Saludos a todos, damas y caballeros.
Éste es un relato que llevo queriendo escribir desde hace tiempo, aunque me alegro de no haberlo hecho, porque me ha permitido hilarlo con otras cosas que han pasado posteriormente. Todo comenzó cuando, poco antes de verano, hice una visita a Chernov y jugamos varias partidas, entre las que destacó ésta; aparte de ser un escenario bastante molón, fue el momento en que Chantal experimentó algo que es un hito en la vida de todo gran hechicero que se precie, que fue tener una disfunción y sacar un doble 1. Eso supone, casi siempre, una sentencia de muerte, y eso es lo que sucedió en esa partida, lo cual sin duda merece su relato.
Imagen de Boris Vallejo |
Curiosamente, una de las pocas personas que he visto sobrevivir a un doble 1 en disfunción es a Husseyn el Ocultista, el nigromante que acompañaba a la bruja caníbal Zamira en la expedición del Culto de la Carne Inmortal en las Tierras del Sur. Al contrario que le ha sucedido a Zamira, Husseyn ha conseguido sobrevivir a casi todas las partidas, contra todo pronóstico, pese a lo cual era evidente que se trataba de un personaje con fecha de caducidad. Su fin llegaría, inevitablemente, cuando llegara el fin de la participación de los no muertos en la campaña de las Tierras del Sur, y ese momento ha llegado.
De hecho, ha llegado, en buena medida, porque también ha llegado el fin de la campaña. Ya os comentaremos esto en su momento, me temo que no con un informe de batalla, pero sí con algún que otro relatillo que deje todo atado y bien atado. Esa batalla final se ha librado entre los bretonianos de Sir Sedentor, apoyados por un pequeño contingente aliado de los hombres lagarto de Malvador, y los slaanitas de Áncrama de Fornidson apoyados por un pequeño contingente de mis no muertos. La caída de Chantal ha servido como una buena justificación para la presencia de este ejercitillo en la batalla final, como veréis.
Sin más, os dejo con el relato que cierra la aventura de mis brujas en las ardientes Tierras del Sur. Espero que os guste.
Chantal no era ajena al hecho de que era, probablemente, la mujer más hermosa del mundo. Sabía que su mera presencia bastaba para que cualquier hombre tuviera que librar una durísima batalla por conquistar o bien su autocontrol o bien a ella, pero la segunda estaba destinada a perderse, pues jamás había yacido con hombre alguno y jamás lo haría. Sus siempre exacerbados intereses amatorios se dirigían hacia mujeres que fueran tan hermosas como ella, mujeres como las que le acompañaban, en aquel día, en las tórridas junglas de las Tierras del Sur. La imagen de aquella cábala de brujas con los ropajes empapados por la humedad de la selva, envueltas en tanta exuberancia y exotismo, habría bastado para rendir las armas de un ejército entero.
Desafortunadamente para ellas, los orcos tenían un gusto por la carne que era mucho más literal de lo que les habría convenido, y su belleza no podría servirles de ayuda.
Chantal había llegado a Ka-Sabar obsesionada con seguir los pasos de Abdul Ben Rashid, el poeta loco que había contemplado las Tierras de los Muertos, y, a través de él, del Gran Nigromante en persona. Mientras se afanaba en ello, había enviado a la más reciente de sus amantes, la nigromante árabe Zamira, a una expedición en las Tierras del Sur junto a un brujo que decía conocer esas tierras. Chantal no esperaba encontrar nada allí, mucho menos las legendarias ciudades de los saurim a las que se había referido el hechicero, pero tampoco perdía nada por intentarlo.
Aquella expedición fue un desastre, en parte porque la Llanura de los Colmillos estaba mucho menos desierta de lo que hubiera podido parecer, y en parte porque la desconfianza mutua entre Zamira y Husseyn saboteaba cualquier avance que pudiera haber, condenando a los dos a una huida hacia adelante a través de la sabana perseguidos por enemigos cada vez más furiosos. Tarde o temprano, uno de los dos tendría que admitir su fracaso y volverían a Ka-Sabar, pero ninguno estaba dispuesto a admitir su error frente al otro.
Así, los combates se fueron sucediendo hasta que un día, un golpe de suerte lo cambió todo. Tras librar una escaramuza contra una tribu de orcos salvajes y ser, una vez más, derrotados, la pareja de nigromantes se refugió en lo que parecía ser una cueva, y resultó ser una antigua mina abandonada. Una mina donde descubrieron un terrible secreto relacionado con Áncrama, y cómo había acabado en la oscuridad y la adoración a los demonios. Algo así merecía la atención de la Maestra de la Carne en persona, y así fue cómo Chantal y el resto de sus amantes del Culto de la Carne Inmortal se dirigieron hacia las húmedas junglas... y cómo acabaron frente a una horda de orcos salvajes.
