viernes, 5 de septiembre de 2025

Pistolas de alquiler

Saludos a todos, damas y caballeros.

Ya estoy de vuelta en Madrid, y nada más llegar me he encontrado con un insospechado pico de trabajo que me ha impedido hacer muchas de las cosas que quería hacer. Entre ellas, dedicar tiempo al blog y, en particular, a la campaña del Dracula´s America, que dado que estoy de vuelta en Madrid ya se ha terminado (al menos para mí).

Voy a ver si consigo arreglar eso y traer, en rápida sucesión, la última partida y el fin de mi banda de la Confederación Oscura. Para que eso suceda, necesito intercalar antes este relato, que trata sobre la contratación de un par de forajidos por parte de Obadiah Irving como músculo adicional. Los clásicos esbirros del brujo malvado, pero en este caso en el Salvaje Oeste. Me he resistido durante toda la campaña a contratar a más gente porque me parecía poco realista que aparecieran más confederados por el Oeste, pero luego pensé que podrían ser dos bandidos locales reclutados simplemente para hacer el mal, sin tener lealtad a la Confederación (Oscura). De ahí surge la idea de este relato.

Os dejo con él. Espero que os guste.

PISTOLAS DE ALQUILER

A medida que avanzaban hacia el norte, el paisaje desértico iba cediendo y la vegetación comenzaba a volverse más frecuente. Los escasos árboles, tímidos y casi sorprendidos de poder vivir en un ambiente tan hostil, iban formando agrupaciones cada vez más frondosas. El sonido de los arroyos pasó de ser un recuerdo a un murmullo, para después volverse un compañero más de la expedición. La arena y la piedra cedían su dominio al extraño verdor del césped, que al principio parecía tan irreal como estar caminando sobre las aguas.

Desde un punto de vista puramente logístico, aquello tranquilizaba al sargento Phillips. La decisión de Obadiah de abandonar Perdition y adentrarse en el desierto había sido recibida con estupor por él y sus hombres, pero no con abierta crítica, pues no se atrevían. El brujo no había comunicado a nadie el motivo de su decisión y nadie había sido capaz de preguntarle. Adentrarse en un ambiente tan hostil parecía preferible a despertar la cólera del anciano, quien en las últimas semanas había estado encerrado de forma casi permanente en lo que antes había sido la oficina del sheriff, estudiando un extraño artefacto que no dejaba ver a nadie, con un humor cada vez más sombrío.

Mientras atravesaban el desierto, el sargento pensó en más de una ocasión que no lo conseguirían. Sus provisiones de comida y agua eran casi inexistentes, pues Obadiah había insistido en marchar a toda prisa y, por alguna extraña hechicería, él no parecía necesitar sustento alguno. Su paso era más veloz y vigoroso de lo que cabría esperar de alguien de su edad, y no cabía duda de que estaba poseído por una oscura determinación... si no por un oscuro ser. Phillips todavía se preocupaba por sus hombres y le habría resultado desolador verles morir de hambre y sed por culpa de la locura de un anciano demente, y ese pensamiento se unía a los muchos que ya de antes le consumían.

Esa preocupación desapareció cuando el paisaje cambió, dejaron atrás el desierto y se adentraron en zonas donde era más fácil conseguir caza y agua. Al menos no morirían de hambre. No obstante, subsistía el problema de no saber a dónde se dirigían, pues Obadiah no quería revelarlo. El sargento sospechaba que quería cruzar el Río Rojo y adentrarse en los terrenos de la nación choctaw, aunque no tenía ni idea de qué le llevaba hasta allí, ni siquiera de si quería saberlo. Por otro lado, el cambio de aire, más frío, no le agradaba en absoluto... él era un hombre del Sur, y encontraba en el calor una familiaridad reconfortante. Había algo en el frío que le hablaba de la muerte y el olvido, cosas que no sabía si quería afrontar todavía.

Al cabo de un par de semanas llegaron a un asentamiento, un pequeño pueblo ya cercano, como sospechaba el sargento, al Río Rojo. Obadiah se mostró complacido, mostrando de pronto un buen humor que fue tétrico por lo repentinamente con que había aparecido.

"Ah, hijos míos, qué bueno es estar en la civilización de vuelta" dijo en palabras que chocaron a todo el mundo, pues por la mente de Obadiah jamás había pasado la idea de que pudiera existir civilización al oeste del Mississippi. "Id a hospedaros en el hotel, seguro que es cómodo. Yo voy a..."

Y entonces se produjo la revelación más sorprendente de todas, la que nadie jamás habría esperado escuchar.

"Yo voy a ir al saloon".

++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++

El saloon era tan sórdido y decadente como cabía esperar, pese a lo cual se encontraba muy concurrido. Al ser uno de los últimos pueblos antes de llegar a la nación choctaw, eran muchos los bandidos, contrabandistas y malhechores en general que lo usaban como base desde la que lanzar sus incursiones a las tierras supuestamente protegidas de los nativos. La barra estaba abarrotada, pero Obadiah Irving consiguió abrirse paso hasta ella a través de una marea de ojos que le miraban con una mezcla de sorpresa y temor. Nadie podía comprender qué hacía un caballero del Sur impecablemente vestido en aquel lugar, ni por qué emitía un aura tan palpable de maldad y locura. 

"Bourbon, posadero, el mejor que tenga"

El dueño del saloon lo miró como si fuera una aparición de ultratumba, pero le sirvió lo que pedía. La curiosidad acabó imponiéndose, y le preguntó:

"¿Es usted del Sur?"

