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viernes, 14 de enero de 2022

El triunfo de la luz

Saludos a todos, damas y caballeros.

Tal y como os mostré en esta entrada, Fornidson, mi hermano y yo tuvimos la suerte de comenzar 2022 echando una partida de Mordheim (del Imperio en Llamas realmente) dentro de la Tercera Era. Lo que os traigo aquí es un relato de la misma, el cual pretendo que sea continuación de éste, que hace referencia a la última partida que jugamos... en mayo de 2021. Pese a que hayan pasado siete meses, he preferido que, narrativamente, ambas escaramuzas estén separadas por apenas unas horas.

En esta partida reciente, seguramente el momento más destacado se produjo cuando mi sacerdote, Konrad Effemberg, logró lanzar su plegaria "fuego espiritual". Esta plegaria hace que cualquier miniatura a 10 cm sufra un impacto de F3, y dado que en ese momento los hombres bestia se estaban afanando en cruzar el vado, prácticamente toda la banda sufrió el impacto de F3. La verdad es que es un momento narrativamente muy potente ver a un sacerdote de Sigmar martillo en alto y lanzando una plegaria con la que reventó buena parte de la banda enemiga. A menor escala, se parece a esta escena. Y eso, la verdad, mola.

Os dejo pues con el relato de los acontecimientos. Espero que os guste.

Por suerte para los humanos, las bestias decidieron no perseguirles tras su retirada de Rüdesheim am Aver: quizá pensaran que el pueblo todavía ofrecía ciertas oportunidades para el saqueo, o quizá temieran una emboscada por parte de tropas imperiales de refuerzo. La mayoría de los habitantes del Imperio habrían considerado que ese era un razonamiento excesivo para un hombre bestia o un pielverde, y la mayoría se habrían equivocado. Los habitantes de Wissenkirche habían aprendido en tiempos recientes que sus enemigos eran más astutos de lo que pensaban.

Cuando por fin se encontraron a una distancia prudencial del pueblo, y tras estar seguros de que no eran seguidos, marienburgueses y averlandeses pudieron finalmente descansar un rato. Algunos de ellos estaban heridos, y el que presentaba una mayor gravedad era Ludwig Von Bahwerk. De hecho, apenas había podido caminar, y solo su extraordinaria dureza mental le había permitido seguir adelante lo justo como para no convertirse en un estorbo. Cuando Isolda, quien en su calidad de rastreadora lideraba el grupo, decidió que era seguro detenerse, Ludwig se desplomó y apenas fue capaz de mantener la consciencia.

“Deberíais alcanzar Wissenkirche lo antes posible” dijo Koos De La Rey a los averlandeses. “Vuestro líder no tiene buena pinta”

A Wilfred le costaba entender a aquel hombre, pues aunque hablaba reikspiel lo hacía con un fuerte acento local. Se limitó a responder: “Sobrevivirá”

Isolda se arrodilló junto a Ludwig y comenzó a aplicar unas hierbas en las heridas más visibles. Eso, en su experiencia, serviría para evitar que se infectaran. Era cierto que Ludwig había perdido mucha sangre, pero era un hombre muy fuerte. Mucho más que ninguno de ellos, por mucho que le costara asumir eso de un forastero. Como decía su prometido, no sería tan fácil acabar con su vida.

“Bob” dijo, dirigiéndose a uno de los halflings “ve con tus hermanos en esa dirección. Dentro de dos horas de camino deberíais encontrar una casa de postas. Aquí tienes unas monedas: alquilad un asno, un carromato, lo que tengan, volved aquí, recoged a Ludwig y llevadlo a Wissenkirche. Os esperaremos. Si en la casa ves cualquier espada de alquiler, o alguien dispuesto a matar astados y pielesverdes, traedlo con vosotros”

Koos De La Rey miró con suspicacia a Isolda. Estaba claro que él sí entendía bien a los averlandeses.

“¿Cuál es tu plan, rastreadora?”

Isolda dudó en responder. Al fin y al cabo, aquellos hombres habían sido enemigos suyos no hacía mucho, y su alianza en Rüdesheim am Aver había sido temporal. Miró a Wilfred, quien no dijo nada, y a Konrad Effemberg, quien había sustituido al Padre Brüne como sacerdote de Wissenkirche. Este último asintió. Al margen de diferencias políticas, aquellos hombres eran, ellos también, hijos de Sigmar.

“Teniendo en cuenta de dónde vinieron los astados y los pielesverdes, creo que su campamento debe estar cerca de las colinas amarillas. Por tanto, para volver tendrán que atravesar el Mosen”

“Pero el Mosen es un torrente. Es imposible cruzarlo” terció Koos De La Rey, e Isolda se sorprendió de que el mercenario marienburgués lo conociera. Quien lo hubiera contratado debía haberle pagado bien para que un urbanita se molestara en conocer aquellos detalles.