Los enfervorizados pielesverdes habían caído sobre las brujas de manera sorpresiva, motivo por el que no habían tenido tiempo de levantar un ejército de muertos para defenderlas. No obstante, la superioridad numérica de aquellas bestias quedaba contrarrestada por el gran poderío mágico de las brujas de la cábala, que estaba acabando con muchos de los orcos y las criaturas que las acompañaban, al tiempo que levantaban los cadáveres que podían para entretenerlos. La intención no era matarlos a todos sino distraerlos y poder huir entre los árboles, así que Chantal se decidió a levantar unos zombis que pudieran interponerse entre ella y los pielesverdes.
Era un hechizo sencillo, uno que había hecho incontables veces. Quizá fue eso lo que la condenó, un cierto exceso de confianza. Quizá el espectro de aquello que habían encontrado en la mina quiso vengarse de ella de alguna forma, si es que eso era posible. O quizá fue un giro del destino. Sea como fuere, aquello salió terriblemente mal.
Una grieta púrpura se abrió delante de la bruja. No era algo físico, sino una herida en la realidad, una puerta abierta hacia horizontes blasfemos que nadie debería conocer, mucho menos ver. La grieta se fue agrandando y un tétrico resplandor violeta iluminó el campo de batalla y, especialmente, el rostro de Chantal... el cual, pese a todo, sonreía.
"Ven, hermana"
Solo Chantal pudo escuchar el sonido de aquella voz de ultratumba, retumbando en su mente y su alma. Solo ella sabe quién la llamó y que la esperaba al otro lado de aquella frontera entre realidades, aquel lugar cuya atracción era la más poderosa que hubiera sentido jamás. Quizá el lugar que podría, después de peregrinar incansablemente por un mundo, considerar su hogar. Un reino de maldad y de locura hecho a su medida.
La Maestra de la Carne cruzó el umbral, y desapareció del mundo de los vivos.
+++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++
Husseyn Hazred no pudo dejar de apreciar la ironía de su situación pese a que el corazón estuviera a punto de estallarle. Era la segunda vez en pocos meses que acababa huyendo de una horda de orcos enfervorizados dispuestos a matarlo, descuartizarlo y devorarlo, no necesariamente por ese orden. La primera vez había conseguido esquivar a sus perseguidores y, de paso, descubrir el secreto de la ciudad maldita de Áncrama. Aquello debería haber supuesto su encumbramiento definitivo a los ojos de la Maestra de la Carne, pero, en cambio, estaba suponiendo su perdición.
En su momento le había parecido buena idea ponerse al servicio de aquella nigromante imperial, pero tan pronto cruzó las puertas de Ka-Sabar acompañado por aquella esclavista de Lashiek que la imperial le había encasquetado se dio cuenta de que había sido engañado. Su obsesión malsana por tener el control pese a no tener ni idea de dónde se encontraban ni qué había que hacer había supuesto más de un problema serio. El Ocultista tenía que reconocer que la insuperable atracción erótica que le provocaba la bruja, junto con el temor producido por sus prácticas caníbales, eran elementos sobre los que difícilmente podía asentarse una relación de confianza.
En cualquier caso, no tenía tiempo de pensar en eso mientras corría a la mayor velocidad que podía por la jungla. El terreno era traicionero y húmedo, y en un recodo resbaló, lo que precipitó su caída por un terraplén. Con el corazón desbocado, se protegió la cabeza para evitar un golpe fatal a medida que rodaba hacia un destino desconocido. Por suerte, la caída no fue muy grande y no sufrió ningún daño incapacitante antes de detenerse.
Husseyn todavía estaba felicitándose por su fortuna, y palpándose entre los ropajes para tratar de detectar algún hueso roto, cuando se le heló la sangre en las venas. Los orcos que le perseguían se estaban acercando, y aunque no entendía lo que sus rugidos guturales decían, su tono contenía suficiente violencia como para no necesitar entender el contenido exacto. Ya estaban demasiado cerca como para echarse a correr, así que se limitó a esperar... y vio que los orcos pasaban por encima de él, siguiendo el camino en el que había estado hacía un par de minutos, sin reparar en que había caído por el terraplén.
Husseyn exhaló un suspiro de calma, y casi se echó a reír, aunque no lo hizo por prudencia. No sabía quién era el dios que había decidido salir en auxilio de un ser tan perverso como él, pero lo agradecía de corazón. Allí, oculto en aquel santuario fortuito en mitad de la jungla, había conseguido esquivar por segunda vez a los orcos y se había alejado tanto de las brujas que no serían capaces de encontrarlo. Podría recuperar su antiguo empleo como guía de caravanas o, mejor, huir de Ka-Sabar. Podría buscar refugio en El Kalabad, o más allá, en Sartosa. Podría coger un barco e ir a visitar Ind, como siempre había querido. Podría...
Un ruido a sus espaldas hizo que se girara, y su corazón estuvo a punto de salirse por la garganta. Un orco enorme, probablemente el caudillo de la horda, había conseguido acercarse hacia él sin hacer ningún sonido, y ya estaba prácticamente encima. Debía haber llegado a su posición por ser, no solo el más brutal y el más violento, sino también el más astuto. Un detalle interesante, pensó Husseyn.
El Ocultista comenzó a gritar, pero el orco le aplastó la cabeza con su porra antes de que llegara a salir ningún sonido de su garganta.
