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lunes, 8 de mayo de 2023

La abominación y el soldado

Saludos a todos, damas y caballeros.

Como dije (y quedó demostrado) en la entrada de la partida correspondiente, el segundo escenario de la campaña de The Silver Bayonet ha resultado ser bastante épico, con momentos memorables pese a que mataran a todos mis soldados... o precisamente gracias a ello. Cuando lo importante es contar una historia, lo necesario es que esa historia quede bien, no que sea "bonita". Siendo The Silver Bayonet un juego con una ambientación de terror gótica, desde luego en este caso estuvo a la altura de las expectativas.

Es por ello que, a diferencia de lo que hice con el informe de batalla anterior, en que fui intercalando narración y descripción, en este caso preferí concentrar toda la narrativa en una entrada dedicada específicamente a ello, y eso es lo que os traigo aquí. Espero que os guste.

LA ABOMINACIÓN Y EL SOLDADO

Rodrigo Velázquez había sido el oficial al mando de la Hermandad de la Misericordia durante muchos años. Aunque era un hombre humilde, y sabía que toda victoria procedía de Dios, era también consciente de cuáles eran las virtudes por las que sus superiores en la Inquisición de Roma le habían otorgado el mando de la Hermandad: no solo había sido un veterano de incontables campañas contra protestantes y turcos en una vida pasada, sino que, tras conocer la existencia de los horrores que acechaban en la noche a los hombres de buena voluntad, se había enfrentado al dolor de esta revelación con Fe en la Providencia y estoicismo, de forma que su espíritu se había tornado inquebrantable. Sabía que era conocido como "el monje en armadura", y le parecía un sobrenombre adecuado, aunque sabía que su verdadera armadura no era la que cubría su cuerpo, sino la coraza de férrea voluntad que protegía su alma.

Sin embargo, si alguna vez hubo una noche en que esa armadura estuvo a punto de quebrarse, fue en esa noche en Transilvania.

Rodrigo solo había tenido que enfrentarse a las abominaciones conocidas como "vampiros" una vez, y tenía que reconocer que, de todas las criaturas de la oscuridad, ninguna era tan peligrosa y terrorífica como esos siervos del Abismo. Había rezado por no tener que estar frente a una criatura semejante, pero desde el momento en que supo que tenía que ir a Transilvania se había estado preparando para esa eventualidad... si es que algo puede preparar a un hombre para enfrentarse cara a cara con los más terroríficos esbirros de Satanás.

Ni siquiera el experimentado Konrad Von Wizsäcker había sido capaz de resistir el profundo miedo que le había provocado el vampiro al que finalmente habían tenido que enfrentarse. La Hermandad de la Misericordia había logrado, tras el primer encontronazo con una manada de lobos y licántropos, encontrar las ruinas de la capilla donde debía estar la reliquia que habían ido a buscar. La cruz de plata de los Báthory. Y, aunque intuían que la Oscuridad les estaría esperando una vez llegaran al lugar, nada nunca puede preparar a alguien para luchar con un strigoi. El lugarteniente de la Hermandad estaba tirado en el suelo, malherido y presa del terror más profundo, y aunque Rodrigo Velázquez había conseguido acabar con el no muerto, no se encontraba en una situación mucho mejor.

Por ello, se le heló la sangre en las venas cuando escuchó una voz femenina diciendo:

"Vaya, vaya... ¿os ha enviado Roma para matarme? Qué maravilla..."

El capitán de la Hermandad de la Misericordia supo que aquella voz no pertenecía a este mundo. Había demasiada maldad en ella como para que así fuera, una nota de un horror infernal que inducía a los mortales a la desesperación. Y, antes siquiera de mirar a la figura abominable que se había abierto camino desde la oscuridad del bosque hacia donde se encontraba, Rodrigo Velázquez ya supo a quién se tenía que enfrentar.

"Erszebet..." murmuró.

"Así es" confirmó la voz.

Rodrigo Velázquez finalmente la miró. Un incauto podría haber tomado aquella figura por hermosa, quizá por una de las mujeres más bellas de la tierra. Pero el capitán de la Hermandad de la Misericordia era un hombre versado en la lucha contra el demonio, y reconocía perfectamente las señales de la putrefacción del alma. Aunque la piel de la vampiresa pareciera inmaculada, de alabastro, Velázquez sabía que lo que había debajo era corrupción y muerte. Sus preciosos ojos negros solo escondían locura y dolor. Su poder era magnífico, pero se había alejado del amor de Dios.

