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viernes, 17 de enero de 2020

Camino a Chamon Dharek


Debemos ser honestos, por cada campaña narrativa que hemos conseguido terminar ha habido cinco que hemos dejado a la mitad. Es un clásico que estoy seguro de que se repite en la mayoría de grupos de juego. Quizá algún día haga una entrada sobre eso. No obstante, lo que nunca cambia es que, como soy un auténtico demente, escribo un relato introductorio por cada campaña en la que participo. Por lo que tengo muchos, muchos relatos introductorios escritos.


Éste en concreto trata sobre Chantal y su pretendido asalto a Chamon Dharek. La campaña fue un Camino a la Gloria en el que yo adapté las listas para jugarlo con No Muertos, pero no llegó a cuajar. En cualquier caso, la idea era que Chantal estaba por el Territorio Troll con intención de tomar Chamon Dharek, algo que tiene mucho sentido, y que puede que recupere para alguna campaña o batalla que juegue en el futuro. De hecho, el deseo por parte de Chantal de asegurar una infraestructura propicia para este asalto es lo que la motivó a defender Voronezh, una campaña narrativa que, en este caso sí, logramos terminar.

Os dejo con el relato. Espero que os guste.


Chantal recorrió el amplio salón con la mirada, deleitándose con cada detalle, cada pequeña decoración que embellecía la estancia. Pese a haber obtenido una auténtica fortuna en Mordheim, apenas habían pasado unos años desde que dejara aquel camastro desolado en su mugrienta cabaña en su pueblo natal de Stirland, y aún no había perdido la emoción que le embargaba al verse en una casa destinada a los nobles y los poderosos. La luz del sol poniente añadía un decadente toque dorado a los tapices y los espejos, realzando la sensación de lujo exuberante e inflamando aún más el gozo de la imperial.

El salón contaba con un hermoso y ornamentado balcón, al que Chantal salió tras abrir las cristaleras que buscaban aislarlo del frío exterior. Ante sus pies se extendía la ciudad de Erengrado, que desde la posición elevada en que se encontraba mostraba con todo su encanto sus cúpulas doradas, su bullicio incesante, aunque bastante amortiguado desde su residencia y, al fondo, el puerto que daba vida a la ciudad. En aquellos días de principio de verano el clima era placentero, y Chantal pudo dedicar unos minutos a contemplar las casas circundantes, todas ellas imponentes villas de dos o tres plantas, como aquella en la que se alojaba. Sveta la había alquilado en el Distrito Imperial, tanto para facilitar la vida a su señora como para alejarla todo lo posible del Jardín de Morr, situado en la orilla opuesta del río Lynsk.



Chantal regresó al interior del salón, encontrándose con una sirvienta que sostenía, en una bandeja plateada, una copa de vino blanco. La chica, de apenas quince o dieciséis años, estaba mirando al suelo en señal de respeto, y por ello no se percató del lascivo examen al que la sometió la imperial. Sveta había seleccionado a seis sirvientas para la nigromante, las más bellas que había encontrado en los orfanatos, muchachas que no serían creídas si se atrevían a desvelar la auténtica naturaleza de Chantal y que no serían echadas de menos cuando la rubia hechicera inevitablemente las asesinara… si tenían suerte.

La joven kislevita se escabulló al sentir que su señora retiraba la copa de la bandeja, y Sveta entró en el salón, con un aire de autoridad que contrastaba ampliamente con la que mostraba su recién salida compatriota y que revelaba la confianza de saber que era una de las elegidas de Chantal. Ésta, tras probar el vino, le dijo:

"Es bastante bueno… ¿dónde lo has encontrado?"

"Es un regalo del cónsul imperial" – respondió Sveta -. "Hay una cesta con varios productos típicos… me aseguré de anunciar tu llegada. También han enviado esto".

Sveta tendió un sobre lacrado a Chantal, quien dejó la copa en una mesita con pies dorados y rasgó el sobre sin emoción ninguna. A medida que comenzó a leerla, se sonrió. “Herr Konrad Von Effemberg, Cónsul del Imperio en Erengrado, se complace en saludar a Frauleinn Chantal Von Schwarz…”. El apellido, naturalmente falso, debía incluir un Von. Muchas veces Chantal se preguntaba si la nobleza de su país la despreciaría más por ser una nigromante o por haber nacido pobre. “… Y se complace en invitarle al baile que se celebrará en su honor en la residencia del Cónsul, en la calle…”. Con todo lo manipuladora y perversa que era la mente de la bruja, siempre se sorprendía de la facilidad con la que la gente aceptaba sus máscaras. Naturalmente, su extraordinaria belleza hacía que esas mentiras fueran más deseables, pero en el fondo de su corazón sabía que no era el único mérito. En el turbulento Imperio de los Tres Emperadores, ninguno de ellos con Trono, todos querían ser alguien, y los pasados se podían comprar por la suficiente cantidad de dinero. Cualquier historia, por rocambolesca que fuera, podía ser aprobada rápidamente si servía para dar un ápice de legitimidad y seriedad a la candidatura de alguno de los electores en liza por la Corona de Sigmar, y Chantal estaba dispuesta a seguirles el juego mientras le diera lo que necesitaba: inmunidad, contactos, y algún vergonzoso escarceo a medianoche con alguna jovencita de la alta sociedad.

