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sábado, 15 de mayo de 2021

La Anabasis de Seadrake (IV): Los Túmulos de Cuileux

Saludos a todos, damas y caballeros.

Continuamos con el avance de Seadrake a través de las tierras de Bretonia, el relato largo para ambientar el camino que sigue mi Príncipe Corsario hasta alcanzar Athel Loren para enfrentarse a los elfos silvanos en la campaña/escalada "Muerte en el Bosque".

Tras sus aventuras en Mousillon, Bordeleaux y el Bosque de Chalôns, toca ver qué le depara a los druchii un lugar tan siniestro como los Túmulos de Cuileux. Aprovecho para decir que la imaginería de los túmulos me parece una de las más destacadas de los mundos de fantasía, y creo que la parte de la Quebrada de los Túmulos es una de las mejores del Señor de los Anillos. En este caso, las aventuras de Seadrake no van a estar a la altura ni de casualidad, pero espero que os gusten igualmente.

LOS TÚMULOS DE CUILEUX

Pese a que la expedición de Seadrake había conseguido acabar con el vampiro, el ambiente no experimentó ninguna mejoría. De hecho, cuanto más se internaban en el bosque más ominosa era la sensación que atenazaba a cada uno de los integrantes del ejército. Y si bien Seadrake no era inmune a este efecto, su parte más racional agradecía tal oscuridad, pues resultaba evidente que les estaba acercando a su objetivo: los Túmulos de Cuileux.

Los alcanzaron al tercer día de marcha tras destruir al vampiro. Los exploradores, comandados por Kevoluth, los describieron como una gigantesca agrupación de tumbas, la mayoría pequeñas, pero algunas de un tamaño colosal. No parecía haber movimiento ni signos de enemigos, pero Seadrake sabía de sobra que eso no significaba que no los hubiera. Por lo que sabía de la región, seguramente deberían lidiar con más de un no muerto con tal de saquear sus riquezas. Los ladrones de tumbas no lo habían conseguido, pero, a diferencia de él, no contaban con un ejército…

El grueso de las tropas llegó ante los túmulos al caer la noche. Era probable que el poder de los no muertos fuera superior ante la ausencia de sol, pero pese a ello Seadrake decidió no esperar para comenzar el saqueo: si acampaban se exponían a una emboscada planificada, mientras que si el ataque comenzaba de inmediato podían esperar pillar por sorpresa a lo que fuera que guardara los túmulos, y en todo caso la visión de los elfos oscuros durante la noche no perdía ni un ápice de agudeza.

Los druchii comenzaron a avanzar, en formación cerrada, a través de la fantasmagórica niebla que serpenteaba entre los túmulos. Pese a toda lo negro que era su corazón, Seadrake se vio obligado a admitir que era un lugar que podía estremecer a cualquiera. Casi tuvo que reprimir un grito cuando Urian Darksword gritó:

“¡Por allí!”

Todas las miradas se dirigieron al lugar que señalaba el noble de Karond Kar, y pudieron ver, entre la penumbra, un grupo de zombis que avanzaba con paso lastimero. Sus ropajes mostraban que eran bretonianos, probablemente ladrones de tumbas. Unos zarcillos de pura oscuridad los envolvieron, destruyendo la magia que los animaba, y Seadrake se sorprendió de pensar que su hermana Gorwen podía resultar útil después de todo.

Aquel no fue el único grupo de no muertos que apareció, pero no eran más que esqueletos o zombis, y caían sin problema ante las flechas y la magia de Gorwen. Los pocos que consiguieron alcanzar las compactas filas de los druchii fueron destruidos con frío acero sin llegar a causar bajas.

“¡Vais a necesitar mucho más que esto para acabar con los mejores de Karond Kar!” rugió Urian Darksword mientras decapitaba a un zombi de un tajo con la mano que no sostenía el estandarte.

Seadrake deseó que no hubiera hablado. Darksword era un buen guerrero, un tipo disciplinado y valiente, pero no era muy inteligente. Además, estaba maldito, pues la realidad se empeñaba en demostrar su estupidez contradiciendo lo que acabara de decir. Así que, al poco tiempo de decir eso, un nuevo enemigo entró en escena. Eran esqueletos, pero con recias armaduras y crueles espadas que despedían un fulgor verdoso igual que el de sus ojos. Su avance era marcial, ordenado, y pese a que no tuvieran expresión ni pudieran hacer ningún gesto, no hacían falta grandes dotes de intuición para saber que su propósito era exterminar a los intrusos.

“Tumularios” murmuró Seadrake por lo bajo.

