martes, 16 de septiembre de 2025

La última bala

Saludos a todos, damas y caballeros.

Tras colgar hace poco la última de las batallas de la campaña del Dracula´s America, lo que representa en cierta forma el fin de la misma, pero ya advertí que habría un relato final con el que cerrar la aventura de mi banda de la Confederación Oscura. Como unos cuantos sabréis, soy aficionado a no dejar cabos sueltos y creo que hay que terminar las cosas bien.

Llevo mucho tiempo queriendo poner esta imagen de López Espí, que aunque no pinta mucho mola un cojón

Con esto ya sí que terminaré, durante un tiempo, las cosas referidas a esa campaña y empezaré a publicar cosas de otros juegos. Es el ataque de monomanía más largo en la historia de este blog, pero creo que ha merecido la pena... aunque todavía me queda una última sorpresa que mostrar, cosa que haré cuando os pille desprevenidos. Por el momento, valga este relato como forma de despedir a los a veces valientes, a veces perversos, siempre chalados muchachos de la Confederación. Espero que os guste.

LA ÚLTIMA BALA

El sargento Phillips sabía que el buen humor mostrado por Obadiah Irving en los últimos días no podía durar, pero ni siquiera él, que esperaba lo peor del brujo, había podido prever un cambio tan repentino. Creía que ya había visto todo lo que tenía que ver del anciano, que no había mayor abominación que las que ya le había visto cometer, y que su cuota de crueldad estaba cubierta desde hacía tiempo. Lamentablemente, se equivocaba.

Las atrocidades de los últimos días no habían cambiado el buen humor de Obadiah desde que llegaran al pequeño pueblo en la ribera sur del Río Rojo, porque formaban parte de su plan. No perdió la siniestra sonrisa cuando profanaron los cementerios de los indios de la nación choctaw, ni cuando llegaron al pequeño asentamiento arrasado que los colonos habían levantado imprudentemente en territorio indio. El hedor a descomposición y los cadáveres mutilados y abandonados de aquellos pobres incautos no turbó en lo más mínimo al anciano, quien, pronunciando palabras que no deberían ser usadas jamás por los hombres, había desatado el poder del artefacto enterrado por los españoles y con ello había invocado un perverso demonio vengador, además de reanimado a los cadáveres que cubrían el pueblo como una macabra alfombra.

Pero con lo que no había contado era con la pericia que los esclavos fugados de la Congregación habían desarrollado. Usando potentes contrahechizos de su magia del vudú habían conseguido desbaratar los lazos que unían al espíritu vengador con este mundo. Peor aún, habían conseguido exorcizar a la sombra demoníaca a la que conocían como El Condenado, e incluso habían llegado a herir a Obadiah, a quien solo su antinatural resistencia había permitido permanecer con vida. Por primera vez desde que partieran del bayou de Luisiana los planes del nigromante habían sufrido un revés, y su cólera era algo terrible de presenciar.

"¡Los maldigo! ¡Los maldigo una y mil veces! Condenadas bestias inhumanas, malditos esclavos rebeldes... ¿Cómo han osado?"

Los soldados de la Confederación trataban de atender sus heridas de la forma en que mejor podían mientras escuchaban la furiosa e incesante perorata del viejo. El sargento Phillips había conseguido acostumbrarse a ella después de casi media hora repitiendo imprecaciones similares...

Hasta que se hizo el silencio.

"No importa" dijo entonces Obadiah, hablando para sí mismo en voz alta. "Si quieren guerra, la tendrán. Aún mantengo el artefacto de los españoles. Puede que el demonio siga atrapado en él. En cuanto a El Condenado..."

