Buenos días a todos.
Hoy os presento un relato de la Primera Era que debería haber subido hace tiempo, ya que narra un acontecimiento clave en la historia de Trifón: su conversión al Caos.
Ésta sucedió después de haber estado combatiendo codo con codo con la banda de norses de Malvador durante varias partidas, quienes eran grandes devotos de Shornaal (o Slaanesh). A efectos de reglas (y trasfondo) durante la campaña asumimos que esta relación cada vez más estrecha podría inclinar al antiguo gladiador hacia los poderes ruinosos, así que creé una tabla de "puntos de devoción" (o algún nombre parecido) que reflejara esa tendencia, de manera que al superar un determinado umbral, Trifón se habría consagrado definitivamente al Caos.
Lo curioso es que esto acabó sucediendo tras una partida en la que se dieron dos circunstancias especiales. La primera era que en dicha partida los norses de Malvador pretendía invocar a un ancestro de la tribu que había logrado alcanzar la demonicidad y que éste le otorgara su bendición a Gunnar, el jefe de la banda. Mis gladiadores realmente no sabían muy bien qué estaba sucediendo ni qué pretendían los norses, pero accedieron a ayudarlos a proteger el ritual mientras que las bandas enemigas (entre ellas los estalianos de Soter) trataban de impedirlo. Ese objetivo lo cumplimos, lo que familiarizó a Trifón y sus muchachos con el Caos y las recompensas que podía otorgar.
La segunda circunstancia especial que se dio fue que en esa partida el Caballero de Rivas, el jefe de la banda estaliana de Soter, mató a Trifón. O mejor, dicho, lo "mató". Ambos se trabaron en combate y el Caballero venció al gladiador, quien además obtuvo un resultado de "muerto" en la tabla de heridas posterior a la batalla. Sin embargo, una regla de la casa con la que jugamos los miembros del Troglablog es que todos los jefes de banda pueden repetir la tirada la primera vez que obtengan dicho resultado en cada campaña (a fin de poder desarrollar un poco más sus narrativas). Y Trifón se salvó precisamente gracias a esa repetición.
Como he dicho, fue tras esa partida que Trifón acabó empezando a adorar a los poderes ruinosos (más concretamente a Slaanesh debido a la influencia de Gunnar y su gente) ya que así lo determinó la tabla que había creado para ello. Por ello decidí unir los dos hechos que acabo de mencionar (invocación de un demonio por parte de sus aliados, y su "muerte" en combate y posterior "resurrección") con ese cambio de ideología. Y por si fuera poco, en la tabla de exploración de después de la partida mi banda obtuvo el resultado de "niños perdidos" (de la tabla de Imperio en Llamas, que decidimos usar para ese escenario en vez de la de Mordheim ya que el ritual había ocurrido fuera de la ciudad). Ese resultado permite escoltar a los niños a casa y recibir una recompensa de los padres, o, en el caso de que la banda sea malvada, sacrificarlos y que el líder gane experiencia. Bueno, pues considerando que Trifón ya tenía una inclinación caótica, o que al menos la estaba desarrollando, solo puedo decir que esos niños no tuvieron mucha suerte de encontrarse con él...
Os dejo con el relato que escribí para reflejar ese momento, y cómo Trifón es tentado por Slaanesh para adorarle. He de decir que he retocado alguna cosilla de cuando lo escribí originalmente, ya que también lo hice con un tono más jocoso (que era habitual en aquella Era), pero visto el desarrollo posterior que ha tenido Trifón (tanto en Mordheim como en Fantasy), consideraba que un poco más de seriedad no le vendría mal. Espero que os guste.
Nubes vaporosas rodeaban a Trifón. Allá donde dirigiera la vista no conseguía ver nada a más de tres metros, tal era la densidad de la neblina que le envolvía. Una luz cobriza envolvía todo, sin poder adivinarse su fuente. Y una constante sensación de pesadez y fatiga acompañaba al gladiador, al que le parecía que con el aire que respiraba no le era suficiente, como si el ambiente estuviera demasiado cargado y lleno de vapores.
