jueves, 11 de marzo de 2021

La Anabasis de Seadrake (II): Bordeleaux

Saludos a todos, damas y caballeros.

Continúo con uno de los dos relatos largos que publicaré por partes durante el año, en este caso el que está referido a Fantasy., y que entronca con la campaña/escalada de este año, "Muerte en el Bosque".


Podéis encontrar aquí la primera parte del relato aquí, en la que se describe cuál es el plan que pretende seguir Seadrake para atravesar Bretonia y llegar a Athel Loren, y os dejo con la segunda parte del relato, donde se cuentan sus aventuras en el ducado de Bordeleaux. Espero que os guste.

BORDELEAUX

Tal como Seadrake había previsto, abandonar Mousillon fue sencillo. Tras el incidente de Merovech, los bretonianos sabían que debían vigilar la ciudad, pero al mismo tiempo intentaban no estar demasiado cerca de ella, por lo que su presencia era testimonial y más en la orilla sur del Grismerie.

El ejército elfo oscuro marchó durante tres días por las tierras de Bordeleaux sin encontrar a nadie que saliera al paso. El líder corsario había planificado una ruta que les mantuviera todo lo lejos que fuera posible de los castillos de los nobles, y aunque se encontraban con campesinos con cierta frecuencia, sus ropajes asur hacían que ninguno se inquietara y fuera a pedir ayuda. Esta ausencia de enemigos hacía que mantener la disciplina fuera difícil: la zona que atravesaban era extraordinariamente rica en viñas y cereales, y el impulso natural de los druchii, consistente en saquear las uvas y el trigo, esclavizar a los campesinos y volver al navío, era demasiado fuerte. Incluso a Seadrake le costaba tener que pagar el vino a los campesinos en vez de robarlo y cortarles el cuello. Pero cualquier idiota podría hacer eso; a él lo habían contratado porque no era cualquier idiota.

Al cuarto día, el ejército entró en una región mucho más desolada y pobre. No había ni rastro del esplendor agrícola de los pasajes que acababan de dejar atrás, y aunque indudablemente había existido, los campos se encontraban arrasados y quemados, como si una incursión de terribles criaturas los hubieran destruido a conciencia.

Fue también el día en que los caballeros de Bretonia los interceptaron.

Al caer la tarde, los druchii divisaron una comitiva de hombres a caballo que se dirigían hacia ellos. Eran apenas unos diez, claramente destinados a transmitir un mensaje, no a iniciar un conflicto. Seadrake pensó que no sería difícil matarlos, pero si lo hiciera, sin duda mandarían un ejército después, y quizá no tuviera tiempo de llegar al bosque de Châlons antes de que eso sucediera. Debía ser precavido y confiar en que los disfraces funcionaran.


Cuando los caballeros estuvieron suficientemente cerca, el que debía ser su líder preguntó quién estaba al mando del ejército, y con qué intenciones atravesaba tierras bretonianas. Seadrake emergió de entre sus tropas y contestó:

“Yo estoy al mando. Soy el Príncipe Arthael, de Ellyrion, y comando a esta hueste en nombre del Rey Fénix. Lamentamos atravesar vuestras tierras, pero debemos ayudar a un destacamento de nuestros hermanos que libra un terrible combate en Quenelles, ayudado por uno de vuestros paladines, Sir Sedentor”

Seadrake apenas pudo disimular una sonrisa cruel cuando tendió al bretoniano una nota escrita en el idioma de Ulthuan. Naturalmente, el caballero fingió que la leía con interés, aunque era evidente que no entendía un carajo. Quizá ni siquiera supiera leer su propio idioma. No obstante, murmuró algo a otro caballero que se encontraba al lado, y Seadrake entendió que estaba preguntando sobre Sir Sedentor. El caballero asintió. Los habían convencido.

“Está bien” dijo al rato. “Pero procurad no causar mal a los campesinos. Estas tierras ya tienen suficientes desdichas encima”

“Eso he observado”, comentó Seadrake. “¿Qué ha sucedido, si se puede saber?”

“Un dragón ha despertado y está arrasando los campos. Aparece muy de vez en cuando, pero cada vez que lo hace trae una gran destrucción”

Otro caballero intervino entonces:

“El barón ofrece una gran recompensa por su cabeza. Podríais…”

El líder de los caballeros hizo un gesto seco mandando callar a su compañero, pero ya era demasiado tarde.

“¿Una recompensa, decís?”

