Muy buenas a todos.
Hoy os traigo un relato breve que escribí durante la Primera Era que jugamos de Mordheim. En esta ocasión hace referencia a una partida que jugamos en la que asaltábamos la Roca (o bueno, quizá sólo alguna de sus áreas exteriores, porque asaltar todo el monasterio requeriría mucha mejor preparación). Los atacantes éramos la banda de gladiadores de Trifón, la banda de norses de Gunnar, otra de pueblerinos de Mordheim (usando bandidos de Hochland) una banda de goblins nocturnos de un amigo y una de skavens. Defendiendo estaban la banda de estalianos del Caballero de Rivas, una de árabes (¡con un genio!) y una banda de enanos. Sí, suena abusivo, y lo fue. Pero también hay que decir que las bandas defensoras desplegaban en el interior de una fortaleza. Los atacantes teníamos que escalar las murallas (y creo recordar que los únicos que tenía cuerdas y garfios eran los héroes de la banda de norses, que por otra parte no les sirvieron para nada porque fallaron la repetición que les otorgaba) o romper el portón. Al final lo más fácil fue lo segundo, y cuando nuestros bichos gordos llegaron allí (dos ogros, un engendro, una rata ogro y un troll, total nada), prácticamente concluyó la partida, más si se le suma que algunos héroes como Trifón o Gunnar habían conseguido para entonces infiltrarse en el patio de armas.
Finalmente los defensores se vieron obligados a retirarse si no querían ser exterminados, ya que una vez dentro de la fortaleza nuestra superioridad numérica era abrumadora. Y aunque creo que aunque inicialmente todos consideramos que los altos muros defendidos por tropas de disparo iban a equilibrar la cosa para los defensores, a la larga se vio claramente que no.
Por último no he explicado el por qué de este escenario, y la respuesta es muy sencilla: Malvador tiene un gusto obsesivo por los tomos de magia, y en este escenario uno de los posibles botines era precisamente un tomo de magia que custodiaban las hermanas, así que nos "engañó" a todos sobre la importancia vital de asaltar una fortaleza, solo para que él ganara un libro. xD
Os dejo con el relato que escribí en su momento (hace ya cinco años, total nada). Espero que os guste.
Los dos virotes de ballesta impactaron en el cuerpo de Trifón. El primero en el hombro izquierdo, parándole en seco; el segundo en el pecho, a la altura de las costillas, haciéndole caer en el sitio. Desde el suelo intentó alzar el escudo, pero el brazo izquierdo estaba inutilizado, así que soltó la espada de ithilmar, aún caliente tras haber obligado a un ifrit a desvanecerse en forma de humareda negra, y se lo cambió al brazo derecho, con el fin de protegerse de nuevos proyectiles. Mientras se arrastraba hacia la seguridad de las rocas vio cómo Enomao cargaba contra el Caballero de Rivas, pero sólo para ser interceptado por uno de sus lacayos, impidiendo al gladiador dar buena cuenta del líder estaliano.
Hoy os traigo un relato breve que escribí durante la Primera Era que jugamos de Mordheim. En esta ocasión hace referencia a una partida que jugamos en la que asaltábamos la Roca (o bueno, quizá sólo alguna de sus áreas exteriores, porque asaltar todo el monasterio requeriría mucha mejor preparación). Los atacantes éramos la banda de gladiadores de Trifón, la banda de norses de Gunnar, otra de pueblerinos de Mordheim (usando bandidos de Hochland) una banda de goblins nocturnos de un amigo y una de skavens. Defendiendo estaban la banda de estalianos del Caballero de Rivas, una de árabes (¡con un genio!) y una banda de enanos. Sí, suena abusivo, y lo fue. Pero también hay que decir que las bandas defensoras desplegaban en el interior de una fortaleza. Los atacantes teníamos que escalar las murallas (y creo recordar que los únicos que tenía cuerdas y garfios eran los héroes de la banda de norses, que por otra parte no les sirvieron para nada porque fallaron la repetición que les otorgaba) o romper el portón. Al final lo más fácil fue lo segundo, y cuando nuestros bichos gordos llegaron allí (dos ogros, un engendro, una rata ogro y un troll, total nada), prácticamente concluyó la partida, más si se le suma que algunos héroes como Trifón o Gunnar habían conseguido para entonces infiltrarse en el patio de armas.
Finalmente los defensores se vieron obligados a retirarse si no querían ser exterminados, ya que una vez dentro de la fortaleza nuestra superioridad numérica era abrumadora. Y aunque creo que aunque inicialmente todos consideramos que los altos muros defendidos por tropas de disparo iban a equilibrar la cosa para los defensores, a la larga se vio claramente que no.
Por último no he explicado el por qué de este escenario, y la respuesta es muy sencilla: Malvador tiene un gusto obsesivo por los tomos de magia, y en este escenario uno de los posibles botines era precisamente un tomo de magia que custodiaban las hermanas, así que nos "engañó" a todos sobre la importancia vital de asaltar una fortaleza, solo para que él ganara un libro. xD
Os dejo con el relato que escribí en su momento (hace ya cinco años, total nada). Espero que os guste.