Estaba desarmado y sin la más remota idea de dónde se encontraba,
aunque llevaba puesta una armadura que jamás había visto, negra como las
profundidades abisales pero con runas grabadas en ella que reflejaban una luz
dorada. Aunque no pudo identificarlas, Trifón sabía que no eran enanas, o al
menos no se parecían en nada a las runas enanas que había visto antes. Sin
embargo, y pese a no tener la espada élfica que encontró en Kriegsburg ni la
daga que siempre ocultaba en la bota, el luchador del pozo no se sintió
indefenso, pues más de una vez había derrotado en combate a oponentes sólo con
las manos desnudas. No le preocupaban por tanto las amenazas que pudieran
llegarle, sino dónde se encontraba.
No recordaba cómo había llegado ahí. Su último recuerdo era una
explosión a poca distancia de su cara, producida cuando peleaba contra el
caballero de Rivas. Y la siguiente imagen que recordaba era caminando a través
de esa neblina, con la sensación de llevar ya un rato haciéndolo, como cuando
alguien se despierta de un sueño y no puede precisar en qué momento justo se
despertó.
- Vamos Trifón, de situaciones peores has salido y hoy no va a ser
una excepción.
- A ver, piensa cómo llegaste aquí.
Dio unas cuantas vueltas alrededor, sin alejarse demasiado de
donde estaba, pero no había nada salvo vapores cargados. Miró abajo y vio que
estaba caminando sobre lo que parecían losas de mármol, aunque le resultó
complicado distinguirlas, tal era la densidad de la neblina que se acumulaba en
el suelo.
- Seguro que Enomao y los demás ya están buscándote, ayudados por
Zebulón y los brujos norses. Es cuestión de esperar a que lleguen.
Gritó un par de veces, no tanto para orientar a sus buscadores
sino para intentar intuir por el sonido dónde estaba. No hubo ningún eco, pero
por otra parte Trifón no tenía la sensación de estar en un recinto abierto.
Para hacer la espera más amena cantó todas las canciones que
recordaba. No eran muchas ni muy refinadas, las que se cantan en una escuela de
gladiadores las noches antes de un combate importante, recordando la
omnipresencia de la muerte, y alguna que había aprendido estando con los
norses.
En ese momento comprendió que siempre había tenido miedo de la
soledad. Aunque no tenía problemas en pasar momentos solo, la sensación de no
tener a nadie con quien hablar o al que escuchar, o al menos una compañía
silenciosa, le resultaba muy incómoda e incluso angustiosa. Siempre había
tenido necesidad de aceptación, de reconocimiento. Esa era de hecho una de los motivos
por los que “disfrutaba” cuando era gladiador, porque el público coreaba su
nombre y deseaba verle en acción.
En cualquier caso, quedándose quieto no iba a mejorar lo más
mínimo su situación, así que se dispuso a avanzar en una dirección cualquiera.
Entonces comprendió otra cosa: eso era lo que había estado haciendo toda su
vida, caminar sin un objetivo claro o un rumbo definido. Aunque siempre había
tenido objetivos a corto plazo (sobrevivir al siguiente combate, escapar del
pozo, dirigir a sus hombres hacia la libertad…), nunca había tenido una meta
más trascendental por la que luchar. Incluso vengarse de su antiguo lanista,
Ménsulo Batracio, o del caballero de Rivas, que siempre parecía perseguirle sin
ningún motivo, parecían objetivos nimios e infantiles. No, matándolos no
conseguiría nada, porque otros vendrían después para sustituirlos. Era una
lucha en vano, destinada al fracaso. Por tanto, la única solución pasaba por
pelear igual que ellos. Por fin lo comprendía. Lo único que permanecía constante
era la lucha por estar lo más alto posible. Pisar o ser pisado. Le había
costado varios años llegar a esa conclusión, pero por fin lo veía claro.
