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sábado, 11 de abril de 2020

El Vigilante (III)


Saludos a todos, damas y caballeros.

A medida que pasan los días, la situación en el país parece ir mejorando, aunque lo de salir del confinamiento todavía parece lejano. Mi teoría es que saldremos el día que hagan finalmente ese estudio para ver cuántos hemos sido bendecidos por Nurgle y se den cuenta de que al menos un tercio de la población ha pasado ya el bicho. Y en Madrid seguramente más. Siempre he dicho que Madrid es una ciudad donde contagiarse de cualquier cosa es tremendamente fácil, es un sitio abarrotado y congestionado hasta las trancas, más o menos como otro sitio que los frikis conocemos bien...

Y que también sufrió su propia pandemia en forma de plaga comecerebros. Pensad que siempre podría ser peor, podríamos estar viviendo en el cuadragésimo primer milenio
Pues eso, el país parece ir mejorando, pero para Los Videntes las cosas se empiezan a torcer. Os traigo el tercer relato de la saga, cuarto contando con la introducción, y el que será el penúltimo. Es un poco más largo que los anteriores, pero el desenlace ya se va viendo. Espero que os guste.




Jaskar fue el primero en verlos.

Siempre era él. De alguna forma, podría ver las cosas antes de que sucedieran. Al principio no era consciente de este don, y pensaba que era simplemente cuestión de suerte u oportunismo. Pero con el tiempo las visiones se volvieron más claras, más largas, y supo que no eran ningún accidente. Había previsto muchos ataques inesperados, y aunque siempre había intentado camuflarlo como una mera intuición, aquella noche no pudo hacerlo ya más.

Pues había visto que los Cabezas de Hierro iban a por ellos.

Se encontraba con algunos de los Videntes en la Araña de Acero, intentando cerrar un acuerdo con un cazarrecompensas que necesitaba cierta información acerca de la posible localización de su presa. Pese a que Salvor se había vuelto cada vez más aislacionista y apenas se alejaba de su escondite secreto, algunos de los pandilleros todavía pasaban mucho tiempo alrededor de la taberna. De hecho, intentaban estar allí todo el tiempo que fuera posible, dado que estar cerca de Salvor se había convertido en un auténtico dolor de cabeza para la mayoría de ellos, excepto para aquellos que compartían su manía persecutoria, y cualquier excusa era buena para pasar un rato relajante en la comparativamente más animada y distendida atmósfera de la Araña de Acero. No obstante, Salvor rara vez permitía que hubiera más de cuatro o cinco de sus hombres lejos de él, así que sólo Vinssac, Jaskar y otros dos pandilleros se encontraban en la taberna en ese momento.

Cuando llegaron las visiones, Jaskar se sintió asustado. Sabía perfectamente lo que sucedería si les sorprendían en la taberna, y que no tendrían opción de sobrevivir, dado que los Cabezas de Hierro estaban bien equipados y sobrepasaban en número a los cuatro Delaque presentes en la Araña de Acero. Dejó su copa y fue a avisar a Vinssac. El pandillero estaba ocupado cerrando el trato con el cazarrecompensas, pero Jaskar sabía que podía esperar comprensión por su parte. Era el único que nunca se burlaba de él, el único que le tomaba en serio, y de alguna forma se había convertido en su mentor, tomando para sí el papel que le habría correspondido a Salvor, siendo su tío.


“Disculpe un momento, caballero” – dijo Vinssac con su voz susurrante al cazarrecompensas, que no parecía estar muy contento con la interrupción.

“Debemos marcharnos”, dijo el jovenzuelo con prisa, “los Cabezas de Hierro vienen hacia aquí”

“¿Cómo lo sabes?”, preguntó Vinssac, sin asomo de desprecio en la voz.

“Yo… simplemente lo sé”.

