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jueves, 26 de marzo de 2020

Un trato siniestro

Saludos a todos, damas y caballeros

Hace unos días Fornidson os habló de una campaña que hemos jugado él y yo estos días a través de Vassal, la Incursión por el Cráneo de Obsidiana. Al final y contra todo pronóstico, Anleith Seadrake, mi capitán corsario, consiguió hacerse con el Cráneo en una batalla final bastante épica en la que, al más puro estilo druchii, logó sortear las líneas enemigas y huir mientras dejaba atrás a sus hombres para que le cubrieran la retaguardia.


El relato que os traigo no es sobre tan glorioso desenlace, aunque lo escribiré pronto, sino sobre el origen de todo esto: quién contrató a Seadrake. Según su trasfondo, Seadrake no es un corsario al uso, sino una especie de "conseguidor" al que recurre la gente cuando quiere obtener algo especial. En este caso el Cráneo de Obsidiana fue requerido por un adorador de Khorne de Ind para liderar una rebelión contra su rajá. Lo cual por cierto enlazará con otra campaña que pretendemos jugar vía Vassal Helios, del club de Almería, y yo.

Para quienes leáis hasta el final, encontraréis una referencia a otro personaje recurrente de nuestro Trasfondo. Espero que os guste el relato.

El Capitán Corsario Anleith Seadrake se adentró en el reservado de “La Serpiente Escarlata”, lo más parecido a una taberna elitista que se pudiera encontrar en Sartosa. Eran muchos los negocios y los trapicheos que se habían cerrado en ese local, también por parte de Seadrake, quien una vez al año hacía escala en Sartosa para escuchar las ofertas de aquellos que no pudieran o quisieran ir a Karond Kar.

El reservado era lujoso, innecesariamente lujoso para alguien tan curtido como Seadrake y, al parecer, también para su interlocutor. El hombre que se encontraba frente a él, sentado en una mesa, tenía un aspecto monacal, pero de una orden religiosa bastante poco recomendable. Se cubría con una túnica espartana y su rostro estaba oculto bajo una capucha, pero al dejarla caer reveló un rostro de tez morena y ojos oscuros, fanáticos. Seadrake lo reconoció rápidamente como un habitante de Ind. Su cara estaba llena de tatuajes que parecían textos blasfemos, y el corsario no quiso mirarlo demasiado tiempo, pues intuyó que, fuera lo que fuera lo que decían aquellas palabras, no le iba a gustar.

En honor al indostaní, no mostró ningún temor al ver entrar ni a Seadrake ni a su compañía, bastante más siniestra que el propio corsario. A su izquierda se encontraba Veron Dremori, el capitán de la milicia de Karond Kar que la ciudad había cedido a Seadrake en sus negocios a cambio del 5% de los beneficios de sus operaciones. Dremori era un devoto adorador de Khaine, un elfo salvaje y sádico a quien Seadrake toleraba porque mantenía el orden en la tripulación de su navío a base de miedo, pero a quien despreciaba profundamente. Sabía que los nobles de Karond Kar le habían endosado a Dremori porque respiraban aliviados cada vez que el Dragón de Ébano zarpaba a recorrer los mares durante meses o años, llevándose consigo a ese demente.

El otro acompañante de Seadrake era aún más temible, sobre todo por su siniestro estoicismo, que contrastaba con los ojos inyectados en sangre y la sonrisa demencial de Dremori. Se trataba del Capitán del destacamento de Guardia Negra que Malekith había asignado a Seadrake. En este caso, el corsario respetaba al Guardia Negro, infinitamente más cabal y disciplinado que el miliciano tarado. Pero tanto Seadrake como el capitán de la Guardia Negra sabían perfectamente que su cometido era proteger a Malekith, y ello incluía arrestar o incluso ejecutar a Seadrake si hacía algún negocio que no hubiera informado previamente al Rey Brujo. Los Guardias Negros eran una ayuda inestimable para el corsario, pero serían también su sentencia de muerte si decidía ir por libre.




Seadrake se sentó frente al indostaní, mientras sus acompañantes permanecían de pie tras él. Sin mayor ceremonia ni presentación, Seadrake ordenó al oriental que dijera lo que quería.

“El Cráneo de Obsidiana”, respondió éste lacónicamente.

