Saludos a todos, damas y caballeros.
Hace un par de días publiqué este informe de batalla entre mis brujas del Culto de la Carne Inmortal y una expedición de Ostermark que se adentraba en las Tierras del Sur. Chernov había decidido participar en esta campaña con un ejército imperial, cuya presencia en la zona se puede justificar fácilmente a través de Sudemburgo, la colonia que los imperiales tienen por allí desde los tiempos de las Cruzadas.
Imagen de Juan Carlos Barquet |
Además, el ejército en cuestión es de Ostermark. No sé muy bien por qué Chernov ha elegido este condado y sus colorines, pero da la afortunada casualidad de que Mordheim, donde comenzó la historia de mis brujas, estaba en Ostermark... así que, hilando todas estas circunstancias, hemos tramado un Trasfondo para la intervención del ejército de Chernov en la campaña en general y para la batalla que luchamos en particular. Espero que os guste.
Para el imperial promedio, la colonia de Sudemburgo era un lugar aislado, una ciudad remota perdida en mitad del desierto de camino a ninguna parte. Jürgen Schär había pensado así, y esa había sido la razón por la que decidió emprender el viaje a las Tierras del Sur. Tras servir valientemente en los ejércitos del conde de Ostermark durante quince largos años, recibió la licencia del servicio cuando, en una batalla contra las huestes del infame Vlad Von Carstein, un enorme lobo no muerto le arrancó el brazo izquierdo de cuajo. Agradecido por haber sobrevivido pese a todo, y convencido de que el Imperio no tenía posibilidad de ganar la guerra contra los vampiros, había juntado todos sus ahorros y comprado un viaje de ida para un barco que zarpaba desde Erengrado al lugar más lejano que podía concebir: la distante colonia de Sudemburgo. Contaba con que los ejércitos de los vampiros no llegarían hasta allí, porque, probablemente, ni siquiera querrían hacerlo. Aquel sería el último reducto del Imperio de Sigmar cuando Vlad Von Carstein se sentara en el disputado trono de Altdorf.
Sin embargo, cinco años en la ciudad le habían hecho darse cuenta de que su impresión había sido errada: que la ciudad estuviera lejos del Imperio no quería decir que estuviera lejos de lo demás. De hecho, su posición era privilegiada, y Jürgen tuvo que admitir que los fundadores de la colonia sabían lo que se hacían. Para empezar, se encontraba situada a las orillas del Golfo de Medes, lo que le permitía establecer rutas marítimas con otras ciudades tanto de Arabia como del Viejo Mundo y más allá. Al principio, Jürgen creía que nadie llegaba a la ciudad por tierra, dada la facilidad para alcanzarla por el mar. Pero también en eso se había equivocado: Sudemburgo estaba bastante al sur, en donde el inabarcable desierto de arena daba paso a la sabana conocida como la Llanura de los Colmillos por la gran cantidad de colmillos de marfil que se podían extraer de los cadáveres de elefantes muertos. Era, por tanto, prácticamente la última ciudad humana que existía antes de internarse en las humeantes junglas del sur, un lugar terrorífico, pero que parecía atraer a los comerciantes y exploradores como la luz a las polillas. La razón era evidente: de veinte caravanas que se internaran en la jungla, apenas una regresaba, con suerte. No obstante, la que regresaba lo hacía con un botín que sobrepasaba la imaginación de hasta los más ambiciosos mercaderes árabes. Y Sudemburgo siempre estaba ahí como última ciudad que veían quienes se internaban en la selva, y la primera a la que regresaban los que salían de ella con vida.
Consecuentemente, Jürgen había aprendido muy pronto que no tenía por qué aburrirse allí. Al contrario, los gobernantes de Sudemburgo siempre ansiaban información de las zonas circundantes, tanto de los fantasiosos relatos de civilizaciones perdidas en medio de la jungla como de las más prosaicas, pero necesarias, circunstancias de las ciudades cercanas. No en vano, Sudemburgo era producto de las cruzadas, y aunque formalmente estaba en paz con los enclaves árabes del lugar, los imperiales no ignoraban que la amenaza de la invasión nunca era descabellada... particularmente si sus vecinos eran El-Kalabad, la ciudad con la flota más poderosa del Golfo de Medes, y la majestuosa Ka-Sabar, el gran polo mercantil de la zona. También se rumoreaba la existencia de otra ciudad al pie de las montañas, un pequeño asentamiento de gran riqueza pero que, según las leyendas, adoraba a los demonios.
En ese ambiente, la información era vital, y Jürgen había identificado rápidamente la oportunidad de negocio. Su pasado militar le había abierto unas cuantas puertas, y poco a poco había ido creando una red de espionaje al servicio de los gobernantes de la colonia que le mantenía entretenido y con los bolsillos llenos. Sus agentes tenían ojos y oídos en los asentamientos árabes cercanos, y pocas cosas se les escapaban. Por suerte, las noticias que llegaban rara vez eran alarmantes.