Vinssac no dijo nada, pero miró al tatuaje que, como todos los de su banda, tenía grabado en el dorso de la mano: un ojo, dibujado con tinta azul, el recordatorio para sí mismo y para todos los demás de que no había nada que la Casa Delaque no pudiera ver. Por eso se llamaban “Los Videntes”. Y sin embargo, ninguno de ellos alcanzaba el nivel de presciencia que Jaskar tenía. Realmente podía ver más que ninguno de ellos, y estaba bendecido con la auténtica visión de las cosas que iban a suceder. Que fuera mera intuición o algo más era algo que a Vinssac no le importaba mientras las visiones fueran útiles a sus propósitos. Y lo eran.

“De acuerdo. Nos marchamos”, dijo finalmente el pandillero.

Se despidió del cazarrecompensas, prometiéndole que tendría lo que quería pronto, y le dijo a sus compañeros, un pandillero llamado Kalar y un recluta llamado Lejish, que le siguieran. No les dio explicaciones hasta que se encontraron fuera de la Araña de Acero.

“Los Cabezas de Hierro vienen a por nosotros. Debemos llegar al escondite antes de que nos encuentren”.

“¿Y cómo sabes eso?”, preguntó agresivamente Kalar, reticente a partir de un lugar placentero para volver junto a su asustadizo líder.

“No lo sé”, siseó Vinssac percibiendo la hostilidad de Kalar. “Pero Jaskar sí, y debemos confiar en él”

Kalar miró directamente a Jaskar, y pese a que sus ojos estaban cubiertos con los archipresentes protectores que los Delaque usaban para proteger sus frágiles retinas de la luz, el desdén y la furia que ardían en ellos no se podían ocultar. Jaskar esperó algún exabrupto, pero cuando el pandillero estaba a punto de empezar a increparle por su “superstición”, desapareció, y Jaskar quedó bañado en sangre.

Una ametralladora pesada le había desgarrado, matándolo al instante. Los Orlocks estaban sobre ellos.

“¡Corred!”, gritó Vinssac a los pandilleros.

Así lo hicieron, intentando alcanzar el refugio mientras las balas y ráfagas láser les rodeaban. Siendo Delaque, el pandillero y los dos reclutas sabían cómo aprovechar la cobertura y el amparo de las sombras para su beneficio, pero pronto se dieron cuenta de que los Cabezas de Hierro eran demasiados y estaban demasiado cerca, e incluso si alcanzaban el refugio sus enemigos los seguirían hasta él, seguramente matando al resto de su banda. Vinssac, el más experimentado de los tres, se dio cuenta pronto de que ni podían huir ni podían esperar vencer si se enfrentaban a los Orlock. Por lo que sólo quedaba una opción.


Mientras corría, vio una buena posición para resistir: las ruinas de un antiguo almacén, repleto de contenedores vacíos y desperdicios que le podrían proporcionar buena cobertura, y sin ningún tipo de iluminación. Sin detenerse, cambió de ruta para adentrarse en el almacén y gritó a los jovenzuelos:

“¡Alcanzad el refugio y decidle a Salvor que huya! ¡Me uniré a vosotros en cuanto haya matado a algunos mineros!”

Jaskar sabía que aquello era una locura. Vinssac era uno de los mejores tiradores de la banda y un experto en cuanto a fundirse con las sombras, convirtiéndose en una sombra casi imposible de ver. Pero ni siquiera esas habilidades le darían la victoria frente a los Orlock: como mucho, le permitirían ganar un poco de tiempo antes de que terminaran por matarlo. Jaskar no quería ver muerto al único pandillero que le respetaba, pero en su interior sabía que ya estaban todos condenados, y que Vinssac solo estaba intentando salvar su vida y la de quienes se ocultaban en el refugio.

“¡Id!”, ordenó el pandillero. “¡He hecho lo que dijiste, ahora haz tú lo que digo!”

Jaskar huyó finalmente, siguiendo al otro recluta, quien no sentía los mismos remordimientos y ya se encontraba varios metros por delante. Solo, en la oscuridad, Vinssac comprobó que tenía suficientes balas en su rifle automático como para intercambiar fuego con los Orlock durante un buen rato, y murmuró una plegaria al Trono. No era un hombre particularmente religioso, pero para todo hay una primera vez en la vida. Después, habiendo elegido su posición de tiro, murmuró para sí mismo:

“Venid a por mí, Orlocks. Esta noche moriremos todos”.

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