domingo, 1 de septiembre de 2024

La batalla del festín: prólogo

Saludos a todos, damas y caballeros.

Este año no están apareciendo por aquí muchas cosas de las Regiones Devastadas, aunque no se debe a que no estemos jugando, sino a que no he tenido mucho tiempo para subirlas. Sí que pude presentar un (en mi opinión) maravilloso informe de batalla entre el Imperio y la Grey Infernal que sirvió para concluir una campaña que llevábamos operativa desde el año pasado, La Sombra y la Llama. Y ha habido algunas otras cosas que quizá aparecerán por aquí antes de que termine el año. Pero de momento, lo que voy a mostrar en breve es otro informe de batalla bastante molón.

Con un duelo de gigantes

Este informe de batalla se corresponde con una partida que echamos ayer mismo en Granada, en la tienda War Lotus, con nuestro colega Toni, que hace unos años se mudó allí desde Almería. Como no se fue muy lejos, nos ha venido a visitar más de una vez y tocaba que Helios y yo le devolviéramos el favor. Me vino bien porque sirvió, no solo para pasar por la ciudad más bonita de España, sino para jugar yo con los ogros que Toni amablemente me prestó. Nunca había jugado con ellos ni con ningún ejército parecido, y la verdad es que llevarlos en combate contra la coalición de pielesverdes y skaven de Toni y Helios fue divertido.

Eso os lo mostraré en breve. De momento, os dejo con los relatos previos a la partida que escribimos, yo el primero, y Helios el segundo. El nombre obedece a que, como dijo Helios, el destino de quien perdiera iba a estar bastante claro teniendo en cuenta los contendientes. Espero que os gusten.

LA BATALLA DEL FESTÍN

Cuatro mil hombres habían salido de la Fortaleza de la Luz Perpetua con la llegada del verano, listos para enfrentarse a los enemigos del Imperio. Pasaron las semanas, pasaron los meses, y cuando los primeros vientos helados comenzaban a silbar sobre la tierra y las primeras hojas amarilleaban, las puertas del castillo se abrieron de nuevo para acoger a doscientos soldados. No regresarían más. La guerra había reclamado a los otros, la mayoría de los cuales reposaban en un terreno maldito, sin lápida ni sepultura. Sus nombres serían recordados, pero sus rostros se perderían entre los pantanos donde se descomponían sus cuerpos. Tal era la magnitud de su sacrificio.

Dante Wallenstein era uno de esos doscientos que había conseguido ver la ciudad perdida de Urbadûn y poder contarlo, aunque sabía que jamás querría hacerlo. Lo que había vislumbrado entre las espantosas nieblas del lugar le había reafirmado en la justicia de su causa, aunque quizá hubiera subestimado la amenaza que suponía la concentración de monstruos del lugar. Su ejército había combatido valientemente y había destruido muchos seres impíos que no tenían derecho a hollar la tierra, pero no había sido suficiente. Los apenas doscientos supervivientes de la incursión podían considerarse afortunados, aunque las heridas que llevaban quizá no cicatrizaran nunca, especialmente las heridas del alma.

No todo eran malas noticias. Arardogat, el maligno dragón carmín que era el señor real de Urbadûn, había caído. Quizá no estuviera muerto. Quizá no pudiera morir, después de todo. Pero lo más probable era que, incluso si seguía con vida, estuviera tan malherido que no podría amenazar la integridad de los caminos durante mucho tiempo. Además, Lorenzo el Salvaje había conseguido una sufrida victoria contra los pielesverdes que infestaban la Colina de las Setas, lo que les concedía una cierta ventaja estratégica en un terreno tan traicionero como el Pantano de las Sombras.

