Saludos a todos, damas y caballeros.
Mientras seguimos a tope con la campaña del Dracula´s America, algo que me satisface mucho porque es un juegazo y los compañeros de campaña son saecios maravillosos, me lío la manta a la cabeza y saco un relato sobre las terribles aventuras de mi terrateniente sureño y nigromante Obadiah Irving, que es para lo que están las campañas. Para sacar Trasfondo.
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Imagen de Daniel Govar |
Concretamente, este relato va a estar centrado en la figura de El Condenado, un pistolero espectral que he contratado como pistola a sueldo para mi banda. La razón para la inclusión de este elemento es doble: por un lado, que no tengo más soldados confederados en Almería, por lo que no puedo contratar más individuos y por ello debo recurrir a mercenarios; la segunda y más importante, es que quiero ir a tope por el maravilloso sendero del Weird West. Siempre me ha gustado el terror clásico y también el Salvaje Oeste, y siguiendo lo que yo llamo la Doctrina Joey, si te gustan dos cosas por separado, la mezcla también te tiene que gustar. Y a mí el Weird West me encanta.
Os dejo pues con el relato. Espero que os guste, aunque os advierto de que es un tanto siniestro.
La niña, de apenas siete años, no podía parar de temblar. Su vestido blanco no servía para cubrirla del frío de las noches del desierto, pero no era eso lo que provocaba su temblor, sino el haber sido raptada, arrancada de manos de sus padres por los terribles hombres que un par de días antes habían saqueado su pequeño pueblo. Si hubiera sido mayor, se habría dado cuenta de la curiosa expresión con la que esos hombres la miraban. En la mayoría de los casos, su miraba no traslucía maldad, ni siquiera indiferencia, sino algo parecido a la vergüenza o el remordimiento. La niña no sabía por qué la habían raptado, pero aquellos rudos hombres con uniformes grises desgastados sí lo sabían... y de ahí la sombra de desesperación que cruzaba sus ojos, diferente del temor informe de la pobre chiquilla, pero igual de intensa.
Otra persona se acercó a la pequeña, un hombre vestido elegantemente con un traje blanco. Era el más anciano de ellos, y sus largos cabellos níveos caían sobre sus hombros hasta fundirse con sus ropajes. Parecía un abuelo, y eso, junto con su expresión amable, pareció calmar un poco el temblor de la niña. Aquel hombre le daba una cierta apariencia de seguridad, de familiaridad, en contraste con los derrotados militares que la habían secuestrado. Quizá él dijera que todo había sido un error y que iban a devolverla a su hogar. Si hubiera tenido más edad, habría podido ver en su mirada que su alma no era sino un pozo de locura.
El anciano se arrodilló junto a ella y le preguntó:
"¿Estás bien?"
A la chiquilla le costó responder:
"Tengo frío"
El anciano asintió de forma benevolente y contestó:
"Pronto dejarás de tenerlo"
Después, acarició los cabellos de la niña y le dijo:
"Yo tenía una hija como tú"
Un grito de dolor y miedo rompió la quietud de la noche, y todo el que lo escuchó sintió su corazón acongojarse, pues supieron que jamás olvidarían el sonido que produce la inocencia al morir.
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La sombra apareció en el horizonte al amanecer, y Obadiah Irving supo que se trataba de él. Quizá alguien con una visión mundana no habría podido percibir la diferencia entre la silueta de un ser humano y de la entidad que se acercaba, aunque le habría sorprendido la forma en que los rayos del sol parecían rehuir el contacto con aquella sombra. Pero Obadiah Irving había aprendido a mirar el mundo con otros ojos, ojos que podían diferenciar lo mundano y lo sobrenatural. Una parte de él, una parte cada vez mayor, vivía ya en ese segundo plano. Era el único en el que todo lo que había amado y perdido todavía tenía sentido.
Cuando la sombra llegó a su posición, Obadiah Irving pudo ver su disfraz, y lo que había tras él. El ente infernal vestía como un pistolero más, pero cubría su rostro tras un largo y elaborado pañuelo y un sombrero de ala ancha. Aquellos velos no podían interrumpir la visión del nigromante, quien encontró un rostro cadavérico, consumido por un odio que no se extinguiría jamás. El rostro de alguien que debería haber muerto, pero que no moriría nunca, pues la paz que proporciona la muerte le estaba vedada para siempre.
"¿Eres tú el que me ha convocado?" dijo la sombra, cuya voz sonaba como el susurro del viento entre los cañones del desierto, como la estridulación de los grillos en la noche.
"Yo soy" respondió Obadiah Irving.
"¿Por qué crees que puedes solicitar mi presencia? ¿Acaso no temes a los malditos?"
"He realizado los antiguos rituales. He pagado el sacrificio, he derramado la sangre de los inocentes. Ahora me perteneces"
El nigromante notó la oleada de furia que salió de aquel ser casi como si fuera algo físico, pero el pistolero espectral no tuvo más remedio que contenerse, pues aquellas palabras eran ciertas, y estaba ligado a la voluntad del brujo.
"¿Cuál es tu nombre?" preguntó éste.
"El nombre que tuviera cuando caminaba entre los vivos se ha perdido en el olvido, y jamás ha de volver. Ahora, quienes me conocen lo hacen simplemente como El Condenado"
"¿Cuál fue el crimen que te costó semejante condena?"
