Saludos a todos, damas y caballeros.
Martin Khornelissen ha librado su primer duelo, y Sir Sedentor, el Caballero Santo de Quenelles, ha caído por su mano. Toda esta "campaña" está pensada para generar un Trasfondo molón, tan molón como el duelo original entre Khornelissen y Trifón, y es evidente que el primero de los combates ha estado, sin lugar a dudas, a la altura.
Lo que traigo es un relato que permita inmortalizar un desafío tan heroico, esperando que esté a la altura de un caballero tan noble como Sir Sedentor. Os dejo con él.
El corazón de Martin Khornelissen latía con furiosa alegría a medida que se acercaba al lugar donde había nacido. No al castillo donde su madre humana le había dado a luz, sino al oscuro pueblo situado en la zona más recóndita del Bosque de Arden donde había aceptado el sanguinario credo de Khorne. Su memoria funcionaba de forma extraña: no recordaba el rostro de sus padres, ni el de sus hermanos, si es que los había tenido. No recordaba nada sobre la fortaleza en que se había criado en el ducado de Artois, y casi no podía revivir los extraños acontecimientos tras su llegada a los Desiertos del Caos. Pero, aunque hubieran pasado más de trescientos años desde el momento de su revelación, sí era capaz de rememorar con extraordinaria nitidez cada recoveco del camino que había seguido aquel día hasta llegar al pueblo y encontrarse con Veronique, la campesina, sosteniendo el cáliz lleno de sangre derramada. No sabía cuál era el nombre del pueblo, y quizá no lo hubiera sabido nunca, pero no importaba. Sabía dónde estaba y sabía que, gracias a aquel acto impío emprendido por Veronique y culminado por él, no solo existía en el plano físico, sino que su abominable naturaleza encontraría un eco eterno en los eones del Caos.
Depositar la calavera de Veronique sobre el montículo que ella misma había creado tanto tiempo atrás con las cabezas de sus vecinos no era sino el último acto de justicia poética. Ella había muerto por la mano del propio Khornelissen tras su duelo con Trifón, y no había sido posible evitarlo, pues había traicionado su naturaleza huyendo del combate. Pero en su larga carrera como doncella del sabueso había cosechado muchos cráneos y derramado mucha sangre, y era necesario que su cráneo reposara también en un lugar adecuado. Entonces, y solo entonces, el alma condenada de Khornelissen recuperaría algo parecido a la paz.
Finalmente, el paladín de Khorne llegó al pueblo al frente de su banda de asesinos y bestias, que se había ido nutriendo de algunas de las temibles criaturas que vivían en el bosque de Arden. Su ilusión por volver al lugar señalado se transformó en una terrible furia al ver que un ejército bretoniano le esperaba, profanando con su presencia el lugar consagrado a Khorne. Una amarga memoria se despertó en su interior al ver hilera tras hilera de gallardos caballeros con sus resplandecientes pendones al viento, el recuerdo de algo en lo que él mismo había participado, pero que nunca había sido parte de su ser. Él nunca había sido un caballero. Siempre había sido un asesino.
“Es bueno que hayáis venido aquí a morir, traidor”
Khornelissen identificó al bretoniano que había pronunciado esas palabras. Debía tratarse del general del ejército, pues montaba en un hermoso hipogrifo, y el aura de luz que desprendía daba a entender, sin ninguna clase de dudas, que se trataba de uno de los elegidos de la Dama. Khornelissen se fijó en su heráldica, la cual mostraba el emblema del unicornio, y respondió:
“Os conozco. Sois Sir Sedentor, a quien llaman el Caballero Santo de Quenelles”
El caballero asintió.
“Y vos sois una abominación, una que hoy dejará de existir”
Y, sin mediar más palabra, el ejército bretoniano se lanzó a la carga entre las ruinas malditas.
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Tras alzarse por los cielos, Sir Sedentor hizo que su montura se lanzara en picado a por la presa mientras colocaba la lanza en ristre. Sabía que aquel enemigo era temible, pero también que la Dama estaría consigo y le brindaría sus fuerzas y su protección para acabar con un enemigo que no solo representaba lo peor de la adoración a los dioses oscuros, sino que era un apóstata que había renunciado a sus votos de caballero y había abandonado todo cuanto de bueno y noble había en su vida para entregarse a la pura maldad. Su mera presencia era una blasfemia intolerable, y Sir Sedentor sentía como si el corazón fuera a salirse de su pecho ante la cercanía de aquel monstruo. Los eventos de la noche anterior, así como el aura de maldad que se respiraba entre los restos de aquel pueblo condenado, le habían llevado a un estado de ira justiciera que pocas veces antes había sentido en toda su vida, y, aunque había tratado de contenerse, tener frente a sí al responsable de tanta oscuridad había terminado por hacer que su furia se desbordara.
Vio cómo su enemigo se preparaba para resistir el golpe, y se protegía tras un escudo que brillaba con runas empapadas en sangre. No importaba. Nadie había sido nunca capaz de resistir el ataque que estaba a punto de producirse, y esperaba que esa no fuera la primera vez.