+++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++++
Las brujas del Culto de la Carne Inmortal siempre habían agradecido la llegada de la noche, y en aquella ocasión, tras aquel día terrible, lo agradecieron incluso más. Los orcos podían seguir persiguiéndolas en la oscuridad, desde luego, pero eran seres supersticiosos, temerosos de lo que pudiera esconderse en la noche... y hacían bien, porque las tinieblas no eran sus aliadas, y escondían horrores que las nigromantes sí que podían usar en su beneficio.
Sorprendentemente, habían sobrevivido todas, y solo Sveta tenía leves heridas, producidas por el intercambio de hechizos con el chamán pielverde, pero eran heridas de las que se recuperaría sin consecuencias. El mago árabe había desaparecido, pero nadie le echaría de menos. Tanto si había sido atrapado y devorado por los orcos como si había conseguido huir y volver de vuelta a la civilización, a las brujas les resultaba intrascendente. Lo grave era que Chantal había desaparecido, y todas ellas descubrían, en ese momento, hasta qué punto habían estado sometidas a ella, y cuánto la necesitaban.
"¿Qué vamos a hacer?" preguntaba insistentemente Carol, la que más rebelde había parecido siempre. Era casi entrañable verla tan desesperada sin la presencia de su amante. "¿Qué vamos a hacer?"
"¿Se ha ido para siempre?" preguntó Nadia con la desesperación de una niña preguntando por su madre. "¿No volveremos a verla nunca más?"
Beatrice se vio obligada a tomar el mando. Primero, porque era la hechicera más capacitada tras Chantal; segundo, porque ya era su lugarteniente y la más antigua de sus amantes; y tercero, porque parecía la más entera después de la tragedia.
"No, no para siempre" replicó. "Allá donde haya ido, seguro que podremos volver a encontrarla. Hay que intentarlo. Tenemos un vínculo con ella, un vínculo irrompible. Podremos devolverla con nosotros. Tenemos que poder"
"¿Y cuándo podremos hacer eso, eh?" chilló, violentamente, Carol. "¡Estamos en medio de una jungla, perseguidas por orcos!"
"Necesitamos encontrar una base" concedió Beatrice, tratando de no perder la compostura. "Un lugar desde el que planificar el retorno de nuestra maestra. Podríamos volver a Ka-Sabar..."
"O podríamos ir a Áncrama" intervino entonces Zamira.
Se hizo el silencio, y Beatrice miró a Zamira con interés.
"¿Por qué propones esa ciudad? Creo que el Ocultista y tú os habéis enfrentado a sus ejércitos"
"Conocemos su secreto. Por eso hemos venido hasta aquí. Es un secreto que quizá pueda ayudarnos a traer de vuelta a la Maestra de la Carne. Ellos sin duda conocen lo que hay más allá"
"¿Y por qué iban a prestarnos su ayuda?"
"Nosotras les ayudaremos a ellos también. Los ejércitos de Antoch van a marchar sobre su ciudad, y quizá estos orcos se vuelvan suficientemente osados como para salir de la jungla. Van a necesitar todo el poder que puedan reunir... y el nuestro no es menor"
Beatrice asintió. La idea parecía buena. Desesperada, quizá, pero dado que se encontraban en una situación desesperada de base, quizá pudiera funcionar.
"De acuerdo. Iremos a Áncrama."
Que bellos recuerdos, cuando el kaudillo orko le escachó la cabeza a Hussein.. (Chernok)
ResponderEliminarSe lo merecía, por ir con malas compañías. Y no ha sido el único, ya has visto lo que le ha pasado al capitán de Áncrama... ¡¡es lo que tiene ir con mujeres de moral disoluta!!
EliminarMuy entretenido el relato. Pobre Husseyn, cuando ya estaba pensando en irse lejos de este lugar... ¡Zas! Intrigante el paradero de Chantal, ¿volverá o será un misterio para siempre lo que ha pasado con ella? ¿Habrá sido atraída por el propio Slaanesh para bendecirla con sus oscuros dones?
ResponderEliminar¡Muchas gracias! Lo gracioso del caso es que Husseyn sobrevivió a la partida, en una escena muy cómica en la que le lanzaba rayos al jefe orco, éste los dispersaba y le cargaba, él huía, se reagrupaba, le lanzaba rayos, el otro los dispersaba y le cargaba... Al final eso solo tenía, narrativamente, un desenlace posible. La eterna lucha friki entre el mago y el bárbaro, que nueve de cada diez veces se resuelve con un porrazo en la cabeza del mago.
EliminarEn cuanto a Chantal, volverá, pero no sé ni cómo ni cuando. Si te soy sincero, he sido ambiguo en el relato porque todavía no tengo claro por dónde quiero llevar esta nueva etapa de su vida, por así decirlo. De Slaanesh no se volverá porque está demasiado loca como para adorar a nadie que no sea ella misma, pero es verdad que en el Trasfondo antiguo la separación entre nigromantes y adoradores del Caos no es tan nítida como lo fue después. Estoy pensando en Drachenfels, que tenía altares a los dioses del Caos pese a ser claramente un nigromante. Quizá sea un camino a explorar...