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jueves, 24 de marzo de 2022

El Hogar de la Esperanza

Saludos a todos, damas y caballeros.

Hace unos días publiqué el primer informe de batalla de la campaña "El Jardinero Fiel". Para quienes lo hayáis leído, habréis visto que la partida estuvo a la altura de la campaña, no solo por ser entretenida hasta el final sino por el elemento narrativo que se pudo ver.

Esta campaña se basa en la película homónima, la cual a su vez se basa en unos terribles sucesos en los que Pfizer intentó silenciar que había matado e incapacitado a unos cuantos niños en Nigeria probando un medicamento sin autorización. Esta tragedia era fácilmente aplicable al universo de Infinity, no con ánimo de frivolizarla ni mucho menos sino, al contrario, de reconocerla. Al fin y al cabo, si algo caracteriza a Infinity respecto a muchos otros juegos es que su Trasfondo es mucho más luminoso y esperanzador que el de otros juegos futuristas pero, a su vez, sus conflictos son más cercanos a la condición humana real: poder, beneficio, tecnología, etc.

En ese sentido, esta campaña es una buena excusa para no solo echar unas partidas de Infinity (lo cual ya sería suficiente) sino para enmarcarlas en una reflexión sobre la naturaleza humana... dentro de lo que cabe claro, esto no es un blog de filosofía ni lo pretende, sigue tratando sobre batallas con muñequitos. Pero creo que el planteamiento le da un poco más de empaque y gracia a las partidas. Para ello escribiremos unos cuantos relatos, de los cuales éste es el primero, que espero que os guste.

EL HOGAR DE LA ESPERANZA

Obadiah Van Tassel entendía el árabe suficientemente bien como para saber que "Dar-el-Amal" significaba "hogar de la esperanza". Era, asimismo, un hombre suficientemente perceptivo como para que no se le pasara por alto la ironía de llamar así a un pueblo miserable dejado de la mano de Dios, perdido entre las montañas, y que encajaba más con la estampa del Afganistán del siglo XIX que con el Califato de Al-Medinat en el siglo XXII. Por último, era un hombre suficientemente cruel como para que ni siquiera un nombre tan evocador le hiciera mostrar el más mínimo remordimiento ante lo que estaba haciendo allí.

Van Tassel había tenido que abandonar el cuerpo de fusileros de PanOceanía tras una operación en Paradiso en la que había asesinado a dos civiles. Una parte de sí quería pensar que aquello se había debido a la paranoia de no saber quién podía o no ser un Shasvastii, pero en el fondo sabía de sobra que los había matado porque había podido y había querido. No a sangre fría, pero eso no importaba. En cualquier otra situación habría sido condenado en un consejo de guerra, pero en Paradiso le había resultado fácil escapar de la justicia. 

No era difícil encontrar trabajo para alguien que tuviera experiencia en combate, y había acabado uniéndose a las filas de la Compañía Ikari. Esta compañía mercenaria era famosa por que no solo no hacía preguntas, sino que favorecía el reclutamiento de aquellos elementos que tuvieran una cierta tendencia hacia lo criminal. Las operaciones de los contratistas solían moverse en un ámbito de ambigüedad moral, pero, en el caso de la Compañía Ikari, tal ambigüedad no existía: eran manifiestamente inmorales y despiadadas. 

Y, en ese lugar, Obadiah Van Tassel había encontrado un nuevo hogar. ¿Se le podría considerar su "hogar de la esperanza"? Sonrió con amargura al pensarlo.

En todo caso, Van Tassel pensaba que incluso los grandes logros de la Humanidad se asentaban, en última instancia, en hombres como él. El ejemplo era lo que estaba haciendo con sus hombres en Dar-el-Amal. Una empresa de la poderosa industria biofarmacéutica haqqislamita, Echelon Technologies, estaba probando un nuevo medicamento entre los residentes del villorrio, medicamento que no había sido aprobado para su experimentación en seres humanos y que estaba teniendo graves efectos secundarios en los pueblerinos a los que se había inoculado forzosamente, llegando algunos de ellos a morir. 

Pero Van Tassel estaba seguro de que, si el fármaco acababa funcionando, todo eso sería olvidado. Los pueblerinos serían bajas colaterales en el glorioso avance científico, bajas de las que no se hablaría para no empañar la magnitud de tal avance, y todo quedaría olvidado. ¿Cuántas veces había sucedido eso anteriormente? ¿Cuántos escándalos no habrían quedado convenientemente escondidos para defender un "bien mayor", y cuántos grandes logros científicos y técnicos no se habrían basado en la sangre de los inocentes? La mayoría de las personas preferían obviar esto con tal de vivir una vida más cómoda. Unos pocos se enfrentarían a esa verdad, guiados por un sentido de la justicia inquebrantable. Y otros asumirían la terrible verdad del Universo en que vivían y harían lo que fuera necesario. Obadiah Van Tassel estaba entre ellos.