Sin embargo, aquello no era suficiente. La matanza de Urbadûn impedía que las tropas imperiales tuvieran número suficiente como para ejercer ningún control real sobre la zona, y sus aliados no estaban en mejores circunstancias. El Clan Escudoinquebrantable había sido emboscado y diezmado por los skaven, y una pequeña fuerza de patrulla bretoniana había sufrido el horror de las muchas abominaciones caóticas de la región. En aquel entorno, los hombres rata y los pielesverdes se habían multiplicado, lo que también significaba un peligro para la integridad de quienes atravesaran el Camino Imperial. Aunque se hubiera neutralizado un mal, y tampoco eso era seguro, había sido a un coste tan alto que solo había servido para fortalecer a otros enemigos.

“Debemos hacer algo” dijo Ruggero Wallenstein, el primo de Dante y su segundo al mando. “Los avistamientos de hombres rata y pielesverdes son cada vez más frecuentes en el camino. Dentro de poco nadie podrá cruzarlo sin ser asaltado”

“Lo sé” afirmó Dante “pero no podemos mandar tropas. Entre los que hemos sobrevivido a Urbadûn y la guarnición que dejamos aquí apenas sumamos quinientos soldados. Si hacemos una nueva campaña, dejaríamos la fortaleza desprotegida”

Ruggero no dijo nada. Sabía que las palabras de su primo eran dolorosamente ciertas.

“No tenemos hombres” continuó el castellano de la Fortaleza de la Luz Perpetua “pero tenemos dinero. Siempre habrá dinero”

Aquello tampoco era del todo cierto. Los Wallenstein eran muy ricos, pero la guerra contra Vlad Von Carstein había entrado en su décimo cuarto año, y sus arcas estaban cada vez más agotadas de sostener una guerra aparentemente interminable. Pero, por suerte, sus dominios en Averland habían conseguido esquivar hasta entonces las temibles atenciones de los no muertos, y en cualquier caso el Camino Imperial era un objetivo prioritario para los Wallenstein. Era verdad que siempre habría fondos para sostenerlo.

Ruggero entendió lo que quería decir, y dijo:

“Partiré cuando quieras a Kesuroan de las Mil Lanzas. Tengo entendido que Zrukgauk el Asolador está allí con su compañía”

“¿Ogros?”

Ruggero asintió con la cabeza y añadió:

“Y particularmente brutales, incluso para ser ogros. Además, Zrukgauk me debe un favor”

Dante sonrió levemente. Parecía que todo el mundo le debía un favor a su primo, lo cual era una habilidad nada desdeñable. Obviamente, no preguntó a qué se debía tal favor. Había cosas que prefería no saber.

“Ofrécele lo que quiera. Una corona imperial de oro por cada diez cabezas de skaven o pielverde que nos traiga, o una oveja. Lo que necesite si consigue exterminar a las alimañas que merodean por el camino”

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Las Regiones Devastadas estaban siendo un gran negocio para el Clan Rikkens. Hacía pocos años que el Oikii, el Señor del Clan, Gwadwel, había puesto en marcha una iniciativa para lograr aumentar aún más las arcas del linaje, pues la ambición de estos skaven de origen oriental no parecía tener final. Así, algunos pequeños grupos de barcos de la formidable armada Rikkens habían partido en distintas direcciones, buscando nuevas tierras desde las que expandir su influencia, lejos de Plagaskaven y de los territorios cercanos bajo el control del Consejo de los Trece, del que el Clan Rikkens trataba siempre de pasar lo más desapercibido posible salvo en los días en los que, con profundo resentimiento, se veían obligados a pagar los tributos que los señores de la raza skaven exigían.

Así el oscuro linaje de hombres rata había llegado a Pico Esmeralda, una de las islas del archipiélago que había en el mar al sur de las Regiones Devastadas. Tras siglos vendiendo sus servicios a los mejores postores, los Rikkens habían aprendido a identificar el potencial económico de ciertas situaciones, y aquella provincia en los Reinos Fronterizos tenía todos los ingredientes para que facciones como la suya se lucraran generosamente. Siempre convulsa, siempre en guerra, nunca faltaban patrones a los que les hicieran falta espadas de alquiler con los que poder resolver sus conflictos.

