Varios hombres, mujeres y niños acudieron a la llamada, que surgía de un trovador alzado frente a un improvisado púlpito. En comparación con la mayoría de asentamientos de la zona, NeoCamelot era un lugar razonablemente limpio, ordenado y ligeramente civilizado. Ello se debía al hecho de estar fortificado y bien defendido, pero también a que sus habitantes compartían no solo el credo católico sino la convicción de que, pese a la destrucción de todo lo que había sido el mundo hacía algunas décadas, seguía habiendo en él cosas suficientemente bellas y nobles por las que vivir y luchar. Desafortunadamente aquella era una opinión que buena parte del resto de la humanidad estaba siempre dispuesta a debatir, lo que hacía que las canciones de gesta sobre el sacrificio de alguno de los “caballeros” que dirigían NeoCamelot fueran frecuentes.
"¡Escuchad, pues terrible fue la justa, sangre, gasolina y fuego! ¡Pero el Señor concedió la victoria al justo, aunque a veces la victoria y la supervivencia no vayan de la mano!”
NeoCamelot tenía una fuerte presencia de la Iglesia Católica (lo que había quedado de ella tras el cataclismo), pero sus líderes eran civiles. Con el tiempo se habían convertido en una casta aparte fundamentalmente por sus habilidades al volante, la nueva forma de justa. Eran caballeros, guerreros, y habían adoptado los nombres de los míticos caballeros de la Mesa Redonda. También la actitud de defender al débil frente a los peligros que acechaban más allá de sus murallas, que no eran pocos. Los caballeros de NeoCamelot, pese a este sagrado deber autoimpuesto, solían ser joviales, alegres y mujeriegos (respetando los cánones, claro) pues sabían que, en el fondo, podrían estar mucho peor. Mucho, muchísimo peor. Vivir en NeoCamelot y ser los guardianes de uno de los pocos reductos donde la cultura, el arte y el vino decente todavía tenían un papel central en la existencia de las personas era sin duda algo que celebrar.
“Y así sucedió que una banda de asesinos, violadores, ladrones y gentuza en general vino a nuestros dominios. ¡Oh, aviesas eran sus intenciones, perversas sus inclinaciones, torcidas sus elucubraciones! Pero los valientes Sir Gawain y Sir Héctor condujeron hacia su encuentro, y les desafiaron según las normas de nuestra sagrada orden de caballería”.
Uno de los entretenimientos más populares en NeoCamelot era el de los cantares de gesta. La mayoría de la gente en el lugar sabía leer y escribir, al menos a un nivel elemental, pero los libros eran caros y difíciles de conseguir, fundamentalmente por la ausencia de papel. Ello motivó que los cantares de gesta, cuya única materia prima era la imaginación, retornaran como forma tanto de ocio como de contar noticias. Los trovadores competían entre sí en concursos organizados mensualmente, cuyos ganadores podían acceder a un concurso mayor anual, y era habitual que la corte empleara a los más brillantes entre ellos. A veces incluso llegaban a unirse a los coches de los caballeros en las justas. Evidentemente, esto sólo lo hacían los más temerarios, dado que, pese a que podrían componer los cantares de gesta más extraordinarios si sobrevivían, lo más probable es que no lo hicieran.
“Obviamente, no se podía esperar
una lidia justa por parte de aquellos paganos. Oh no, en cuanto pudieron
comenzaron a embestir sin pudor ni remordimientos, y al llegar a la primera
puerta, ya habían hecho trizas el coche de Sir Gawain. ¡Pero Sir Héctor, con
furia justiciera y un celo mayor que su ya de por sí impresionante barriga,
logró cobrar justa venganza, y destruir a uno de los enemigos de la Fe!”