La lanza golpeó al Caballero Caído, atravesándolo y rompiéndose con un chasquido ensordecedor. A medida que pasaba a su lado, Sir Sedentor sintió que su enemigo era derribado y caía al suelo. Su hipogrifo aterrizó y se giró, y el caballero bretoniano miró al traidor, quien efectivamente estaba caído en el suelo… pero que, trabajosamente, se puso en pie. La lanza le atravesaba el pecho, pero se la arrancó, provocando que un chorro de sangre saliera de la herida abierta, y dijo:
“Un buen golpe, caballero de Bretonia… pero no estoy muerto”
Sir Sedentor, a quien la sorpresa le enfureció incluso más, desenvainó la espada y replicó:
“Eso tiene arreglo”
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Khornelissen tenía que admitir que el golpe sufrido había sido terrible. O quizá no estaba todavía repuesto del brutal duelo que había librado contra su archienemigo, Trifón, unas semanas atrás. En todo caso, el dolor de la herida que le había provocado el caballero santo era casi insoportable, y a dudas penas podía respirar. Librar un duelo en esas condiciones iba a ser difícil. Pero la perspectiva de la matanza le daba fuerzas.
El paladín del sabueso desenvainó su hacha y se preparó para la nueva acometida de su rival y su hipogrifo. Sir Sedentor avanzó de nuevo y dirigió una potente estocada contra su pecho, pero, habiendo perdido el ímpetu de la carga, Khornelissen no tuvo demasiado problema en detener el golpe con su escudo y contraatacar con un brutal tajo hacia el cuello del bretoniano. Esperó ver su cabeza rodando en cualquier momento, pero un destello de luz hirió sus ojos y, cuando pudo mirar de nuevo, el bretoniano seguía intacto.
Era evidente que la Dama iba a proteger a su campeón en el duelo. Pero Khornelissen también tenía un dios, en el que podía contar si se trataba de derramar sangre. Sintió cómo su piel se endurecía, alcanzando la consistencia del granito y reforzando su ya de por sí extraordinaria resistencia gracias a la armadura del Caos y el escudo que le había concedido el dragón Aghanzarax en los desiertos del Norte. Si el bretoniano quería matarlo, iba a tener que esforzarse.
Los dos guerreros siguieron combatiendo mientras, a su alrededor, sus tropas se masacraban en un violento combate. La habilidad del caballero santo con las armas era difícil de superar incluso por parte del adorador del sabueso, pero éste tenía una fuerza impía que se reforzaba a medida que los hombres iban muriendo a su alrededor, y las estocadas del bretoniano no conseguían penetrar en su armadura. Por su parte, Khornelissen iba causando heridas a su rival que, aunque no llegaban a ser letales por la intervención de la Dama, debilitaban cada vez más al noble caballero.
Finalmente, tras dos horas de combate, la resistencia de Sir Sedentor comenzó a ceder. Su fuerza ya no llegaba a los brazos con tanta decisión, y tardaba ligeramente más en alzar la espada o mover el escudo. Sin embargo, la impura fuerza de Khornelissen no menguaba, y el desenlace del duelo comenzó a ser claro.
“Habéis combatido con grandeza, caballero santo de Quenelles”
Khornelissen dijo aquellas palabras con sincera admiración. Al fin y al cabo, su credo guerrero honraba a los que luchaban, fueran quienes fueran. El caballero santo, por su parte, sabía lo que iba a suceder, y se enfrentaba a la muerte sin temor, de la misma forma que había vivido sin miedo.
“Aunque no consiga mataros, alguien lo hará pronto”
Y se lanzó contra Khornelissen, pero él estaba preparado y lanzó un brutal hachazo que impactó en el corazón del caballero santo, quebrando la armadura y las costillas y matándolo en el instante.
“Así lo espero” murmuró Khornelissen.
El Caballero Caído alzó el cadáver de su rival, listo para decapitarlo y añadir su cráneo al Trono de los Cráneos, como correspondía a un rival digno. No obstante, el hipogrifo de Sir Sedentor seguía todavía vivo, y se revolvió contra la muerte de su señor, arrebatando su cadáver y protegiéndolo. Tras soltar unos zarpazos contra el señor del Caos, agarró el cuerpo de Sir Sedentor y alzó el vuelo para ponerlo a salvo.
Viendo cómo la bestia se alzaba por los cielos, más allá de su alcance, Khornelissen sintió todo el cansancio del combate y las heridas de golpe. Las fuerzas le abandonaron, la oscuridad le envolvió, y se desplomó sobre el campo de batalla.
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Cuando volvió en sí, unas estrellas imposibles brillaban en lo alto de un firmamento terrible, en el que sombras extraplanares se reflejaban y se movían con vida propia, satisfechas tras el festín de sangre y almas. La sangre se había derramado por segunda vez en el pueblo maldito, y esta vez había incluido la de un caballero santo, uno de los elegidos de la Dama. Aquello no había pasado desapercibido para las entidades que vivían más allá del velo. El Bosque de Arden ya era un lugar de mala reputación, pero, tras eso, una sombra adicional había caído sobre él.
