Saludos a todos, damas y caballeros.
Ésta es una entrada atípica, pues por un lado me hace mucha ilusión hacerla, y por otro lado me entristece bastante. Es también una entrada que guarda relación con el tema del blog solo de forma tangencial, pero en realidad el tema principal del blog es ser nuestro (mi) cuaderno de bitácora friki, y lo friki no está disociado de la vida real. A veces querríamos que fuera así, y otras veces es mejor que no lo sea.
Es una entrada que podría haber escrito hace tiempo, pero me la he guardado para el Día del Padre. Creo que ser padre guarda esa doble condición de la que he hablado: por un lado es entristecedora, porque te condena a vivir siempre con el recuerdo de momentos de extrema felicidad que no volverán. Hay una frase terrorífica que dice que algún día cogeremos a nuestros hijos en brazos y será la última vez que lo hagamos, porque crecerán y se convertirán en otra persona, una a la que no podremos llevar en brazos nunca más. Eso me pasa a mí con mi hijo mayor, que tiene ya ocho años, cumplirá nueve este año, y al que no me quedan muchas más oportunidades para cogerlo en brazos, si es que no he tenido ya la última ocasión.
Por fin entramos en materia, después de este comienzo seudofilosófico y un poco lacrimógeno. Ya dije que este año sería un año en que, precisamente por la edad que va teniendo mi hijo mayor, iría metiéndolo poco a poco en el frikismo (y a su hermano pequeño de rebote), lo que no deja de ser un plan educativo para apartarlo de las drogas. Ya sabéis, si le gustan las miniaturas, no le quedará dinero para comprar cocaína. Eso es en parte intención mía y en parte evolución natural, pues los niños al final se acaban fijando en lo que hacen sus padres y los míos me ven jugar con moñecos y quieren hacerlo. Especialmente si esos moñecos son coches, que les encantan.
Con eso en mente, le puse un coche a cada uno en la noche de Reyes. Fue una idea que se me ocurrió sobre la marcha y que hice en el momento en hora y media, lo que explica el terrible acabado de los coches, pero les hizo mucha ilusión. También con eso me garantizaba que le prestarían menos atención a mis coches, que ya los habían cogido alguna vez con resultados catastróficos, aunque por suerte no irreparables.
El regalo les gustó, y a comienzos del año jugamos muchas partidas. Ahora ya se les ha pasado un poco el ansia, porque los niños son así, pero ya les volverá. Evidentemente las partidas son muy muy simplificadas, bastante tienen con ir poniendo la plantilla y sufrir algún tipo de daño por chocarse. También hemos metido ya reglas de armas, pero poco más. Jugamos a ir cogiendo marcadores (a veces caramelos, a veces fichas) y en una de esas que acabamos jugando me dio por hacerle fotos.
Mi hijo pequeño, de cuatro años, insistió en que uno de sus muchos búhos tenía que jugar. El búho no formuló oposición, aunque tampoco hizo gran cosa, sino que se limitó a observar con paciencia todo lo que sucedía delante de él.
Me hace gracia ver cómo, dentro de lo limitado de las reglas que aplicamos, en su estilo de conducción va saliendo la personalidad de cada uno. Mi hijo pequeño, que llevaba el coche amarillo, es un completo demente que hace las cosas más estrafalarias que puede, y normalmente le salen bien, de alguna forma que nadie comprende y mucho menos él mismo. Su máxima en la vida se puede resumir en "el enemigo no puede contrarrestar nuestra estrategia si ni siquiera sabemos lo que estamos haciendo".
Por su parte, mi hijo mayor, como mayor que es (yo también lo soy, de cuatro hermanos) es responsable, meticuloso y dado a actuar con calma, pero después los dados le traicionan y acaba derrapando, chocando y explotando miserablemente, o explotaría si usáramos esas reglas.
Yo, por mi parte, trataba de enseñar a mis hijos algunos trucos al volante...
Trucos que mi hijo pequeño, el demente, replicaba multiplicados por tres.
Ojo a la tirada. Derrape máximo |
Al final mi hijo mayor, después de resolver los problemas de su embarazoso choque contra unos bidones, decidió que la mejor forma de lidiar con el tremendo caos sin sentido que representaba la conducción de su hermano pequeño, y que probablemente ponía muy nervioso a alguien tan amante del orden como él, era meterle un misil en el costado.
Nunca es una mala idea. Tras eso, se dio la vuelta tranquilamente y se giró para recoger el tesoro. Esa es una idea que se les ocurrió a ellos, les hacía gracia ese elemento y decidieron que el tesoro valdría por tres fichas (o tres caramelos, idea que les gustaba más).
Mi hijo pequeño también fue escopeteado hacia el tesoro, pero al final el mayor consiguió llevárselo...
A lo que el pequeño reaccionó decidiendo que iba a reventar una tienda, ya que estaba.
En fin. Como podéis comprobar, obviamente no fue una partida de Gaslands como tal, y la razón por la que esto está en el blog es que me hace ilusión pensar que quizá me lo encuentre dentro de diez años, y me gustará leerlo y recordar este momento.
Para los demás no creo que esto haya tenido mayor gracia, pero quizá a los que también sois padres ha servido para sacaros una pequeña sonrisa en este día. Para vosotros, además de felicitaros, repetir lo que he dicho antes: coged a vuestros hijos en brazos mientras podáis, porque llegará un día que no será posible... y, cuando ese día llegue, enseñadles a jugar a Gaslands.
¡Hasta la próxima!
A mí sí me ha gustado esta entrada. Y me ha parecido muy especial. Son días que aprovechar.
ResponderEliminarSeguro que los peques (y hasta el búho) se lo gozan.
Un besazo para las criaturas y feliz día para todos, en especial para los papás.
Un abrazo
¡Muchas gracias! Imaginaba que te iba a gustar. Los dos estamos embarcados en la difícil pero gratificante tarea de llevar a nuestros hijos por el camino correcto... léase, el del frikismo.
Eliminar¡Un abrazo!
Muy buena partida, aún para ser con niños. Al final los estos, tienen cosas que dan mucho juego, entre ellas si puedes quitarles cosas como los coches o los legos.
ResponderEliminarDespués de enseñarles esto a los míos también quieren probar el Gasland.
Grande Soter!
Un abrazo.
¡Muchas gracias! Pues ya sabes, toca extender la palabra de Gaslands. El juego es muy divertido, y aunque con niños pequeños hay que simplificarlo, no te creas que es muy complejo. Y lo mejor es que la inversión para jugarlo es mínima.
Eliminar¡Un abrazo!
Emocionante entrada Soter. Yo ya he pasado las dos fases que mencionas. Ojalá hubiese hecho en su día una entrada como la tuya para recordarla a los años. Gracias por hacerme recordar buenos momentos.
ResponderEliminar¡Muchísimas gracias a ti! Me alegra que te haya gustado y te haya servido para hacerte recordar buenos momentos. Gracias por tu comentario, porque cuando relea esto dentro de diez años (si Dios quiere!) quedará para ser otra cosa que me alegre al volver a verlo :)
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