La temática de los cantares de
gesta era muy variada, e iba desde las historias de los santos ancestrales a la
exaltación de la naturaleza y los paisajes perdidos, pasando por la alabanza a
las señoritas con faldas cortas y cabello largo. NeoCamelot era un lugar donde
la feminidad había recuperado su sentido y las mujeres se sentían felices de
serlo después de las locuras preapocalípticas de sobacos teñidos y prohibición
de los piropos. Pero los cantares sobre las “justas” eran los más populares. En
todos ellos se incidía en la nobleza de los caballeros - pilotos de NeoCamelot
y en la barbarie de sus contrincantes, lo cual, por otra parte, solía ser
cierto. La diferencia, siempre recordada en los cantares, entre la civilización
y la barbarie era el sometimiento a las reglas de la caballería, si bien es
cierto que, estrictamente hablando, esas reglas no existían. Los caballeros de
NeoCamelot no veían ninguna deshonra en realizar ninguna maniobra, disparo o
embestida. Pero había algo que sí respetaban: nunca mataban a ningún oponente
si podían evitarlo. No siempre era fácil evitar matar a alguien cuando se le
enchufaba con un lanzallamas, claro, pero tampoco ningún afectado se había
quejado de ello.
“Al final el noble corcel
mecánico de Sir Héctor acabó sucumbiendo también, pero cuando parecía que nada
se interponía entre los paganos y la victoria… ¡Apareció de nuevo Sir Gawain!
Su vehículo ennegrecido pero orgulloso, su cuerpo malherido, mas su ímpetu
jamás contenido… con santa y justa furia descendió sobre la tanqueta enemiga,
una bestia infiel cual Behemoth, una especie impura de… ¡patata con ruedas!
Tras él condujo Sir Gawain, acelerando cuanto podía, resuelto a descabezar la
patata infernal. Mas, oh hados perversos, Sir Gawain cayó una segunda vez…”
Los caballeros de la Mesa
Redonda no eran los conductores más habilidosos de la zona. La concepción de
una carrera como una justa había motivado que para la mayoría de ellos la
velocidad fuera un asunto secundario, y tendían a indignarse mucho cuando el
rival aceleraba y se ponía fuera del alcance de sus preciados lanzallamas,
rehusando de esta forma el combate o la justa redención por sus pecados. Su
forma preferida de ganar carreras era evitando que ningún otro pudiera ganarlas,
y no habían sido pocas las ocasiones en las que, cumplido el objetivo de
desmenuzar el coche del rival (ganando por tanto la justa) enfilaban en
dirección contraria a la línea de meta y volvían a NeoCamelot. Se cuenta
incluso que una vez Sir Lanzarote ganó una carrera sin darse cuenta,
simplemente porque el camino de vuelta a las muchachas que le estarían
esperando pasaba por la línea de meta. En otra ocasión Sir Kay hizo ganar una
carrera a su rival porque lo embistió por detrás y fue arrastrando su coche
hacia la línea de meta. Historias como aquellas eran sin embargo muy celebradas
en NeoCamelot. Para los caballeros de la Mesa Redonda, la victoria y la derrota
eran conceptos que carecían de sentido.
“Y cuando por fin parecía que el monstruoso tubérculo acorazado del enemigo ganaría la carrera… ¡Sir Gawain volvió una tercera vez! Forzó el nitro a tope, ignoró las llamas que brotaban de su gallardo aunque pachucho vehículo, enfiló hacia la línea de meta y, cual versión católica de Meteoro Ardiente, atravesó la línea de meta… completamente envuelto en llamas. Sir Gawain perdió la vida, pero salvó el honor, su honor y el de NeoCamelot. Al fin y al cabo… ¿Qué es más importante que eso? ¿Qué es la vida sin honor?”
El público aplaudió al trovador
y le lanzó algunas monedas. A esas alturas ya era conocido el sacrificio de Sir
Gawain, pero no las circunstancias de su muerte. En todo caso, no había
consternación en NeoCamelot porque Sir Gawain hubiera fallecido. Ya se
encontraba en un sitio mejor, un sitio donde el vino nunca se agriaba ni se
agotaba. Con el tiempo surgiría otro aspirante merecedor de portar el nombre de
Sir Gawain, y algún día, quizá, alguno de ellos encontraría el Santo Grial.
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