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viernes, 11 de noviembre de 2022

La invitación

Saludos a todos, damas y caballeros.

En la campaña que publiqué hace un par de días, "Una noche para la supervivencia", teníamos al capitán corsario Anleith Seadrake dándose una vuelta por las Regiones Devastadas para enfrentarse tanto a demonios de fantasía como a lo que es peor, franceses de fantasía. Ya expliqué en esa entrada qué fue lo que me llevó a usar elfos oscuros para la minicampaña de dos escenarios, que es su pequeño tamaño, lo que me aseguraba facilidad en el transporte desde Madrid a Almería y también que las partidas duraran poco, pues iban a ser partidas entre ejércitos pequeños.

Hecho esto, quedaba justificar narrativamente esta situación, y pensar qué podía hacer Seadrake dándose un paseo por las Regiones Devastadas. En realidad, justificar una incursión druchii no es nada difícil, en ese sentido es un ejército muy cómodo porque son piratas y saqueadores que pueden aparecer en cualquier parte del mundo para joder y esclavizar a quienes encuentren. Buena gente. No obstante, si hay oportunidad de avanzar un poco más en el Trasfondo e ir hilando historias, siempre es eso preferible a recurrir al "lo hizo un pirata particularmente hijoputa".

Siempre queda especialmente bonito cuando las historias de los distintos personajes que pueblan el imaginario del Troglablog se van entrelazando. En el caso concreto de Seadrake, ya he insinuado que conoce a otra de las grandes personajes del blog, que es Chantal. Es una relación bastante natural, pues Chantal es una nigromante con gustos y necesidades exóticas y que está forrada, mientras que Seadrake es un tío al que se le paga mucho para que obtenga cosas exóticas. Sin embargo, nunca había explorado el origen de esta relación, y esta minicampaña puede ser una buena oportunidad para ello.

Os dejo pues con este relato introductorio, tanto de la campaña como de la relación entre Seadrake y la cábala nigromántica de Chantal. Espero que os guste.

LA INVITACIÓN

Los últimos días habían sido para Sveta, la Dama de la Oscuridad, de un deleite que hacía tiempo que no recordaba. La salida del agujero que era Puerto Gris, en las Regiones Devastadas, había supuesto una liberación, y volver a los placeres que la civilización podía ofrecerle en Tilea le había devuelto a la vida que realmente quería. Sin embargo, por mucho que hubiera podido disfrutar del vino, el arte y las mujeres tileanas, aquella era una zona del mundo en donde no convenía desarrollar sus truculentas aficiones con demasiado énfasis. Aunque no fuera una sociedad tan vigilante como el Imperio o Bretonia, también Tilea tenía sus reglas, y los castigos para quienes las incumplieran, por lo que incluso allí la bella kislevita corría el riesgo de acabar en la hoguera si mostraba su verdadera naturaleza.

Pero en Sartosa...

La isla de los piratas era un auténtico santuario para alguien como Sveta. Evidentemente, era un lugar que también tenía un código de conducta, pero que podía tolerar las orgías y las torturas a las que la bruja era aficionada. Sartosa era uno de los pocos lugares donde podía ser ella misma, donde sus deseos más siniestros estaban al alcance de su mano y donde no tenía que preocuparse demasiado por ser quemada viva.

Imagen de Thomasz Christowski

Era, además, un lugar donde las nuevas experiencias parecían no tener fin, y Sveta estaba a punto de vivir una particularmente excitante. Estaba a punto de ver, por primera vez en su vida, un elfo.

Sveta esperaba, con un nerviosismo impropio de una mujer de su experiencia, a que se produjera el encuentro. Se hallaba sola en el reservado de "La Serpiente Escarlata", el antro en que el capitán corsario Anleith Seadrake hacía sus negocios. El elfo oscuro, con una gran visión comercial, había visto que perdía muchos clientes de sus muy caros servicios por el hecho de que muchos de ellos no podían viajar hasta Karond Kar para ofrecerle los contratos, por lo que fondeaba cada cierto tiempo en Sartosa para escuchar las propuestas de esos potenciales clientes. La extensa red de contactos de Sveta había descubierto la existencia de este conseguidor druchii y los días en que fondeaba en la isla de los piratas, y dada la cercanía con Tilea, había decidido viajar a la isla para conocerle.

