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miércoles, 15 de abril de 2020

Brutalidad infinita: Trasfondo del Señor del Caos Khornelissen


Saludos a todos, damas y caballeros.

Hace unos días os pusimos la entrada de cómo iba el progreso de nuestra campaña/escalada Sangre y Gloria, en la que Fornidson y yo vamos a ir pintando mano a mano sendos ejércitos caóticos a razón de 500 puntos el trimestre. Trasfóndicamente esto supone el enfrentamiento entre Trifón, Señor del Caos adorador del Caos Absoluto (aunque en un principio lo fue de Slaanesh) y Khornelissen, quien con ese nombre es evidente que adora al Señor de los Cráneos.

Tanto que tiene su propio altar de cráneos portátil
El caso es que de Trifón hay mucho Trasfondo, no en vano comenzó su andadura allá por la Primera Era de Mordheim y ha avanzado hasta convertirse en todo un Señor del Caos. No obstante, de Khornelissen no hay gran cosa, más allá de aparecer en un relato del Camino a la Gloria de Trifón. Sin embargo, no he publicado nada sobre sus orígenes, y eso es lo que os traigo ahora. Antaño un caballero bretoniano, lo que refuerza la teoría de Malvador de que todos los bretonianos son unos dementes en potencia, Cornelissen acabó convertido en Khornelissen, a quien en realidad siempre había adorado. El Trasfondo es demencial, pero espero que os guste (al fin y al cabo es un adorador de Khorne). Al final del relato os muestro una anécdota aún más demencial.


Martín Cornelissen era un caballero bretoniano bastante poco caballeresco. Desde su juventud destacó por ser un individuo particularmente desequilibrado y salvaje, que normalmente terminaba sus cargas tirándose del caballo y acabando con sus enemigos a cabezazos. Esto, que al principio resultaba divertido en las justas debido a su excentricidad, terminó por ser excesivamente inquietante para la nobleza bretoniana, quienes conspiraron para librarse de Martín. Ninguno de ellos tenía intención de retarle en duelo, pues sabían que muy probablemente no sólo terminarían derrotados sino que serían humillados por alguna bestialidad sin venir a cuento de Cornelissen, con lo que hicieron lo que parecía más adecuado: le convencieron de que emprendiera la búsqueda del Grial, esperando que algún dragón u ogro hiciera el trabajo de matarle por ellos.

Ante la presión organizada, Cornelissen acabó cediendo, no tanto porque aspirara a obtener el Grial de la Dama como porque aspiraba a que le dejaran en paz. Su travesía fue divertida, aunque no en el sentido que esperaba la nobleza bretoniana: Martín efectivamente se enfrentó a ogros y dragones, pero a los primeros los derrotó a puñetazos y se los comió, y a los segundos los abrasó con un ingenio alquímico comprado a un mago al que, posteriormente, también mató y comió.

Las andanzas y desventuras de tan particular caballero alcanzaron un punto de inflexión cuando, cercano ya el verano, llegó a un pueblo cuyos habitantes habían sido masacrados. Sus cráneos se apilaban en una grotesca montaña en la plaza principal, y junto a ellos se alzaban varios lugareños vivos pero ensangrentados y portando armas oxidadas, los responsables de la matanza, liderados por una pueblerina indudablemente bella pero tan macabra como el resto, y que portaba en su mano un cáliz lleno de sangre.


Una persona sensata se habría vuelto por el mismo camino por el que había llegado. Un auténtico caballero bretoniano habría matado a los causantes de algo tan impuro. Martín no era lo uno ni lo otro, sino un auténtico y genuino tarado, y como tal hizo lo que sólo un auténtico y genuino tarado haría: bebió del cáliz que le ofrecía Veronique, aquella pueblerina que habría sido bella de no tener el cuerpo salpicado de sangre y vísceras ajenas.

Al beber, Cornelissen descubrió un poder que no sólo no le censuraba por sus brutalidades gratuitas sino que le exigía cada vez más, y le recompensaría acordemente. Tras la revelación, el ya ex caballero se hizo grabar el símbolo de Khorne a con un hierro ardiendo en el vientre, y, en un alarde de originalidad, cambió su nombre de Cornelissen a Khornelissen para honrar a su nuevo dios. Semejante lealtad salvaje complació a Khorne, quien ordenó a Veronique que considerara al caballero como el nuevo líder de su culto sanguinario. Además, los juglares que acompañaban a Cornelissen se convirtieron en una banda de power metal.

Khornelissen decretó entonces que su culto se dirigiría al Norte, a los Desiertos del Caos, para encontrar mayor honor a ojos de Khorne. Tras un camino de salvajadas cada vez más innombrables llegaron al puerto de L´Anguille, donde robaron un barco y, pese a que ninguno de los enfervorizados cultistas tenía la claridad de mente necesaria para manejar un cacharro así, Khorne (que tampoco sabe navegar pero no deja de ser un dios) los llevó a buen puerto.

Cuando llegaron a Norsca, apenas unos pocos cultistas, junto con Khornelissen y Veronique, habían sobrevivido a la travesía, pero la horda fue creciendo a medida que la burla de los norses hacia el sureño desembocaba en respeto y temor al ver que, en realidad, ese hombre era mucho más brutal que la inmensa mayoría de nórdicos. Ahora, Khornelissen se ha propuesto bañar el mundo en una oleada de bestialidad sin venir a cuento, y ay de aquel que ose interponerse en su camino.


Nota: lo jodido de esta historia es que está inspirada en la realidad. Cuando teníamos unos catorce años o así, varios de los miembros de este blog, que fuimos juntos al colegio, estábamos en la fila para entrar al comedor, hablando probablemente de frikismos. En ese momento se acercó un colega nuestro, cuyo nombre no revelaré, con una sonrisa inocente en la cara. Una vez captada nuestra atención, dio un grito salvaje y nos mostró el símbolo de Khorne grabado con la cuchilla de un sacapuntas sobre su abdomen. Fue francamente heavy!! (los cortes eran muy superficiales, no creo que tuvieran ninguna consecuencia sobre su salud... la física, al menos)

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