Entonces se dirigió a sus soldados, a los que llevaba tiempo ignorando, y fingiendo una serenidad que no sentía les dijo:

"Cuando estéis en condiciones, debemos cruzar de nuevo el Río Rojo. Volveremos al pueblo en el que nos hospedamos y haré unas comprobaciones. Contrataremos a más personas. Debemos regresar a este lugar cuando estemos preparados, y debemos protegernos de las bestias de la Congregación"

Los soldados asintieron con desgana, y entonces el brujo continuó:

"Una vez estemos allí, buscad a los niños. Los necesitaremos. Raptadlos, pero hacedlo de forma que nadie se entere hasta que nos hayamos marchado"

El sargento Phillips escuchó un grito, un grito que llevaba clavado en el alma desde aquella noche fatídica en el desierto de Texas. Sintió un fuego ardiente subir por su pecho, un fuego que sabía que representaba los restos de su humanidad luchando por sobrevivir. No sabía muy bien lo que hacía, pero sabía que era el punto de no retorno. Se puso en pie y respondió:

"No"

Su tono de voz fue bajo, pero aquella simple palabra sonó como un disparo. Los demás soldados se levantaron también, mirándose los unos a los otros con nerviosismo.

"¿Qué has dicho?" preguntó Obadiah, con más sorpresa que enfado.

"Todavía escucho su grito. Todavía la veo en mis pesadillas. No volverás a hacerlo"

En el silencio que siguió a aquellas palabras, todos y cada uno de los hombres que estaban allí reunidos pudieron escuchar el latido de sus corazones como si fueran las campanas que llamaban al Juicio Final. Y lo eran.

"¿Es esto un desafío?"

"Lo es"

Mike Johnson alzó su rifle para disparar al sargento, pero el joven Jennings fue más rápido y le soltó un tiro a bocajarro en el pecho. Joe Thompson disparó contra él y contra el superviviente de los hermanos Moore, pero el sargento acabó con su vida de un certero disparo en la cabeza y, después, le pegó un tiro a Obadiah en la boca del estómago.

El brujo se dobló sobre sí mismo, mugiendo como un toro herido. Aquella herida ya era letal, pero no lo mataría hasta que pasara un rato, y el sargento no pensaba darle esa opción. Con decisión, sacó la bala que guardaba en el bolsillo de la chaqueta y la introdujo en el tambor del revólver.

"Insensato" dijo Obadiah, luchando por respirar. "No sabes lo que..."

Sin darle opción a terminar la frase, el sargento le voló la cabeza. No tenía ganas de seguir escuchándole.

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Siempre había existido una extraña sombra en los ojos del brujo. El sargento lo sabía. Sus ojos quedaron abiertos cuando la última bala le destrozó el cerebro, pero la sombra desapareció.

Entonces, y solo entonces, Bill Phillips supo que podía descansar.

La adrenalina le abandonó, y sintió un cansancio infinito. Tratando de contener el temblor de sus manos, buscó su pipa y comenzó a llenarla. No sabía qué iba a hacer a partir de entonces. Era poco probable que pudiera volver al Sur, a los territorios controlados por nigromantes igual de maníacos que el que acababa de matar. Por otro lado, tampoco tenía nada que le esperara allí. Era un hombre libre, libertad que le concedía el haber sido, por fin, capaz de obedecer a su conciencia.

Estaba a punto de encenderse la pipa cuando escuchó un arma amartillándose a su espalda. Se giró y vio al otro de los hermanos Thompson mirándole con ojos desencajados, mientras le apuntaba con la escopeta.

"Has matado a mi hermano"

Bill Phillips no hizo ningún intento de justificarse. Lo que el forajido decía era verdad, y sabía cómo iba a acabar eso.

"Hazlo"

Charlie Thompson parecía alucinado. Agarraba la escopeta con temblor, que quizá se debía a la furia, al miedo, o a una mezcla de todo. Una parte de él seguía sin creer lo que acababa de suceder en esos quince segundos de locura.