Una de esas facciones era el Gran Waaagh de las Tres Tribus, una poderosa fuerza de pielesverdes que se había adueñado de la parte más al sureste de la provincia. En guerra constante con los humanos y enanos que poblaban la zona, no dudaban en buscar la ayuda necesaria para llevar a cabo sus diabólicos planes, y el Clan Rikkens estaba más que dispuesto a ayudarles a lograrlos a cambio de los pagos en esclavos que recibían.

Al menos por el momento.

Tras varios meses de enfrentamientos, los hombres rata habían demostrado valer lo que cobraban. En una campaña de terror perfectamente coordinada, habían cubierto de oscuridad la zona dejando un río considerable de enemigos muertos tras ellos. Y habían sacado buen provecho de ello. El Señor Gwadwel parecía complacido con los informes y los recursos que recibía desde Pico Esmeralda, y eso aumentaba más su consideración hacia los líderes del Clan a su mando. El rikoukii Kan’o’Tichek, el almirante de la flota destinada en Pico Esmeralda, era uno de ellos. No había nada que el peligroso guerrero skaven disfrutara más que verter sangre, y las Regiones Devastadas le resultaban un lugar ideal en el que pasar una buena temporada. Tras degollar enemigos en gran número se sentía complacido con las victorias obtenidas.

Sin embargo, ocupar el terreno no era parte de la idiosincrasia del Clan Rikkens. Preferían realizar sus operaciones y luego desaparecer de nuevo entre las sombras hasta que llegara la siguiente ocasión de actuar. Por ello, tras la retirada de las fuerzas de hombres y enanos que habían intentado oponerse a la maligna alianza que crecía en aquella zona de las Regiones Devastadas, los skaven habían comenzado a replegarse de vuelta a su isla, ya que el trabajo por el que les pagaban parecía estar dando a su fin, y era momento de buscar otros negocios más lucrativos…

El señor de la guerra pensaba en aquel asunto cuando uno de sus guerreros de la Guardia Esmeralda entró en su galería personal, en cuyo acceso vigilaban permanentemente cinco de ellos.

Kan’o’Tichek giró el rostro y se quedó observándole fijamente con sus ojos de un negro brillante que parecía oscurecer todo lo que miraba, esperando que hablara.

"Poderoso rikoukii" - saludó el guardia, inclinándose en señal de sumisión - "han hecho llegar un mensaje. Viene desde el campamento de las cosas-verdes. Un enorme contingente ogro avanza hacia la zona. Vienen desde los dominios de los imperiales, sí sí. El caudillo orco al mando de este frente solicita de nuevo los servicios del Clan".

"Ogros con las cosas-humanas… ¿um?" - Respondió el general mientras un relámpago de furia homicida cruzaba los negros orbes de sus ojos. - "Parece que el trabajo aquí no ha terminado aún, después de todo…"

Se puso en pie, encaminándose hacia la entrada de la gruta. Al pasar por su lado, el guardia se inclinó de nuevo y caminó también junto a su amo. Este se dirigió a paso firme hacia las grutas principales donde esperaban las fuerzas del Clan que aún no se habían retirado a Pico Esmeralda. Las placas de su brillante armadura esmeralda chascaban el metal a cada fuerte paso, llenando de ecos el túnel por el que se movían.

"Ogros…" - Siseó de nuevo Kan’o’Tichek echando espuma por la boca. Todo en él irradiaba una violencia apenas contenida. - "Cobraremos bien por ellos. Son grandes. Difíciles de matar, sí sí. Aunque dan mucha carne con la que alimentarse…"

2 comentarios:

  1. Buah!
    Como promete esta batalla.
    Deseando estoy ver el informe.
    Me alegra saber que el verano ha rendido para jugar y para estar con los amigos.
    A la espera estoy.
    Un saludo

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    1. ¡Muchas gracias! Creo que va a estar bien. Desde luego en la partida nos lo pasamos de lujo. Como dices, eso es de las mejores cosas del verano, los reencuentros... y el frikismo de por medio, cuando se tercia :)

      ¡Un abrazo!

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