Cuando la puerta del reservado se abrió, Sveta sintió que el corazón se le iba a salir del pecho ante la visión de aquellos seres. Eran, sin duda, perfectos: su belleza era extraordinaria, sus movimientos, gráciles y precisos, y su mirada era un pozo de sabiduría que hacía que cualquiera que los mirara se sintiera inmediatamente humillado. Aquellos elfos mostraban también una crueldad patente, una maldad infinita, pero eso no era algo que atormentara a la bruja: al contrario, en cierta forma reconocía en esa maldad la huella de un alma gemela.

Fueron tres los elfos que entraron en la sala: uno de ellos se sentó en la mesa a la que estaba sentada Sveta, y se presentó como Anleith Seadrake. Era un ser de mirada fría, calculadora, alguien que está acostumbrado a evaluar el precio de las cosas y que no se detendría ante nada si el beneficio a alcanzar fuera suficientemente grande. Los dos druchii que le acompañaban no se presentaron, pero Sveta no pudo sino sorprenderse por lo diferentes que resultaban ser: el primero tenía un aire ascético, como el de los monjes que Sveta había conocido en su Kislev natal, pero mucho más duro e implacable, un ser con un autocontrol excelso y una dedicación inquebrantable a la causa. Sveta no lo supo nunca, pero era el capitán de los guardias negros que acompañaban a Seadrake en su expedición y, por tanto, el representante del Rey Brujo. Por su parte, el otro elfo mostraba un rostro casi desquiciado, que contrastaba con el de su acompañante en que a duras penas parecía contener sus impulsos homicidas. Se trataba de Veron Dremori, y representaba a la ciudad de Karond Kar, aunque no era más que un demente al cual los gobernantes de Karond Kar habían echado a la mar con Seadrake en cuanto vieron la oportunidad.

"¿Quién sois?", preguntó Seadrake a la kislevita.

Sveta, quien había alcanzado una extraordinaria habilidad a la hora de manipular a sus semejantes y siempre había sido capaz de mantener el control de cualquier conversación, se sintió tan apabullada ante la magnificencia de sus interlocutores que comenzó a hablar sin ton ni son.

"Mi nombre es Sveta, aunque hay quienes me conocen como la Dama de la Oscuridad. Soy la emisaria de la Maestra de la Carne, a quien conocí en la Ciudad de los Condenados, aunque yo soy kislevita. Mi señora desea saludaros y transmitiros su..."

"¿Qué queréis?" dijo el corsario, cortándola con impaciencia.

Hacía mucho que nadie se atrevía a interrumpirla, por lo que Sveta reaccionó con confusión. No obstante, se repuso rápidamente y, centrándose, contestó:

"Un huevo de mantícora"

La hechicera escudriñó el rostro del corsario buscando alguna expresión, pero no la hubo. El elfo se limitó a asentir.

"De acuerdo. Os costará veinte mil coronas. Debéis pagarme cinco mil antes de que zarpe"

Sveta asintió, todavía intentando ver si Seadrake hacía algún gesto que le indicara qué pensaba acerca de su petición. Sin embargo, el corsario era un auténtico profesional: entregaría a su cliente aquello que quería si es que era capaz de pagarlo. La suma era elevada, pero Sveta podía pagarla sin problema.

"¿Algo más?" dijo Seadrake, viendo que la bruja se limitaba a asentir.

Sveta sonrió.

"Estoy segura de que sabéis dónde encontrar el huevo, pero lo querría de un lugar especial. Si me lo permitís, os lo mostraré en el mapa..."

Sveta desenrolló un plano que llevaba consigo. Seadrake se inclinó sobre él: vio que se trataba de los Reinos Fronterizos.

"Esto es Sartosa. Aquí están los Reinos Fronterizos, y dentro de ellos hay una zona especialmente salvaje conocida como las Regiones Devastadas. Este pueblo costero es Puerto Gris... podéis fondear aquí sin problema, pues mi señora controla estas tierras"

Sveta disfrutó de la mirada que le dirigió Seadrake, la cual, por primera vez, mostraba algo de interés. Aquella mujer, o su señora, parecía tener su propio señorío, aunque fuera en una zona insignificante del mundo.