El paladín bretoniano suspiró. Bueno, ya que su subordinado se había ido de la lengua, quizá podría aprovechar eso para su ventaja y tentar a los elfos.

“Ciertamente. Un cuarto de su riqueza, que gracias a la Dama es mucha. Oro, joyas, botín de las cruzadas… quien mate a la bestia será sin duda un hombre rico”.

“Interesante…”


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Cuando los caballeros se alejaron, los lugartenientes de la expedición se acercaron a un pensativo Seadrake.

“Vaya, hermano… ¿estás de verdad pensando en matar un dragón?” dijo su hermana, riéndose con malicia.

“No. Estaba pensando entregarte a él. Lástima que solo quieran chicas vírgenes”

Gorwen refunfuñó, y Urian aprovechó para intervenir:

“¿En serio estáis considerando ir tras la bestia?”

Seadrake lo miró, y se aseguró de que el capitán de la Guardia Negra estuviera cerca cuando respondió:

“No. Estaba pensando si habría alguna forma de cobrar esa recompensa sin matar al lagarto. En la proa del navío tenemos un cráneo de dragón, quizá consigamos engañarlos. Pero tendríamos que asegurarnos de que el dragón esté  tranquilo el tiempo suficiente como para alejarnos de aquí, o nos perseguirán”

“¿Es eso necesario?”, inquirió el capitán de la Guardia Negra.

“Es conveniente. Esta expedición consume muchos recursos y hay que considerar cualquier oportunidad de financiarla. Naturalmente, el Rey Brujo recibirá su parte”

Aquello pareció contentar al enviado de Malekith.

“Mousillon está a solo cuatro días de marcha”, continuó el corsario. “Puedo mandar a los jinetes y estarían aquí de vuelta con el cráneo en dos días, tres a lo sumo. Pero no sé cómo dejar al bicho fuera de combate el tiempo suficiente…”

“Yo lo haré”, dijo Kevoluth.

Seadrake se volvió a mirarlo, con gesto sorprendido.

“¿Cómo?”

Kevoluth no respondió. Seadrake tampoco esperaba que lo hiciera.


El corsario miró al capitán de la Guardia Negra, quien asintió. Urian Darksword también dio su aprobación, la cual era totalmente intrascendente para Seadrake, pues solo necesitaba la conformidad del representante del Rey Brujo. Pero ¿por qué romperle la ilusión?

“Que así sea”

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A los pocos días, los Jinetes Negros que Seadrake había enviado de vuelta a Mousillon volvieron con el cráneo del dragón. Lo limpiaron para quitarle la sal y se lo entregaron al barón de aquellas tierras, quien, fiel a su promesa, entregó a Seadrake un cuarto de su fortuna. Seguramente les habría dado más solo por poder contar a sus pares cómo los altivos elfos de allende los mares le habían ayudado, y que era amigo de esas gentes. Seadrake le siguió el juego durante el mínimo indispensable para no aparentar que tenía prisa, consiguió que le obsequiaran también con unas cuantas ánforas de vino local y, en cuanto pudo, puso marcha al Bosque de Châlons a marchas forzadas.

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Doce días después de salir de Mousillon, la expedición druchii se internó finalmente en el bosque. Nadie había vuelto a molestarles ni a preguntarles nada, por lo que el camino fue tranquilo… excepto por Seadrake, quien no paraba de mirar a sus espaldas esperando encontrarse un dragón cabreado. Kevoluth Voidwalker, fiel a su temperamento, no había pronunciado una palabra desde que volviera de su misión. Y finalmente, cuando se adentraban en el bosque, Seadrake no pudo evitar por más tiempo preguntarle qué demonios había hecho con la bestia.

“Lo hipnoticé”, dijo Kevoluth.

“¿Cómo?”

El misterioso elfo se encogió de hombros y replicó:

“Se me dan bien las bestias”

Seadrake sabía que aquello era cierto. No en vano había conseguido domar un pegaso negro, un animal que no era nada fácil de someter. Pero un pegaso y un dragón no eran la misma jodida cosa.

“¿Cuándo despertará?”, quiso saber el corsario.

Por respuesta, Kevoluth señaló al horizonte, en las tierras que habían dejado atrás. Incluso con su extraordinaria vista, Seadrake tardó en ver a qué se refería, pero cuando lo hizo se le heló la sangre en las venas: era, claramente, la silueta de un dragón adentrándose en tierras bretonianas.

“Vámonos de aquí cagando leches” gritó.

Parte III

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