La respuesta era obvia, pero Obadiah se encontraba de un sincero buen humor, y respondió:

"Así es, hijo. De Vicksburg"

La mención al lugar de la batalla hizo que el posadero se sintiera en la obligación de mostrar un poco de compasión:

"No han debido ser fáciles los últimos años por allí"

"Oh, no" dijo Obadiah riendo siniestramente entre dientes "no ha sido fácil..."

El tono de aquellas palabras hizo que el posadero decidiera cortar la conversación. Había escuchado historias sobre los restos de la Confederación y los pantanos malditos de Luisiana, y aunque siempre las había considerado exageraciones, en ese momento estaba bastante dispuesto a concederles veracidad. Sin embargo, el caballero sureño siguió hablando:

"Verá, estoy aquí por un propósito que requiere de hombres capaces de manejar un arma... y que no tengan miedo a hacerlo. Por un precio justo, claro. ¿Conoce a alguien de esas características?"

El posadero, aliviado por poder quitarse de encima a un hombre tan siniestro, señaló una mesa donde dos rufianes de no mucho mejor aspecto bebían silenciosamente.

"Los hermanos Thompson. Hable con ellos"

"¡Muchísimas gracias! Deme la botella de bourbon y dos vasos"

Tras recibir lo que había pedido, Obadiah se sentó en la mesa de los hermanos, quienes le dedicaron una mirada glacial y le preguntaron:

"¿Quién es usted?"

"Alguien que necesita personas como vosotros y tiene dinero para pagarles" dijo mientras le servía el bourbon.

Los hermanos se miraron entre sí, miraron los vasos, y bebieron. Su instinto les dijo que aquel extravagante caballero era alguien con quien no debían meterse en problemas.

"Nosotros no tenemos nada que ver con la Confederación. Somos de Pensilvania" dijo uno de los hermanos.

"¿Luchasteis en la guerra?"

"Desertamos"

"¡Maravilloso! Una sabia decisión, hijos míos. No os preocupéis, no me importan vuestras lealtades políticas. Mientras me seáis leales a mí, todo irá bien. Dos dólares a la semana si me acompañáis al norte del Río Rojo, ¿os parece justo?"

De nuevo, los hermanos se miraron, y el que no había hablado antes probó suerte:

"Dos dólares a la semana... para cada uno"

"Ah, sí, se nota vuestro espíritu emprendedor del norte" rio Obadiah, pero la risa congeló la sangre en las venas de los hermanos. "Acepto. Partiremos en dos días"

Los bandidos asintieron, y entonces Obadiah, bajando la voz y endureciendo el tono, susurró:

"Dirijo una partida de soldados veteranos del Sur. La lidera un hombre, el sargento Phillips. Pero vosotros no sois leales a él, sino a mí... ¿lo entendéis, hijos?"

Los hermanos Thompson eran hombres duros. Habían robado y asesinado durante gran parte de su vida. El temor era un sentimiento que prácticamente habían olvidado. Pero al ver la mirada de aquel terrateniente sureño mientras pronunciaba esas palabras, recordaron lo que era sentirse aterrorizados.

++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++

El sargento Phillips encendió su pipa mientras miraba a la calle desde la habitación de su hotel. A su lado, en la cama, una prostituta le miraba con aire a medio camino entre la inquietud y la sorpresa. El dueño del establecimiento había visto que era el líder de los soldados y, quizá para apaciguarlo, le había ofrecido compañía femenina. Sabía que los hombres como él siempre la necesitaban. Él, con desgana, había aceptado, pero sabía que no tenía ninguna gana de dedicarse a eso. Las pocas que pudiera tener se le habían quitado al ver aparecer la prostituta, una mujer que, aunque no tendría más de cuarenta años, aparentaba doscientos. Debía ser viuda, y la vida no le había sonreído. Lo único que inspiraba era lástima.

"Entonces..." dijo ella, sin saber si quería preguntar algo o no.

El sargento Phillips negó.

"No hace falta. Puedes irte. Si te preguntan, invéntate lo que quieras"

Le dio dos dólares, y los ojos de la mujer se abrieron como platos. Era mucho más de lo que podía conseguir en una semana, y no había tenido que romper su dignidad, otra vez, para conseguirlos.

"Pero si no hemos..."

"Los necesitas más que yo. Pronto estaré muerto"

Ella no supo qué decir ante esa confesión. Sentía que le debía algo al único hombre que la había tratado con respeto en años, un hombre que, al parecer, iba a morir. Pero antes de que pudiera decir nada, el sargento le insistió en que se marchara, y ella lo hizo. Estaba claro que era un hombre que quería quedarse a solas.

Mientras escuchaba la puerta cerrarse, el sargento Phillips vio que Obadiah abandonaba el saloon acompañado por dos hombres. No sabía quiénes eran, pero por su aspecto se sabía fácilmente que debían ser personas poco recomendables. Aquello no hacía más que añadir misterio a los planes del terrateniente. ¿Para qué necesitaba a esos indeseables, teniendo a su lado a los soldados de la Confederación?

La intuición centelleó como un relámpago en la mente del sargento. Lo que temía Obadiah era que sus hombres le traicionaran. Sonrió y se tocó el bolsillo donde mantenía la bala final.

El viejo no sabía cuánta razón tenía.

Imagen de Igor Kirdeika


No hay comentarios:

Publicar un comentario