Krithelia miró a su alrededor mientras los últimos restos del ejército de no muertos se desvanecían. La bella y poderosa nigromante, responsable de que se hubieran alzado de sus tumbas, había huido de ella y sus guerreros, dejando a los seguidores de Shornaal como indiscutibles vencedores ese día. Sin embargo, y pese a haber demostrado con creces su valía frente a su dios, la paladina del Caos no estaba tan contenta como cabría esperar. Había estado a punto de capturar a su oponente, lo que seguramente habría resultado ser el botín más valioso de toda su vida. Pero la joven nigromante contaba con unas poderosísimas salvaguardas arcanas, que habían sido más efectivas que la tosca magia que impregnaba el arma de Krithelia, y había conseguido escapársele en el último momento. Aunque no por mucho tiempo. Sus tropas apenas habían sufrido daños de gravedad, por lo que podrían emprender la persecución en breve.
A su derecha vio a Turbenor
cargar salvajemente con su carro contra un grupo de enemigos de piel oscura y
espaldas encorvadas. El guerrero arrolló a varios de ellos, pero los que
consiguieron esquivarle se agarraron con agilidad al lomo de las bestias que
tiraban del carro, sujetándose con sus zarpas y bocas pese al movimiento rápido
de los corceles, mientras los mordían rabiosamente. Irascible y Sempiterno, que
eran dos de los caballos favoritos de Turbenor, emitieron unos sonidos más
parecidos a aullidos que a relinchos cuando los necrófagos empezaron a darles
sucias dentelladas a sus gargantas. En el caso de Sempiterno, consiguieron
alcanzar la aorta, lo que provocó que la bestia se derrumbara estrepitosamente,
arrastrando en su caída a Irascible, y con ellos, la estructura del carro. El
auriga salió disparado, estampándose contra unas rocas que había enfrente,
mientras que Turbenor tuvo aparentemente más suerte y sólo quedó tendido en el
suelo a poca distancia, pero seguramente con varios huesos rotos. Los
necrófagos supervivientes comenzaron a acercarse a él pero, tras observar que
eran casi los únicos supervivientes de sus ejército y que en breve serían
rodeados por enemigos, emprendieron una huida rápida hacia las colinas
cercanas.
Krithelia se acercó a Turbenor,
quien respiraba con problemas pero aparentemente fuera de peligro.
“¡Bestias miserables!” – Dijo el guerrero intentando hablar alto, aunque las siguientes palabras tuvo que decirlas en voz más baja, debido al esfuerzo - “Los capturaré a todos. Los capturaré a tod…” – Un ataque prolongado de tos ronca le obligó a parar por un momento, y cuando reanudó el discurso lo hizo en un tono aún más bajo, de forma que Krithelia ya no sabía si le decía a ella o si solamente pensaba en voz alta. – “Los capturaré a todos y seré yo quien se coma sus gargantas”.
La estructura del carro se
encontraba a poca distancia, dada completamente la vuelta pero
sorprendentemente no demasiado dañada, al menos en apariencia. Habiendo visto
lo violento del impacto eso decía mucho de su manufactura. Lo que no parecía
tener mucha solución eran las bestias de tiro o el auriga. Sempiterno agonizaba
en torno a un charco de sangre enorme, sufriendo pequeños estertores periódicos
en las patas traseras. Irascible se encontraba a su lado, inmovilizado por el
eje del carro, con varias heridas y con sus patas delanteras claramente rotas.
El auriga, a unos metros de ellos, permanecía inmóvil en el suelo, y las rocas
contra las que había salido disparado presentaban una gran mancha roja.
Era indudable que Turbenor
tendría que permanecer recuperándose en el campamento y no podría acompañarla
en la persecución del aquelarre, pero Asanda y sus guerreros sí podrían
hacerlo, acompañados por los demonios del Príncipe Negro que la chamán había
invocado.
No consiguió ver a ninguna
diablilla en los alrededores, pese a que hacía pocos minutos habían estado
combatiendo con agilidad contra un grupo de torpes esqueletos reanimados. Pero
más le preocupó no ver a la medio elfa. Un grupo de miembros de la tribu del
Halcón Gris se encontraba en las proximidades, y al acercarse a ellos,
Krithelia descubrió que estaban formando un círculo de protección en torno a
Asanda, que yacía en el suelo. Sintió un escalofrío al pensar que podía estar
muerta, aunque no conseguía distinguir sangre o heridas sobre su tersa piel.
Cuando llegó a ella descubrió con alivio que aún respiraba, y que parecía estar
despertándose tras haber quedado inconsciente. Al poco abrió los ojos, miró a
su alrededor, y tras adquirir conciencia de dónde estaba, se dirigió a ella.
Krithelia se sorprendió al ver que esbozaba una sonrisa antes de hablar.
“Las pagué con su misma moneda. Al menos a una de ellas. El precio fue alto, pero mereció la pena.”
“Me alegra oír eso, pero no ha sido suficiente. No hemos conseguido tomar como prisionera a ninguna de esas brujas. Si no las perseguimos ahora mismo, se esconderán en los bosques de las colinas y las perderemos. Hay que comenzar la búsqueda cuanto antes. Convoca a tus diablillas.”
“No son mías, simplemente acudieron a mi llamada porque les interesó hacerlo. Si queremos un pacto más duradero con ellas debemos ofrecer algo sustancioso a cambio, ya lo sabes. Ahora no noto su presencia cerca, por lo que probablemente hayan vuelto al palacio del Príncipe Negro a deleitarse con otros placeres más de su gusto. Combatir cadáveres no es un gran estímulo, que digamos.”
“Entonces llama a tus jinetes. Ellos sí acatan tu voluntad”.
“Efectivamente lo hacen, pero solo cuando están cerca para oírme. La última vez que les vi intentaban alejar a un grupo de necrófagos de la batalla. Seguramente se hayan dispersado, por lo que pasarán horas hasta que vuelvan. Eso si no encuentran antes alguna granja cercana que saquear”.
“¿De modo que vamos a permitir que tres brujas indefensas y un puñado de devoradores de cadáveres se nos escapen tan fácilmente?”
“Ahora mismo no podemos hacer otra cosa. Con la caballería ausente y los demonios en otro plano, estamos muy limitados. Nuestros hombres necesitan descansar tras haber combatido. De todas formas, ese aquelarre necesitará tiempo antes de poder volver a convocar un ejército de ese tamaño.”
“Muy bien.” – claudicó Krithelia – “Cancelamos la persecución. Volvemos al campamento. Descansaremos y nos recompondremos antes de ascender esos montes.” – y luego continuó, hablando para sí misma pero de forma que todos la oyeran – “Esa nigromante ha conseguido escapárseme por muy poco. Pero por Shornaal que la capturaré en otra ocasión.”
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