Los mecánicos y auxiliares de los equipos acababan de retirarse de la línea de salida, después de realizar los últimos ajustes a los vehículos y de repasar con los pilotos las estrategias de la carrera. No era una carrera con mucho público ni muchos participantes, pero la habían organizado los científicos del Centro Heurístico de Experimentos Radiactivo-Nucleares Obsoletos, Baratos Y Locos (C.H.E.R.N.O.B.Y.L.), que se encontraba a poca distancia de allí y que financiaba las mejoras del coche de Irina, un puntero monoplaza eléctrico conocido como “el Último Zar” (y que había hecho que ella se ganara el apodo de “la Zarina”). La chica, que acababa de ajustarse la correa del casco, pudo ver a su izquierda a aquel a quien la gente llamaba Meteoro Ardiente, con su inconfundible apariencia: gafas de sol y una sonrisa de oreja a oreja, similar a la que lucen las personas con algún tipo de trastorno mental. Claro que, reflexionó Irina, ninguno de los que estaban allí podía estar 100% bien de la cabeza o de lo contrario no participarían en esas carreras. Ella al menos sabía que lo suyo era algo leve: desde muy pequeña siempre había sentido una atracción hacia la velocidad. No, mejor dicho, una atracción hacia la velocidad controlada. Lo que de verdad le subía la adrenalina no era conducir muy rápido, era poder mantener el control de su coche mientras conducía muy rápido. Y ahí residía la principal diferencia frente a casi todos los demás pilotos de carreras. Ella sabía frenar. Meteoro en cambio no transmitía del todo esa sensación. Y pese a que era evidente que, aunque mínima, también tendría la capacidad de frenar (de lo contrario no seguiría vivo a esas alturas), se le notaba que verse obligado a reducir marchas era algo que le dolía por dentro. Lo que más le extrañó a Irina en cualquier caso fue que Meteoro no acudiera a esta carrera con un monoplaza. En lugar de ello, conducía un Cadillac rojo, muy chulo y muy fardón, sí, pero que no alcanzaría las mismas velocidades que el coche que ella conducía. Para completar la inhabitual estampa, otra persona permanecía sentada en el asiento del copiloto, guardando en la guantera y sin ningún disimulo lo que parecían unos cuantos cócteles molotov.
Si Meteoro, que ya estaba
haciendo rugir su motor pese a que aún quedaban tres minutos para el comienzo
de la carrera, transmitía una sensación de alegría y despreocupación, no podía
decirse lo mismo del vehículo que se encontraba a su derecha: un monoplaza azul
metálico frío conducido por un hombre de rostro metálico y frío. A Irina le transmitió
una sensación de autocontrol y aceptación, como la que antiguamente predicaban
los monjes budistas. Eso o ese hombre acudía a la carrera sin haber bebido una
sola gota de alcohol, en cuyo caso dejaba de ser un hombre y se convertía en un
impresentable. Tampoco es que ella estuviera a favor de acudir a las carreras
con más alcohol en vena que sangre, pero un par de chupitos de vodka eran
imprescindibles para mantener despejada la mente y poder anticipar las
maniobras con mayor claridad.
Quedaba ya menos de un minuto
para que se encendieran las luces verdes y comenzara la carrera cuando todos
oyeron algo que no deberían haber oído. Un rugido atronador, pero no el de
algún animal reconocible como un león o similar, sino algo menos regio y más
cortante: el rugido de un dinosaurio. Irina no podía creer a sus ojos cuando
vio al terrible lagarto por el retrovisor, yendo directamente hacia la línea de
salida de la carrera. Afortunadamente la bestia ignoró a los tres participantes
y pasó de largo, pero dos vehículos más aparecieron detrás de ella
persiguiéndola a toda velocidad: un buggy con los distintivos del C.H.E.R.N.O.B.Y.L. y
un jeep con el logotipo de lo que debía ser un extraño parque de atracciones,
ya que se leía “Jurassic Park”.
Tanto Irina como Meteoro se habían
quedado paralizados viendo la escena, pero mientras la cara de ella mostraba
una obvia sorpresa por algo tan evidentemente inconcebible, la cara de él,
sonriente como siempre, era la de un niño que acaba de abrir su regalo de
Navidad. Quien no pareció mostrar
sorpresa alguna fue su otro rival, que en cuanto las luces verdes se
encendieron aceleró sin contemplaciones, dejándolos fácilmente atrás como cabía
esperar de un coche financiado por Idris. Viendo que aparentemente la irrupción
no había cancelado la carrea, la chica rusa pisó el acelerador del Último Zar,
siguiendo el rastro del dinosaurio y sus perseguidores.
El jeep de Jurassic
Park que la había adelantado se encontraba ahora cortándole el paso, así que a
la Zarina no le quedó más remedio que embestirlo lateralmente para intentar
abrirse paso. Que hubiera un dinosaurio suelto no era justificación para que
esos entrometidos le hicieran perder la carrera. Tras esto, el jeep aceleró una
vez más, consiguiendo alcanzar al reptil, pero su conductor no parecía haber
tenido realmente en cuenta lo que era un dinosaurio, ya que un coletazo casual
de la criatura abolló todo el frontal del vehículo. Viendo que debido a esa
maniobra el jeep permanecía nuevamente cerrándole el paso, Irina tuvo que
embestirlo a su vez por detrás, dejándolo en una situación muy precaria.
Estos continuos choques entre el
dinosaurio y sus perseguidores no quedaron sin consecuencias, y tanto el
monstruo como el vehículo de Jurassic Park acabaron perdiendo el control. El
primero acabó tropezando y cayendo al suelo, y su cabeza se volvió rápidamente
encarándose hacia el jeep mientras emitía un bramido furioso. Este último
también acabó derrapando, calándosele inoportunamente el motor y quedando orientado
también en sentido contrario al que había estado avanzando hasta entonces.
