Saludos a todos, damas y caballeros.
Tras publicar el otro día el informe de batalla del primer escenario de la campaña entre elfos silvanos y mis imperiales, "La Gesta de Wallenstein", toca un buen relato al respecto, como debe ser. Vengo diciendo en las entradas que he publicado que este escenario es un tanto particular porque en realidad no tiene demasiada ligazón con la historia, a diferencia de lo que suele suceder en las campañas en escalera y particularmente en las de quinta. Esto es en cierta forma una anomalía, pero una que supone también una oportunidad de introducir elementos narrativos adicionales. Por ello, aunque el relato servirá de preámbulo para la campaña, habrá otros personajes que no tendrán continuidad... por el momento.
Si habéis leído el informe de batalla, sabréis que, en realidad, la partida fue la oda a Karl, el borracho indomable. El improbable ganador de una justa en la que no tenía ningún elemento a su favor más allá de una cogorza del carajo. Es lo bueno de este tipo de partidas, en las que no hay forma de "hackear" el sistema con combos salvajes sino que cada uno debe confiar en la fuerza de su cabeza, de su brazo y de los dados. Buena cosa es esa.
Sin más, os dejo con el relato de esta primera partida. Espero que os guste.
Leopold Wallenstein nunca había viajado por el norte del Imperio, un territorio que, según lo que había leído y lo que había escuchado de boca de los viajeros que llegaban a Averland procedentes de los inhóspitos territorios nórdicos, era esencialmente un lugar baldío, desagradable e incivilizado. Un terreno azotado por vientos gélidos que impedía que creciera ningún cultivo y bajo la permanente amenaza de incursiones desde Norsca que saqueaban sus escasos bienes, dejándola a la intemperie ante la enfermedad y el hambre. Cuando su padre le dijo que tenía que desplazarse a la lejana Norsca, casi hubiera preferido que lo hubiera enviado a Lustria o a los oscuros páramos allende las Montañas del Fin del Mundo.
Lo que había visto en el viaje desde Wurtbad no había hecho mucho por levantarle el ánimo, pero tenía que reconocer que Salzenmund, la capital del condado de Nordland, era bastante mejor de lo que había imaginado. Era cierto que sus expectativas eran tan bajas que era fácil superarlas, pues había esperado ver poco más que una granja muy grande y se había encontrado con una ciudad. Pero, incluso sin tener eso en consideración, lo que el joven heredero de los Wallenstein veía era un enclave mucho mejor organizado de lo que habría creído, con un nivel de actividad, comercio y artesanía más que respetable, con construcciones sólidas en su mayoría y calles casi limpias. Un lugar en el que un sureño tan convencido como Leopold podría quizá pensar hasta en vivir, si encontraba un sitio adecuado.
Era evidente que buena parte de ese atractivo se debía a los condicionantes externos que, en ese momento, jugaban a su favor. La vida en Salzenmund en lo profundo del invierno probablemente era muy dura, pero en el albor de la primavera, con un clima que, pese a seguir siendo frío, comenzaba a ser agradable, la ciudad se veía revitalizada. De forma mucho más importante, el ambiente generado por el torneo de caballería daba un bullicio y una alegría a las calles que probablemente no tendrían en todo el resto del año. Era fácil enamorarse de una ciudad en un momento como ese. Por suerte para Leopold, no iba a estar cuando toda esa belleza se acabara.
De hecho, sus planes pasaban por estar apenas un par de días, los que durara el torneo, y después retornar hacia el sur. Su presencia en Nordland obedecía a un propósito puramente diplomático y ni siquiera demasiado intenso, pues su familia había asumido hacía generaciones que siempre serían vistos con malos ojos por adorar a Myrmidia y no aspiraba a nada más que a una mínima aceptación por parte de los demás nobles del Imperio. Estrechar lazos estaba bien, pero todas las partes implicadas sabían que esos lazos nunca serían demasiado fuertes. El heredero de los Wallenstein y su prometida jugarían a ser buenos embajadores durante dos o tres días y después se marcharían para, probablemente, no volver.
En cuanto al torneo, Leopold contaba con que conseguiría, con suerte, pasar alguna ronda y poco más. Los devotos de Myrmidia acostumbraban a entrar en batalla a pie, tal como él había hecho en los conflictos en los que había participado y tal como pensaba seguir haciendo, por lo que, aunque sabía montar, no era un gran jinete ni tenía un gran dominio de la lanza a caballo. Sin duda, el torneo le serviría para conocer guerreros interesantes, pero era poco probable que ninguno de ellos llegara a dejar una huella duradera en su vida.
Al menos, eso pensaba...
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El día del torneo, Leopold se cruzó en un primer momento con un caballero feérico procedente del bosque de Laurelorn. Ya en el banquete de la noche previa había tenido ocasión de cruzar unas palabras con el líder de la comitiva élfica, y había quedado impresionado por el extraordinario porte y el aura de poder y sabiduría que desprendían aquellas criaturas. Desde luego, si había algo que convertiría su viaje en inolvidable era el haber estado, por primera vez en su vida, frente a uno de aquellos seres tan maravillosos.
De alguna forma, Leopold había conseguido superar al caballero de Laurelorn, una hazaña que no habría creído al alcance de su mano. Pero la sorpresa vino después, cuando su siguiente cruce le emparejó con un caballero bretoniano particular. Era habitual que una delegación de bretonianos, o varia, participara en el torneo de Salzenmund, pero no lo era tanto que lo hiciera un caballero a título individual. Para añadir misterio a su figura, el rival de Leopold no llevaba heráldica alguna, y se hacía llamar simplemente "Merovingio", sin ningún apelativo que hiciera referencia a su lugar de origen o a alguna gesta en batalla, como era habitual en ellos.