"No me han mandado a mataros", informó Rodrigo Velázquez, "pero lo haré de todos modos"

Erszebet Báthory rio como una demente.

"No lo creo, soldadito de Roma"

La vampiresa cayó sobre Rodrigo con la velocidad de un rayo, pero el español había previsto el movimiento y fue capaz de contrarrestarlo. Aunque la primera fuera mucho más rápida y fuerte, no era una combatiente, sino una asesina. Había matado a cientos de personas, pero no había tenido que derrotar a ninguna en una pelea. Al contrario, Rodrigo era un gran espadachín que había tomado parte en incontables batallas y escaramuzas, y no era fácil sobrepasarlo en habilidad. Eso compensó un poco la balanza y evitó que la condesa sangrienta pudiera dar un golpe fatal, aunque poco a poco iba causando heridas que mermaban la resistencia del español, sin que éste pudiera hacer nada para contrarrestar la impía vitalidad de la vampiresa.

Finalmente, viendo Erszebet Báthory que la victoria mediante la pura violencia no era un camino muy claro, decidió recurrir a otra de las armas de su poderoso arsenal: la desesperación.

"Mira a tu alrededor, soldado del Papa... todos tus hombres han caído"

Rodrigo no quiso mirar. Temía que la no muerta usara aquella distracción como una trampa y, en todo caso, sabía que así era. Las ruinas de aquella capilla habían sido usurpadas por un terrible mal, los muertos se alzaban de sus tumbas, y habían terminado por superar a sus soldados. Pero su alma estaba preparada para ello, y para su propia muerte también.

"Entonces debo vengarlos"

Rodrigo alzó su espada y se lanzó a por Erszebet. El movimiento fue tan suicida que la vampiresa no lo había contemplado, y aunque reaccionó con rapidez, causando un profundo corte a Rodrigo en el pecho, no pudo evitar que el acero del español atravesara su corazón. En circunstancias normales, aquella herida no le habría hecho nada, pero la espada de un capitán de la Hermandad de la Misericordia siempre contaba con poderosas bendiciones para dañar a los siervos de la Oscuridad... y así sucedió.

Exhausto, Rodrigo se arrodilló sobre la tierra. Apenas pudo ver el cadáver de la vampiresa, con el corazón atravesado por la espada bendita, convertirse en polvo. Un poco más allá, divisó a varios muertos vivientes que se acercaban a él con paso tambaleante. Sabía lo que pasaría si perdía el sentido, pero las fuerzas lo abandonaron, y se desmayó.

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Rodrigo Velázquez despertó sobresaltado y buscó su espada, listo para enfrentarse a la horda de zombis que poblaba las ruinas de la capilla. Estaba rodeado, y sin embargo, a medida que enfocó su mirada y el conocimiento fue volviendo a su mente, se dio cuenta de que quienes le rodeaban no eran muertos vivientes, sino sus propios hombres, los soldados de la Hermandad de la Misericordia.

Todos menos uno.

"¿Qué ha sucedido con Marco?"

Fue Konrad Von Wiezsäcker, con la voz todavía visiblemente turbada, quien contestó:

"Ha vuelto al Padre"

Rodrigo se santiguó y murmuró una oración por su alma. La muerte de uno de sus hombres nunca era buena noticia, pero Marco Pescara apenas había llegado a la veintena, y su muerte a una edad tan temprana era especialmente dolorosa.

"Que Dios lo tenga en Su Gloria" pidió Rodrigo, para después dirigirse al explorador transilvano: "Lajos, acércate, por favor"

El hombre que los Báthory habían designado para acompañar a la Hermandad de la Misericordia en Transilvania se sentó junto a Rodrigo. También él mostraba señales de haber sido herido, aunque parecía que no de gravedad.

"Juraría que la vampiresa a la que maté... era Erszebet"

El transilvano no respondió.

"Es una gran casualidad que nos estuviera esperando en esa capilla, la misma a la que nos dirigíamos para encontrar la cruz de plata, ¿no crees?"

De nuevo, Rodrigo no obtuvo respuesta, por lo que siguió hablando.

"Salvo que, quizá, no es una coincidencia. Quizá nunca hubo una cruz de plata ni reliquia alguna en esa capilla, y lo que había era una vergüenza, una mancha que los Báthory necesitaban limpiar..."

"Vos sabéis que esto es una guerra" respondió finalmente Lajos, "y en la guerra todo está permitido"

Rodrigo asintió. Conocía las reglas del juego, y no iba a quejarse por ellas tras tantas partidas.

"Así es. Pero espero que tus señores sepan que están en deuda con Roma"

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