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martes, 21 de enero de 2020

Lux Perpetua (epílogo Primera Era)


"Abre la ventana" – le dijo el Caballero, tendido en la cama a causa de las heridas, a la Princesa Mercader.

"¿Estás seguro?" – preguntó ella con desconfianza.

El estaliano asintió.

"Sólo está siendo educado. Si quiere entrar, terminará por conseguirlo".


La princesa árabe se levantó del lado de la cama en que vigilaba las vendas de su esposo y, tras atrancar la puerta para evitar interrupciones indeseadas, abrió la ventana. Al hacerlo, el murciélago que había estado revoloteando en torno a ella varios minutos entró, y casi automáticamente se transfiguró, adoptando la forma de Aurelian, el Caballero Negro. Éste miró al Capitán estaliano con cierta tristeza, y después a su esposa, quien, pese a lo que le decían los ojos del vampiro, no mostró intención ninguna de abandonar la sala. Se limitó a sentarse en una silla cercana a la puerta y a desenvainar una espada que, Aurelian lo sabía bien, estaba bendecida con el poder de Myrmidia. Aquella espada bien podía destruir al caballero de Abhorash, pero éste no hizo ningún gesto. No había llegado para provocar una pelea sino, por irónico que pareciera tratándose de un Dragón Sangriento, para llevar paz.


"Encontraste al Rey" – dijo Aurelian por fin, mirando al Caballero de Rivas.

"Le encontré, y le he visto morir".

Aurelian no respondió, ni con sorpresa ni con ninguna otra emoción. Ya siendo humano tenía un carácter flemático, pero que no sintiera ninguna alteración por una noticia así era antinatural.

"Todo se ha perdido, Aurelian. La magnitud del mal en este lugar es insoportable. No hay nada que se pueda hacer. A veces me pregunto…"

El estaliano se detuvo, quizá por el dolor del corte en su pecho o, quizá, por un sufrimiento más profundo. Aurelian le instó a continuar, y éste miró a su mujer brevemente antes de responder:

"A veces me pregunto si no tomaste la decisión correcta, después de todo".

Aurelian sonrió con compasión, algo que prácticamente nunca, ni siquiera cuando era humano, había llegado a suceder.

"Yo me equivoqué" – dijo el vampiro – "y ahora eres tú quien se equivoca. Siempre pensé que, al contrario que yo, morirías antes que perder la Fe".

La risa del estaliano fue amarga como un vino avinagrado.

"Ya ves" – dijo mostrando la herida en el pecho, la más reciente de una larga lista de cicatrices – "que poco me falta para morir".

"Entonces mantén tu Fe intacta, pues el Rey no ha muerto".

"Nunca te tuve por un mentiroso, Aurelian".

Lo que quedaba de carácter estaliano en el vampiro se revolvió ante tal insulto, pero se contuvo y se limitó a afirmar:

"Y sigo sin serlo".

"Mis hombres le vieron morir. ¿Son ellos los mentirosos, entonces?"

Aurelian negó lentamente con la cabeza.

"Tus hombres no mienten, pero no comprenden. La vida y la muerte no son absolutos, como ellos creen".

Entonces Hiba, que había creído entender lo que el vampiro decía, se puso en pie con furia y gritó, al tiempo que agarraba con firmeza la espada:

"¿No le habrás convertido en una abominación como tú, verdad?"


De nuevo, Aurelian se mantuvo estático, sin hacer gesto alguno pese a la amenaza, una amenaza que, bien lo sabía, no podía desestimar a la ligera. Pese a ello, el enfado en su voz fue palpable.

"No, por supuesto que no" – respondió -. "¿Me crees capaz de reanimar un cadáver, ponerle una corona, y decir que eso es el motivo por el que he luchado toda mi existencia? ¿De verdad crees que podría autoengañarme de una forma tan estúpida?"

Ella no respondió, y el vampiro no notó atisbo de temor en ella, lo cual era sin duda admirable. Aurelian se defendió:

"Soy consciente de que soy una abominación. Soy consciente de mi fracaso, porque el Rey realmente existe, y está entre nosotros. Pero no he perdido mi sentido del honor, princesa del desierto. El honor no perece jamás".

El Caballero intervino entonces, pues no le cabía duda de que, de las tres mentes juntas en aquella habitación, la suya era la más equilibrada.

"Aurelian, no entiendo un pijo de lo que estás diciendo, pero te creo. Si el Rey sigue ahí fuera, debemos buscarle y ponerle a salvo".

E hizo un gesto de incorporarse, pero Aurelian le rebatió:

"No, hermano. La lucha ha terminado para ti".

El Caballero quedó perplejo.

"Aún no he muerto, por si no lo has notado – protestó.


"Lo sé, y no vas a morir. Pero has peleado tu combate, y lo has peleado con honor. Incluso tus enemigos reconocen que no hay nadie más valiente que tú en todo Mordheim. Ahora debes descansar y reponer fuerzas, y yo combatiré".

"¿Por qué no podemos acompañarte?" – dijo la Princesa Mercader.

Aurelian miró fijamente a ambos y, tras un rato, respondió:

"Existen fuerzas muy poderosas que aún no han salido a la luz. No conocéis el secreto de Mordheim".