“Cierto… excepto por unos vados que hay a no mucha distancia de aquí, a ocho horas en esa dirección. Las bestias deben atravesarlo por ese punto”

Imagen de Azot2021

“¿Quieres que los embosquemos allí?”

“Nosotros vamos a hacer eso. Tú haz lo que quieras” replicó la mujer con tono hostil.

Un brillo demente recorrió los ojos del capitán de Marienburgo.

“Lo que quiero es matar a esas bestias”

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Christiaan de Wet y Louis Botha se encontraban en las ruinas del antiguo molino construido a orillas del Mosen. Se trataba de la única estructura natural levantada en los vados de aquel riachuelo, sin duda erigida con intención de aprovechar su fuerza para moler grano, pero de eso hacía tiempo. Por el motivo que fuera, el molino había sido abandonado hacía mucho tiempo, y su estado era ruinoso. No obstante, era el único punto que les permitía encontrarse en terreno elevado, y por eso los dos tiradores de Marienburgo, acompañados de la rastreadora averlandesa, se habían apostado en los pisos superiores.

Los halflings habían vuelto con refuerzos, un ogro seducido por la promesa de botín y un guardia de caminos seducido por la posibilidad de administrar justicia. Tras llevarse a su malherido líder a Wissenkirche, averlandeses y marienburgueses habían marchado, en la noche, siguiendo a la rastreadora. Christiaan tenía que aceptar que aquella pueblerina sabía lo que se hacía, pues los había conducido rápidamente hacia la posición. En ese momento, el sol no tardaría en salir (ya se intuía su nacimiento en el horizonte), y todos habían tenido tiempo para descansar tras la caminata.

Lo único que inquietaba a Christiaan era el ruido del Mosen. Pese a que la corriente estuviera algo más disminuida en los vados, y fuera posible atravesar el torrente en ese punto, el riachuelo no tardaba en coger impulso de nuevo, lo que producía un rugido que, si bien no era ensordecedor desde el molino, era lo suficientemente fuerte como para ahogar cualquier otro sonido que no fuera suficientemente cercano. Dicho de otra forma: salvo que fueran especialmente ruidosos, no escucharían a los hombres bestia y los pielesverdes acercándose.

Imagen de Huusii

Christiaan asomó la cabeza por encima de la pared en ruinas tras la que se encontraba. Observando el vado, le pareció ver algo de movimiento unos cuantos metros más atrás. La tenue luz del amanecer daba un aspecto fantasmagórico a todo lo que veía, y no estaba seguro de lo que sus ojos le transmitían… pero cuando un virote de ballesta impactó en la pared a apenas un metro de su cabeza, se le despejaron todas las dudas.

“Ya están aquí!”

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El sacerdote Konrad Effemberg conocía la fama de su predecesor, el Padre Brüne. Sabía que el hueco que tendría que llenar era particularmente grande, pues el anciano y afable sacerdote de Wissenkirche no solo había sido un buen párroco, preocupado por la salud espiritual de su pueblo, sino un auténtico baluarte contra la oscuridad. Konrad era todavía joven, y sabía que para ser un auténtico padre espiritual necesitaría tiempo, experiencia y un mayor conocimiento del mundo y de las personas, algo que llegaría con el paso de las estaciones y los años.

No obstante, para ser el escudo frente al Mal del mundo solo necesitaba su Fe y su poderoso martillo a dos manos, y en ese momento disponía de ambas cosas.

“Oíd, oíd estas palabras, y vivid llenos de esperanza”

Recitando las palabras de la Saga de Sigmar, las cuales conocía de memoria, Konrad alzó su martillo y comenzó a correr. Frente a él se erguía nada menos que un minotauro, una bestia impía que fácilmente podía partirlo por la mitad. Pero Konrad sabía que no era su fuerza la que contaba, sino la fuerza de su dios. Sin dudarlo, corrió cada vez más rápido.

“A la oscuridad llegó una luz, una antorcha de los dioses…”

Y el poder de Sigmar se manifestó.

El sacerdote se convirtió en un borrón de luz, una luz brillante y cegadora como un segundo amanecer, que desterró las tinieblas. Muchos hombres bestia quedaron cegados ante la manifestación física de la ira del dios patrón del Imperio. Uno de ellos murió, con el impío corazón detenido por el impacto espiritual. El minotauro, que se relamía ante la posibilidad de quebrar al sacerdote, sintió que sus ojos ardían… y, un instante después, el impacto de un objeto lleno de poder en su costado, y la ruptura de varias de sus costillas.

Aquello fue demasiado para los astados, quienes, acobardados ante la demostración de poder del sacerdote sigmarita, decidieron retroceder. Los averlandeses gritaron de júbilo y les dispararon mientras retrocedían por el vado, pero el sacerdote, exhausto ante el poder que acababa de correr por sus venas, se arrodilló, usando el mango de su martillo a dos manos como bastón, y murmuró:

“No temas, madre, hermana, no tengas miedo. Ni esta casa ni este pueblo van a arder, no mientras la mano de un hombre pueda sostener el mango de un hacha”

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