Al enfrentarse al caballero siniestro, Leopold sintió una extraña inquietud, un informe temor cuyo origen no podía concretar, pero no por ello era menos cierto. Había algo en aquel caballero que inspiraba un terrible desasosiego a quienes se encontraran cerca. En cualquier caso, el joven averlandés se centró en evitar aquella rara sensación y, cuando se dio la señal, cargó con la lanza en ristre... y consiguió impactar al bretoniano de lleno en el yelmo, haciendo que se tambaleara. Tras dos pasadas más, consiguió proclamarse, contra todo pronóstico, vencedor de nuevo.
Merovingio se acercó a Leopold tras finalizar el combate. Contrariamente a la costumbre, no se levantó la celada del yelmo, algo que el joven noble interpretó como un gesto de desaire. Sin embargo, cuando habló, lo hizo con un tono de voz sosegado que evidenciaba que no había rencor alguno.
"Habéis combatido bien, señor Wallenstein. Seguro que dentro de unos años seréis un rival todavía más interesante..."
Y en aquellas palabras, Leopold percibió cierto interés, pero también una amenaza velada que le hizo estremecerse.
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Sethlarion se alejó rápidamente del foco de atención, retornando al campamento de la delegación de Laurelorn intentando que nadie le viera. No iba a ser una cosa difícil, pues todos los ojos de los humanos estaban puestos en su burdo y brutal torneo, pero incluso aunque no fuera así los habría evitado sin demasiados problemas. Y, sin embargo, el corazón le latía con emoción apenas contenida, pues sabía que lo que tenía ante sí era una misión compleja, que iba a requerir de toda su habilidad para el subterfugio, la diplomacia y, si era necesario, la guerra.
Los habitantes de Laurelorn habían comprendido hacía tiempo que era necesario para su supervivencia mantener buenas relaciones con el Imperio. Probablemente su bosque no sería nunca invadido si se lo proponían, pero los humanos, aunque fueran toscos y poco inteligentes, o quizá por eso, no sabían nunca cuándo detenerse. El propio Sethlarion tenía varios centenares de años, y a lo largo de su vida había visto medrar a los humanos a niveles que parecían impensables para su débil y enfermiza naturaleza. Si lo consideraban necesario, podrían asediar el bosque de Laurelorn y mantenerlo durante generaciones. Y aunque quizá nunca llegaran a destruirlo, sería una guerra que costaría la vida de muchos elfos, una guerra innecesaria.
Por eso los eonir solían enviar una delegación al torneo de Salzenmund, y por eso Sethlarion y otros pocos valientes habían consentido en tomar parte en una actividad tan poco estimulante como darse de tortas con un palo con los humanos. No obstante, en el proceso habían hecho un descubrimiento interesante, aunque peligroso: uno de los humanos, uno particularmente joven, portaba un cáliz que pensaba que era una reliquia de su culto, pero Sethlarion estaba convencido de que se trataba de una antigua joya de los primeros moradores de Laurelorn. Su exquisita manufactura lo delataba. Solo Kurnous sabía cómo había llegado aquel cáliz a manos de aquel humano, pero aquel no era su lugar.
Sin embargo, Sethlarion sabía que no podía arrebatárselo sin más. Aquello haría que su embajada en Salzenmund no solo no fuera pacífica sino que supusiera un acto de guerra. Lo mejor era provocar algún tipo de confusión en el campamento y, aprovechando el caos, robar... no, recuperar el cáliz sin ser vistos. Y, para cuando los humanos se dieran cuenta de que la reliquia se había perdido, ya estaría a salvo en Laurelorn, de donde nunca debería haber salido.
El plan era bueno. Ojalá funcionara como estaba previsto...
"Comienza la distracción" dijo Sethlarion a uno de sus subalternos "y que Lileath nos dé suerte"
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Al mismo tiempo que los elfos comenzaban a poner en marcha su plan, un improbable campeón era proclamado como tal. Tras derrotar a uno de los bretonianos en el enfrentamiento final, Karl Von Salzenmund, el último hombre por el que nadie habría apostado al inicio del torneo, era llevado en volandas por una multitud exaltada que coreaba su nombre con deleite.
Karl era un caballero que había visto días mejores. Pese a no alcanzar los cincuenta años, había envejecido prematuramente, y su aspecto era el de un septuagenario. Alguna tragedia pasada había nublado su entendimiento y su ánimo, y se había entregado al alcohol al tiempo que se alejaba de la sociedad. Seguía siendo noble, pero su título nobiliario era probablemente lo único que retenía de una dignidad perdida y que no contaba con que volviera.
Y, sin embargo, de alguna forma inexplicable había conseguido proclamarse ganador, y la ciudad entera lo consideraba su nuevo héroe. Él asentía y aplaudía, pero en el fondo no se enteraba de nada: estaba borracho como una cuba.
Bufff.... Os dejo unos días y empezáis la Gesta de Agravain remasterizada. Cómo os lo montáis!
ResponderEliminarMe ha gustado mucho todo obviamente. Y el reparto de caballeros es brutal. Sois unos máquinas.
Un abrazo.
PD: pero aquel que no está dispuesto a jugar escenarios desequilibrados porque lo tiene más fácil para perder es un parguelas que nunca verá la Tierra Prometida del juego narrativo, teniendo que conformarse con un peregrinar de 40 años por el desierto del culodurismo y el equilibrio estéril. Chapeau.
Jajajajaja... me salió la vena bíblica. Supongo que las fechas son propicias.
Eliminar¡Muchas gracias! La verdad es que la primera partida ha quedado muy chula. Pero esto no ha hecho más que comenzar. Tenemos por delante una primavera interesante.
¡Un abrazo!