Saludos a todos, damas y caballeros.
Os traigo el relato introductorio de la campaña del Refugio del Cuervo, de la que os hablé en esta otra entrada y que es básicamente la campaña para jugar solo de Rangers of Shadow Deep ambientada narrativamente en el mundo de los Elder Scrolls, concretamente en Anvil.
Mi intención es empezar esta próxima semana con la campaña, de la cual, como dije, intentaré dar cumplida cuenta en forma de informes de batalla. Mientras tanto os dejo con este relato introduciendo la cuestión. Espero que os guste.
Constantino Vinicius inspiró
profundamente el aire de Anvil a medida que salía de su casa y se dirigía a Las
Armas del Conde. La fragancia nocturna era embriagadora, y la había echado de
menos tras tantos meses en Skyrim. La suave calidez de las primeras noches de
verano, el olor del aloe vera, la humedad, el aroma salino del mar… sí, aquel
era su hogar, el sitio que siempre había amado, donde aprendió a nadar en las
costas del mar abeceano y curtió su piel con el sol y la sal, donde vagaba por
los muelles cuando era un adolescente para ver los navíos venidos de Roca Alta,
Hammerfell y más allá.
Era
bueno volver al hogar.
Mientras
su memoria divagaba por los años de su juventud, los pasos le llevaban, casi
sin pensarlo, a la taberna principal de Anvil. Las Armas del Conde era el
establecimiento más lujoso de la ciudad, nada que ver con las mugrientas
(aunque entretenidas a su manera) tabernas del puerto. Llevaba ostentando esa
posición más de doscientos años, desde antes del inicio de la Cuarta Era, y
había vivido todo el horror de la guerra contra los Thalmor y la ignominia del
Imperio posterior al Concordato Blanco y Dorado. Pero entre sus paredes se
vislumbraban, entre la penumbra, los recuerdos de aquellas épocas pasadas en
que el Imperio de Cyrodiil era fuerte y no temía a nada ni nadie. Constantino
sabía que esos tiempos volverían.
Al
llegar a la puerta, se detuvo un momento antes de abrir, y repasó lo que sabía
respecto al motivo de su reunión. Había sido convocado allí por una mujer
llamada Oleana, que, por todo lo que sabía, era una hechicera. Desconfiaba de
la hechicería, aunque había visto su inmenso poder entre los hechiceros de
batalla de la Legión allá en Skyrim, y en más de una ocasión les había
agradecido sus servicios. Pero sabía que sus intenciones solían ser oscuras,
turbias, mucho más de lo que a él le gustaría. Los motivos secretos solían
generar situaciones imprevisibles, y él, como militar experimentado, sabía que
nada mataba más que lo imprevisto.
En
cualquier caso, aquella mujer había mostrado mucha insistencia en reunirse con
él, y la causa parecía ser un mal que se cernía sobre Anvil. No sabía qué mal
era ni dónde encajaba él en ese asunto, pero sabía que, al menos, debía
escucharla.
Constantino
abrió la puerta de la posada, y sonrió de nuevo al ver el ambiente, el
mobiliario antiguo pero señorial, las vigas blancas propias de Anvil y, en
general, la acogedora atmósfera del lugar. Se acercó a la barra, pidió una copa
de vino de Tamika, y preguntó por Oleana.
El camarero le señaló una mesa donde esperaba una bella mujer, de rostros delicados, casi de porcelana, enmarcados en una cascada de cabello negro brillante. Pese a su hermosura, de apariencia inocente, Constantino no bajó la guardia: había algo en esa mujer que hacía que todo su cuerpo gritara “¡peligro!”.
“¿Sois
Oleana?”, preguntó el legionario, sentándose a su mesa.
“Así
es. Gracias por venir, capitán Constantino”.
“Me
habéis reconocido rápido”.
“Es
fácil identificar a un legionario. Hay algo en vosotros que os delata. La mirada,
la tensión en los hombros, la rectitud de la espalda… no sé qué es, quizá todo
eso a la vez, pero no podéis ocultarlo”.
Constantino
bebió vino lentamente. Lo cierto es que la chica tenía razón. Él mismo sabía
diferenciar a un legionario de cualquier otra persona aunque se vistiera de
civil. Su paso por la Legión estaba grabado a fuego en ellos.
“Decidme,
¿qué es ese asunto tan importante para mi ciudad?”
“También
es mi ciudad, capitán. Yo también quiero protegerla”
“¿De
qué?”
“¿Conocéis
el Refugio del Cuervo?”
Constantino
sintió un escalofrío al escuchar el nombre. Claro que lo conocía. Una fortaleza
semiderruida al norte de la ciudad, cercana a la costa. Un sitio de mal agüero.
“Se
rumorea que un héroe purgó el mal que yacía allí, en los últimos momentos de la
Tercera Era”, dijo Oleana al ver el asentimiento de Constantino. “Pero sabéis
bien que el mal no duerme para siempre…”
“El
Refugio del Cuervo fue el escondite de un poderoso vampiro, Lord Lovidicus,
durante la Crisis de Oblivion. El héroe mató a este vampiro, y desde entonces
el Refugio del Cuervo permaneció deshabitado, pero… creo que alguien ha vuelto
a él”
“¿Un
vampiro?”
“Quizá.
O un nigromante que quiera revivir a Lord Lovidicus. No lo sé, pero sea lo que
sea no es bueno, y permitir que prospere un mal así cerca de Anvil es algo que
no debemos permitir”
Constantino
asintió.
“¿Qué
proponéis?”
“Mi
maestro es un hombre sabio, un conjurador que se ha especializado en resistir
la nigromancia y devolver a los No Muertos al lugar donde pertenecen. Vive
hacia el norte, en un pequeño asentamiento no muy lejos de aquí. Podemos partir
mañana a buscarlo, y él sabrá qué hacer”
“Así
lo haremos. Sea lo que sea lo que habita de nuevo en el Refugio del Cuervo,
debe ser destruido”
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