Pero, por primera vez, aquello iba a cambiar.
Aquella mañana, tan gloriosa y soleada como todas las demás, Jürgen debía recibir a su agente en Ka-Sabar. Nada hacía presagiar que pudiera haber malas noticias: el sol brillaba en lo alto con esa luz imposible de ver en el Imperio, las calles mostraban el bullicio habitual de mercaderes preparando los envíos de mercancías exóticas, los pájaros tropicales cantaban su fantasiosa melodía... todo era como había sido en los cinco años que Jürgen Schär llevaba en Sudemburgo. Pero una oscura nube iba a aparecer en el horizonte.
"Ha llegado alguien nuevo a Ka-Sabar" dijo su agente. "La ciudad está revolucionada"
"¿De quién se trata?"
"Es una mujer... y también procede del Imperio"
Aquella fue la primera sorpresa, quizá el primer signo de que algo no iba bien. ¿Por qué iba a llegar una imperial a algún sitio que no fuera Sudemburgo?
"¿Y por qué se ha causado tanto revuelo? Ka-Sabar es una ciudad grande y cosmopolita, está acostumbrada a los extranjeros"
"Cierto. Pero se ha alojado en... ese palacio"
Jürgen centró su mirada en su espía. Se le notaba manifiestamente inquieto. Por supuesto, sabía a qué lugar se refería, pero no sabía cuánto de verdad había en las leyendas que se rumoreaban sobre él. Tenía la impresión de que los árabes eran personas aficionadas a la exageración. Pero también había visto suficientes cosas en Ostermark como para saber que el mundo albergaba horrores que iban mucho más allá de la imaginación de cualquiera.
"A lo mejor no conoce la leyenda de ese palacio"
"Puede ser, pero ya se han levantado rumores. La imperial no está sola, ha venido acompañada de otras mujeres. Una de ellas es árabe, de Lashiek, y está comprando a todas las muchachas jóvenes que llegan a los mercados de esclavos. Parecen tener todo el dinero que quieran. Pero a esas muchachas no se las vuelve a ver..."
Jürgen se encendió un cigarro. La información empezaba a resultarle inquietante. Quizá era paranoia por tantas guerras contra los vampiros, pero tenía un sexto sentido para diferenciar lo que pudiera ser una actitud excéntrica de algo mucho peor.
"¿Quién es esa mujer?"
Su espía bajó más la voz, como temeroso de lo que iba a decir.
"He intentado averiguar algo sobre ella, pero la mayoría tiene demasiado miedo como para decir nada. Pero creo que hay algo importante, algo que no sé si es cierto o no... dicen que estuvo en la Ciudad de los Condenados. Ya sabéis a lo que me refiero"
Jürgen asintió. Lo sabía de sobra. Él no era más que un niño cuando el cometa destruyó Mordheim, pero, siendo de Ostermark, nunca olvidaría la cantidad de refugiados que poblaron el condado intentando alejarse de la devastación, ni los locos que creyeron que hallarían fama y fortuna entre sus ruinas. Su hermano mayor, que apenas tenía doce años por aquel entonces, fue uno de ellos. Jamás volvió a saber de él.
Le dio unas monedas como pago a su agente, y le ordenó:
"Investiga a esa mujer cuanto puedas. No le quites ojo de encima"
Mientras veía cómo se marchaba su agente, pensando que quizá no lo volviera a ver, tomó la decisión de informar a sus antiguos contactos en el Imperio. No sabía quién era, pero, si había salido de Mordheim, era bastante probable que alguien en Ostermark tuviera cuentas pendientes con ella...
Definitivamente, Sudemburgo iba a convertirse en un lugar interesante. Demasiado interesante.
Pues nada, habrá que cazar a la bruja.. (Chernov)
ResponderEliminarSi tus imperiales quieren cazar brujas locas me parece estupendo, son gentuza que sobra en el sur. Pero para ello que no intenten hacerse con las minas de oro de Áncrama porque la ciudad no lo permitirá (como bien se vio en la batalla). ;)
Eliminar¡Muchas gracias! Ven a por ella, que te estará esperando...
EliminarY que Áncrama no se venga muy arriba, que como le hagan a ella la emboscada un día se va a cagar
ResponderEliminar¡Me ha gustado mucho el relato! Un nuevo nexo de unión entre todos los microcosmos que estamos montando. La verdad es que Chantal, viviendo tantos años y siendo tan viajera da mucho juego. :)
¡Muchas gracias! Chantal une a todo el mundo, y a todo el mundo le genera la misma duda: no saben si quieren acostarse con ella o atravesarle el corazón con una estaca, quemarla y cortarle la cabeza...
EliminarY puede que ni por esas se libren de ella.
O como en este caso, darle un martillazo en la frente.. (Chernov)
Eliminar