Khornelissen no pudo reparar en nada de eso. No sabía cuánto tiempo había pasado tras su duelo con Sir Sedentor, si solo unas horas, días, o semanas. En un primer impulso, cogió su hacha y se preparó para defenderse de un ataque, pero no había nadie allí. O, al menos, nadie con vida. Varios cuerpos de bretonianos y criaturas del Caos alfombraban el suelo del pueblo maldito, y por su estado de descomposición, sí que parecía que habían pasado varios días desde que murieran. En todo caso, sabía lo que debía hacer.
Con paciencia, incluso con reverencia, el seguidor de Arkhar fue cortando una a una las cabezas de los caídos, y colocándolas en el mismo montículo que Veronique había levantado tres siglos antes. Todos ellos eran guerreros que habían luchado con coraje en aquella tierra maldita, y merecían el honor debido a los guerreros. Finalmente, cuando todos los cráneos fueron apilados, Khornelissen colocó el cráneo de Veronique en lo alto del montículo.
Un terrible resplandor rojizo iluminó la espantosa noche, fluyendo desde el cráneo de Veronique hacia los demás cráneos como si fuera sangre. El Caballero Caído sintió el velo entre la realidad y la locura rasgándose, y el gélido aire nocturno trajo consigo algo que parecía un bestial aullido procedente de más allá del tiempo y el espacio, un rugido salvaje de rabia imperecedera, triunfo, y aprobación.
Y Khornelissen, satisfecho, sonrió.
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Los caballeros que habían sobrevivido al encuentro llegaron a Mousillon a tiempo de participar en el asedio final. Antes, tuvieron que transmitir al Rey de Bretona la buena noticia de que habían derrotado al ejército invasor al que habían sido enviados a interceptar, pero que debían lamentar la muerte de su señor, Sir Sedentor, en combate a manos del conocido como Caballero Caído de Artois. El Rey de Bretonia lloró la muerte de su campeón, y juró que Bretonia nunca podría estar en paz mientras su asesino viviera.
Por su parte, Sir Sedentor fue enterrado en la catedral de Quenelles, donde su cuerpo fue objeto de veneración por parte de sus súbditos, quienes lamentaron la pérdida de su campeón y defensor.
No obstante, pronto se vio que la Dama intercedía a través de él, pues fueron muchos los que aseguraron que se obraban milagros en presencia de la tumba. Un ciego recuperó la vista, una madre logró la sanación de su hijo moribundo, y muchos otros portentos fueron atribuidos a la intercesión del caballero santo. La fe en la Dama se hizo fuerte, y desde entonces son muchos los caballeros, de Quenelles y de toda Bretonia, que rinden homenaje a uno de sus patrones más santos y que acuden a su intercesión antes de comenzar la búsqueda del Grial.
Lokhir:
ResponderEliminarMenudo nivel... Partida de Warhammer donde el trasfondo es la base, y los dados tejen el destino de de lo que se que convierte en una épica historia post partida. Además con minis pintadas y escenografía, este blog es una joya. Gracias por publicarlo para que podamos disfrutarlo también los demás y de nuevo felicidades a todos por este Blog.
¡Muchísimas gracias! Joer, al final nos vais a sonrojar. Con que mejoremos el día de una persona compartiendo esto, ya es muchísimo.
EliminarTengo comprobado una cosa muy curiosa: cuando dejas que sean los dados quienes dicten la narrativa, al final esos dados acaban creando una narrativa que va mucho más allá de lo que tú hubieras imaginado. El ejemplo más claro que tenemos en este blog es el de Trifón, para el cual los dados crearon una historia espectacular, y fue todo puro azar. Vale la pena jugar así.
Comparto eso de que este blog es una joya. Tiene tanto mimo en todo. Y encima ese enfoque y savoir faire tan disfrutable...
ResponderEliminarMe ha encantado el epílogo y me ha dejado un montón de ideas... ¿Defender la catedral de Quenelles?¿Aunar las bandas del caos escindidas en los bosques bretonianos hasta alcanzar al caballero caído para asolar el ducado?¿Escoltar a los peregrinos hasta el santo sepulcro?¿Un cazador de brujas que viaja al poblado maldito?y por supuesto asesinar a Khornelisen.
Es lo que tiene lo narrativo, que te sientes parte de la historia.
Os felicito por todo señores.
Un abrazo
¡Muchísimas gracias! Como te he dicho más de una vez, hemos tenido buenos maestros en los que fijarnos, no poco de lo que ves aquí es gracias a que descubrí vuestro blog hace varios años.
EliminarTodas esas ideas son chulísimas y si vosotros quisierais representar alguna, usando el Trasfondo de Khornelissen, sería un honor enorme. Lo único que ya está hecho es el asesinato de Khornelissen, ya ha encontrado quien le separe la cabeza de los hombros. Pronto conoceréis su nombre.
¡Un abrazo!
¡Qué gran historia! Sin duda salió una partida excelente para este hilo narrativo.
ResponderEliminar¡Muchas gracias! La verdad es que sí, quedó un duelo absolutamente memorable.
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