"Cerca, al norte, hay un señorío bretoniano. Las Ocho Villas de Plata, se llama. Si seguís más allá, encontraréis una zona montañosa donde hay una población aceptablemente elevada de hipogrifos y mantícoras. Ambas bestias son muy territoriales y mantienen un feudo por el dominio de la zona, por lo que tienden a ser particularmente fieras. Por eso querría un huevo de esas mantícoras en concreto"

Seadrake estudió el mapa, sin mediar palabra alguna. Sveta observó que los otros dos elfos también hacían lo propio. Al cabo de un rato, dijo:

"Veo que estas tierras están cerca de Sartosa"

Sveta asintió.

"No deberíais tardar más de tres días en llegar desde aquí"

"¿Qué problemas puedo tener en Puerto Gris?"

"Ninguno. Nadie se atreverá siquiera a mirar a alguien que viene con la bendición de la Maestra de la Carne"

Al escuchar ese título de nuevo, Seadrake miró directamente a los ojos de Sveta, con una mirada que atravesó el alma de la bruja y le hizo sentir una extraña mezcla de excitación y temor.

"Ese nombre es... particular. ¿A qué obedece?"

El amago de una sonrisa nació en la comisura de los labios de la kislevita.

"Mi señora tiene dominio sobre los cuerpos. En muchos sentidos"

El rostro de Seadrake se tensó. No le gustaban demasiado los acertijos.

"¿Es una nigromante?"

"Así es. Igual que yo"

El elfo asintió. Dijo algo en su idioma y esperó a ver la reacción de sus dos acompañantes. El representante del Rey Brujo debía aceptar cualquier contrato que se propusiera a Seadrake, y podía obligar al corsario a que cumpliera el contrato pero para entregar el objeto del mismo a Malekith en lugar de a su demandante, recibiendo una compensación por ello. Por su parte, el representante de Karond Kar también tenía opinión, aunque en este caso su negativa no implicaría que Seadrake no pudiera aceptar el contrato, sino simplemente que las tropas de la ciudad no participarían en los combates que pudiera haber (y tampoco recibirían su parte del botín). Sin embargo, en este caso ambos aceptaron silenciosamente el contrato.

"Volveréis a saber de mí", confirmó Seadrake.

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Sveta abandonó la taberna con el corazón a punto de estallar. Mientras su mente repasaba las distintas opciones que tenía para celebrar lo que acababa de suceder y para aplacar los monstruosos impulsos que el encuentro le había generado, se sintió embargada por una oscura alegría. Su plan había funcionado.

El huevo de mantícora era intrascendente. Sin duda, una mantícora sería una buena bestia si conseguían domarla, una criatura digna de servir en los ejércitos de su señora. Pero si había hecho el camino hasta Sartosa y había pagado veinte mil coronas no era por algo que ella mismo hubiera podido conseguir: al contrario, lo que quería era impulsar una nueva calamidad sobre Las Ocho Villas de Plata. Una incursión druchii podía causar suficiente dolor y muerte entre los bretonianos y, con un poco de suerte, matar a alguno de sus más destacados líderes.

Y, si el elfo oscuro demostraba ser un conseguidor de fiar, quizá podría incluso encomendarle, más adelante, lo que realmente ansiaba: la segunda llave del Ulth Kanopesh.

6 comentarios:

  1. Pensaba que iba a acabar con “erótico resultado”.. (Chernov)

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    1. Jajajaja... eso ya queda a la imaginación de cada cual. Pero piensa que, para el elfo, eso sería poco más o menos que bestialismo.

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  2. Magnífico arranque narrativo, como es costumbre. Nunca hay suficiente maldad en las Regiones Devastadas. Recojo ese guante de la segunda parte del Reposo de los Muertos... ¿Quizá para la Temporada III? Veremos veremos...

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    1. ¡Muchas gracias! Efectivamente, nunca hay suficiente maldad... el mundo está lleno de hideputas. Y el mundo de Warhammer mucho más.

      Es una idea interesante para la temporada III, aunque se prevé un poco más... ¿caótica?

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