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jueves, 16 de abril de 2020

La sonrisa de la muerte


Saludos a todos en este jueves.

Hoy os traigo otro relato breve que hice fruto de la campaña que jugué hace poco con Soter, la Incursión por el Cráneo de Obsidiana. En particular es sobre el tercer escenario de la misma (que realmente fue una escaramuza), en el que un grupo de norses heridos trata de llegar al poblado a dar la alarma antes de que una bandada de arpías se los meriende. Perdí claramente el enfrentamiento (y las arpías se dieron un buen festín) lo que tuvo como consecuencia que la última partida durara un turno menos de lo habitual. Si hubiera ganado habría tenido en cambio un turno más, pero aun así no creo que eso hubiera tenido relevancia en el resultado de la batalla final, ya que mis tropas parecían obcecadas en hacer el ridículo una y otra vez. Pero en cualquier caso, este escenario de las arpías fue donde la fortuna empezó a torcérsele a Mevia y a sonreírle a Seadrake. Y como digo fue una auténtica carnicería.

Por ello he tratado de reflejar la sensación que debe tener alguien herido que está siendo cazado, que es como debían sentirse mis hombres mientras procuraban evitar a las arpías y rezaban para que no aparecieran más (algo que, por desgracia para ellos, no sucedió). Espero que os guste.



Ülmer se dejó deslizar por la enorme losa de pizarra procurando no hacer ruido. Lo último que quería era que su movimiento arrastrara tierra y pequeñas rocas con él y que el sonido le delatara. El enfrentamiento con los druchii había llegado a un alto momentáneo y mientras ambos bandos se reorganizaban Mevia Tormenta de Espadas, la líder guerrera de los vargs, había aprovechado esa pausa para mandar varios mensajeros a la aldea de Skjervik y alertar a los habitantes para que acudieran. Ülmer y otros siete hombres y mujeres habían sido elegidos y se habían apresurado a cumplir su misión. Pero no contaban con las arpías. Encaramadas en los riscos cercanos se habían ido congregando debido olor de la matanza que se estaba produciendo y como aves de carroña esperaban el momento en que la batalla finalizara para alimentarse de los caídos o de los moribundos. O también de grupos aislados de guerreros cansados y heridos como el de Ülmer.

Las arpías no habían sido nada sigilosas, sino que en cuanto los detectaron comenzaron a proferir unos agudos chillidos, ininteligibles para los nórdicos pero mediante los que parecían comunicarse. Cobardes como eran, sin duda estaban evaluando si el pequeño grupo, que en ese momento atravesaba con esfuerzo una zona rocosa pero despejada, era una presa asequible. Todo lo que Ülmer y sus hombres podían hacer era cruzar lo antes posible el roquedal y llegar al bosque que se divisaba en el horizonte, donde podrían considerarse relativamente a salvo.

El guerrero varg estaba trepando por una enorme roca, intentando sortear una pared casi vertical cuando, debido a un resbalón del pie izquierdo, se escurrió y deslizó un par de metros hacia abajo antes de frenar la caída. Su pie apoyó mal contra un saliente y un profundo y repentino dolor le indicó que podía haberse torcido el tobillo. Un poco más a su derecha, Anja parecía haber encontrado una ruta más cómoda, con mejores relieves en la roca para afianzar los pies, por lo que Ülmer se dirigió hacia allí. El dolor del pie izquierdo cada vez que lo apoyaba hizo que algo que parecía más o menos fácil se convirtiera en una tarea complicada. Agarrándose a las raíces de un árbol que emergían de entre la tierra un poco más arriba de donde se encontraba, el guerrero logró casi llegar a lo alto de la roca. Anja, a solo tres metros de distancia acababa de lograrlo cuando una sombra fugaz apareció desde arriba. Como un águila que se cierne sobre un conejo, la arpía logró asir a la muchacha, clavándole sus garras en los hombros y transportándola unos metros antes de soltarla. El cuerpo de Anja se estrelló contra las piedras de más abajo, y aunque no murió por el impacto, Ülmer pudo oír el sonido de huesos rotos. Quizás solo fuera una tibia, pero era suficiente para impedirle continuar trepando y escapar de las arpías.

Gritos a su izquierda le indicaron que sus otros hombres no estaban corriendo mejor suerte. Uno de ellos estaba siendo llevado en volandas en esos momentos por una arpía que debía ser particularmente fuerte y que no quería compartir su presa. Más allá, otras dos bestias estaban hostigando desde el aire a Gornar, que trataba de mantenerlas a raya con su espada. Y un rápido vistazo al noreste le permitió distinguir en el cielo unas figuras volando hacia ellos. Sin duda más y más arpías se estaban sintiendo atraídas por la sangre. Si quería sobrevivir tenía que salir de ahí cuanto antes. Por fortuna para él, las criaturas parecían no haber reparado en su presencia, y el guerrero norse consiguió alejarse del lugar sin ser detectado, desviándose hacia el oeste. Tras varios esfuerzos consiguió llegar hasta los límites del roquedal. Aunque no parecía que le estuvieran buscando, Ülmer intentaba aprovechar las enormes piedras, que cada vez se iban espaciando más, para esconderse y darse pequeños descansos a fin de no sobrecargar el pie malherido. Después de abandonar la seguridad de una roca tras la que había permanecido a cobijo por un rato, el varg se había encontrado con la enorme losa de pizarra. Y estaba tratando de deslizarse por ella sin hacer ruido cuando la vio.

A escasos tres metros una horripilante arpía se encontraba de espaldas a él, ocupada en devorar a uno de sus compañeros. El nórdico no pudo verle el rostro pero por los tatuajes pudo adivinar que se trataba de Folke. La bestia había evitado la caja torácica, demasiado bien protegida por el esternón y las costillas, y en su lugar le había desgarrado el abdomen. Mientras sus garras asían con firmeza el cuerpo, la cabeza la tenía sumergida en las entrañas, dándose un festín con los órganos internos.

Ülmer era un hombre duro, acostumbrado a la guerra y al peligro, pero no pudo evitar que el cuerpo se le pusiera tenso y la respiración se le detuviera un instante. Era miedo genuino lo que estaba experimentando. Herido y cansado como estaba, sabía que no tendría ninguna posibilidad contra la arpía en caso de que ésta lo descubriera. Todos sus esfuerzos debían centrarse en alejarse del lugar lo más rápido posible y sin ser detectado. Procurando no pisar sobre rocas pequeñas que hicieran ruido ni sobre las ramas secas que había esparcidas por el lugar, el norse comenzó a caminar muy lentamente, mirando dónde apoyaba los pies pero sin dejar de controlar al monstruo. Pero no había dado ni cuatro pasos cuando el tobillo izquierdo final e inoportunamente le falló. El guerrero sintió cómo le flaqueaba el apoyo y caía sobre su rodilla, sin poder evitar proferir un gruñido de dolor. Mirando de nuevo a la arpía, pudo ver cómo ésta giraba lentamente su cabeza hacia él. Y pese a la distancia y la sangre que le manchaba la boca y la cara, Ülmer creyó distinguir una sangrienta sonrisa en su rostro.

2 comentarios:

  1. Sabes de sobra que las cosas no se empezaron a torcer para Mevia en esa partida, sino que selló su destino en la anterior ;)

    Muy sexy el relato!!

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  2. Jajajaja, Khorne debió verlo de la misma manera que tú, sí. xD

    ¡Gracias!

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