viernes, 14 de octubre de 2022

La lucha contra el Dragón (I)

Saludos a todos, damas y caballeros.

En general, los juegos de Osprey comparten varias características que los hacen muy deseables para determinado grupo de jugadores, como los que formamos el Troglablog: son juegos que permiten una gran personalización de los personajes/tropas usadas, que muchas veces incluyen modo campaña con evolución más o menos profunda de los implicados, y en los que el Trasfondo es muy escaso, pese a que la narrativa sea lo que prime en las partidas. Para alguien a quienes les gusta crearse su propio Trasfondo, esto es una buena cosa.

En el caso de Gaslands también hemos ido definiendo nuestro propio Trasfondo a base de relatillos sueltos, como éste sobre los fenómenos de Malvador, éste sobre los rusos tarados de Fornidson o este otro sobre mis caballeros de NeoCamelot. Pero no deja de ser curioso que no haya habido ningún relato escrito dentro de la campaña Murcia is a Lie Refuelled, que estamos jugando desde hace cosa de un año y que llevamos ya a la mitad. Esto es algo que vamos a corregir hoy.

En la última partida que echamos aparecieron los coches de la Orden del Infierno de Salmy, haciendo una aparición, además, bastante estelar. Conceptualmente, la Orden del Infierno es una evolución aun más exagerada de Idris en cuanto a su gusto por la velocidad, pero también tiene un gusto malsano por el fuego. En eso se parecen a mis caballeros-piloto de NeoCamelot. El equipo de Salmy, que se estrenaba en estas lides del wargameo en general y el Gaslands en particular, fue diseñado a medias entre Malvador (que juega con Idris) y yo, por lo que se puede decir que es nuestro heredero espiritual. Entre eso, lo brillante de su actuación, su duelo ("justa") con Sir Héctor en la partida, un plan maléfico se fue generando en mi cerebro... y eso es lo que traigo hoy. La primera parte, al menos. Espero que os guste.

LA LUCHA CONTRA EL DRAGÓN


NeoCamelot era uno de los asentamientos más grandes, avanzados y seguros que podían encontrarse tras el cataclismo. El fenómeno había producido una dinámica curiosa, mostrando que, tal vez, la Historia tiende a repetirse: al igual que hubiera sucedido siglos antes, con la caída del Imperio Romano, los fieles cristianos se habían resguardado del mundo y habían procurado conservar todo lo que había sido posible del conocimiento antiguo. En paralelo, se habían retomado las tradiciones caballerescas de aquella época pretérita, y de esta forma la Iglesia había sobrevivido al cataclismo de la misma forma en que lo había hecho en la Edad Oscura.

Al igual que en aquellos tiempos, la supervivencia no resultaba en modo alguno un acto pacífico, sino una intensa lucha ejercida diariamente. Así como los primeros reinos cristianos habían tenido que resistir las incursiones de los paganos del norte y el este, los vikingos y los magiares, los cristianos tras el cataclismo también tenían que enfrentarse a incontables amenazas procedentes de asentamientos rivales o, directamente, de bandas errantes de criminales y asesinos.

En este contexto salvaje, el nombre de NeoCamelot no había sido puesto en balde. El legendario rey Arturo había sido un romano que había tratado de mantener la razón y la ley que representaba la sociedad britanorromana frente a la oscuridad bárbara, y también el rey que gobernaba NeoCamelot trataba de mantener las viejas y buenas tradiciones antiguas frente al desmoronamiento de la sociedad tras el cataclismo. Los caballeros que habían formado la Mesa Redonda del Camelot primigenio habían dedicado su vida a proteger ese orden y, por tanto, a los débiles frente al orden alternativo representado por la ley del más fuerte. El mismo credo habían aceptado los caballeros-piloto de NeoCamelot. Y, al igual que antes su reino se había sustentado sobre el sacrificio de incontables batallas, éstas no faltaban en tiempos modernos.

Muchos habían sido los enemigos que habían tratado de destruir NeoCamelot, unos por odiar todo lo que representaba el bastión del Cristianismo en la zona, otros por saquear sus riquezas (escasas en comparación al mundo previo al cataclismo, pero amplias en comparación con la de otras facciones), y otros porque querían arrasar el mundo en general. Los caballeros-piloto habían tenido que librar encarnizadas batallas a lomos de sus corceles con motor y ruedas contra partidas de guerra y saqueadores temibles, como los policías corruptos Klaus y Klein, los tecnobárbaros de Wulfric el Rojo o los maniqueístas de Ashur. En todos los casos, los caballeros-piloto se habían acabado imponiendo, aunque siempre había sido a costa de un gran sacrificio.

Pero habían existido dos rivales especialmente terribles, dos enemigos que habían desafiado, no la posición de NeoCamelot, sino su misma alma, su misma existencia. Los caballeros-piloto jamás hablarían de ellos ante forasteros, e incluso entre ellos, sus nombres eran apenas susurrados, pues eran tenidos por malditos. De la primera de esos enemigos se sabía que aún vivía, oculta en lo profundo de un bosque radioactivo, desde donde tramaba sus delirantes y oscuros planes. Los segundos habían sido derrotados veinte años antes en una batalla infernal que costó la vida a incontables caballeros-piloto, pero que sirvió para que llegara lo más parecido a una relativa paz. 

