Saludos a todos, damas y caballeros.
Hace unos días publiqué la primera parte de este relato, presentando a los que tienen potencial para ser los grandes ¿villanos? de Murcia is a Lie Refuelled, la Orden del Infierno de Salmy. La verdad es que es difícil encontrar alguien con tanto poder destructivo, y eso siempre es una cosa que marca el juego. Al fin y al cabo, a nadie le gusta que su coche acabe envuelto en llamas. El papel de hombre del lanzallamas lo cumplía hasta ahora Sir Héctor, pero la aparición de un nuevo antagonista mucho más letal anticipa un relevo generacional que no deja de ser la base de grandes historias de honor, guerra y muerte.
Una de las bases narrativas de mis caballeros, por no decir la única, es el ciclo artúrico. Lo cual es mentira, porque en realidad se basan en la muy épica película de Merlín de Disney, que es un peliculón extraordinario. Sir Héctor es básicamente el personaje de esa película traspuesto tal cual en un mundo seudoapocalíptico. Pero bueno, esa película se inspira en el ciclo artúrico, así que, transitivamente, podemos pensar que de ahí viene todo. Eso es lo que me inspiró a la hora de desarrollar esta historia, la cual seguramente se irá ampliando a medida que vayamos jugando partidas. Eso espero.
Hacía algunos días que Sir Héctor y su escudero habían salido de NeoCamelot, adentrándose en el páramo para comprobar si los rumores que hablaban del retorno del enemigo ancestral eran ciertos. Su salida había sido acompañada de vítores y trompetas, pero aquel jolgorio solamente servía para camuflar el temor que todo el asentamiento vivía ante la posibilidad de que el terror que se alzaba en el horizonte tomara forma corpórea.
Y así, a medida que pasaban los días sin noticias de Sir Héctor, la inquietud crecía entre los muros del asentamiento católico, y su ánimo se ensombrecía. Pues cada día sin noticias hacía que creciera la sensación de que, efectivamente, el caballero había encontrado la verdad en los páramos, que esa verdad era terrible, y que quizá hubiera acabado con él.
Un día, cuando ya se había perdido la esperanza de volver a ver con vida al orondo caballero, apareció la silueta de un destartalado coche recortado contra el sombrío horizonte, en el que se adivinaba una tormenta. El coche estaba casi carbonizado, pero de alguna forma se mantenía, y mostraba la heráldica de Sir Héctor.
Y, cuando las puertas de NeoCamelot se cerraron tras el coche, lo que entró no fue solo el caballero con su escudero, sino un miedo que durante veinte años se había creído extinto.
+++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++
La noticia corrió por los muros de NeoCamelot como la pólvora. El retorno del antiguo enemigo ya no podía ser obviado ni desmentido como un rumor, pues Sir Héctor en persona lo había visto y había estado a punto de morir a sus manos. Solo gracias a su fuerte constitución, su fuerza de voluntad y el auxilio de su escudero había conseguido sobrevivir y volver a la protección de NeoCamelot, trayendo consigo una información terrible, pero muy valiosa.
La vida era dura en el páramo, y los hombres no tenían tiempo para lamentarse por su suerte. Habrían preferido no verse ante esa prueba, pero sus deseos no importaban ni cambiarían los hechos. Tras apenas unos instantes de lamentación, la sociedad de NeoCamelot en su conjunto, liderados por los caballeros-piloto, comenzaron a prepararse para la guerra. Se incrementó la forja de armas y munición, se hizo acopio de gasolina, se reforzaron los coches. Varios caballeros-piloto fueron enviados a asentamientos cercanos a NeoCamelot para verificar que la Orden del Infierno no los había arrasado, defender aquellos que pudieran ser defendidos frente a un ataque de los caídos y escoltar hasta NeoCamelot a los habitantes y recursos de aquellos asentamientos que no pudieran ser defendidos. Ello atrajo varias escaramuzas contra saqueadores y bandidos oportunistas, ávidos de alimentarse de las riquezas de NeoCamelot en periodo de tribulación, pero eso no hizo que cejara el empeño de los caballeros-piloto.
En uno de los asentamientos, los caballeros-piloto encontraron una pista prometedora. Uno de sus habitantes aseguraba haber estado en la fortaleza de los condenados, unas ruinas malditas plagadas de lo que parecían ser almas en pena. Por la descripción del lugar, los guerreros de NeoCamelot entendieron que se trataba de uno de los antiguos puestos avanzados que había tenido la Orden del Infierno en su periodo de impío esplendor, y que había sido arrasado tras la victoria de NeoCamelot veinte años atrás. Pronto comenzaron a hacerse los preparativos para una incursión a la zona.