Seadrake sonrió. El hombrecillo iba al grano, sin hacer perder el tiempo. 

“¿Qué es y dónde lo encuentro?”, preguntó el druchii.

“Según las leyendas, es una reliquia que Arkhar entregó a uno de sus paladines. Es exactamente lo que dice su nombre, un cráneo de obsidiana”

Evidentemente los seguidores del dios de la sangre no iban a ponerse imaginativos con los nombres, pensó Seadrake.

“En cuanto a dónde está” prosiguió el indostaní “se encuentra en la costa norte de Norsca, en un archipiélago cuyo nombre no he conseguido discernir del todo… Fardsjar, Fordkir, algo semejante. Para vos no será un problema dar con él”

“Eso dependerá de dos cosas” respondió Seadrake.”En primer lugar, de para qué lo queráis. En segundo lugar, de cuánto me paguéis por él”

El hombre tardó un rato en responder, seguramente intentando repasar mentalmente qué debía decir y qué no.

“Vengo de parte del Visir Arkander, de Jalalabad, uno de los mil reinos mágicos de Ind. El Visir es un adorador de Aquel que Trae la Guerra, el Señor de la Hueste de Bronce. Pero nuestro rajá es un anciano incompetente y temeroso, que rehúye el conflicto que traería gloria para nuestros soldados y nuestro reino. Nuestra intención es deponerlo, decapitarlo y ofrecer su cráneo al Señor de los Cráneos para que bendiga a los guerreros de nuestra tierra. Pero necesitamos un símbolo, una muestra patente de que Arkhar está con nosotros. El Cráneo lo sería”


Aquello sonaba bien a oídos del corsario, y no necesitó girarse hacia el capitán de la Guardia Negra, representante de Malekith en la sala, para saber que el Rey Brujo estaría de acuerdo. Ind era una región que los Asur deseaban mantener estable a toda costa dada su trascendencia en las rutas marítimas de las que tanto dependía Ulthuan para que su supremacía no colapsara. Cualquier atisbo de inestabilidad en esa tierra sería un problema para los Asur y por tanto una bendición para Malekith.

“En cuanto al pago” continuó el cultista “nuestro Reino es extraordinariamente rico, y podemos ofreceros una décima parte de su riqueza si nuestra rebelión triunfa”

Por primera vez, el hombre se amilanó ante la mirada de furia del corsario.

“No pienso poner la posibilidad de cobrar por mis muy caros servicios en función de si podéis o no triunfar en una rebelión que me trae sin cuidado. No sé cuántos sois, cuántos soldados son leales a ese rajá, qué idea tenéis de la guerra, ni pretendo saberlo. Me pagarás independientemente de si triunfa la rebelión o no. Y la mitad del pago me la darás mañana mismo, si quieres que mi navío salga a la mar. Espero que tu visir no te haya enviado con las manos vacías…”

“No lo ha hecho, ciertamente”. La rapidez con la que se repuso el indostaní demostró a Seadrake que su Visir ya le había enseñado a cómo responder cuando rechazara la primera oferta. “He traído varias joyas, finas piezas de arte talladas por los orfebres de Jalalabad: esmeraldas, rubíes, amatistas…”

“Perfecto. Mañana nos encontraremos aquí, y me las enseñarás. Y si son decentes aceptaré tu encargo, y cuando te lleve el cráneo a Jalalabad me darás otro arcón igual”

Seadrake se levantó, dando por concluida la charla. Sin embargo, antes de salir, una cruel sonrisa se dibujó en su rostro, y girándose hacia el cultista le dijo:

“Ese rajá vuestro… ¿tiene hijas jóvenes?”

“Ciertamente”

“Secuestrad a la más hermosa de sus hijas. Me la entregaréis también cuando os lleve el cráneo”

El cultista dudó antes de decir:

“Mi señor, el Visir Arkander, quiere que toda la familia del rajá sea sacrificada en honor a Arkhar”

“Ésta hija no, sea quien sea. Una de mis mejores clientas tiene… cierta predilección por las muchachas hermosas, y estoy seguro de que pagaría un buen precio por ella. Y no te preocupes, su destino en manos de esta mujer sería mucho peor que la muerte, créeme…”

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