Los dos virotes de ballesta impactaron en el cuerpo de Trifón. El primero en el hombro izquierdo, parándole en seco; el segundo en el pecho, a la altura de las costillas, haciéndole caer en el sitio. Desde el suelo intentó alzar el escudo, pero el brazo izquierdo estaba inutilizado, así que soltó la espada de ithilmar, aún caliente tras haber obligado a un ifrit a desvanecerse en forma de humareda negra, y se lo cambió al brazo derecho, con el fin de protegerse de nuevos proyectiles. Mientras se arrastraba hacia la seguridad de las rocas vio cómo Enomao cargaba contra el Caballero de Rivas, pero sólo para ser interceptado por uno de sus lacayos, impidiendo al gladiador dar buena cuenta del líder estaliano.
Algún centinela había dado la
alarma, sólo eso explicaría por qué de repente el patio de armas y las almenas
se habían llenado de árabes, estalianos y enanos. Sin embargo él estaba convencido
de que ni él, ni Enomao ni Von Kirche, el líder de la turba de habitantes
locales que estaban colaborando con ellos, habían sido detectados mientras
trepaban por la roca viva. Incluso el tullido E’dolch, otro de los cabecillas
locales, había conseguido alcanzarles pese a su cojera. Tenía que haber sido a
alguna de las otras bandas que asaltaban la Roca, muy probablemente a los
Pellejoz de Gutznik. La tribu de la Serpiente Negra, a diferencia de otras
tribus de bárbaros, tenía la inteligencia suficiente como para saber cuándo era
mejor cargar de frente y cuándo era mejor infiltrarse. Y dudaba mucho que los
sigilosos skavens hubieran sido detectados. No, por descarte tenían que haber
sido los goblins los causantes de este desastre. Ya ajustaría cuentas con ellos
cuando todo acabara.
Enomao seguía trabado con el
estaliano. Sin duda debía tratarse de un veterano de muchas batallas, pues se
podía ver que su cuerpo estaba lleno de cicatrices. Un golpe consiguió vencer
la guardia del gladiador, pero fue absorbido por su armadura. En ese momento el
caballero de Rivas llegó en rescate de su compatriota y, aunque el disparo que
dirigió contra Enomao se perdió en las nubes, entre los dos consiguieron
derribarle. Una puñalada del veterano consiguió finalmente encontrar hueco
entre las juntas de malla de la armadura, y el luchador del Pozo quedó
inconsciente mientras sangraba abundantemente. Trifón miró a su alrededor
contemplando el fracaso de la infiltración. Todos los enemigos de las almenas
disparaban contra aliados a los que él no podía ver, pero que intuía que
estaban encaminándose rápidamente hacia la Roca con la intención de escalar sus
muros o echar abajo sus puertas. Von Kirche gemía a poca distancia, con su
cuerpo gravemente quemado a causa del ifrit y su camisa de seda prácticamente
carbonizada pero con el fuego extinto. Esperaba que sus muchachos consiguieran
entrar rápido y acabar con los defensores, sobre todo para tratar la herida de
Enomao, que parecía de gravedad. No podía permitirse ya perder a más de sus
compañeros. La ejecución de Crixo y la posterior muerte de Grumdrag habían
hecho mella en el gladiador. Había instruido a Enomao en el liderazgo, y le
consideraba ya un buen sucesor, capaz de dirigir a su banda en caso de que a él
le sucediera algo, y perderle sería un golpe muy duro.
Unas sombras a la izquierda de
las almenas llamaron su atención. Con dificultad consiguió distinguir a un par
de hombres rata que habían conseguido trepar y ahora estaban cargando contra
los enanos. Pese a los ropajes que le ocultaban consiguió distinguir al líder
skaven, que con sus espadas envenenadas empezaba a hacer brecha en las almenas.
Al poco, Gunnar Ojo de Serpiente y dos de sus hombres llegaron también a lo
alto de las murallas. En ese instante, el portón de hierro empezó a retumbar
fuertemente, como si un ariete estuviera golpeándolo. Esto provocó que los
defensores vacilaran durante un instante, situación que aprovecharon los
skavens para aumentar la presión sobre los enanos y los norses para bajar al
patio. Sin embargo, la sección de muralla donde engancharon sus cuerdas estaba
muy deteriorada, y los ganchos acabaron soltándose, lo que provocó que los tres
nórdicos cayeran al suelo. Dos estalianos cargaron rápidamente contra ellos
aprovechando que sus enemigos estaban indefensos cuando de repente el portón
finalmente cedió y se abrió de par en par. Lo que en ese momento entró por la
puerta fue una imagen digna de la peor de las pesadillas. El pequeño Moog, el
Gran Ogro Rojo, un troll y un engendro del Caos irrumpieron en el patio de
armas, forcejeando por entrar todos a la vez por el hueco de la puerta. A poca
distancia les seguían Gannicus y Dragnir liderando al resto de sus muchachos,
varios pueblerinos y otros tanto goblins capitaneados por su caudillo. Esta
irrupción supuso el fin del enfrentamiento. Los estalianos se retiraron a las
salas interiores de la Roca siguiendo a los árabes que habían huido poco antes,
para abandonar la fortaleza por una salida secundaria. Los pocos enanos que no
habían muerto hicieron lo mismo, dejando desprotegido al convento y a las
hermanas que quedaban en él.
Mientras los vencedores empezaban a saquear el convento, Trifón dirigió una mirada hacia las galerías excavadas en la roca. Por un instante pudo ver al caballero de Rivas dirigiendo la retirada de sus hombres, que se estaban llevando a rastras a sus muertos y heridos. Pronto, pronto llegaría el momento de vérselas con él.
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