Parecía que ahora se iban a cambiar los papeles y que era al dinosaurio al que le iba a tocar
perseguir…
Sin mirarlos directamente, Irina
podía ver unas siluetas roja y azul a cada lado de su coche, lo que le indicaba
que sus oponentes continuaban metidos en la carrera. Pero enfrente tenía un
dinosaurio enfurecido que había que esquivar. Así que, para poder abrirse paso
hacia uno de sus laterales, la rusa decidió que había llegado el momento de
activar el último dispositivo que los científicos del C.H.E.R.N.O.B.Y.L. habían
instalado en su coche: un emisor de ondas sónicas. El impacto sonoro afectó al
vehículo Idris, que salió despedido mientras giraba sobre su eje central,
acabando encarado hacia un muro. A Meteoro en cambio, el hecho de ir escuchando
despreocupadamente música ochentera le protegió de todo daño, ya que la
combinación de ambas ondas sonoras produjeron una interferencia destructiva que
anuló el ataque sónico.
De repente, un ligero choque en
la parte trasera de su vehículo la hizo volver su atención. El buggy del
C.H.E.R.N.O.B.Y.L. había chocado con ella cuando trataba de evitar al piloto Idris
descontrolado. Por el retrovisor pudo distinguir a Ígor y a Vladimir, dos
guardias de seguridad del centro que ella conocía, y que mediante gestos se
disculparon por el involuntario choque. En el fondo Irina se lo agradeció, ya
que ese impulso le permitió acelerar de nuevo al Último Zar y esquivar al
dinosaurio que ya se ponía en pie.
Meteoro por su parte también
superó al dinosaurio, pero el buggy del C.H.E.R.N.O.B.Y.L. se posicionó a poca distancia
del reptil. Una torreta con una misteriosa arma rotó hasta apuntarlo, pero no
disparó nada, o al menos nada que fuera visible. Lo que sí se pudieron ver fue
el dardo con tranquilizante que uno de los guardias de seguridad disparó sin
éxito al monstruo. Esto enfureció al dinosaurio, que pareció olvidar
momentáneamente al jeep de Jurassic Park que tenía delante y dio indicios de
querer dirigirse peligrosamente hacia Ígor y Vladimir. Pero entonces, como si
alguien le hubiera dado una orden en su cabeza, la bestia se frenó en su
movimiento y se dirigió de nuevo hacia el otro vehículo. Eso supuso el fin del
jeep de Jurassic Park, ya que la criatura le pasó por encima y lo convirtió con
insultante facilidad en un amasijo de acero, continuando después su marcha
errática y abandonando el lugar a la par que masticaba un neumático que había logrado
arrancar.
Los vigilantes rusos, que creían que
habían logrado hacerse con el dinosaurio gracias al arma de control mental
instalada en su coche, descubrieron que el plan no había salido del todo como
esperaban. Habían conseguido dominar temporalmente al saurio evitando que les
embistiera, pero ese control se había perdido ya. Estaban debatiéndose entre
reanudar la persecución o parar a supervisar si el rayo de control mental
funcionaba correctamente cuando el deportivo azul apareció de nuevo pasando por
su lado y, sin ningún aviso, abrió fuego contra ellos con una pistola. Ígor y
Vladimir se miraron el uno al otro con incredulidad, sin acabar de concebir que
el piloto de Idris realmente les estuviera disparando a ellos. Pero la sorpresa inicial duró muy poco, y fue reemplazada
enseguida por una gran determinación mientras los dos guardias de seguridad se equipaban con sus dos subfusiles. El piloto Idris pagó cara su
inconsciencia y su deportivo fue acribillado sin contemplaciones, dejándolo
completamente inservible.
Mientras tanto Irina, que ya
estaba aproximándose a la línea de meta, buscó sin éxito en el retrovisor a
Meteoro Ardiente. No había ni rastro de él ni de su vehículo. No pensaba que
hubiera tenido ningún choque con las rocas que había diseminadas por el
circuito, ya que durante la carrera había podido ver cómo las esquivaba con
gran soltura en al menos un par de ocasiones. Y tampoco creía que hubiera
tenido problemas con el dinosaurio, ya que éste había abandonado la pista
después de ensañarse con el vehículo de Jurassic Park. Atenta por si acaso
apareciera repentinamente en el tramo final como ya había hecho en más
ocasiones (varias de ellas en llamas), la Zarina enfiló la recta final. Y
entonces, a poco de llegar a la meta,
pudo verlo por fin. Sobre el horizonte se recortaba la inconfundible silueta
del dinosaurio que había irrumpido en la carrera, dirigiéndose hacia un enorme
y brillante sol poniente. Los colores del atardecer dotaban de un tono rojizo a
la escena, transportándoles en el tiempo varios millones de años atrás, cuando
los reptiles todavía dominaban la Tierra.
Y para completar el surrealismo
de la imagen, un Cadillac rojo circulaba junto al dinosaurio.
No sé por qué no he comentado antes este maravilloso relato, pero hoy lo he vuelto a leer y me sigue pareciendo cojonudísimo cómo capturaste lo surrealista y a la vez épica que fue esta carrera. Tengo muchas ganas de volver a meter un dinosaurio en Gaslands, en alguna otra partida. Y tengo pendiente desde hace siglos mi propio relato de esta carrera, desde la perspectiva de Meteoro. En fin, maravilloso relato, buen Fornid... Cadillacs & Dinosaurs, no se puede pedir más.
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