"El baile es para esta noche" – susurró la nigromante -. "Qué inoportuno… el nivel de la diplomacia imperial es lamentable".

"Puedo excusarte, si quieres".

"No, no, iré" – Chantal se descalzó y se reclinó en un diván, apartándose el faldón entreabierto de la túnica para destapar sus piernas -. "¿De parte de quién está el cónsul? ¿Middenland?"

"Middenland, sí".

"Los ulricanos son taaaaan aburridos" – dijo Chantal suspirando -. "Todos son aburridos, en realidad. En fin, qué le vamos a hacer… por la noche nos reuniremos con nuestro contacto. Hasta entonces, nos pondremos un rato las máscaras".

La frase terminó con su sonrisa, esa sonrisa tan provocadora y perversa que hacía de Chantal una mujer absolutamente irresistible. Y Sveta, efectivamente, no se resistió.

"Voy a preparar el carruaje y los vestidos" – dijo Sveta cuando se levantó del diván.

"Perfecto. Mándame a alguna de tus muchachitas, necesito reponerme… el viaje ha sido agotador. Y no estabais ninguna conmigo…"

"Ahora mismo".

Sveta se encaminó con paso grácil hacia las habitaciones de la mansión, y llamó en kislevita a una de las sirvientas a las que había reclutado. Una joven rubia y pecosa se presentó entonces ante Chantal, ruborizándose ante la decadencia con la que la imperial se exhibía en el diván. Ella, por su parte, sonrió. Sabía que estaba escandalizando a aquella chiquilla, y eso no hacía sino excitarla aún más… en un sentido terriblemente perverso.

"Ven, acércate – dijo Chantal -. ¿Cómo te llamas?"

La niña, naturalmente, no hablaba reikspiel, pero pudo entender lo suficiente como para responder:

"Nadezhda".

"Nadezhda… precioso nombre. Ven, no tengas miedo. ¿Te importaría darme un masaje?"

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Incluso a altas horas de la madrugada el puerto seguía mostrando su movimiento habitual, aunque las personas que lo transitaran bajo la tenue luz de Mannslieb y Morrslieb eran menos recomendables incluso que quienes lo hacían bajo el sol. No es que aquello causara temor alguno en Chantal: de todos los elementos indeseables que pululaban a aquellas horas por los muelles, ella era una de las más peligrosas. Si se había cambiado de vestido tras la recepción del cónsul era para no ser reconocida fácilmente, no porque tuviera miedo de los ladrones que verían su codicia exacerbada ante unos ropajes tan lujosos. Chantal sonrió con placer. Se mostraba muy orgullosa de su capacidad para saber desenvolverse en todas las capas sociales, de ser capaz de estar en una fiesta de la alta sociedad y horas más tarde caminando por los bajos fondos, como un fantasma que se moviera entre varios planos.

Como un fantasma… el espectro de Nadezhda seguía sollozando y maldiciendo en torno a ella, llorando por su inocencia y su vida perdidas. Tenía tantas ganas de vivir… cualquier otra persona habría perdido los nervios ante la manifestación del espíritu recordando su culpa, pero Chantal sabía cómo someter a su voluntad tanto a los vivos como a los muertos, y no temía a ninguno de los dos. Además, su cordura ya se había quebrado mucho tiempo atrás. Ella había nacido bajo el amparo de Morrslieb y había crecido en los oscuros y depravados brazos de la Ciudad de los Condenados. No quedaba nada en su alma que no se hubiera corrompido hasta lo insospechado.



Finalmente llegó a su destino, la taberna “La Cimitarra Dorada”. Un fornido ungol, de grandes mostachos y pelo rapado excepto por una larga coleta, vigilaba la puerta, que no mostraba abertura ninguna que pudiera revelar al exterior lo que se tramaba en las entrañas del antro. El ungol observó inquisitivamente a Chantal, quien cubría su rostro con una capucha, y ésta se limitó a informar:

"Vengo a ver a Ivan Ruskin".

El ungol asintió y, sin mediar palabra, golpeó la puerta de la taberna con los nudillos. Una pequeña portezuela se abrió, y unos ojos nerviosos observaron a Chantal cuando el guerrero kislevita mencionó el nombre de Ruskin, cerrándose rápidamente.

"¿Cuánto cobras?" – preguntó el ungol en un chapucero reikspiel mientras esperaban la respuesta desde el interior.

Chantal esbozó su sonrisa, añadiéndole un toque más siniestro de lo normal, y respondió:

"Cariño, a mí no se me paga en dinero, sino en sangre y almas".