Mientras esto sucedía, Sir Héctor reposaba, apenas consciente del barullo, en el hospicio de Nuestra Señora de la Esperanza. Sabía que el mundo más allá de las ventanas del hospital se preparaba para la guerra, pero él libraba la batalla en su interior, contra sus heridas y, sobre todo contra los recuerdos de su mente.
+++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++
Como casi todas las noches, Sir Héctor se despertó de golpe, turbado, sudando profusamente. Al menos, en aquella ocasión, no gritó, y lo único que salió de su garganta fue un sonido sofocado, el único testigo de su espanto. El Dragón seguía empeñado en perseguirle desde lo profundo de sus recuerdos, y en la oscuridad de la noche se abría camino hacia su mente, abrasándola con el fuego de los infiernos. El caballero sabía que había algo demoníaco en aquel enemigo, y la insistencia con que continuaba apareciéndose, una vez tras otra, en sus pesadillas, era la prueba más elocuente de ello.
Generalmente, cuando se despertaba por sus sueños, estaba solo. No obstante, en aquella ocasión vio que alguien le acompañaba. Cuando consiguió centrar su mirada, vio que se trataba de Sir Gawain.
"¿Os encontráis bien?", preguntó el visitante.
"Solo son pesadillas. Nada más"
Y, tras relajarse, Sir Héctor se dio cuenta de lo incongruente que representaba aquella escena, así que preguntó:
"¿Por qué estáis aquí? Es noche cerrada"
"Estamos velando armas. Preparándonos para el combate. Y me pareció adecuado hacerlo junto a vos"
Sir Gawain sonrió, casi como excusándose, y Sir Héctor asintió. Sabía que Gawain era un hombre compasivo. Velar armas al lado de un hombre herido era la clase de idea que se le ocurriría a él.
"¿A dónde partís?"
"Creemos haber encontrado la fortaleza donde se refugia la Orden del Infierno. Caeremos sobre ellos y los destruiremos de una vez y para siempre"
"Dejadme ir con vosotros"
Incluso en la penumbra, Sir Héctor pudo ver cómo Sir Gawain abría los ojos, sorprendido.
"No soy médico, pero no creo que debáis"
"Es imperativo"
Viendo la insistencia con que hablaba Sir Héctor, Sir Gawain tuvo una intuición.
"¿Tenéis algún motivo especial para ello?"
Sir Héctor suspiró.
"Alguien debe saberlo, y más vale que seáis vos. Sois un hombre honesto y compasivo"
Sir Gawain agradeció la consideración asintiendo con la cabeza.
"¿Conocéis a los Turboflame? Los... lidera, podríamos decir, un tal Malvador. El piloto más rápido del páramo"
Sir Gawain asintió de nuevo. Aquellos adictos a la velocidad habían sido tradicionales aliados de los caballeros-piloto en más de una ocasión. No compartían su credo, pero al menos no eran unos asesinos hideputas, simplemente amantes de las carreras. En aquel mundo, aquello ya era mucho.
"Cuando la Orden del Infierno cayó, hace veinte años, hubo gran regocijo. Hicimos fiestas que duraron varios días, y acudieron personas de otros asentamientos. Entre ellos, los Turboflame"
"Yo era joven" continuó Sir Héctor. "Era inexperto, estaba eufórico por la victoria, y una de las chicas de Turboflame era preciosa..."
Sir Héctor se detuvo durante un instante, pero Sir Gawain no necesitaba que hablara. Todo estaba claro. Y, tal como Sir Héctor esperaba, lo comprendía.
"De aquella unión nació un hijo. Como digo, era joven, era inexperto, era un simple escudero. Nunca lo reconocí. Lo vi con cierta frecuencia hasta que cumplió los doce años, y después dejé de saber de él. Me avergüenzo de decir que me alegró que desapareciera de mi vida"
"Pero ahora..." susurró Sir Gawain con temor. Creía saber por qué Sir Héctor le confesaba aquello.
Sir Héctor asintió.
"Creo que ahora ha regresado. No puedo estar seguro, pero cuando me enfrenté contra el Dragón, juraría que vi el rostro de mi hijo"
Uf esto está clamando una partida en breve! Muy buena historia!
ResponderEliminar¡Muchas gracias! Oh sí, tiene que haber más fuego...
Eliminar¡Oh, buen relato! ¡La verdad es que con la entrada de estos nuevos pirados hemos encontrado a alguien que temer casi más que a Sir Héctor! Menos mal que ya estamos a mitad de temporada... xD
ResponderEliminar¡Muchas gracias! Lo malo no es que haya alguien a quien teméis más que a Sir Héctor... ¡lo malo es que, ahora, Sir Héctor teme a alguien!
Eliminar