"Aurelian, por la lanza de Myrmidia, sé más explícito" – dijo el Caballero -. "Ya tengo bastante con esta herida como para tener que preocuparme de adivinar tus acertijos".

"Dices que la maldad de Mordheim es inconmensurable, y tienes razón. La ciudad está dominada por el Señor Oscuro, un demonio de infinito poder. Toda la ciudad le pertenece, y los cultos de los dioses impíos han proliferado por doquier. Uno de sus sirvientes más aventajados es aquel al que conocen simplemente como El Brujo".

"El Brujo…" - susurró la Princesa Mercader - "¿No es ese hechicero que vivía en Adaneremburg?"

"El mismo" – confirmó Aurelian -. "Ha estado confinado en Adaneremburg por su propia protección. Le sucedió algo que le dejó terriblemente debilitado. Hay rumores de que una banda de elfos sombríos le dejó al borde de la muerte, aunque no sé qué hay de cierto en ello. Tampoco importa mucho. La cuestión es que Gunnar y un hábilmente manipulado Trifón han desatado, con sus actos, tanta energía mágica que han conseguido revitalizarle. Y va a volver a Mordheim".

"¿Y qué pasa con Gunnar y Trifón?" – preguntó el Caballero.

"Vuelven a Norsca. Ambos. Trifón ha obtenido la marca de Shornaal, y ha estado a punto de asesinar a Enomao, su mejor amigo. Su banda se ha desintegrado, y quienes aún le son leales parten al Norte, a entregarse a la adoración al Caos".

"Entonces es el momento de caer sobre el Brujo y destruirle".

Aurelian negó con la cabeza.

"No es tan fácil como parece. Es muy poderoso, quizá más de lo que él mismo cree ser, y goza de la bendición del Señor Oscuro. Además, no conseguiríamos tanto. Debe regresar. Hay que sacarle de su escondite. Con eso, otras fuerzas que se opondrán al Rey saldrán a la luz. Tras él llegarán los Cazadores de Brujas, que considerarían a Arturo como un hereje. Los criminales y los engendros prosperarán. Los sirvientes de Vlad Von Carstein o de otros vampiros intentarán arrebatarle la ciudad".

"¿Vlad Von Carstein?" – preguntó Hiba - "¿El Conde de Sylvania? ¿Es un vampiro?"

"¿Cómo? Ah, claro, todavía lo tiene en secreto… sí, es un vampiro".

El Caballero afirmó entonces:

"Bien, creo que te entiendo. Con Gunnar y Trifón en Norsca, con nosotros retirados, con el Rey supuestamente muerto, todas esas fuerzas opuestas al Rey se sentirán seguras y volverán a la superficie, que es mejor que tenerles conspirando en las sombras".

"Exacto" – dijo Aurelian -. "Yo me mezclaré entre ellos, combatiré en la ciudad, y procuraré conocerlos a todos y evitar que nadie acumule demasiado poder. Y cuando el Rey sea revelado como tal, le ayudaré destruyendo a sus enemigos".


"Creía que el clan de Abhorash era bastante menos retorcido".

"Bueno, también me servirá para entrenar con la espada".

"Ah, siendo así…"

Se hizo el silencio durante unos instantes, en que los esposos meditaron el plan. Al cabo, Aurelian dijo:

"Es por eso que vosotros debéis permanecer aquí, en Bad Kreuznach. Podéis controlar este pueblo y evitar que el Mal se expanda hacia él. Cuando llegue el momento, será importante contar con un lugar en que los hombres buenos y leales al Rey puedan permanecer sin estar acosados".

"Así lo haremos, pues. No hay problema. Pero tenme informado de todo lo que suceda".

"Lo haré".

Aurelian se acercó al lecho donde yacía el estaliano y, como en los viejos tiempos de antaño, se despidió de él con el rito de los Templarios de Myrmidia:

"Hermano, la batalla me llama, y hacia el sol poniente marcho".

El Caballero dudó, pues Aurelian no dejaba de ser un vampiro, una corrupción de la naturaleza. Pero él sabía que, pese a todo, lo que motivaba a su antiguo compañero era el ansia de encontrar la redención, más que ninguna otra cosa en el mundo. Agarró su mano tendida por el antebrazo y respondió:

"Brille para ti la luz perpetua".

Tras eso, el Dragón Sangriento abandonó la habitación, desapareciendo, hacia el combate, en la noche inabarcable.

2 comentarios:

  1. He disfrutado mucho leyendo esta Primera Era, un trasfondo guapísimo. Qué ganas de hacerme una banda y que Víctor me enseñe a jugar :)

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    1. ¡Muchas gracias! Me alegra mucho leer eso, la verdad es que pusimos mucho cariño en el Trasfondo de nuestra Primera Era (también hubo cosas que eran idas de olla, pero esas no las hemos publicado xD), fue la primera vez que hacíamos una campaña de Mordheim tan narrativa y quedó aceptable.

      Efectivamente, ahora te toca hacerte una banda... ¡y desarrollar tu propia Era! ¡Ya nos contarás!

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