Saludos de nuevo, damas y caballeros.
Sigo con el relato del Vigilante, del cual os hablé en esta entrada anterior. Dada su longitud lo he dividido en tres partes, de la que ésta es la segunda, la tercera contando con la introducción. Quedarían dos más. Espero que os guste.
El despacho era lujoso, pero las sombras lo habían
convertido en su hogar, y apenas se podían distinguir algunas de las muchas
curiosidades y elementos decorativos de la sala. La escasa iluminación del
lugar estaba diseñada para esconder más que para revelar, como podía esperarse
del corazón mismo del gobierno de la Casa Delaque. Pues ese despacho pertenecía
a uno de los oficiales de más alto rango de la Casa de los Espías, un hombre
cuyo nombre era desconocido para todos excepto para sus colaboradores más cercanos
y dedicados, una figura sombría que nadie podía ver, pero que tenía ojos en
cada esquina de la Colmena Primus de Necromunda, desde las más altas espirales
hasta lo más bajo de las Zonas Muertas.
El hombre se sentaba tras una
mesa elegante, bebiendo una copa de una exótica bebida, importada desde fuera
de Necromunda, que aumentaba el potencial de su ya de por sí extraordinaria
mente. Pese a que sufría la misma sensibilidad a la luz que todos los Delaque,
no necesitaba proteger sus ojos en la sombría atmósfera de la oficina, por lo
que Arkander, el leal asesor que se encontraba frente a él, podía ver sus ojos
embrujados mientras observaban el informe con preocupación.
“Portadores de la Palabra”,
susurró.
Para el ciudadano imperial
promedio, ese era un nombre totalmente desconocido. La Inquisición había
trabajado durante milenios para asegurarse de que los eventos de la Herejía de
Horus, y el hecho de que nueve legiones de marines espaciales se habían vuelto
contra el Emperador, quedaran totalmente en secreto. Pero los líderes de la
Casa Delaque no eran hombres corrientes, y el secreto era su reino. Y aunque
ninguno de ellos hubiera estado nunca frente a un marine espacial del Caos, y
preferían que siguiera siendo así, eran plenamente conscientes de su existencia.
“Todos los hechos apuntan en
esa dirección, mi señor”, respondió Arkander.
“Si querían infiltrarse en la
Colmena Primus, ¿por qué no usar un culto del Caos para ello? ¿Por qué
necesitarían a los Videntes?”
Los fríos ojos verdes del
oficial brillaron con sospecha, pero Arkander sabía que aquel era su estado
natural. No había llegado tan alto en la estructura de Gobierno de la Casa
Delaque por confiar en las personas.
“Quizá no se fían de ellos.
Quizá están más expuestos. O puede ser porque carecen de los contactos de los
que disponen los Videntes. Hay miles de razones”
El oficial volvió su atención
al informe de nuevo. Por tranquilo que pudiera aparentar estar, su alma y su
mente se sacudían con temor. El informe decía que los Videntes, una de las
bandas Delaque operando en el Submundo, habían sido manipuladas desde el
principio por agentes de los Portadores de la Palabra, la legión de marines del
Caos. No quería creerlo, pero la información procedía de los informadores más
fiables de la Casa Delaque y, lo peor de todo, tenía sentido. Después de todo,
Necromunda era un mundo clave en la fabricación de armas y municiones para la
Guardia Imperial, y los Portadores de la Palabra eran conocidos por establecer
cultos y células secretas en los mundos que habían decidido conquistar.
“Vende la información de su
refugio secreto a los Cabezas de Hierro”, ordenó el oficial.
“¿A los Orlocks, señor?”
“Los Videntes son el único
vínculo entre nuestra Casa y esa legión caída. Si los matamos nosotros mismos
la gente se preguntará por qué, y alguien podría descubrir la razón. Pero nadie
necesita peguntarse por qué unos Orlocks querrían matar a unos Delaque. Será simplemente
una más de la infinidad de batallas que se han librado en el Submundo durante
milenios, y pronto será olvidada. Y esa será nuestra salvación”.
“Le diré a mis agentes que
envíen la información a los Cabezas de Hierro”.
“Excelente. Sé discreto,
Arkander, más de lo que jamás hayas sido”
“Por supuesto, mi señor”
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Lúvan sabía que tenía que actuar rápido. Estaba seguro
de que la Casa Delaque carecía de la tecnología para revelar el disfraz
psíquico que le había permitido hacerse pasar por Arkander, pero no podía
ponerse en riesgo, ni a la operación, más tiempo del imprescindible. Además, el
Arkander real pronto se despertaría. Se las había arreglado para instalar la
conversación con el oficial en su mente, de forma que creyera que ésas eran sus
auténticas memorias, al menos por un tiempo suficiente como para concluir la
misión. Una vez todo hubiera terminado sería olvidado, y si alguien quisiera
seguir el rastro de migajas de pan que había ido dejando, éste le llevaría
hacia Lajakan el Innegable, Apóstol Oscuro de los Portadores de la Palabra y
antiguo enemigo de su señor, Nemo.
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