Saludos a todos, damas y caballeros.
Tras una partida molonérrima entre goblins e Imperio en la campaña del Lamento de Wallenstein, llega el momento de hacerle el relato correspondiente, porque si no hay relato no sé qué hemos venido a hacer aquí. Ganar o competir desde luego que no, para eso ya está la vida real.
Como pudisteis ver en el informe de batalla (que tuve que dividir en dos partes, aquí y aquí) la partida estuvo muy reñida y emocionante, y tuvo un carácter propio muy llamativo al ser de semiasedio. Hay por ahí algunas campañas publicadas por GW que son una auténtica maravilla, y ésta está en un puesto muy alto, por lo que es una muy buena elección para continuar con el Trasfondo de Leopold Wallenstein... quien todavía no ha aparecido por aquí, lo hará en el siguiente escenario.
Pero no hay que adelantar acontecimientos. Por de pronto, os dejo con el relato de la segunda partida. Espero que os guste.
MASACRE EN LA TORRE DE LA DONCELLA OSCURA
Wolfgang paseaba despreocupadamente por los alrededores de la Torre de la Doncella Oscura, en donde servía como alabardero de la guarnición. En algún momento le habían explicado el origen del nombre, pero ya lo había olvidado. A decir verdad, nunca le había importado mucho. Sabía que tenía algo que ver con la extraña diosa sureña a la que adoraban los Wallenstein, y desde que le habían dicho eso había dejado de prestar atención al resto de la historia. Él era un auténtico imperial que veneraba a Sigmar, el Portador del Martillo, y no sabía qué chaladura le había podido entrar a los Wallenstein para ponerse a buscar diosas fuera cuando ya había suficientes dentro. No es que no adoraran también a Sigmar, claro, y nunca un devoto sigmarita, seglar o sacerdote, había podido echar nada en cara a la familia por su falta de celo en defender la principal religión del Imperio. Pero cuando consagraban sus fortalezas a entes extraños de los que solo ellos habían oído hablar... bueno, Wolfgang sabía que aquello no iba con él.
En todo caso, el amor de los Wallenstein por lo extranjero no se detenía ahí. Era bien conocido en todo Averland que los Wallenstein, pese a su apellido, eran todos medio sureños. Como muchas familias nobiliarias, tendían a casarse entre ellos, aunque en este caso tener líneas familiares en Tilea y Estalia hacía que la consanguinidad fuera menor... pero había quienes consideraban que casarse con forasteros era mucho peor que casarse con primos.
Wolfgang tampoco entendía aquella crítica: que se casaran con quienes tuvieran que casarse, no era asunto suyo. Mientras tuvieran un apellido imperial y hablaran correctamente el reikspiel, no pedía más. Por ejemplo, Leopold Wallenstein, el hombre para el que trabajaban, tenía un nombre adecuado, un padre imperial y se le entendía perfectamente cuando hablaba en la lengua del Imperio. Si luego su madre era estaliana y él hablaba otros idiomas, a Wolfgang no le importaba mucho. Lo consideraba una de las excentricidades propias de los nobles, que eran gente hecha de otra pasta.
Sin duda, lo mejor que se podía decir de los Wallenstein era que pagaban bien. Y respetaban la guerra, no la rehuían como otros nobles de corte más petimetre. Cuando había que estar ahí dando espadazos, se podía contar con ellos en primera fila. Claro, llevaban las mejores armaduras y espadas hechizadas, porque tenían dinero para pagarlas. Wolfgang también las tendría si pudiera pagarlas. Pero más de un noble había acabado en la tripa de algún monstruo, con armadura y todo. Al menos los Wallenstein no temían a eso y no iban a mandar a morir a sus hombres por salvarse ellos. Por todo ello, Wolfgang podía aceptar el servir en una torre con nombre raro, con patrones medio extranjeros y siendo uno de los pocos imperiales en una guarnición donde abundaban los tileanos, empezando por su capitán.
Mientras completaba su paseo de vigilancia, uno de esos tileanos le gritó desde la torre:
"¡El alabardero! ¡Deberías regresar!"
Aunque tenía un fuerte acento, Wolfgang lo había entendido perfectamente. Aquello le resultaba extraño, porque alrededor de la torre había una zona despejada y solo a cierta distancia empezaba un pequeño bosquecillo, poco frecuente en el condado de Averland, aunque más en las faldas de las Montañas del Fin del Mundo, donde se encontraba la torre. En cualquier caso, no había visto nada cruzar el bosque, y no sabía cómo aquel tileano había podido verlo.
"¿Por qué? ¿Qué sucede?"
"Creo que hay algo entre los árboles"
Wolfgang miró en dirección al bosque. Al principio no encontró nada que debiera perturbarle, pero no tardó en fijarse en que las copas de los árboles parecían ceder, como si algo enorme las estuviera atravesando. Aquello le dejó paralizado, en parte por la intriga y en parte por el temor, hasta que vio lo que estaba provocando aquel movimiento: un gigante, un ser absolutamente monstruoso y enorme que tenía la vista fijada en la torre.
Sin pensárselo dos veces, Wolfgang echó a correr como alma que llevara el diablo.
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El chamán goblin Komepiñonez Tripafea pudo respirar por fin. Lo había pasado francamente mal al ver que aquel oficial humano con la espada encantada atravesaba el corazón de su guardaespaldas orco. Naturalmente, lo que le había no era la suerte del guardaespaldas: se recuperaría, pues ni siquiera semejante herida era suficiente como para acabar con un orco tan resistente. No, lo que le había preocupado era poder ser el siguiente... pero el oficial humano había tenido que rendirse ante la evidencia de que había demasiados goblins, y había huido para salvar su vida, y de paso la de Komepiñonez. Un buen trato para ambos.
"¡Adelante, muchachoz! ¡Kargad kontraaaaaaaahhhh...!"
La poco inspirada orden del chamán decayó a medida que se daba cuenta de que nadie iba a cumplirla. Los goblins de su unidad seguían con él y habían sufrido pocas bajas, pero no quedaba ningún otro pielverde alrededor de la torre. Los trolls, los jinetes de lobo, el gigante... todos estaban muertos o habían huido tiempo atrás, aterrorizados por los disparos y la enconada resistencia de los imperiales. Lo que en un principio había podido parecer un botín fácil había terminado por ser una auténtica matanza...
Lo único bueno es que también habían muerto muchos humanos, con lo que podía considerar su orgullo moderadamente satisfecho y, con un poco de suerte, no quedaría tan mal delante de sus jefes... si es que se enteraban, claro. De hecho, no veía muchos humanos a su alrededor, y eso era tranquilizador. O lo sería si no fuera porque seguía lloviendo fuego de arcabuz desde lo alto de la torre, y dado que ellos eran sus únicos objetivos, estaba claro a quién iban a tomar como objetivo prioritario.
"Bueno, kreo ke... kreo que podemoz retirarnoz trankilamente. Buen trabajo muchachoz, buen trabajo"
Con gran prudencia, los goblins que habían sobrevivido se escabulleron entre la maleza, procurando no hacer mucho ruido.
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