Saludos a todos, damas y caballeros.
La última partida que eché antes del confinamiento fue una partida de Mordheim, y la primera que he echado ahora que se inicia el desconfinamiento, sin contar las que jugué online en marzo y abril, ha sido de Mordheim. No es sorprendente: si no es el mejor juego de GW (sé que algunos colocarían Necromunda o Blood Bowl por delante), es sin duda de los mejores, y bien merece ocupar este puesto de honor de empezar y acabar mi confinamiento. Algunos pueden decir que siempre les quedará París. Otros diremos que siempre nos quedará Mordheim.
La partida la he jugado con uno de mis hermanos, el responsable de iniciarme en el vicio hace ya casi veinte años. Concretamente ha sido la primera partida de la minicampaña "Un Asunto de Contrabando", diseñada para jugar con él y que os ofrecí en esta entrada de los Martes de Mordheim. Nos hemos abierto una botella de vino, hemos tirado dados y nos hemos reído viendo cómo nuestras pobres figuras de metal sufrían toda clase de infortunios, desde perder la cabeza por culpa de una bola de cañón hasta ser ensartados con una lanza. Es probable que la pandemia no haya terminado todavía, y quién sabe si lo peor está por venir (aunque parece que no), pero momentos así la verdad es que hacen todo esto más llevadero.