A sus cincuenta años (aunque su horrible brujería le hiciera mantener la misma apariencia que tenía desde que saliera de Mordheim treinta años atrás), aquella era la primera vez que Chantal visitaba Arabia, y sus sentidos se encontraban sobreexcitados por la explosión sensorial que aquellas tierras ofrecían.

Sus labios esbozaron una perversa sonrisa cuando vio que Zamira, la esclavista de Lashiek, entraba en la villa junto con unos guardias que escoltaban a varias muchachas encadenadas. Zamira había nacido en el mayor puerto de esclavos entre las naciones humanas, y no solo compartía los gustos sexuales de su maestra sino que sentía un torturado afán por la carne humana tras haber participado en los horripilantes ritos de los necrófagos en la ciudad maldita de Ma´arra. Consecuentemente, había desarrollado una espeluznante red de contactos en los mercados de esclavos, siempre a la busca de las muchachas más hermosas de las naciones humanas, a las cuales les aguardaba un destino funesto en manos de Chantal, Zamira y las demás brujas. La lógica árabe del harén jugaría en contra de esas mujeres, pues la privacidad con la que se diseñaban las viviendas ocultaría la perversión de Chantal y las terribles escenas que se vivirían tras los muros del palacio.


Imagen de Drazenka Kimbel

La nigromante hizo un gran esfuerzo por desviar sus pensamientos de lo que pensaba hacer con aquellas esclavas, y se concentró en otros asuntos menos placenteros para ella, pero quizá más necesarios. Antes había acudido al palacio, convocado por Sveta, uno de los mejores exploradores de la región. Chantal quería saber con qué se encontraría en la zona, y el beduino, hombre de pocas palabras al que habían pagado ampliamente para aflojarle la lengua, había traído noticias casi tan fantásticas como el ambiente en que se encontraban.

Aquel hombre había hablado con Chantal y sus amantes sobre muertos que caminaban a la luz de la luna bajo la sombra de pirámides que se alzaban sobre los desiertos hacia las distantes estrellas. Las nigromantes habían tenido que fingir sorpresa ante una revelación tan asombrosa, pero su sorpresa había sido genuina con lo demás: aquel hombre aseguraba que, hacia el sur, pasadas las sabanas y adentrándose en la jungla, moraba una extraña raza de homínidos reptilianos que usaban extraños seres como montura y aliados, parecidos a cocodrilos o dragones. Chantal jamás había oído hablar de que existieran seres así, pero el beduino despertó su curiosidad cuando le habló de artefactos de un enorme poder mágico, y cómo los ladrones de tesoros los buscaban constantemente.

El árabe sabía que había al menos dos buscadores de tesoros que aparecían por la zona frecuentemente. Uno de ellos era un humano, un tal Egon Kolb, nombre que Chantal reconocía pues sabía que se había distinguido en algunas batallas en la intermitente guerra contra Vlad Von Carstein. No contaba con encontrarlo tan lejos del Imperio, pero Ka-Sabar era una ciudad enormemente rica y no sería difícil llegar allí desde el Imperio haciendo el viaje en barco y desembarcando en el cercano enclave imperial de Sudenburgo. Así lo había hecho ella, de hecho. Del segundo buscador de tesoros el beduino apenas habló, y lo que dijo fue en voz baja y con temor, pues se trataba de un corsario elfo conocido por su crueldad. Chantal pensó que podría tratarse de Anleith Seadrake, y de ser así se alegraría, pues ya había hecho tratos con el corsario en el pasado para procurarse mercancía especial.

También habló de seres que hicieron que las brujas torcieran el gesto. Tribus de goblins que surgían de las junglas o descendían de las montañas y manadas de hombres bestia que atravesaban los desiertos procedentes de las Tierras Yermas, lo que hizo pensar a Chantal que al menos en Arabia encontraría algo que le recordara a su hogar, aunque fuera la omnipresente amenaza que esas malditas razas representaban para la humanidad. El beduino habló entre susurros de otros seres, que quizá creía que resultarían menos creíbles, como los hombres rata. Chantal sabía que, contrariamente a lo que pensaba el resto de sus compatriotas, aquellas bestias conocidas como skaven eran reales: las había visto en su juventud en Mordheim. El árabe habló también de otra criatura temible, un troll tan antiguo como el mundo y tan grande como una montaña, que lideraba una inmensa horda de su progenie... aunque él afirmó no haberlo visto nunca directamente, y pensaba que solo era una leyenda.

Pero no todo eran seres de destrucción. El explorador comentó que no era infrecuente ver enanos en Ka-Sabar, pues los integrantes de esta raza organizaban periódicamente expediciones con tal de encontrar la que, según sus leyendas, fue su primer hogar: Karak Zorn, la fortaleza situada en las junglas de las Tierras del Sur, alzándose sobre las cumbres. Pocas veces volvían estas expediciones, y si lo hacían, era sin haber logrado su objetivo. Pero los enanos eran una raza testaruda e independientemente de los fracasos que acumularan no cejaban en su empeño. También habló de elfos, una pequeña compañía de esos seres feéricos, vestidos con ropajes verdes y pardos y que mostraban una extraña afinidad con los árboles de los oasis del desierto. Nadie había llegado a hablar con ellos, pero sin duda parecía que estaban buscando algo.

Todas aquellas noticias habían despertado la imaginación de las brujas, como si el beduino hubiera sido un cuentacuentos relatando historias de aventura y terror. Su pago había sido amplio, pero tras contar sus historias, y pese a estar rodeado de mujeres extraordinariamente hermosas que escuchaban sus palabras con embelesamiento, el árabe había salido rápidamente del palacio, no deseando permanecer en él ni un minuto más allá de lo necesario. 

Sabía perfectamente cuál era aquella casa. Todo Ka-Sabar lo sabía.

Sabía que era la casa en que había muerto Abdul Ben Rachid.

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