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viernes, 10 de julio de 2020

Sangre y Gloria: la doncella y el ogro


Saludos a todos, damas y caballeros.

Fornidson y yo hemos ido cumpliendo con los hitos propuestos para la campaña/escalada de Sangre y Gloria, tanto en lo que se refiere a pintura como a las batallas, aunque en este caso con un cierto retraso en la del primer trimestre debido al confinamiento. Sin embargo, no habíamos publicado todavía ningún relato, lo cual es una tradición en las campañas que se juegan en el Troglablog (o al menos, una tradición mía). Así que aquí va.


El relato corresponde a la segunda partida, en la que la hueste de Khorne, liderada por Veronique, se enfrenta a la del Caos Absoluto liderada por Sorros, el hechicero, y con presencia del ogro Moog. Veronique ya había aparecido por encima en el Trasfondo dedicado a Martin Khornelissen, el Señor del Caos que lidera esta hueste y que aparecerá en diciembre, pero aquí se centra un poco más en ella. Espero que os guste.

Veronique profirió un rugido de triunfo al ver que la cabeza del guerrero del Caos enemigo era segada de su cuerpo, bañándola en sangre. Aquellos hombres estaban bien acorazados, y su defensa era casi impenetrable, pero la ira infinita que corría por sus venas se había acabado imponiendo. Revigorizada por la matanza, siguió repartiendo espadazos a diestro y a siniestro, con poco efecto dada la gruesa armadura de sus oponentes, pero eso no la detendría. La sangre derramada pertenecía al dios de la guerra, y si él así lo deseaba, recompensaría su dedicación con más víctimas a sus pies.

Uno de los guerreros que acompañaba a la paladina del Caos acabó con el hechicero que lideraba a sus oponentes. Eso fue demasiado para ellos, y emprendieron la huida. Pero la bretoniana no estaba dispuesta a permitir que los cobardes escaparan. Espoleada por una furia sin límites, los persiguió y los mutiló a medida que les iba dando caza. Esa era la recompensa que el Sabueso otorgaba a los que eran incapaces de morir de frente, y ella estaba encantada de ser quien dispensara tal justicia en su nombre.

Recordaba vívidamente la primera vez que había matado, allá en su Bretonia natal. Era un muchacho que había intentado forzarla. Desesperada, había cogido el primer objeto contundente que vio a mano y con él le había hundido el cráneo. Pensaba que se sentiría horriblemente tras aquello, que no sería capaz de perdonárselo, pero… pero le había gustado. Intentó resistirse, pero algo en su interior le decía que había nacido para luchar y matar. Muchos otros fueron engañados y asesinados en lugares ocultos, hasta que no sintió necesidad de seguir escondiéndose. Sabía lo que hacía y por qué. Sabía que no era ella la que estaba descarriada: los demás eran los débiles incapaces de comprender la liberación del derramamiento de sangre. Así que los masacró a todos, salvo a aquellos que resultaron ser dignos, que se convirtieron en sus seguidores. O más bien, en los seguidores de Arkhar. Ella solo les había desvelado aquella verdad.

Y entonces apareció Cornelissen, el caballero bretoniano. Veronique supo que él era el elegido para beber del cáliz de la sangre derramada, de la cosecha de su triunfo. ¿Se lo había ofrecido porque él era un caballero y ella una simple campesina? No, aquello podía tener sentido en la débil sociedad bretoniana, pero no entre los seguidores de Khorne, donde la única aristocracia posible es la de la fuerza y la ira, no la del nacimiento. Iluminada por el dios de la sangre, Veronique vio en Cornelissen un guerrero que le sobrepasaba en furia, demencia y dedicación a la batalla. Él sería su esposo, no en un sentido carnal, pues eso no tenía lugar entre los consagrados a la matanza, sino en un sentido espiritual. Ella sería su esposa, su heraldo, su dedicada compañera en la masacre, y juntos forjarían un Reino de sangre e ira, una ofrenda que entregar a aquel que había dado sentido a sus vidas.

Cuando la furia roja dejó de nublar su mente, miró a su alrededor. Los guerreros del Caos enemigos habían sucumbido, pero lo mismo había sucedido con el resto del ejército que ella comandaba. Apenas permanecía ella con su cohorte. En todo caso eran todos guerreros devotos del Trono de los Cráneos, y contaban con el oráculo, la sacerdotisa de Slaanesh que se mantenía sumisa entre sus hombres, intentando no provocar su muerte. Suficiente para obtener la victoria frente a lo que quedaba de la hueste enemiga: el gigante y Moog, el paladín ogro que actuaba de lugarteniente de Trifón. O al menos así había sido antes, en la tierra maldita de Mordheim. En el Norte, las cosas siempre eran distintas.

El ogro se alzaba frente a ella, con su inmensa hacha goteando por la sangre de los gors a los que había matado. El enfrentamiento anterior se había saldado con una victoria del lacayo de Trifón sobre Veronique. La bretoniana estaba dispuesta a corregir eso. Alzó su espada hacia él, le desafió, y los dos comenzaron a correr el uno hacia el otro.

El ogro llegó antes y descargó un golpe brutal. Veronique había intuido cuál sería el primer movimiento de su contrincante y, por suerte para ella, tuvo razón. Consiguió esquivar el hachazo y descargó sobre Moog una terrible lluvia de golpes, llena de furia. Sentía sus espadas penetrar en la carne de su rival, sentía la liberación de la sangre cayendo sobre la hirviente tierra, y con cada golpe no hacía sino aumentar su tremenda furia. Moog, abrumado por aquella explosión de rabia, aguantaba como podía, pero cada vez eran más los cortes que no podía parar o que su armadura no podía absorber.

Y sin embargo, tenía una ventaja, y era que él solo necesitaba golpear una vez.

Un destello de lucidez en medio del frenesí le advirtió a Veronique de que había bajado la guardia, y Moog se estaba preparando para contragolpear. Vio el hacha, casi tan pesada como ella, oscilar a una velocidad impensable. Se giró, y ese movimiento sirvió para salvarle la vida, pero no para evitar el impacto: el hacha golpeó contra su pecho, la armadura se quebró, y ella salió disparada varios metros hacia atrás. Viva, pero inconsciente.

Despertó pasadas varias horas, quizá días, sobre una escena dantesca: sus guerreros también habían muerto en su mayoría, el oráculo no estaba por ninguna parte, y el cercano templo a Slaanesh había sido expoliado. Ella estaba herida, pero no de gravedad. Desorientada, buscó sus espadas y, al encontrarlas, sintió que la furia volvía a ella. Era la segunda vez que aquel ogro la derrotaba. No habría una tercera.

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