"Yo era un ladrón y un asesino. Actuaba a ambos lados del Río Grande, y no me detenía ante nada, humano ni divino. Un día, decidí saquear un convento, pero aquello no fue suficiente: una de las monjas era joven y hermosa, y quedé prendado de ella. La forcé y la maté. Dios me castigó por mi sacrilegio, y sé que las puertas del descanso eterno no se abrirán para mí"
Obadiah asintió. Aquellas palabras no le causaron la más mínima repulsa. Ya antes de convertirse en un nigromante había odiado a los católicos, y su nueva vida solo había conseguido reforzar tal odio.
"Yo rezaba a Dios" dijo. "Mi hacienda prosperaba, tenía una buena familia, amplias plantaciones, muchos esclavos. Los ministros me decían que estaba bendecido por el Señor. Pero los yankis me lo arrebataron todo. Quemaron mi hacienda, violaron y mataron a mi familia, saquearon mis plantaciones, liberaron a mis esclavos"
Hizo una pequeña pausa mientras aquellas escenas revivían en su mente, y continuó:
"Rechazo el descanso eterno. Rechazo la paz del Cielo. En ti y en mí solo queda el odio... y tú me ayudarás a vengarme"
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La noche había caído de nuevo, pero el sargento Phillips no podía conciliar el sueño. Las macabras imágenes que había contemplado noches atrás se adherían a su mente con la fuerza de una lapa, y el terrible grito de la niña sonaba una y otra vez en su cabeza. Ya que no era capaz de dormir, decidió al menos ser útil, se despertó y fue adonde el joven Bill montaba guardia.
"Soldado Jennings"
El muchacho, que no había escuchado a su sargento, se puso inmediatamente en pie y le hizo un saludo militar. Jack Phillips lo correspondió. Hacía mucho tiempo que había perdido su significado, pero algunos en el Sur se aferraban a la disciplina militar como forma de sobrellevar el horror y la locura, y no iba a ser él quien les llevara la contraria.
"A sus órdenes, sargento"
"Ve a dormir, soldado. Yo terminaré la guardia"
Bill Jennings sabía que todavía no había llegado la hora del relevo, pero era una orden directa de su superior, por lo que respondió, confuso:
"¿Está seguro, sargento?"
Éste intentó sonreír, y dijo:
"Haz lo que te digo, hijo. Descansa"
El soldado saludó una vez más y fue a dormir. Jack Phillips se sentó y encendió una pipa. Sabía que no era la mejor de las ideas, pues el resplandor de la cazoleta podía revelar su posición, pero le daba igual. Necesitaba aferrarse a cualquier lenitivo que tuviera a mano para calmar el dolor, y el tabaco era mejor que el alcohol. Al menos mantendría el control de su mente, en la medida de lo posible.
Empezó a pensar. Él también era un hombre lleno de furia, porque también lo había perdido todo. Sus hermanos habían muerto en la guerra, su hogar había sido convertido en cenizas, su país había desaparecido. Continuar la lucha bajo las órdenes de Irving y los demás era lo único que le quedaba, y se había obligado a convencerse de la necesidad de todas las cosas macabras que había visto en sus duros años de combate, incluso de la brujería negra, los cadáveres reanimados y demás.
Pero lo que había hecho Obadiah con aquella niña...
La parte de su alma que todavía quería creer en la bondad le decía que aquello era ir demasiado lejos, y que ninguna causa merecía un sacrificio tan abominable. Esa parte le decía que él no quería ser cómplice de eso, que debía alejarse todo lo que pudiera. Pero no sabía qué hacer al respecto. ¿Podía llegar a matar a Obadiah? ¿De qué serviría eso? ¿Quién estaría a su lado? Sabía que Jennings también estaba aterrorizado, aunque era poco probable que llegara a hacer nada. Johnson era un hombre cuya alma era tan negra como la del nigromante, y se diría que incluso disfrutaba de semejante maldad. Los hermanos Moore eran un misterio: jamás hablaban si no era estrictamente necesario, y a veces ni siquiera. Era imposible saber lo que pasaba por su cabeza...
Aunque lo más difícil para el sargento Phillips era saber qué pasaba por su propia cabeza. ¿Cuán lejos había avanzado en el lago de la sangre? ¿Acaso todavía estaba en condiciones de dar marcha atrás y pretender que no había sido partícipe de esos actos oscuros, que no los había consentido? ¿Llegaría Dios a perdonarle alguna vez? La cazoleta de la pipa empezó a estar ardiente, pero él no lo notó. La aferró con más fuerza.
Después, sacó su revólver y descargó las balas. Se guardó una en el bolsillo de la chaqueta, junto al corazón. Algún día, cuando tuviera suficiente valor, dispararía esa bala contra el corazón de Irving... o contra sí mismo.
Buenísimo el relato, como siempre. Si puedo, evitaré que Phillips tenga que matar a Irving, matándolo yo mismo.
ResponderEliminar¡Muchas gracias! Espero que lo consigáis. Irving es un tipo que ha sufrido mucho... pero merece sufrir mucho más!!
EliminarMuy bueno
ResponderEliminar¡Muchas gracias!
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