En esas profundas reflexiones estaba cuando pudo
ver una cabeza que se definía entre las sombras, a muy poca distancia de él.
Curiosamente le recordaba a la del pequeño Moog, el ogro luchador del Pozo que
acompañaba a su banda. Pero qué hacía ahí era algo que no llegaba a comprender.
- Jeeefe, jeeefe, despieeeerta… Los estaliaaanos
se maaarchan. Los amigos norses han traído al alcenstro Sâmsil con ellos. Jeeefe,
despieeerta.
El pequeño Moog se encontraba a su lado,
ayudándole a recuperar la conciencia. El gladiador se incorporó y pudo ver a su
alrededor a varios de sus hombres curándose las heridas, pero ninguna parecía
de gravedad. Algo más lejos, toda la tribu de la Serpiente Negra se encontraba
en torno a las piedras rituales, en posición respetuosa alrededor de una figura
demoníaca que los miraba con condescendencia, de piel azulada que contrastaba
con los con ropajes blancos que vestía y con la enorme capa de pelo que llevaba.
Sin duda sería el mítico Sâmsil Löndungr, el ancestro reverenciado de la tribu.
Gunnar se encontraba al lado suyo, como si estuviera recibiendo una bendición o
parecido. Una voz melosa le habló entonces en su mente:
- Tú también puedes tener todo esto. La adoración y el respeto de
todos los mortales, que se pelearán por poder servirte y satisfacer todos tus
deseos.
- ¿Y qué debo hacer para lograrlo?
- Tan solo sacrificar a tus enemigos en nombre de la Serpiente.
Darle sus almas en ofrenda. Y cuando la Serpiente te considere digno, deberás
consagrarte a ella por toda la eternidad.
- Bueno, no parece un mal negocio. Total, todas
esas almas no son mías, puede quedárselas quien quiera. La mía la seguiré
manteniendo, imagino, ¿no?
- Oh sí, desde luego. Estate tranquilo por eso.
- Muy bien, tenemos un trato entonces. Aunque no
sé con quién estoy haciéndolo, la verdad.
- Da igual, tú encárgate de sacrificar gente y todo irá bien para
los dos.
Un gladiador se acercó corriendo a donde se
encontraba Trifón. Por lo visto, mientras perseguía a los estalianos en
retirada había encontrado a dos chicos subidos a un árbol. No parecían espías
ni exploradores del enemigo, tan solo un par de jóvenes que por mala suerte se
habían encontrado de bruces con la batalla. Trifón escuchó la noticia, meditó
un instante, y finalmente ordenó que se los llevaran con ellos de vuelta al
campamento para poder interrogarles mejor más adelante. Una idea se había
gestado en su cabeza.
***
Horas más tarde, Trifón se encontraba en una habitación oscura, iluminada sólo por la luz de las velas. De los dos muchachos que habían encontrado en el bosque, sólo uno permanecía todavía con vida, con los ojos llenos de terror mirando al gladiador y su cuchillo, emitiendo unos gritos de pánico que se habrían oído en toda la taberna de no ser por la mordaza que le tapaba la boca y ahogaba cualquier ruido. El gladiador se dio cuenta de que, incluso ese mismo día por la mañana, una voz en su conciencia le habría impedido que siguiera adelante. Pero el Trifón de esa noche era otro Trifón, alguien con más conocimiento y una mejor perspectiva de la realidad. Por muy abominable que pudiera parecer para alguien que no lo comprendiera, se trataba de un medio para ascender rápidamente y, por tanto, combatir mejor a sus enemigos. Y cualquier medio era el adecuado para conseguirlo, ya que desaprovechar cualquier oportunidad implicaba dar más tiempo a sus rivales para fortalecerse.
La segunda vez que hendió el cuchillo todo fue
más fácil.
No hay comentarios:
Publicar un comentario