El nombre de aquellos guerreros condenados no había sido vuelto a pronunciar en los últimos veinte años. Cualquier registro sobre su memoria se guardaba bajo llave en lo profundo de la cripta de la catedral, y poco a poco el tiempo los relegó al olvido...

Pero, veinte años más tarde, la llegada del otoño trajo el terror. Los vientos cambiaron de rumbo, la calidez del verano dio paso a la gelidez de la oscuridad, y en ese cambio, los caballeros-piloto pudieron sentir algo mucho más siniestro. Comenzaron a llegar rumores sobre caravanas de mercaderes saqueadas y quemadas. Al principio eran historias que solo a los más vigilantes habrían llamado la atención, pero poco a poco el número empezó a crecer. Los relatos se hicieron más frecuentes, sus víctimas mayores, y llegaron a caer incluso algunos asentamientos menores. Los caballeros-piloto recopilaron todos aquellos rumores, los ordenaron sobre un mapa, y vieron que, fuera cual fuera la naturaleza del mal que se alzaba, su camino estaba muy claro.

Avanzaba hacia NeoCamelot.

Y, con cada nuevo relato de horror y muerte, los caballeros-piloto iban teniendo más claro cuál era la naturaleza de aquel mal. Un antiguo enemigo había regresado. Y no les quedaría más remedio que plantar batalla.

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Sir Héctor cabalgaba a lomos de su corcel mecánico, seguido de cerca por su escudero, adentrándose en el páramo. Su talante, generalmente apacible e incluso bonachón, se encontraba en ese momento tan ensombrecido como el cielo, plagado de nubes cada vez más negras. Por primera vez en mucho tiempo, se dirigía a un combate que habría preferido evitar con toda su alma. Pero su deber de caballero le llamaba al campo del honor, y marchaba con decisión, incluso aunque temblara al pensar en lo que podía llegar a encontrar.

Recordaba la batalla contra la condenada Orden del Infierno, hacía veinte años. Él había participado, aunque en ese momento era un muchacho casi imberbe, sirviendo como escudero. Aún no sabía cómo había sobrevivido, pues el día había sido una carnicería, y muchos de los suyos, pilotos mucho más experimentados y habilidosos, habían sido calcinados por las llamas infernales que escupían los coches de sus enemigos. Nunca antes había visto tanta destrucción, y confiaba en que nunca la volvería a ver.

Aunque, si los rumores eran ciertos...

Mientras entraba en el campo de batalla, donde varios coches se habían citado para la justa, en su memoria no dejaba de resurgir una imagen una y otra vez, como si fuera un monstruo emergiendo de las profundidades marinas con inusitada violencia. Un coche rojo como las llamas del averno, con unas alas esculpidas imitando las de una de las grandes bestias de las leyendas del mundo pretérito, escupiendo fuego con su lanzallamas. El enemigo, al que los caballeros-piloto conocían simplemente como "El Dragón", había sucumbido en aquella batalla librada veinte años atrás, pero el sacrificio había sido enorme.

Mientras la mente de Sir Héctor recorría los arduos senderos de su memoria, su cuerpo efectuaba, de forma casi mecánica, maniobras de combate para la lucha que ya había comenzado. Su alma se estremeció cuando, a lo lejos, vio una bola de fuego envolviendo a un coche enemigo. Ya había visto eso antes, pero solo una vez, hacía veinte años.

Así que, cuando vio al Dragón emergiendo de la bola de humo negro creada por su propio lanzallamas, en cierta forma supo que estaba viendo lo inevitable. Los rumores eran ciertos. Aquella Orden de caballeros condenados había regresado, el Dragón había sido reconstruido y, al parecer, un nuevo caballero-piloto había ocupado su lugar. 

Su conductor era rápido, más rápido de lo que Sir Héctor imaginaba. Avanzó decididamente contra el caballero-piloto de NeoCamelot y envolvió su coche en una descarga de fuego procedente de los más oscuros abismos. Aquello habría destrozado prácticamente a cualquier coche, pero los vehículos de NeoCamelot eran de los más resistentes del páramo, y, aunque gravemente dañado y en llamas, aguantó. 

Sir Héctor supo lo que debía hacer: aceleró rápidamente contra su enemigo ancestral, dispuesto a embestirlo y, si si su vehículo explotaba, llevárselo por delante. Sus labios gritaron una oración, que quedó apagada por el rugido del motor y el estruendo de las llamas, mientras se dirigía a clavarse contra el corazón del blasfemo, como si fuera la espada flamígera con la que San Miguel arrojó a los ángeles rebeldes del Paraíso.

Pero, en el último momento, un disparo procedente del escudero del Dragón impactó en el coche de Sir Héctor. El vehículo no pudo aguantar más castigo, y salió dando vueltas de campana con extrema brutalidad.

Y sobre Sir Héctor cayó la noche.

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