Saludos a todos, damas y caballeros.
Hace unos días pudimos echar una nueva partida de la Tercera Era de Mordheim, que va saliendo poco a poco según se puede. La pandemia ha perjudicado mucho las reuniones de varias personas para jugar (que es la forma en que solemos darle nosotros a Mordheim), pero ahora que la situación parece que va volviendo progresivamente a la normalidad y Nurgle es ya derrotado de una puta vez confío en que podamos retomar partidas de juegos más masivos, no solo Mordheim sino también Gaslands, por ejemplo.
El pequeño pueblo de Rüdesheim Am Aver a punto de presenciar una carnicería |
En esta partida en cuestión participamos solo cuatro bandas: los hombres bestia y orcos de Fornidson, mis averlandeses y los marienburgueses de mi hermano. Aunque mi hermano y yo estamos en bandos distintos dentro de la narrativa de la Tercera Era, es razonable suponer que dos bandas humanas que mantienen un enfrentamiento entre ellas se alíen temporalmente para hacer frente a una amenaza mayor, como hicimos en este caso.
En todo caso, por mi parte quedé muy satisfecho con la actuación de mi bergjaeger, Isolda, quien mató a 3 ó 4 enemigos (uno de ellos de forma permanente). Es cierto que la chica tiene muchos desarrollos y buen equipo, pero como sabréis quienes hayáis jugado a Mordheim, matar gente a disparos no es nada fácil, y menos cuando enfrente tienes una horda de socios con R4 todos (cuando no R5). Me gusta mucho este personaje y creo que tiene potencial de, como hicieron Trifón o Chantal antes que ella, dar el salto a escenarios mayores. Aunque para eso tiene que sobrevivir antes a la Tercera Era, claro...
Os dejo con un relato describiendo la batalla en general y la épica actuación de Isolda en particular. Espero que os guste.
Rüdesheim am Aver era una pequeña población que ni siquiera merecía el nombre de "pueblo". Estaba formado por tres o cuatro casas y una capilla consagrada a Taal, pues sus escasos habitantes eran leñadores que aprovechaban la localización de su enclave, situado en uno de los escasos bosques de Averland y cerca del río Aver, para talar árboles y venderlos a los comerciantes que atracaban en el río. Al estar situada en la foresta, estaban acostumbrados a lidiar con criaturas desagradables como lobos, arañas gigantes o goblins, pero lo que les esperaba era mucho peor...
Una noche, los pocos habitantes de Rüdesheim am Aver comenzaron a escuchar aterradores rugidos procedentes de las zonas más oscuras del bosque. Nadie durmió en el pueblo, y todos sus habitantes se acurrucaron en sus precarias viviendas, sosteniendo sus hachas de leñador y con la sangre helada. Pero, contrariamente a lo que esperaban, no se produjo ningún ataque. Cuando el sol comenzó a iluminar las copas de los árboles, y los ruidos cesaron, los ciudadanos de Rüdesheim am Aver mandaron a aquellos hombres de los que pudieron prescindir a pedir ayuda a los enclaves cercanos, como Wissenkirche.
Y aunque se envió ayuda, no llegó a tiempo.
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Mientras se adentraban en la espesura en dirección a Rüdesheim am Aver, los integrantes de la milicia de Wissenkirche podían ver el humo que se elevaba sobre lo que debía ser el pueblo. Lo que era peor, podían oler ese humo, las cenizas y la desesperación, que se veía acrecentada por el hecho de que, contra todo pronóstico, no se escuchaba ningún sonido. Los averlandeses esperaban escuchar los brutales rugidos de triunfo de astados y pielesverdes mientras se entregaban a la matanza y al saqueo, pero no era el caso, y eso solo hacía reforzar su sensación de que se dirigían hacia una trampa.
La tensión era tal que estuvieron a punto de desencadenar un enfrentamiento cuando se encontraron con sombras en la foresta, sombras que resultaron ser los marienburgueses. Fue Isolda quienes los reconoció y quienes evitó que ambas bandas de humanos se mataran entre ellos, facilitando la vida a sus enemigos. Ambas bandas estaban enemistadas, y Ludwig Von Bahwerk, el líder de la milicia de Averland, sospechó por un instante que el fanático Koos De La Rey, el capitán de los mercenarios de la Ciudad de Oro, era el responsable de la atrocidad que se intuía.