"Hazlo" insistió el sargento Phillips. "Quizá vuelva a verla cuando me mates. Quizá pueda pedirle perdón"

Fue la sonrisa del sargento lo que quebró los nervios del forajido. Apretó el gatillo y el proyectil destrozó el pecho del sureño, mandándolo varios metros hacia atrás. Después, Charlie Thompson saqueó todo lo que pudo saquear y se alejó de allí todo lo que pudo. Caminó durante noches y noches, caminó sin descanso hasta llegar a un pequeño pueblo minero en el norte, donde bebió todo lo que pudo para olvidar hasta que desapareció una noche en un lupanar regentado por una hermosa inmigrante rusa que tenía fama de bruja.

Pero, por mucho que bebió, jamás olvidó la sonrisa de inmensa paz con la que había muerto el sargento Phillips.

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La mansión no era más que una ruina ennegrecida situada a orillas del Missisippi, el fúnebre lamento de una época pasada que jamás volvería. Las aguas del río habían visto sus días de gloria, pero éstos habían acabado también en un mar del que no había retorno, el mar donde la memoria se hunde, para bien o para mal.

Si Jack O´Hara hubiera tenido sentido poético, habría podido apreciar en aquella casa la tristeza de las cosas que fueron y nunca más serán. Si hubiera tenido sentido común, se habría mantenido alejado de aquel lugar maldito, especialmente durante la noche. Como no tenía ninguna de las dos cualidades, había decidido que sería un buen sitio y un momento oportuno para saquear cualquier cosa de valor que hubiera podido quedar dentro.

La luz de su linterna titilaba como si fuera una luciérnaga entrando en la boca del lobo, mientras el crujido de las vetustas tablas arrancaba lastimeros quejidos a la noche. La falta de imaginación del irlandés le estaba jugando una mala pasada, pues una mente más imaginativa habría salido corriendo hacía tiempo al percibir las sombras que se movían en el límite de su visión, los crujidos desacompasados a sus propios pasos, el corretear de pies que podían ser de alimañas campestres... o no. Pero O´Hara había sido bendecido con una mente de hierro que solo guardaba espacio para lo prosaico, una mente demasiado pequeña como para dudar.

Finalmente llegó a lo que prometía ser el premio gordo, una habitación espaciosa que, aunque estaba tan destrozada como el resto de la casa, debía haber sido en sus buenos tiempos el salón principal de la mansión. Cruzó el umbral e inspeccionó, sin ceremonia alguna, todos los cajones, los armarios, cualquier cosa. Hasta que algo llamó su atención.

Un cuadro parecía haber sobrevivido misteriosamente al fuego, un retrato de un anciano caballero, vestido a la manera del Sur, con largos cabellos blancos cayendo sobre sus hombros y una pipa de marfil en la mano. En conjunto era la imagen de un hombre respetable, un antiguo patriarca de la Confederación, pero había un brillo extraño en sus ojos... un brillo que podía ser simplemente el reflejo de la luna, pero incluso la poco sensible mente de O´Hara comprendió que no era así.

La puerta se cerró detrás de él. No podía haber sido el viento, no con tanta violencia, no en aquella noche tan tranquila. El saqueador empezó a sentir miedo y se giró, dando la espalda al cuadro, hasta que escuchó una voz que procedía de ahí.

"Lamento que no haya nada de valor en esta casa. Ha vivido tiempos mejores..."

O´Hara se giró de nuevo, y el corazón casi se le paró. Había una sombra frente a él, una sombra semicorpórea, apenas humana. Sus movimientos eran espasmódicos, como los de una criatura a medio nacer. Pese a todo, el ladrón supo, sin ningún género de duda, que se trataba del caballero del cuadro.

"En cualquier caso, agradezco tu visita"

Obadiah Irving había aprendido muchas cosas sobre la nigromancia y los misterios de la muerte... entre las cuales, por supuesto, estaba cómo poder evitarla.

1 comentario:

  1. Muy guapo!
    Me ha gustado mucho el.broche final de la campaña.
    A mí el monográfico de Dracula's America me ha parecido guapísimo: minis, esceno, relatos... Muy muy disfrutable. Os felicito a todos.
    Un abrazo
    Pd: mola un cojón

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