El asalto fue salvaje. A diferencia de lo que habían vivido hasta ahora, los tumularios eran mucho más resistentes, y hacían falta muchos virotes para acabar siquiera con uno de ellos. la magia de Gorwen tampoco era tan efectiva, pues la magia que los animaba era mucho más potente y el esfuerzo para romper sus ataduras o simplemente destruir sus cuerpos físicamente era extraordinario. A pesar del frío, Seadrake vio que el cuerpo semidesnudo de su hermana sudaba profusamente. No podría contar con ella.

Pero Seadrake no era en absoluto un cobarde que rehuyera el combate. Al contrario. Sus soldados y marineros sabían que podían contar con él en lo más crudo de la refriega, y con un grito espantoso elevado a Mathlann, cargó contra los tumularios. Su habilidad, su furia y el poderío de su espada mágica acabaron con muchos de sus enemigos, y los druchii se agruparon en torno a su líder para contraatacar.

“¡Vamos! ¡Por Karond Kar y Kaela Mensha Khaine!” arengó Urian Darksword, intentando compensar su desafortunada intervención previa.

El contraataque del Príncipe Corsario estuvo a punto de triunfar, pero los tumularios seguían siendo oponentes formidables, no solo por su resistencia física y su letalidad, sino porque mantenían suficiente inteligencia como para actuar de forma coordinada. Lentamente fueron aislando a Seadrake del resto de su ejército, hasta que éste se dio cuenta de la situación desesperada en la que estaba. Para empeorar las cosas, un golpe brutal le hizo soltar su espada mágica, mientras que otro le hizo caer al suelo. Estaba a punto de morir.

Desesperado, incapaz de localizar su espada en el fragor de la batalla, giró sobre sí mismo para esquivar una estocada dirigida a su corazón y se puso en pie con agilidad. Rebuscó y lo más contundente que encontró para defenderse fue el extraño cetro que había obtenido del vampiro tres días atrás. Juntando toda su fuerza, golpeó con él al tumulario que había estado a punto de matarle…

Y no sucedió nada. Aquel arma era demasiado endeble como para hacer ningún daño a un ser tan resistente. El tumulario alzó la espada…

Y cuando Seadrake asumió que estaba a punto de unirse a con Mathlann en los profundos abismos del océano, el tumulario golpeó a otro de los suyos, partiéndolo en dos.

El corsario se vio sacudido por la incomprensión, pero era un superviviente nato, entre otras cosas, porque era capaz de intuir con gran rapidez mental los cambios que se producían en la batalla. Sospechó que el cetro tenía algún tipo de poder sobre los no muertos, y para comprobar su teoría, golpeó con él a todos los tumularios que pudo. Y efectivamente, aquellos que eran impactados por el cetro se volvían sobre los otros no muertos, como si pasaran a estar controlados por Seadrake.

De esta forma, el poderío de los tumularios se acabó volviendo contra ellos, y aquellos bajo control de Seadrake lograron, apoyados por los druchii, acabar con los defensores del lugar la batalla no tardó demasiado en terminar: los elfos oscuros habían sufrido cerca de dos docenas de bajas, pero el ejército seguía siendo operativo, y contaban con un pequeño ejército aliado con el que no habían contado.

“Es un buen desenlace”, pensó Seadrake.

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Pese a sus intenciones de internarse más en los túmulos, Seadrake tuvo que ceder ante las órdenes del capitán de la Guardia Negra, quien consideraba que ya se habían sufrido demasiadas bajas, y que necesitarían a todo druchii capaz de combatir si pretendían adentrarse en Athel Loren. El corsario no tuvo más remedio que aceptar la veracidad de sus palabras y, en todo caso, el saqueo propiciado por los pocos túmulos que habían llegado a controlar mostró ser más que suficiente para satisfacer su codicia. Antes de que cayera la noche, el ejército elfo oscuro abandonó los Túmulos de Cuileux, encaminándose hacia el sudeste.

Mientras el ejército abandonaba el lugar maldito, el capitán de la Guardia Negra se situó junto a Seadrake, y le dijo:

“Seguro que comprenderéis que semejante artefacto debe ser entregado al Rey Brujo”

El corsario no tuvo siquiera que preguntar a qué objeto se refería. Era más que evidente, y a los guardias negros no les gustaba que se les tomara por tontos.

“Por supuesto. Se lo entregaré en cuanto llegue a la Corte de Naggarond”

Seadrake miró al capitán de la Guardia Negra, y la mirada que éste le devolvió evidenció que su maniobra evasiva no había fructificado. Suspirando, entregó el cetro del vampiro al representante de Malekith.

Parte V

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