El suave sonido del aerodeslizador le hizo alzar la vista hacia el radiante sol, contra el que se recortó la figura de la nave. Echelon Technologies se había molestado en contratar contrabandistas con buenos transportes, casi indetectables incluso con los radares más avanzados, muy silenciosos y capaces de camuflarse contra el desierto a una cierta distancia. Pese a ello, ni siquiera con todas esas garantías querían correr riesgos, y los contrabandistas soltaron la carga sin llegar a tomar tierra. Varias cajas cayeron suavemente gracias a los paracaídas gravíticos que aseguraron un lento descenso, y el aerodeslizador se marchó tan rápido como había llegado.

Obadiah Van Tassel monitorizó toda la operación desde la tranquilidad y, sobre todo, el frescor de su centro de mando, donde el maravilloso aire acondicionado le protegía de los cerca de cincuenta grados que habría en el exterior. Aunque comenzaba a acostumbrarse al despliegue de medios que Echelon Technologies había pagado, todavía seguía sintiendo cierta impresión ante lo que debía ser un desembolso de mucho, mucho dinero. También sabía que, si los experimentos funcionaban, los beneficios serían tan monstruosos que las facturas pagadas a contrabandistas y mercenarios no serían más que calderilla.

La mente de Van Tassel se puso a divagar respecto al tamaño de la casa que podría comprar a tocateja cuando terminara su contrato, y casi estuvo a punto de obviar la pequeña alteración que se produjo cerca de uno de las cajas que contenía el medicamento experimental de Echelon Technologies. Una mínima vibración en el aire, algo que quizá alguien que no hubiera sido veterano de Paradiso podría haber considerado un fallo del monitor. Pero si Obadiah Van Tassel había sobrevivido a Paradiso era porque no se fiaba ni de su sombra.

"Hassan, manda a tu equipo a la zona de descarga. Investigad qué sucede ahí"

Echelon Technologies había contratado a la Compañía Ikari y a lo que solo podría definirse como una banda de matones locales, teóricamente con el objetivo de "adecuar la comunicación a las particularidades sociales y culturales de Dar-el-Amal", pero cuya misión real era servir de carne de cañón para las tareas más ingratas, dejando la defensa real del proyecto a los mercenarios de la Compañía Ikari. Frente a unos campesinos iracundos, los matones locales podían imponer la autoridad sin que la Compañía Ikari se molestara.

Pero, cuando la cabeza del tal Hassan desapareció convertida en una neblina rojiza, Obadiah Van Tassel supo que estaba a punto de ganarse el sueldo.

"¡A todas las unidades de la Compañía Ikari! ¡Estamos bajo fuego enemigo!"

Obadiah Van Tassel salió de su cuartel para liderar el contacto con el enemigo. Su comlog le seguía proporcionando todo tipo de información de combate, y vio que el leve desplazamiento de aire previo se había convertido en la figura semisólida de lo que parecía un hombre con un dispositivo de camuflaje termo-óptico... tal como había supuesto. Fuera quien fuera el agresor, estaba bien financiado. Como ellos.

Entonces vio la figura de un soldado con un turbante rojo, avanzando sin temor por las chabolas de Dar-el-Amal mientras gritaba órdenes a sus hombres. Por un segundo, Obadiah Van Tassel sintió un escalofrío al darse cuenta de que se encontraba frente a uno de los temibles Khawarij y que, por tanto, el comando atacante debía pertenecer a la Espada de Allah. 

Sin embargo, ese temor inicial pronto pasó a ser curiosidad. ¿Significaba aquel ataque que el Estado haqqislamita había ordenado a sus soldados que detuvieran las operaciones de Echelon Technologies? De ser así, no estarían actuando con tanto secretismo, sino con toda la pompa y circunstancia adecuada para mostrar su poderío frente a una empresa descarriada. Si, por el contrario, querían proteger la reputación de una compañía clave dentro de su potentísima industria biofarmacéutica, ¿por qué atacaban sus operaciones? ¿Sabría el Khawarij lo que estaba sucediendo?

Obadiah Van Tassel sonrió con cinismo. Los Khawarij tenían fama de rectitud moral inquebrantable, y cabía la posibilidad de que aquel soldado hubiera decidido la operación por su cuenta. Una vez más, pensó que prácticamente todo el mundo se movía en la indeterminación moral, esperando a evaluar los fines para juzgar la adecuación de los medios. Sólo una minoría como él consideraba la validez a priori de cualquier medio. Y sólo una minoría rechazaría fines buenos si los medios eran malos. 

¿Cabía la posibilidad de que, en aquel lugar alejado del desierto, dos hombres pertenecientes a esas minorías se hubieran encontrado, y se estuvieran encaminando hacia un combate existencial?

Van Tassel se dirigió a la lucha con ánimo renovado. Iba a ser un duelo interesante.

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