El ungol entendió lo suficiente. Estuvo a punto de echarse a reír, pero una segunda mirada a los ojos de aquella veinteañera rubia fue suficiente como para darse cuenta de que no era sensato. Aquella niña no parecía estar bromeando, y el kislevita había guerreado lo suficiente como para saber que no debía fiarse de las apariencias. Además, una jovencita que se internaba a solas en los muelles a esas horas de la madrugada no debía de estar tan indefensa como aparentaba. Desvió la mirada de ella, y justo en ese momento la puerta se abrió.

El interior de la Cimitarra Dorada era esencialmente como había esperado Chantal: un sitio lúgubre, con iluminación lo suficientemente tenue como para no revelar algún tatuaje prohibido o incluso una mutación inconveniente. Los parroquianos, todos ellos individuos con algo que esconder, agradecían este ambiente y se arrinconaban en torno a las sombras. Nadie se fijó en Chantal al entrar, pues nadie quería llamar demasiado la atención desviando su mirada hacia personas que no desearan ser vistas. La única nota de alegría la ponía una strígana que, recargada de joyas falsas, bailaba semidesnuda sobre la barra.



Chantal avanzó, mirando de reojo a la strígana, hacia la mesa donde le esperaba Ruskin. Se trataba de un hombre encapuchado, encorvado, y que ponía un gran cuidado en ocultar su rostro de la escasa luz de la vela que iluminaba su mesa. Era evidente, incluso en la distancia, que su cuerpo debía estar devastado por deformidades demasiado insidiosas para ser naturales. La nigromante le saludó sombríamente y se sentó junto a él, reorientando la disposición de la silla de forma que le permitiera ver a la zíngara. Esto no pasó desapercibido a Iván, quien susurró:

"No sabía que os agradaran esta clase de espectáculos".

"Todos guardamos sorpresas" – respondió Chantal -. "Acabemos rápidamente con lo nuestro, para que pueda dedicarme a algo más… placentero".

"El dinero".

Chantal retiró la mano de su entrepierna y cogió una bolsa de dinero, dejándola caer sobre la mesa. Iván la abrió, ocultándola bajo su capucha, y contó veinte coronas imperiales de oro. Satisfecho, se guardó la bolsa y extrajo de entre sus ropajes un mapa, escrito con tinta sobre lo que se parecía demasiado a la carne humana como para no serlo.

"El acceso al túmulo es complicado. Se encuentra al final de un paso muy angosto, de diez metros de ancho como mucho. Es difícil encontrar la entrada, pero con esto no tendréis problema".

"¿A cuánta distancia se encuentra?"

"Ahora, en verano, a una semana de marcha".

"¿Habrá muchas partidas de guerra?"

"¿En verano? No, no lo creo. La mayor parte de las huestes estarán guerreando entre sí o contra las tribus ungol".

"Entiendo. ¿Cuántas sacerdotisas guardan el lugar?"

"Unas ciento cincuenta, aproximadamente. ¿Por qué eso os hace gracia?"

"Estaba pensando en lo mucho que me voy a divertir si consienten en que me una a ellas".

Su respuesta hizo que Chantal sonriera de forma aún más amplia. Le encantaba decir verdades que fueran malinterpretadas.

"Bien, eso es un objetivo loable, naturalmente… los dioses deben ser servidos".

"Os aseguro que quedarán muy satisfechas con mi comportamiento".

"Eso ya no es asunto mío. Yo me limito a facilitar el camino a los peregrinos".

"Naturalmente. Y os lo agradezco, por facilitarme el rendirle el debido homenaje a los guerreros caídos de los dioses… ¿cuántos yacen en el terreno sagrado?"

"Cientos. Miles, quizá. Todos ellos bien preservados gracias a la magia del lugar, con sus armas dispuestas. Si los dioses les volvieran a llamar a la guerra, reunirían un temible ejército, no os quepa duda".

"Ojalá pudiera ver ese momento".

Llegados a ese punto, Iván no sabía si el placer que mostraba Chantal se debía a la imaginación de lo que debía ser Chamon Dharek, al hecho de que su mano hubiera vuelto a su entrepierna al contemplar la danza de la zíngara, o a ambas cosas. Desde luego aquella mujer era, tal como le habían dicho, una auténtica seguidora del Príncipe Negro, una verdadera devota.

"Os agradezco vuestra información" – dijo finalmente Chantal, con ganas de dar por concluida la charla -. "Espero que podamos volver a vernos… en el túmulo".


"Con el beneplácito de los dioses, así será".

Chantal se levantó, sabiendo que Iván no volvería a verla. De hecho, ni siquiera llegaría a ver el siguiente amanecer. Se había encargado de ello. Sin despedirse avanzó hacia la barra y, señalando a la zíngara, depositó una bolsa de dinero en la mano del tabernero. Éste le hizo un gesto a la bailarina y, tras bajar de la barra, Chantal la cogió de la mano y se la llevó en dirección al carruaje que les esperaba un par de calles más abajo.

Media hora más tarde, cuando la nigromante y la bailarina cruzaban el umbral de su residencia, un grito de profundo terror rasgó la noche de Erengrado, y el único individuo capaz de relacionar a Chantal con Chamon Dharek dejó de existir.

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