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lunes, 11 de mayo de 2020

Un negocio bien hecho (Epílogo de La Incursión por el Cráneo de Obsidiana)


Saludos a todos, damas y caballeros.

Durante el mes de marzo, Fornidson y yo jugamos a través de Vassal una campaña entre mi señor corsario, Anleith Seadrake, y Mevia Tormenta de Espadas, una guerrera del caos de Khorne. La campaña, que podéis encontrar en esta entrada, se decantó al principio del lado de los seguidores del dios de la guerra y los cráneos, pero en la última partida Seadrake consiguió hacerse con la victoria, ganando por tanto la campaña y además de forma muy druchii: el escenario consistía en aguantar hasta el final del turno 8 sucesivas oleadas de guerreros del Caos, y Seadrake encontró un hueco en las filas enemigas para colarse por ahí y huir abandonando al resto de sus soldados.


Este relato es el epílogo a esa campaña, describiendo la "hazaña" de Seadrake. Espero que os guste.


Anleith Seadrake vio cómo un carruaje del Caos se acercaba hacia su posición. Ordenó a sus corsarios que adoptaran una formación dispersa y esperó la embestida de la brutal mole de metal. Cuando estuvo cerca, se apartó de su trayectoria con una agilidad endiablada y segó la yugular del monstruoso caballo que tiraba del carro. Esquivando la cuchilla de la rueda saltó dentro del carro y decapitó a uno de los aurigas. El otro intentó contraatacar, pero la alabarda que blandía le suponía un obstáculo teniendo a su enemigo tan cerca, y el capitán corsario le apuñaló en el estómago tantas veces que sus tripas acabaron desparramadas por el suelo.

Jadeando, ensangrentado y pletórico por la adrenalina y la furia, Seadrake miró atrás. La Guardia Negra y la milicia de la ciudad estaban manteniendo la posición frente a la horda de Khorne, y casi sentía lástima por ellos, viendo su desesperado heroísmo. Pero era tarde. A sabiendas o no, cumplirían con su cometido y morirían hasta el final mientras le daban tiempo a él y a sus corsarios para escapar. Sonrió. Casi podía escuchar cómo Varen Dremori, el demente noble de Karond Kar, le maldecía desde la lejanía. Pronto dejaría de oír sus gritos.

Contra todo pronóstico, Seadrake había conseguido sus objetivos una vez más. La horda que Mevia Tormenta de Espadas había reunido en su contra era enorme, una abominable colección de enfervorizados seguidores del dios de la sangre dispuestos a tapizar el suelo de aquella isla con cráneos de druchii. Pero el corsario había conseguido encontrar una buena posición defensiva, y había engañado a todos, tanto a sus enemigos como a sus soldados, haciéndoles creer que defendería su posición hasta las últimas consecuencias.

No había sido así, obviamente. Los malditos norses habían lanzado contra ellos todo lo que tenían, incluso un gigantesco mamut, pero seguramente su victoria anterior frente a los elfos oscuros habían hecho que se confiaran. De lo contrario no habrían lanzado a una bestia así frente a cazadores tan experimentados como Seadrake y sus corsarios sin apoyo. Los druchii habían descuartizado a la poderosa pero estúpida mole, y eso abrió un hueco entre las filas enemigas que Seadrake aprovechó para avanzar y caer sobre el desprotegido flanco de una unidad de guerreros del Caos. Su espada había segado cabezas y miembros con salvaje alegría, deleitándose en la matanza, y los orgullosos brutos del norte habían acabado huyendo despavoridos frente a una carga que no esperaban por parte de asesinos tan psicóticos como ellos. En circunstancias normales Seadrake se habría detenido a capturar a algunos de ellos: recibiría un muy buen precio por cada uno si los vendía como gladiadores o incluso como guardaespaldas de algún noble adicto al riesgo.

Pero no eran circunstancias normales.

Tras aquel combate, la situación se volvió muy favorable para los druchii. El flanco derecho de los guerreros del Caos prácticamente no existía, al igual que el centro, y el avance de Mevia Tormenta de Espadas por el flanco izquierdo llevaría a que cayeran en una trampa donde la Guardia Negra y la milicia de Karond Kar harían de yunque y los corsarios de Seadrake serían el martillo. Eso… o podía huir en dirección al Dragón de Ébano, poner rumbo a Ind para cobrar su recompensa, y dejar que el resto de los druchii cubriera involuntariamente su retirada mientras morían a manos de los seguidores de Khorne.

Seadrake no tuvo ni que pensarlo.

Una sonrisa demencial cruzó su rostro cuando pensó en la muerte de Varen. Pese a ser un completo tarado, o quizá por eso, era un guerrero muy capaz, y no le cabía duda de que mataría a muchos seguidores de los dioses oscuros antes de que inevitablemente muriera. Al menos podría honrar a Khaine, a quien adoraba quizá un poco más de la cuenta. Pero el hecho de no tener que soportar de nuevo sus insensatos ataques de ira y su afición a desmembrar a sus tripulantes sin razón era algo que alegraba a Seadrake tanto como una copa de buen vino de Har Ganeth. Estaba seguro de que los gobernantes de Karond Kar le asignarían un noble tan incompetente o más cuando regresara a la Torre de la Desesperación, pero mientras tanto le esperaba un largo viaje hacia Ind sin tener que soportarle. En cuanto al capitán de la Guardia Negra… bueno, Seadrake le respetaba, y tenía la sensación de que era un sentimiento mutuo. Pero ambos sabían de sobra cuál era su relación: el capitán de la Guardia Negra arrestaría a Seadrake si era necesario, y éste lo abandonaría en cualquier peñasco dejado de la mano de los dioses en cuanto tuviera oportunidad. Y eso era lo que estaba sucediendo. Sin rencores. No era nada personal.

El capitán corsario se detuvo un segundo a observar, extrayéndolo de entre sus ropajes, el objeto por el que tantos hombres y elfos estaban muriendo: el Cráneo de Obsidiana. Habría esperado mucho más, la verdad: era una pieza bastante tosca, quizá bella para un humano, pero sin valor para un elfo. En cualquier caso no había hecho ese viaje ni sacrificado a tantos de sus tripulantes por el objeto en sí, sino por la recompensa. Era un druchii de negocios. Recibiría un inmenso botín en oro y joyas que le proporcionarían muchas noches de placer en Karond Kar, contentaría a Malekith con una parte del mismo, a la pervertida de Chantal con la hija del rajá, y al pirado que lo había contratado con ese trozo de obsidiana. Todos felices, como sucede con los negocios bien hechos.

Ignorando los gritos de los elfos muriendo a su espalda, Seadrake echó a caminar hacia la playa.

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