"¿Qué hacéis aquí?", preguntó el ex cazador de brujas cuando ambos líderes estuvieron suficientemente cerca, una vez se hubieron asegurado de sus respectivas identidades.
"Recibimos una señal de auxilio del pueblo que se encuentra allí" contestó el marienburgués. "Rüdesheim am Aver, creo que se llama. Asumo que venís por lo mismo"
Ludwig respondió asintiendo con la cabeza. El marienburgués miró a sus hombres, miró a los averlandeses, y dijo:
"Sabéis que no siento aprecio por los averlandeses y la naturaleza de mi misión en vuestras tierras. Pero una cosa es la política y otra es... el Caos. Creo justificado que nos unamos para destruir a esas abominaciones. Ya habrá tiempo después para lo demás"
"Y yo creo que habéis hablado con sabiduría", dijo Ludwig. Su corazón se llenó de esperanza por un momento, un sentimiento que prácticamente había olvidado. Quizá el Imperio todavía podía salvarse de su decadencia.
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Tal y como habían previsto, los hombres bestia y los orcos esperaban a los humanos en Rüdesheim am Aver. Quizá habían descubierto que sus malogrados habitantes, todos muertos ya, habían solicitado ayuda y habían decidido esperar a esa ayuda en las ruinas del pueblo para emboscarlos. De ser así, mostraría una inteligencia poco común en semejantes bestias. Fuera como fuera, debían morir.
Tanto Ludwig como Koos eran veteranos curtidos y grandes líderes, capaces de armar una buena línea defensiva frente al despiadado ataque de los atacantes. Y así fue. Los tiradores marienburgueses y los halflings abatieron a varios enemigos, y la primera línea del ataque fue detenida por los lanceros. La ofensiva enemiga parecía estancarse.
Desde su posición retrasada, Isolda podía ver el desarrollo de la batalla con gran claridad. Sus flechas silbaban con precisión, y prácticamente cada saeta traía la muerte o graves heridas a los enemigos en los que se clavaban. Cuando vio la temible silueta del minotauro apareciendo cerca de la capilla de Taal, con su cuerpo ya perforado por varias flechas de los halflings, le disparó y le acertó entre las costillas. La abominable bestia se retorció y cayó, y aunque probablemente no estaba muerto, Isolda confiaba en que su flecha le hubiera perforado un pulmón y le dificultara combatir.
"¡Detrás de ti!"
La chillona voz de un halfling alertó a la exploradora del peligro: un astuto hombre bestia había rodeado la posición de los humanos y se dirigía hacia ella con malignas intenciones. Pero probablemente había decidido morder un bocado mayor del que podía tragar: Isolda sacó una flecha del carcaj, tensó el arco y disparó. La flecha silbó y se clavó en la garganta de la bestia, y de nuevo, aunque su inhumana resistencia podía permitirle sobrevivir a la herida, no lucharía aquel día.
Pese a todo, el impío empuje de astados y pielesverdes estaba comenzando a desbordar la resistencia a ultranza de los humanos a medida que más y más enemigos se unían a la refriega. La línea comenzaba a ceder, y tanto Koos como Ludwig ordenaron a sus hombres que comenzaran una retirada ordenada, intentando aprovechar los edificios para reagruparse en una posición defensiva más ventajosa. Pero la presión de sus enemigos no se reducía.
Isolda sabía que tenía que apoyar ese movimiento tanto como fuera posible. Apuntó a un orco y su saeta fue tan certera que le entró por el ojo y le atravesó el cerebro. En ese caso, Isolda sí estuvo segura de que había matado a su presa. Más flechas cayeron, la mayoría de ellas impactando en el blanco y derribando o aturdiendo a sus enemigos, pero no fue suficiente, y los humanos se vieron obligados a retirarse, dejando Rüdesheim am Aver listo para el saqueo.
A medida que disparaba la última flecha antes de desvanecerse en la espesura, Isolda se juró a sí misma que haría que aquellas bestias se arrepintieran de sus actos.
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